Trad. Kristina Solum y Antón Lado
Alfaguara. Madrid, 2016. 191 pp. 22,90 €
Ignacio Sanz
Supongo que está mal traducido. Madera también es el serrín, las vigas, los tablones, las ripias, los listones. Madera procede del latín y significa materia, la única que crece y crece. Yo lo habría titulado el libro de la leña, aquella parte de la madera que está concebida para ser quemada, bien para cocinar, bien para calentar una casa. En España contamos con una tradición riquísima de leñadores. Que se lo digan a Juan Andrés Sáiz Garrido, que escribió un espléndido libro sobre los gabarreros de El Espinar, un oficio en retroceso. Así es como se llama a los leñadores de la Sierra del Guadarrama. Entre los leñadores y los madereros ha habido siempre muchas disputas. Y no digamos entre los leñadores y los guardas del monte. Los leñadores se quedan con los restos de las cortas, es decir, con el ramaje y aquella parte del árbol que no puede destinarse a madera. Se quedaban, porque apenas hay gabarreros.
Dicho esto, el libro me parece precioso. Me asombra en principio que la leña de para tanto, pero, claro, estamos hablando de Noruega. Es verdad que tampoco el libro se ciñe a su país; de cuando en cuando hace excursos que le llevan a Suecia, Finlandia o Dinamarca. La vieja cultura vikinga que si tiene algo en común son los bosques y el frío. A partir de noviembre llegan los bajo cero al ambiente y no se marchan hasta que asoma el hocico la primavera. El sol luce muy pocas horas y resulta esquivo, es decir, que no se le ve. De ahí los hielos y los carámbanos y los sabañones. Y de ahí la leña, para combatir el frío. Siglos y siglos de rodaje ha dado lugar a una cultura, a un entrañamiento con los bosques; por eso los poetas hablan del aroma de la leña cuando está seca, pero también cuando arde. Cada árbol produce su aroma. Los bosques entran en casa y dan calor y ese calor ayuda a cocinar los alimentos y a contar historias en torno al fuego, al menos hasta la llegada de la tele. El autor analiza minuciosamente los diferentes tipos de bosques, el poder calórico de cada tipo árbol, la bondad para el rajado, los tipos de hachas, los tipos de motosierra, el calendario propicio para comenzar a cortar, los diferentes tipos de hacinas. Ahí, en las hacinas se explaya. Resulta que en función de la largura de los leños conviene hacer una hacina u otra. Pero hay más, algunos artistas, como Nils Aas (1933-2004) han convertido las hacinas en obras de arte y se han abierto museos con la leña como hilo conductor.
Además, la cultura popular asigna a cada tipo de pila un tipo de personalidad. De esta manera las mujeres podían averiguar quién se escondía detrás de esas hacinas de leña, si se trataba de un tímido, de un hombre recto y firme, de un espíritu libre y abierto, de un hombre previsor, de uno que vivía al día, de un perfeccionista introvertido, de un perezoso, de un hombre frugal. En fin, en fin, que cada pila denota rasgos de la personalidad.
También habla de los trucos para apilar la leña: pilas en pared soleada, paredes de leña, pilas redondas, pilas alargadas, pilas cuadradas cerradas, pilas cuadradas abiertas, pilas circulares, pilas en forma de V… En fin que hay muchas maneras de almacenar los leños que han de calentar la casa. Y, por supuesto, fotografías magníficas en color salpicando las páginas del libro que resultan un recreo.
Se nos habla también de los tipos de estufa y de cómo se han ido perfeccionando para optimizar su calor.
Pero lo mejor de la leña es que permite descubrir a muchos hijos que ese hombre lacónico, escasamente expansivo que parece ajeno a la casa frente a una madre arrolladora que muestra sus afectos, en realidad no es tan ajeno, por más que su carácter retraído pudiera darlo a entender. Si cuando llega la primavera ya se empieza a preocupar por hacer su hacina y acude cada tarde al bosque con el hacha y la motosierra, en realidad está pensando, ahora que el tiempo empieza a ser benigno, en los fríos del otoño y del invierno que viene. Y por eso va al bosque a cortar la leña, para que cuando tenga que arder esté seca, no produzca humo y convoque a su alrededor a todos los de la casa. Es decir, habitualmente, detrás de un leñador se esconde un padre responsable.
1 comentario:
Se lo acabo de regalar por su cumpleaños a Javier, el marido de mi hija, biólogo, estudioso de los pinos, amante de la Naturaleza, y una excelente persona.
Espero que le guste...
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