Editorial Trea, Gijón, 2016. 138 pp. 15 €
Angeles Prieto Barba
Qué curioso parece que un suceso particular, fuertemente ligado a un tiempo y a una ciudad concreta, pueda tener tanta trascendencia y tanto significado para aquellos que no lo vivimos y que ni siquiera lo conocíamos, al estar lejos. Y esto ocurre porque estamos ante un libro muy bien concebido en su aparente sencillez, abordando un crimen sin resolver, pero cuyas causas y consecuencias conocemos, valoramos y sentimos como propias, porque nos atañen a todos. He aquí el principal motivo por el que escribo esta reseña, convencida de que se trata de una crónica muy curiosa, digna de que se conozca fuera de sus límites geográficos.
Es muy poco probable que el autor de este libro sepa que años después, en La Viña de Cádiz, barrio tan popular como Cimadevilla pero situado en el otro extremo de la Península, se produjera asimismo un asesinato sin culpables y de características muy similares, en buena parte calcadas. Hablo del denominado “Crimen del maestro”, con sospechosas connotaciones sexuales y sin móvil económico determinante, ejecutado contra otra persona apreciada por sus vecinos. Y tras esto no me cabe duda de que en otras partes del país debe haber otros casos similares. Pues bien, estas coincidencias homicidas lejos de ser casuales, sirven muy bien para explicar qué fuimos y adónde vamos. Justo lo que pretende el autor con una estructura inteligente, dividida en un preludio que nos pone en antecedentes, dos actos de investigación con deducciones y un telón que sirve para finiquitar el libro, pero dejando todos los interrogantes abiertos al lector, aquel que debe sacar sus propias conclusiones.
Volvemos a 1976, recién inaugurada la autopista Oviedo-Gijón-Avilés y con el Régimen de Arias Navarro dando sus últimas bocanadas. Este dimitirá en breve, pero antes se producirá en el Campo de las Monjas de Cimadevilla un incendio. El mismo que servirá para encubrir el apuñalamiento mortal de Alberto Alonso Blanco, alias Rambal, hijo de un competente director de teatro y conocido en el barrio por su generosidad y talante servicial con todos, así como por su disposición para actuar y participar en fiestas. Uno de esos personajes idiosincráticos sin los cuales no es posible explicarse el comportamiento de todo un colectivo en el tiempo y en el espacio. Y de su mano topamos con uno de los grandes atractivos de este libro, ya que nos lleva a reflexionar sobre cómo era la existencia en un antiguo barrio de pescadores, el de Cimadevilla, antes de que la globalización con sus imágenes y expresiones uniformes, sus tiendas de marca características y el apogeo de los grandes almacenes, lo presidiera todo.
También nos encontraremos con el doloroso asunto de la homosexualidad antes del Sida, cuando todavía no eran objeto de respeto y comprensión como ahora, cuando tenían que constituir parejas ocultas y clandestinas, cuando eran objeto de burlas y desprecios públicos. En aquellos tiempos, la vida en un barrio popular de fuertes lazos solidarios podía constituir una salvaguardia, una coraza cierta porque lo peligroso hubiera sido mostrarse ahí como algo distinto de lo que se era. También fue vital guardar silencio sobre otras conductas humanas. Pero Rambal callaba... En cualquier caso el duelo sentido, la consternación general y la pervivencia constante en la memoria de sus vecinos de aquello que pasó, sin justo castigo, los redime y nos redime.
Este libro contenido, sin concesión alguna al morbo o a la frivolidad, nos va a transmitir emoción y lucidez, a partes iguales, sobre aquello que somos. Y ese título redondo que no pienso explicar, regalo de Pablo Antón Marín Estrada, le pone la guinda, el broche de oro. Léanlo.
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