Trad. Victoria Alonso Blanco, Jordi Fibla Feito, José Luis López Muñoz y Eduardo Mendoza
Tusquets Editores. Barcelona, 2015. 488 pp. 23,50 €
Victoria R. Gil
En 2015 se conmemoró el centenario del nacimiento de Arthur Miller, uno de los mejores dramaturgos del pasado siglo, galardonado con varios premios Pulitzer y con el Premio Príncipe de Asturias, entre otros muchos reconocimientos que avalan una obra que sigue tan vigente hoy como cuando fue escrita. La editorial Tusquets decidió celebrar esa fecha con la publicación de un volumen que reúne cinco de sus mejores obras Todos eran mis hijos (1947), Muerte de un viajante (1949), Las brujas de Salem (1952), Panorama desde el puente (1955) y Después de la caída (1964). En todas ellas destaca la crítica social que caracterizó siempre su trabajo y, sobre todo, el desaliento que produce la imposibilidad de alcanzar ese sueño americano que, a pesar de lo que nos cuentan, no está al alcance de cualquiera.
Otro gran hombre del teatro, José María Pou, recordaba con motivo de este centenario las numerosas veces que se ha representado en España su obra más famosa y la que mejor representa la frustración de no cumplir unas aspiraciones imposibles, ese fracaso que se le pega a uno como el hedor del agua estancada y no se va con ningún cepillado. El traje de Willy Loman, un auténtico máster en representación teatral que todo actor aspira a superar con nota, se lo han puesto en nuestro país grandes nombres de la escena como Carlos Lemos y José María Rodero. (Éste último, en una versión para televisión con Juan Diego, Jaime Blanch y Berta Riaza que RTVE comparte en su archivo videográfico a través de internet y que no deberían perderse).
Willy Loman y sus castillos en el aire, su ambición nunca cumplida y su huida hacia delante nos resulta muy familiar porque tiene mucho de nosotros mismos, inmersos en este tiempo capaz de levantar un sistema financiero sobre cimientos de cristal y convertir la especulación capitalista en la única y verdadera religión. Eso sí, los ricos, como los santos, siguen siendo los otros.
De plena actualidad es también otra de las obras incluida en esta antología. En el prólogo a su traducción de Panorama desde el puente, Eduardo Mendoza asegura que ésta refleja «la situación de los inmigrantes ilegales, obligados a asumir la marginalidad, a integrarse de hecho y de derecho en el círculo de la delincuencia, sin otra causa que el deseo de ganarse la vida con un trabajo honrado». Una situación que, como recuerda el autor catalán, se ha agravado hasta alcanzar hoy dimensiones globales.
¿Y qué decir de Las brujas de Salem, un alegato contra la detención de cualquier norteamericano sospechoso de ser comunistas impulsada por el senador McCarthy en Estados Unidos y de la que fue víctima el propio Arthur Miller? El fanatismo religioso que tan bien retrata el escritor, irracional y violento, como lo es cualquier otro fanatismo (político, racial…) empeñado en la destrucción del otro, del diferente, llena las primeras páginas de nuestros periódicos cada día. La pervivencia de unos conflictos que fueron descritos hace más de sesenta años no nos deja en buen lugar.
En Todos eran mis hijos y Después de la caída, el dramaturgo va a profundizar en las heridas que siempre provocan las relaciones personales. En la primera, un pobre hombre que nos recuerda a Willy Loman por sus sueños de gloria, no es más que un empresario sin conciencia, a quien no le importa pagar el precio más alto por aumentar su margen de beneficio. Y el descubrimiento de su verdadera naturaleza quiebra por segunda vez una familia que, quizás (su tragedia es ignorarlo) él mismo había roto ya, sin saberlo.
En Después de la caída, el escenario va a ser «la mente, el pensamiento y la memoria» de su protagonista, y el principal argumento, ese campo de batalla que es el matrimonio y del que acaso nadie logre salir indemne. Escrita después de la muerte de Marilyn Monroe, con la que estuvo casado cinco años, Miller relata sin pudor sus reflexiones más íntimas y nos transmite la intensidad y el desencuentro de aquel amor que pareció nacer condenado al fracaso.
Este Teatro reunido que nos ofrece Tusquets es una magnífica oportunidad para reencontrarnos con la obra de un escritor que nunca tomó el camino fácil y cuyo principal mérito radica en despojarnos de caretas y artificios hasta dejarnos desnudos como el emperador.
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