Trad. Marcelo Cohen
Acantilado, Barcelona, 2016. 143 pp. 16 €
Ignacio Sanz
Tengo un desconocimiento oceánico de la literatura africana. Claro que la literatura se ve cada vez más sometida a influencias internacionales. Pero no, pese a todo, cada país tiene unos rasgos, una idiosincrasia que le diferencia. Leí en su día algún libro de Wole Soyinka, el combativo caballero Soyinka, nigeriano como Cole y, como él, muy vinculado con Estados Unidos. Por eso no sabría decir si estamos ante un autor nigeriano o ante un autor norteamericano que nació en Nigeria. Algunos de los capítulos de este libro dejan un aroma que recuerda los relatos descarnados del realismo sucio. Tampoco sabría decir si estamos ante un diario de vacaciones, ante un libro de viajes o ante una novela que rezuma picaresca y bandidaje a pequeña escala. El autor, médico de profesión, tras casi veinte años fuera de su país, vuelve a casa para encontrarse con sus familiares. Antes de regresar, en las oficinas del consulado donde acude para agilizar el papeleo, comienza el calvario, es decir, los pequeños sobornos, las mordidas que prácticamente ya no abandonan el libro hasta el último capítulo. Y todo se produce con cierta normalidad. Como se producían en la España en tiempos de Franco. Los funcionarios ponen la mano porque cobran unos sueldos miserables y todo el mundo acepta que hay que sobrevivir con los pequeños sobornos que tanta desconfianza crean en el ambiente porque nunca se sabe dónde está el tope. Desde el funcionario de aduanas, hasta el oficial del ejército o el guardia municipal. Todo el territorio es un campo minado. Por supuesto que tienen también grandes corruptos como los nuestros, pero esos, cuando se extralimitan en su codicia y les pillan, van a dar con sus huesos a la cárcel. Robar sí, pero en sus justas proporciones.
Me ha venido muy bien leer este libro porque, sin salir de casa, me ha trasladado a Nigeria, a sus costumbres, a su modo de vida, a alguna de sus ciudades superpobladas, especialmente a Lagos que casi alcanza los 13 millones de habitantes, a sus cíclicos accidentes de avión, a sus sistemas de transporte terrestre, a sus comidas, a su hospitalidad, a su religiosidad, a sus ladrones despiadados, de la misma manera que En la Patagonia, de Bruce Chatwin, me llevó a conocer de primera mano una de las regiones más desoladas y literariamente más atractivas del cono sur americano.
Y todo escrito a lo largo de 27 capítulos en los que el autor se hace eco de su vida cotidiana, de sus movimientos, sus paseos por los museos, sus reencuentros con los viejos amigos y familiares. Algunos de estos capítulos podrían funcionar como cuentos breves. Ahí está la gracia para no caer en el costumbrismo, para trasladar al lector la emoción y la sorpresa. Además de escribir, Teju Cole se dedica a la fotografía de manera que intercaladas entre los capítulo del libro ha ido dejando unas cuantas imágenes que nos ayudan a completar la visión de este rompecabezas caótico en trance de transformación que es Nigeria. Sorprende por la amenidad y la eficacia narrativa, pese a que a veces resulte descorazonador saber que hay mucha gente en el mundo que, más allá del clima tropical, no acaba de salir de los pequeños infiernos en los que, por mor del subdesarrollo, se han convertido sus países.
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