Trad. Stella Mastrangelo
Katz Editores, Móstoles, 2015. 294 pp. 21 €
José Morella
En cuanto supe de Saskia Sassen -la escuché en un vídeo hablando sobre los refugiados- me di cuenta de que tenía que leerla para ganar perspectiva sobre mi mundo. Ella, como otros pensadores contemporáneos (pienso en Zygmunt Bauman, David Suzuki o Franco Berardi) me ayudan a no seguir escribiendo historias sobre el pasado pensando que escribo sobre el presente. En aquel vídeo Sassen hablaba sobre el contraste entre ser un refugiado antes y ahora. Tradicionalmente, los refugiados se marchaban en busca de una vida mejor y soñaban con regresar algún día. Ahora no tienen un país al que volver, y lo que persiguen no es vivir mejor sino sólo vivir (better life vs bare life). No piden más que eso. Permanecer respirando en algún lugar del planeta. Eso no es un inmigrante, dice Sassen. Es otra cosa.
El título del libro ya lo deja bastante claro: Expulsiones. Brutalidad y complejidad en la economía global. La tesis que defiende es que si en otros momentos la desigualdad se alimentaba de incorporar gente al sistema, ahora se basa en expulsarla. El keynesianismo incorporó a las clases desfavorecidas como consumidores de todo tipo de productos y frivolidades antes reservadas a las clases medias y altas. Pero ahora el paradigma ha cambiado, y el sistema económico se alimenta de expulsar de un modo atroz mediante complejas artimañas financieras a grupos de personas, especies animales, reservas de la naturaleza y cualquier otra cosa imaginable. Un ejemplo conocido de todos nosotros es la crisis inmobiliaria que provocó, atención al dato, 360.000 desahucios sólo en España entre 2008 y 2014. Esta devastadora expulsión de personas se gestó mediante alta ingeniería financiera, o lo que yo llamo -que no Sassen- estafa y robo. Es una intriga urdida entre diferentes grupos interesados: la industria inmobiliaria, los bancos, los grupos de inversión. Gente que se ha dado cuenta de que expulsando se gana infinitamente más que incluyendo. Si para conseguirlo hace falta atraer a millones de personas a las oficinas del banco y hacerles creer que podrán pagar préstamos millonarios con sueldos miserables, no hay problema.
Este nuevo sistema económico no sólo expulsa gente, sino culturas enteras. Los recursos naturales de muchos lugares del mundo, como por ejemplo la vasta región del Tíbet, valen mucho más para la lógica económica imperante que las gentes y las costumbres que viven en ellos y de ellos. La cultura tibetana de conservación de la naturaleza y de respeto por el hábitat está siendo arrasada sin que nadie diga nada sobre ello. El gobierno chino no le da cuentas a nadie al respecto, y las empresas que usan los recursos de la región, claro está, mucho menos aún.
Este cambio de paradigma es postnacional e incluso postideológico. Como señala Sassen en la introducción, es posible que países tan distintos como China y Estados Unidos «alberguen grandes lógicas contemporáneas que organizan la economía, principalmente las finanzas impulsadas por la especulación y la búsqueda de hiperbeneficios. Esos paralelismos, y sus consecuencias para la gente, los lugares y las economías, bien podrían resultar mucho más significativos para entender nuestros tiempos que las diferencias entre comunismo y capitalismo.» Ya no son gobiernos, partidos políticos o empresas concretas los campeones del fomento de la desigualdad. Donde antes había élites, ahora hay ubicuas e invisibles "formaciones predatorias", una «combinación de élites y capacidades sistémicas con las finanzas como posibilitador clave».
Más ejemplos de expulsión:
-La privatización de la gestión las cárceles en gran parte del mundo. Favorece la expulsión de la sociedad, en masa, de reclusos que pasan encerrados más tiempo que antes. Hay jueces que aceptan sobornos de esas cárceles privadas para alargar penas de prisión que enriquecen a los empresarios. Esto puede parecer raro leído desde aquí, pero en Estados Unidos la población reclusa se ha doblado en pocos años.
-La compra de enormes cantidades de tierra por parte de gobiernos de países extranjeros para ser usadas como monocultivo de soja o de maíz, por ejemplo, o para albergar infraestructuras. Los orangutanes están siendo expulsados de su hábitat para que podamos tener aceite de palma. Multitud de campesinos humildes pierden su trabajo, así como artesanos, manufactureros y tenderos que vivían cerca de esos territorios. Un ejemplo doloroso sería la expulsión de la comunidad mapuche de las tierras donde han vivido siempre para que una compañía eléctrica monte allí su central.
-El acaparamiento de agua por parte de grandes empresas multinacionales que ensucian e inutilizan los recursos hídricos. Es famoso el conflicto en el delta del Níger, cuya denuncia le costó la vida al activista y escritor Ken Saro-Wiwa. Envenenar la tierra, el agua y el aire están dando enormes beneficios a la economía global. Todo es "financializable", como dice Sassen. La buscada complejidad de las leyes al respecto de las concesiones a empresas se ocupa de oscurecer el asunto mediante junglas de papeles y contratos opacos y bizantinos diseñados para ralentizar la lucha política de los oprimidos y perpetuar el asunto.
A mí se me ocurren más expulsiones: como en este momento estoy escribiendo sobre la salud mental, no puedo evitar pensar el fenómeno de la medicalización abusiva de millones de pacientes. Todo coincide: muchos grupos distintos con intereses concertados (farmacéuticas, sistemas públicos y privados de salud, gobiernos, hospitales, industrias químicas, el sector académico y científico...) favorecen o ignoran la prescripción de manera universal de determinados fármacos que expulsan de la vida social saludable a millones de personas. Los expulsados son incapaces de volver a ser incluidos en el mundo del que salieron, y están a una distancia tan grande de los que orquestaron su expulsión que ni siquiera los ven. Yo no soy un experto en nada, y menos en economía, pero diría -llamadme conspiranoico- que Sassen no acaba de andar desencaminada.
Creo que es básico, si no leer este libro, sí al menos alcanzar de algún modo su mensaje. Hablar sobre él, ni que sea para discutirlo o desmontar sus argumentos. O cambiamos algo, o será el cambio el que se nos trague a nosotros en muy poco tiempo.
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