Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016. 104 pp. 17€
Bruno Marcos
Arrabal es un tipo de creador en extinción. No ha surgido, en las generaciones de autores posteriores a él, no ya alguien como él sino alguien de su estilo, alguien capaz de tomar la realidad por los pelos y transformarla en fábula crítica, impertinente, divertida y elocuente. Efectivamente es único, diferente, y lo que parece harto improbable es que la diferencia, la suya u otra, aflore por ningún resquicio en los próximos años. Estamos condenados a una repetición de lo mismo que vuelve en sucesivas oleadas disfrazado con la moda. Es posible que los escritores, los intelectuales, sigan naciendo tan distintos como siempre pero la sociedad no se muestra dispuesta a mantenerlos y a darles visibilidad. En buena medida a Arrabal se le ha arrinconado en el nicho de los raros en vías de desaparición y, como dice él mismo, en España no le lee casi nadie.
En la solapa de la presente edición que nos trae la pieza teatral que comentamos se le describe con datos muy reveladores. Su genealogía se traza desde Duchamp y Man Ray, y se le hermana con Topor, Jodorowsky o Baudrillard. Es significativo el apunte biográfico respecto a la historia de España. Se le ubica en el quinteto de los últimos en entrar en nuestro país ya muerto el caudillo, junto a, nada menos, que La Pasionaria, Carrillo, Líster y El Campesino.
La obra que aparece ahora recoge las deliberaciones inventadas por él del jurado encargado de decidir el ganador del premio Nobel. El tal jurado es un grupo disparatado que discute sobre quién debe ganar tan alto premio mostrándose totalmente desorientado e irrespetuoso con todo y con ellos mismos. Finalmente deciden concedérselo ‘ex aequo’ nada menos que a Shakespeare y a Cervantes, aunque ninguno los ha leído, asegurando que deberán hacerlo en un futuro próximo porque eran dos grandes tipos que se lo merecen. Entretanto el verdadero nudo de la obra se enreda cuando se va revelando que uno de los miembros del jurado ha drogado y violado la noche anterior a las mujeres pertenecientes al jurado. Se suceden los diálogos grotescos y cómicos y, cuando se hace público el extravagante triunfo de Shakespeare y Cervantes, el violador escapa con una joven tras robar el cuadro El grito de Munch.
Todo el libro está lleno de pequeñas maravillas además de la pieza teatral. Por ejemplo el prólogo del autor contra el mito de Don Juan o la introducción de Pollux Hernúñez, en la que nos relata el hallazgo de un cuaderno infantil con la primera novela que escribió Arrabal a los diez años, poco después de ganar el premio nacional de superdotación. En ella dice Pollux que plasma el dolor por la temprana e irreparada ausencia de su padre y que, con gran imaginación, se pinta a sí mismo como un ser fantástico, barbado y alado, con una hoja de parra que le nace del ombligo y le tapa las partes pudendas.
Supone esta entrega de Arrabal una nueva ocasión para disfrutar de esa creación que nace desde una sitio superior donde la imaginación es lo primero.
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