Pre-Textos, Valencia, 2015. 728 pp. 35 €
Bruno Marcos
Es difícil para quien siga las letras actuales ignorar lo que es, seguramente, uno de los fenómenos literarios más singulares de los que se están produciendo en nuestros días, la escritura de Salón de Pasos Perdidos de Andrés Trapiello. Diecinueve entregas van de un diario personal que superan, muchas de ellas, las setecientas páginas ampliamente y que se iniciaron con la del año 1987. Alcanza esta "novela en marcha" las nueve mil novecientas cuatro páginas por ahora, según las cuentas que le salen al autor. Trapiello se duele en esos mismos diarios del prejuicio generalizado hacia lo prolífico que acaso menoscabe siempre el trabajo y el esfuerzo para ponderar lo escuálido, no se sabe si por decantado o por arrebatado de genio pasajero.
En esta ocasión las más de setecientas páginas se inician nada menos que con seis prólogos, cosa que no ha de extrañar en un gran prologuista como es este escritor. Pudimos leer bastantes de los escritos por él, reunidos no hace mucho, en su libro titulado Vagamundos.
Los temas son los de siempre en este tomo. Aparecen de nuevo las reflexiones sobre su técnica diarística que tiene la piedra angular en que el diario se escribe como un diario pero se lee como una novela. No en vano el frontispicio de estos escritos es siempre la cita de Fortunata y Jacinta de Galdós: «Por doquiera que el hombre vaya lleva consigo su novela». Así mismo aparece de nuevo el asunto de las identidades de las personas que salen representadas en el libro. El uso de iniciales y equis, en lugar de preservar el anonimato de los aludidos, supone para el autor una garantía de que lo que se cuenta es interesante al margen de que los protagonistas sean famosos o no. Ya afirmaba Andrés Trapiello, en otro libro muy recomendable, El escritor de diarios, que ni los grandes personajes ni los grandes acontecimientos producen grandes diarios sino que, más bien, los mejores resultados en este género los da la mirada del desplazado a ras de suelo. El diario para Trapiello es un hablarse a sí mismo de forma que lo escuchen los demás.
Este diario corresponde al año 2005, año que el autor pasó dando vueltas a la Península Ibérica presentando su continuación del Quijote. Se suceden en Seré duda las magníficas descripciones paisajísticas, sobre todo en su Beatus Ille de La Viñas, no exento del todo de las complicaciones humanas, los viajes a Tánger, Tetuán o Bucarest y las crónicas del Rastro. En el diario de este año recoge la muerte de su admirado Ramón Gaya y la de Haro Tecglen. Resulta, entre muchas otras cosas, interesante la visita a la Fundación Juan Ramón Jiménez, poeta preferido para este autor, que termina con la imagen romántica y espectral del ataúd de níquel del poeta, cuya faz se ve por una ventanita apreciándose aún la barba del gran poeta.
Lo que más gusta a este lector de los diarios de Trapiello es, sin duda, su humor, que nunca destaca nadie citando sólo la críticas que determinados personajes reciben de su pluma. Para un lector como este, al que el Quijote ha arrancado carcajadas, lo más cervantino de Trapiello, gran lector y hasta continuador y actualizador de Cervantes, es precisamente ese humor y esas carcajadas. Los retratos que hace, en los que sabe buscar el punto flaco a cada cosa, pintan con detalle la ridiculez de la sociedad nuestra que lo será, seguramente, más o menos como lo han sido casi todas. Los escarnecidos quizá no sean del todo como los dibuja su lápiz pero el cuadro es totalmente verosímil y si la realidad no se ajusta a la pintura es porque no está a la altura de la literatura.
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