Trad. Magdalena Palmer. Nórdica,
Madrid, 2015. 406 pp. 23 €
Ángeles Prieto Barba
El gran autor de libros de viajes Paul Theroux asegura en su entrega más reciente sobre
África, El último tren a la zona verde, que no es posible entender una
ciudad visitando solo su centro y que para conocerla bien, hay que acudir a su
periferia. Por eso, mientras viajaba hace unos días a Nueva York, teniendo justo
al lado a otra persona que leía precisamente este libro de relatos que os
presento, pensaba en ello. Ya que iba como turista por primera vez, pero con el
propósito de visitar no solo los enclaves más famosos de Manhattan (Times
Square, la estatua de la Libertad, el Rockefeller Center, el MET, Central Park,
el Empire State), los que todos hemos conocido in situ o por películas, sino
también para contemplar la zona concreta donde viven mis amigos en Brooklyn. A
toro pasado, creo que fue una decisión sabia. Se trataba de un primer contacto,
y esa mezcla de constante bullicio comercial, de prisas, semáforos, metro y
nervios, con las grandes zonas de relax y esparcimiento que la parte más amable
de Brooklyn proporciona, me resultó muy grata. Porque en Nueva York se vive y
se debe vivir con salud, tranquilidad y comodidad, al margen de ese fastuoso escaparate que para
el resto del Mundo hoy es Manhattan. No
pisé, sin embargo, el sur de Bronx, zona residencial donde los ingresos suelen
ser muy bajos, la delincuencia permanente y la infravivienda, mal común. Para
cubrir esa laguna, está este libro.
De esta
cuestión tan concreta, Nueva York y sus enormes desigualdades sociales, trata
esta antología temática curiosa, original y muy dispar en sus entregas. Ya que
en ella podemos encontrar autores prestigiosos, traducidos y conocidos por el
lector español (Zadie Smith o Junot Díaz), frente a aportaciones de periodistas
sin libro publicado o la redacción de una chica de quince años. Del mismo modo,
tampoco podemos calificarla como libro de relatos, ya que recoge textos
autobiográficos, ensayos, poemas y hasta un curioso noticiero twitter de sucesos
neoyorquinos ocurridos en la lejana fecha de 1912, que por cierto produce seguros
escalofríos. Y lo que más nos puede llamar la atención, como bien señala
Antonio Muñoz Molina en el prólogo, es que las mejores aportaciones no provienen
precisamente de las firmas más renombradas.
Una
cuestión candente se convierte en la principal protagonista del libro, el tema
más repetido: el precio de la vivienda neoyorquina, cuyos alquileres han subido
espectacularmente en los últimos diez años, originando con ello una enorme
bolsa de pobreza que se demuestra en esas 58.000 personas que duermen en
centros de acogida, siendo la mitad de ellos, niños. Esto ha dado lugar a un
fenómeno conocido como gentrificación (de gentrification, en inglés), por el
cual barrios desfavorecidos han ido renovándose, desplazando con ello a sus
habitantes originarios, que no tienen donde alojarse ahora, puesto que los
salarios de los trabajadores no han crecido en la misma proporción. Solo los
ingresos de los financieros y especuladores en bolsa se han elevado, haciendo
desaparecer rápidamente lo que conocemos como clase media. De hecho, el título
del libro no proviene de ningún escritor, la comparación con la novela de
Charles Dickens la estableció el actual alcalde Bill de Blasio, el primer
demócrata en ocupar el sillón del consistorio tras veinte años de mandatos
republicanos, prometiendo la construcción de viviendas más asequibles. Y que aún se están esperando.
Por esta
razón precisa estamos ante un libro muy atractivo no solo para todos aquellos
aficionados a la literatura, sino también para quien pretenda enterarse o
concienciarse de los problemas sociales más acuciantes y, por supuesto, para
quiénes pretendan tomarle el pulso verdadero a esta espléndida ciudad de
rascacielos inmensos y ratas en el metro, de escaparates lujosos y camas de
cartón, de espectáculos fascinantes en Broadway y comida basura. Porque nos
guste o no Nueva York, para el resto del Mundo, sigue siendo su mejor espejo.
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