Anagrama, Barcelona, 2015. 223 pp. 17,90 €
Ariadna G. García
Miguel Ángel Hernández asombró a los lectores con su ópera prima, Intento de escapada, novela potente que indagaba en los límites del Arte y de la perversión humana. Dos años ha tardado en publicar su segunda obra, Instante de peligro, con la que ahonda en el tema de la creación, en este caso, literaria y plástico-visual. El narrador se nos descubre como el autor de la anterior entrega, en un juego metaliterario que da coherencia al conjunto. En ambos casos, por tanto, nos encontramos con un sujeto que enuncia en primera persona; la diferencia radica en que en Intento de escapada se trataba de un narrador-testigo de las excentricidades del célebre artista social Jacobo Montes; mientras que en El instante de peligro la voz que habla sí asume el protagonismo de la historia. El comienzo de la narración promete. Martín Torres es un profesor universitario interino que carece acreditación. En su currículum lucen una novela, reseñas de libros y artículos de opinión: miles de páginas inútiles para meritar. La administración no valora la creación literaria ni la actividad crítica como méritos computables para conseguir una plaza. Valga esta queja del autor no ya sólo para la docencia superior, sino también para la secundaria. No interesan los profesores con inquietudes artísticas, de espíritu inquieto, que tengan una actitud curiosa ante la vida, que busquen donde nadie lo hace, que plasmen por escrito su visión de las cosas, que puedan resultan incontrolables. Y por eso Martín Torres tiene un pie y medio fuera de las aulas. “La universidad había dejado de ser el lugar del conocimiento para convertirse en espejo de la burocrcia”, se lamenta el protagonista, y ante semejante panorama, acepta una –más que providencial– invitación para pasar un semestre becado en el Clark Arte Institute de Williamstown. A partir de aquí, la novela acelera, o más bien, se precipita. A las siete páginas ya estamos en Massachusetts. A las veintisiete, Torres ya bromea con su compañera de proyecto sobre la posibilidad de hacerle visitas a su estudio. Demasiada velocidad. Pese a ello, hay una confesión interesante sobre la pérdida de fe de los artistas, sobre la falta de confianza en su capacidad transformadora de estado de cosas, sobre el fin de su inocencia e ingenuidad, sobre la repetición de eslóganes de izquerdas que no llevan a parte alguna. Se salvan a sí mismos, pero no mueven un centímetro el mundo, no ponen pan en la boca del hambriento, que diría la poeta Ángela Figuera. El resto del libro se centra en el desarrollo del proyecto compartido entre Torres y Anna Morelli, una artista que trabaja el tema de la memoria a partir del borrado de imágenes en películas antiguas; que trata de encontrarse en los demás, porque ignora quién es. Sazona el argumento la aparición de un amante ocasional de ella y el enfrentamiento de él con su pasado, pues en aquel mismo lugar matuvo una relación con una artista casada, a quien dirige la novela, Sophie. Buena parte del libro, la más tediosa, describe la biblio-filmografía que utiliza Torres para inspirar su escrito sobre las imágenes borradas de su compañera. Son páginas interesantes que, sin embargo, restan ritmo a la obra; que asemejan la novela al ensayo; que minan la fuerza del argumento del libro. El instante de peligro es una novela bien escrita pero desapasionada, sin conflictos entre los personajes cuando la historia daba para reproducirlos. Pienso en novelas como El artista del mundo flotante, donde Kazuo Ishiguro enfrenta a dos tipos de artistas (el comprometido y el evasivo) en una narración llena de empuje, de momentos climáticos, y sólo puedo lamentar que Miguel Ángel Hernández ponga su talento –que lo tiene– al servicio de una literatura erudita que evita la dialéctica, la tensión entre caracteres o los momentos de crisis, y que opta por el dicurso teórico en detrimento de la acción. Una lástima porque Intento de escapada es una muy buena novela, que quizás, ha puesto al escritor el listón muy alto. Habrá que estar atentos a la próxima.
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