Ediciones del Viento, A Coruña, 2009. 108 pp. 14 €
José Gutiérrez Román
Vayamos directamente al grano (por si a alguien le da pereza leer toda la crítica): he aquí un libro de cuentos extraordinario, lleno de historias que, más allá de la fascinación inicial que producen, consiguen agazaparse en nuestro interior como un animalito que nos acompañará de un modo irremediable. Pero vayamos de verdad al grano: «Nadie me creerá nunca, pero la Gran Guerra comenzó cuando mi tío Otto y mi padre cazaron en el bosque un ciervo que tenía un ojo de cristal.» Así comienza el relato que da título al libro. Con una presentación tan sugerente, uno no puede sino adentrarse entre sus páginas con el deseo y el temor, a un tiempo, de descubrir los entresijos de esta familia alemana y de las ilusiones truncadas de su narrador, como si fuera una fotografía tomada en un tiempo que parecía dispuesto para la felicidad y el progreso y que, sin embargo, al revelarse presenta un mundo que se precipita en la Primera Guerra Mundial. Y todo ello se puede ver a través de elementos simbólicos como ese ojo de cristal del ciervo. En otro cuento (“La Virgen de las Fronteras”) son las flores de plástico que el protagonista custodia en una nave industrial las que nos desvelan ese mundo imperecedero del dolor, hasta retrotraernos a los asesinatos de italianos en las minas de Basovizza, cerca de Trieste, al final de la Segunda Guerra Mundial. Pero que nadie se engañe, no se trata de relatos históricos, aunque a través de ellos podamos vislumbrar algún episodio del maltrecho siglo XX. Los cuentos que componen este libro nos regalan pedazos de vidas, exquisitos fragmentos de existencia con sus pistas y sus interrogantes, y donde lo importante quizá no sea desvelar las incógnitas, sino aceptarlas. Como si fueran nuestras. Porque tal vez lo sean. Y de este modo sentimos como propio el vacío del anciano que se proyecta en un árbol (“Que brota de la tierra”), o los desvelos de un hombre que cobran forma en los “Dibujos animados” que su joven amante realiza. También, y con suma facilidad, nos convertimos en cualquier cosa con el fin de desentrañar la armonía que habita dentro de cada ser (“La armonía de Stanley Krogg”), para luego dejar que actúen sobre nosotros las leyes de la refracción de la luz y notar el cambio de dirección que experimenta nuestra vida (“La trayectoria de la luz”, uno de los cuentos más llamativo del libro). Todo ello tejido por una escritura desbordante, donde predomina un intenso tono poético que va anudando las palabras como poderosas raíces, igual que la naturaleza que puebla estas historias y que se acaba convirtiendo en un personaje más. En estos cuentos uno aprende a mirar y a amar los árboles a través de la literatura, y viceversa. Quizá tengan algo que ver los magníficos bosques de la región italiana de Umbria, donde reside actualmente este joven autor burgalés. O quizá sea, simplemente, el buen hacer de Carlos Frühbeck Moreno el culpable de este brillante y variado conjunto de narraciones. Diferentes registros y voces se entrelazan con diversas geografías, creando un singular espacio narrativo por donde vemos desfilar seres desvalidos, que permanecen amarrados a ideas o vidas que se evaporan tras de sí. Los dos últimos relatos así lo atestiguan: “Extranjeros y fantasmas” y “El lenguaje de las vidrieras” rascan con cuidado en la memoria de sus personajes para que podamos apreciar, poco a poco, cada una de sus capas. Lo intuimos, igual que ellos: «la luz (…) sólo sirve para iluminar su cansancio delante del espejo». Y es esa misma luz la que, quizá, también nos ciega. Como a los ciervos.
José Gutiérrez Román
Vayamos directamente al grano (por si a alguien le da pereza leer toda la crítica): he aquí un libro de cuentos extraordinario, lleno de historias que, más allá de la fascinación inicial que producen, consiguen agazaparse en nuestro interior como un animalito que nos acompañará de un modo irremediable. Pero vayamos de verdad al grano: «Nadie me creerá nunca, pero la Gran Guerra comenzó cuando mi tío Otto y mi padre cazaron en el bosque un ciervo que tenía un ojo de cristal.» Así comienza el relato que da título al libro. Con una presentación tan sugerente, uno no puede sino adentrarse entre sus páginas con el deseo y el temor, a un tiempo, de descubrir los entresijos de esta familia alemana y de las ilusiones truncadas de su narrador, como si fuera una fotografía tomada en un tiempo que parecía dispuesto para la felicidad y el progreso y que, sin embargo, al revelarse presenta un mundo que se precipita en la Primera Guerra Mundial. Y todo ello se puede ver a través de elementos simbólicos como ese ojo de cristal del ciervo. En otro cuento (“La Virgen de las Fronteras”) son las flores de plástico que el protagonista custodia en una nave industrial las que nos desvelan ese mundo imperecedero del dolor, hasta retrotraernos a los asesinatos de italianos en las minas de Basovizza, cerca de Trieste, al final de la Segunda Guerra Mundial. Pero que nadie se engañe, no se trata de relatos históricos, aunque a través de ellos podamos vislumbrar algún episodio del maltrecho siglo XX. Los cuentos que componen este libro nos regalan pedazos de vidas, exquisitos fragmentos de existencia con sus pistas y sus interrogantes, y donde lo importante quizá no sea desvelar las incógnitas, sino aceptarlas. Como si fueran nuestras. Porque tal vez lo sean. Y de este modo sentimos como propio el vacío del anciano que se proyecta en un árbol (“Que brota de la tierra”), o los desvelos de un hombre que cobran forma en los “Dibujos animados” que su joven amante realiza. También, y con suma facilidad, nos convertimos en cualquier cosa con el fin de desentrañar la armonía que habita dentro de cada ser (“La armonía de Stanley Krogg”), para luego dejar que actúen sobre nosotros las leyes de la refracción de la luz y notar el cambio de dirección que experimenta nuestra vida (“La trayectoria de la luz”, uno de los cuentos más llamativo del libro). Todo ello tejido por una escritura desbordante, donde predomina un intenso tono poético que va anudando las palabras como poderosas raíces, igual que la naturaleza que puebla estas historias y que se acaba convirtiendo en un personaje más. En estos cuentos uno aprende a mirar y a amar los árboles a través de la literatura, y viceversa. Quizá tengan algo que ver los magníficos bosques de la región italiana de Umbria, donde reside actualmente este joven autor burgalés. O quizá sea, simplemente, el buen hacer de Carlos Frühbeck Moreno el culpable de este brillante y variado conjunto de narraciones. Diferentes registros y voces se entrelazan con diversas geografías, creando un singular espacio narrativo por donde vemos desfilar seres desvalidos, que permanecen amarrados a ideas o vidas que se evaporan tras de sí. Los dos últimos relatos así lo atestiguan: “Extranjeros y fantasmas” y “El lenguaje de las vidrieras” rascan con cuidado en la memoria de sus personajes para que podamos apreciar, poco a poco, cada una de sus capas. Lo intuimos, igual que ellos: «la luz (…) sólo sirve para iluminar su cansancio delante del espejo». Y es esa misma luz la que, quizá, también nos ciega. Como a los ciervos.
2 comentarios:
Estoy completamente de acuerdo con la crítica, es un libro fantástico. Cada cuento es una pequeña joya que permite intuir un tesoro al fondo de sensaciones, intuiciones y vida. Muy recomendable.
He escuchado que es una obra genial (son geniales los cuentos, mejor dicho) y aquí lo confirmas. Este sí están por prestármelo, pues le tenía pendiente desde hace buen tiempo. Ya comentaré sobre el mismo.
Saludos,
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