Ediciones del Viento, A Coruña, 2009 (Reedición). 144 pp. 14 €
Amadeo Cobas
El Jerjes de esta historia (cuyo nombre se lo puso su padre, que era “muy leído”) tiene la tierna inocencia que le causa un leve retraso mental, con una madre sobreprotectora que teme que cualquiera se aproveche y se burle de su hijo, por eso lo vigila con celo y, aunque disimule, trata de gobernarle la vida condicionando su toma de decisiones. Claro ejemplo cuando él quiere cambiar de empleo. Jerjes trabaja en la Telefónica y tiene un compañero (ambos colocados gracias a un programa de Integración) distinto a él, más avispado, que trata de despabilar al protagonista… Así será, sí, pero acaban metiéndose los dos en algún que otro lío.
Frente a este escaparate laboral, bajo las amplias cristaleras del edificio de la Telefónica, encontramos a una librera que vende libros de lance… Si quiere, claro, porque hay días en que está de especial mal humor, y se niega a vender nada, expulsando a los posibles clientes entre insultos y vituperios. ¡Vaya carácter que tiene la señora!
Nace una relación extraña, comprador-vendedor, entre Jerjes y ella, saltando chispas con los desplantes de la anciana, convirtiéndose ambos en “la loca y el tontito”, según malintencionada interpretación de los demás libreros que, estos sí, tratan de vender su mercancía sin permitirse el lujo de despreciar a los que han de pagar.
A Jerjes le regala una cámara de fotos el novio de su madre, y con cada disparo se abre un mundo nuevo para él, inimaginable. Despierta su interés por la fotografía. En blanco y negro porque su madre le dice que son más artísticas. Y se inicia su porfía con la librera a cuento de un álbum antiguo de fotos que quiere conseguir y ella se niega a vender… y que dará mucho juego en la novela.
La simpleza de Jerjes enternece al lector, se apodera de las páginas como si contempláramos un aluvión desperezándose a cámara lenta. El autor dosifica el dar a conocer las características del protagonista con la cadencia que remeda el tardo entendimiento de Jerjes, su incapacidad para decir “no”, su facilidad para aceptar lo que los mayores le aconsejan. Al fin, es un niño de 19 años.
En la batalla de Salamina el rey Jerjes (del que toma el nombre el “nuestro”) se hizo construir un alto trono desde el que oteaba el desarrollo de la lucha naval de su ejército persa contra la flota griega; el Jerjes de Óscar Esquivias dice sentirse como en la guerra mientras espía con el zoom de su cámara las ventanas del hotel de enfrente, la calle, los vendedores, mendigos, personas anónimas. El rey persa fue derrotado en este combate. En la batalla de las Termópilas, Leónidas, rey de Esparta, y sus 300 hoplitas pusieron en jaque al todopoderoso ejército de Jerjes, causándole numerosas bajas, aunque finalmente venció la batalla el más fuerte y su venganza fue cruenta; Óscar Esquivias traza la vida de un chaval sin un ápice de maldad, que se deja mangonear por todo el mundo, pero que pese a ello es feliz. No tienen nada en común ambos Jerjes. El nombre.
El tratamiento dado en esta novela a los personajes, su punto más fuerte, se resguarda con la madre de Jerjes, auténtico gigante cuidando de su retoño; se ampara en Duque, el compañero de trabajo que profiere un ¡Despierta, Jerjes! a cada instante; se enfrenta con el reto de sacar algo positivo de la librera “loca”, lográndolo con creces; y se adorna con unos cuantos secundarios bien importantes para lograr que el diálogo, cauce inmejorable y fuente inspiradora del devenir de esta historia, meza la narración con frescura y agilidad.
La imaginación desbordada de Esquivias queda patente por ejemplo en la olla a la que le dio por silbar La cucaracha con su válvula de seguridad, o en el paralelismo pretendido entre la Venus de Milo y las extranjeras varias que vienen de veraneo a España…
Se lee el libro en un santiamén, de un trago; los capítulos son breves cual intelecto de Jerjes para que lo fútil y abstruso lo digieran los osados lectores de novelas plúmbeas, rollizas y rolleras. Pone el escritor en labios de la librera ¿loca? este axioma: «Hay que huir de los libros malos: ocupan nuestro espacio, nuestro tiempo, el esfuerzo y la mente, ¡son unos parásitos! No merece la pena perder energías con ellos. Luego es muy difícil echar un libro de una casa». Este libro (reeditado primorosamente por Ediciones del Viento, felicitaciones por ello) se adueñará de su casa, lucirá en el anaquel donde lo depositen tras leerlo… antes de releerlo de nuevo. Quien está sediento y se bebe un refresco frío sacia su sed. Esta sensación tan agradable es la que deja esta historia.
Ya me contarán.
Amadeo Cobas
El Jerjes de esta historia (cuyo nombre se lo puso su padre, que era “muy leído”) tiene la tierna inocencia que le causa un leve retraso mental, con una madre sobreprotectora que teme que cualquiera se aproveche y se burle de su hijo, por eso lo vigila con celo y, aunque disimule, trata de gobernarle la vida condicionando su toma de decisiones. Claro ejemplo cuando él quiere cambiar de empleo. Jerjes trabaja en la Telefónica y tiene un compañero (ambos colocados gracias a un programa de Integración) distinto a él, más avispado, que trata de despabilar al protagonista… Así será, sí, pero acaban metiéndose los dos en algún que otro lío.
Frente a este escaparate laboral, bajo las amplias cristaleras del edificio de la Telefónica, encontramos a una librera que vende libros de lance… Si quiere, claro, porque hay días en que está de especial mal humor, y se niega a vender nada, expulsando a los posibles clientes entre insultos y vituperios. ¡Vaya carácter que tiene la señora!
Nace una relación extraña, comprador-vendedor, entre Jerjes y ella, saltando chispas con los desplantes de la anciana, convirtiéndose ambos en “la loca y el tontito”, según malintencionada interpretación de los demás libreros que, estos sí, tratan de vender su mercancía sin permitirse el lujo de despreciar a los que han de pagar.
A Jerjes le regala una cámara de fotos el novio de su madre, y con cada disparo se abre un mundo nuevo para él, inimaginable. Despierta su interés por la fotografía. En blanco y negro porque su madre le dice que son más artísticas. Y se inicia su porfía con la librera a cuento de un álbum antiguo de fotos que quiere conseguir y ella se niega a vender… y que dará mucho juego en la novela.
La simpleza de Jerjes enternece al lector, se apodera de las páginas como si contempláramos un aluvión desperezándose a cámara lenta. El autor dosifica el dar a conocer las características del protagonista con la cadencia que remeda el tardo entendimiento de Jerjes, su incapacidad para decir “no”, su facilidad para aceptar lo que los mayores le aconsejan. Al fin, es un niño de 19 años.
En la batalla de Salamina el rey Jerjes (del que toma el nombre el “nuestro”) se hizo construir un alto trono desde el que oteaba el desarrollo de la lucha naval de su ejército persa contra la flota griega; el Jerjes de Óscar Esquivias dice sentirse como en la guerra mientras espía con el zoom de su cámara las ventanas del hotel de enfrente, la calle, los vendedores, mendigos, personas anónimas. El rey persa fue derrotado en este combate. En la batalla de las Termópilas, Leónidas, rey de Esparta, y sus 300 hoplitas pusieron en jaque al todopoderoso ejército de Jerjes, causándole numerosas bajas, aunque finalmente venció la batalla el más fuerte y su venganza fue cruenta; Óscar Esquivias traza la vida de un chaval sin un ápice de maldad, que se deja mangonear por todo el mundo, pero que pese a ello es feliz. No tienen nada en común ambos Jerjes. El nombre.
El tratamiento dado en esta novela a los personajes, su punto más fuerte, se resguarda con la madre de Jerjes, auténtico gigante cuidando de su retoño; se ampara en Duque, el compañero de trabajo que profiere un ¡Despierta, Jerjes! a cada instante; se enfrenta con el reto de sacar algo positivo de la librera “loca”, lográndolo con creces; y se adorna con unos cuantos secundarios bien importantes para lograr que el diálogo, cauce inmejorable y fuente inspiradora del devenir de esta historia, meza la narración con frescura y agilidad.
La imaginación desbordada de Esquivias queda patente por ejemplo en la olla a la que le dio por silbar La cucaracha con su válvula de seguridad, o en el paralelismo pretendido entre la Venus de Milo y las extranjeras varias que vienen de veraneo a España…
Se lee el libro en un santiamén, de un trago; los capítulos son breves cual intelecto de Jerjes para que lo fútil y abstruso lo digieran los osados lectores de novelas plúmbeas, rollizas y rolleras. Pone el escritor en labios de la librera ¿loca? este axioma: «Hay que huir de los libros malos: ocupan nuestro espacio, nuestro tiempo, el esfuerzo y la mente, ¡son unos parásitos! No merece la pena perder energías con ellos. Luego es muy difícil echar un libro de una casa». Este libro (reeditado primorosamente por Ediciones del Viento, felicitaciones por ello) se adueñará de su casa, lucirá en el anaquel donde lo depositen tras leerlo… antes de releerlo de nuevo. Quien está sediento y se bebe un refresco frío sacia su sed. Esta sensación tan agradable es la que deja esta historia.
Ya me contarán.
3 comentarios:
Jerjes es un libro extraordinario. Tiene esa belleza rara que uno encuentra algunos días en las cosas ordinarias. Me alegro de que otra editorial haya vuelto a editar el libro.
Es verdad. Para escribir una historia tan "sencilla" como la de Jerjes hace falta mucho oficio.
Lo tengo que leer, tiene muy buena pinta.
Publicar un comentario