Trad. Javier Alfaya y Barbara McShane. Alianza, Madrid, 2006. 165 pp. 6,25 €
Doménico Chiappe
Cuatro cuentos sobre los hombres de mar. “La posada de las dos brujas: un hallazgo”; “Juventud”; “El socio” y “Una avanzada del progreso”. Probetas de ensayo de lo que sería luego El corazón de las tinieblas, tanto por el tema como por la experimentación técnica que Conrad aplicó en estos textos cortos y que le sirvió para medir el ritmo de la narración. Anotaciones tomadas en cuenta y cálculos perfeccionados luego en la osada dosificación de la tensión.
Para la época en que Conrad escribió cada uno de estos relatos, ya era un maestro de la «sensación de que algo es inminente», como lo definió muchos años después Carver. En el texto que da nombre al libro, el narrador cuenta lo que leyó en un manuscrito de aspecto «aburrido», una historia donde dos hombres se admiran mutuamente, dos marineros, «lobos de mar». Un percance los detiene en tierra, y allí desaparece Tom Corbin. El señor Byrne no quiere creer que haya desaparecido como un ladrón, como apunta la evidencia y decide indagar qué pasó con su amigo, aun a riesgo de su propia vida. Intuye que la gente de la posada de Vizcaya, donde transcurre el relato, esconde el misterio y se dirige, solo, hasta allá.
En “Juventud”, Conrad cambia la voz. Un marinero ya viejo recuerda cuando navegó como segundo oficial, y lo ingenuo e incluso necio que era. La historia está llena de suspense: el viejo barco debe ser reparado una y otra vez y el capitán es un tozudo que pretende atravesar el océano como sea. Las ratas abandonan el barco cuando terminan de calafatearlo. Los marineros se burlan de la supuesta intuición de estos animales para saber cuándo naufragará un barco. Trasladan a las bodegas la carga, carbón, que ha sido llevada y traída una y otra vez, y zarpan. En altamar se inicia un incendio.
Los últimos dos son antecedentes más directos de El corazón de las tinieblas. “El socio” es el relato más logrado de los cuatro. El juego de diálogo entre un viejo marino y un joven arrogante, representa un choque cultural y generacional, y da paso a una historia paralela interrumpida por los muy bien caracterizados conversadores. El socio al que se refiere el título es un inversor que tiene su dinero en el barco, empresa única, de dos hermanos. Uno es el capitán, el otro el administrador que permanece en tierra. El socio quiere hundir la nave para cobrar el seguro y pasar el capital a un producto farmacéutico. Con la venia del administrador, contrata a un rufián para que encalle la barca cuando el capitán se distraiga. Lo logra, pero durante el rescate las cosas a bordo se complican: el truhán quiere chantajear al socio; el capitán aparece muerto. ¿Suicidio de honor?
El último relato se ubica en las mismas selvas de El corazón de las tinieblas; con el tráfico de marfil de fondo y la colonización inhumana que la codicia produjo en África. Un retrato triste de la locura y la avaricia. Conrad, como Melville, conocía el mar porque vivió de su explotación. Primero, surcándolo; luego, comprendiéndolo (al mar y a los hombres de mar) y dibujándolo con la palabra escrita.
Doménico Chiappe
Cuatro cuentos sobre los hombres de mar. “La posada de las dos brujas: un hallazgo”; “Juventud”; “El socio” y “Una avanzada del progreso”. Probetas de ensayo de lo que sería luego El corazón de las tinieblas, tanto por el tema como por la experimentación técnica que Conrad aplicó en estos textos cortos y que le sirvió para medir el ritmo de la narración. Anotaciones tomadas en cuenta y cálculos perfeccionados luego en la osada dosificación de la tensión.
Para la época en que Conrad escribió cada uno de estos relatos, ya era un maestro de la «sensación de que algo es inminente», como lo definió muchos años después Carver. En el texto que da nombre al libro, el narrador cuenta lo que leyó en un manuscrito de aspecto «aburrido», una historia donde dos hombres se admiran mutuamente, dos marineros, «lobos de mar». Un percance los detiene en tierra, y allí desaparece Tom Corbin. El señor Byrne no quiere creer que haya desaparecido como un ladrón, como apunta la evidencia y decide indagar qué pasó con su amigo, aun a riesgo de su propia vida. Intuye que la gente de la posada de Vizcaya, donde transcurre el relato, esconde el misterio y se dirige, solo, hasta allá.
En “Juventud”, Conrad cambia la voz. Un marinero ya viejo recuerda cuando navegó como segundo oficial, y lo ingenuo e incluso necio que era. La historia está llena de suspense: el viejo barco debe ser reparado una y otra vez y el capitán es un tozudo que pretende atravesar el océano como sea. Las ratas abandonan el barco cuando terminan de calafatearlo. Los marineros se burlan de la supuesta intuición de estos animales para saber cuándo naufragará un barco. Trasladan a las bodegas la carga, carbón, que ha sido llevada y traída una y otra vez, y zarpan. En altamar se inicia un incendio.
Los últimos dos son antecedentes más directos de El corazón de las tinieblas. “El socio” es el relato más logrado de los cuatro. El juego de diálogo entre un viejo marino y un joven arrogante, representa un choque cultural y generacional, y da paso a una historia paralela interrumpida por los muy bien caracterizados conversadores. El socio al que se refiere el título es un inversor que tiene su dinero en el barco, empresa única, de dos hermanos. Uno es el capitán, el otro el administrador que permanece en tierra. El socio quiere hundir la nave para cobrar el seguro y pasar el capital a un producto farmacéutico. Con la venia del administrador, contrata a un rufián para que encalle la barca cuando el capitán se distraiga. Lo logra, pero durante el rescate las cosas a bordo se complican: el truhán quiere chantajear al socio; el capitán aparece muerto. ¿Suicidio de honor?
El último relato se ubica en las mismas selvas de El corazón de las tinieblas; con el tráfico de marfil de fondo y la colonización inhumana que la codicia produjo en África. Un retrato triste de la locura y la avaricia. Conrad, como Melville, conocía el mar porque vivió de su explotación. Primero, surcándolo; luego, comprendiéndolo (al mar y a los hombres de mar) y dibujándolo con la palabra escrita.
1 comentario:
Conrad, un aventurero, qué hubiera escrito si no hubiera vivido tanto??
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