lunes, septiembre 24, 2007

Leyendas de Bécquer, varios autores

451, Madrid, 2007. 233 pp. 13,50 €

Pedro M. Domene

Un loable intento para difundir nuestros clásicos es el que está llevando a cabo el reciente sello 451 Editores, con ediciones de ¡Mio Cid!, Lazarillo de Tormes, Leyendas de Bécquer y Tragedias griegas, hasta el momento. Propósito que, evidentemente, siempre hay que celebrar, pero sobre todo si se trata de nombres de la trascendencia de Gustavo Adolfo Bécquer, un autor que, como señala Lorenzo Silva —responsable de la edición de esta especie de «Bécquer revisado»— perdura porque su lenguaje es exquisito, su capacidad de sugerir y suscitar emociones, inmensa, y su intuición del misterio, el dolor y el mal, extraordinaria. La propuesta de Leyendas de Bécquer, un Bécquer reloaded, siguiendo la definición de Silva, es captar, en esencia, el espíritu de los originales, capaz de trascender a la actualidad, en una especie de diálogo apasionado entre generaciones de narradores tan distantes. Los autores seleccionados Elia Barceló, Juan Bonilla, Carlos Castán, Fernando Marías, Marta Sanz, Juan Bas, Mercedes Abad y el propio Lorenzo Silva, componen una nómina lo suficiente atractiva como para garantizar el éxito de una antología puesto que, según el deseo del editor, de eso se trata. Casi todos los autores, exceptuando Barceló, Marías y Sanz, han publicado algún libro de relatos, algunos casi con dedicación exclusiva, y lo que se pretende de ellos, al menos así puede imaginarlo un lector interesado, es que sus textos, actualicen al autor sevillano, partiendo, eso sí, de premisas semejantes, incluida la atmósfera y la historia a contar.
Diversos estudiosos han valorado la trascendencia literaria de este puñado de historias que, Baquero Goyanes calificaba de «modélicas narraciones en prosa en las cuales la poesía brota no sólo de un lenguaje cuidado, musical, colorista, sino también, de la belleza de sus temas». Y, aún añade el especialista que «el secreto de estas leyendas estaría situando a idéntico nivel la calidad de su prosa y su valor como forja de un mundo poético». En este mismo sentido, aunque con una profundidad poética mayor, Luis Cernuda, con una aguda distinción puntualizaba que, «paralelamente a como aproxima el verso a la prosa, trata también de acercar la prosa al verso, no para escribir una prosa poética, sino para hacer de la prosa instrumento efectivo de la poesía».
Merece la pena hacer un repaso de las leyendas escogidas, quizá las más efectistas y conocidas por su tema y tratamiento, porque, además, conviene resaltar los puntos de vista esgrimidos por estos autores y el resultado final. Los ojos verdes, vista la historia como la obsesiva visión de una irrealidad que magistralmente traslada Lorenzo Silva a una protagonista contemporánea, personificada en una prometedora ejecutiva con final trágico; El beso, con asombrosos elementos fantásticos, reconocibles por la habilidad de Elia Barceló para ambientar su relato en una funeraria a donde uno de los chicos sorprende a sus amigos, besando a una joven difunta; El Miserere, música y fantasía dominan en un relato que Juan Bonilla justifica sobre una perdida partitura del músico Ackerman para así reinventar una visión miserere del mundo; La promesa, los amores de Margarita y Pedro que Carlos Castán traslada a una compañía de cómicos, con primer actor incluido que cumplirá, finalmente, su promesa; El Monte de las Ánimas, donde Alonso y Beatriz vuelven, en el cuento de Fernando Marías, a vivir un intenso amor, trasladado magistralmente a una actualidad convencional en la que la atmósfera persiste, aunque en esta ocasión con una Beatriz rendida a los pies de un Alonso altivo y casquivano; el no menos interesante y magistral Maese Pérez, el organista, o el espíritu del prodigioso músico ciego que Marta Sanz traslada al protagonismo de una joven que adquiere el compromiso de sustituir a su padre muerto, aunque con algunos sucesos no menos fantásticos que en la propia leyenda, con apariciones incluidas y una atmósfera creíble. Publicada como segunda leyenda, en el orden cronológico, por el escritor sevillano, La cruz del diablo, versa sobre el eterno concepto del mal, ese caballero a quien sus súbditos asesinan, pero regresa para volver a sus tropelías aunque finalmente es vencido con una oración de San Bartolomé; quizá la más fantástica de todas las historias reunidas que Juan Bas ensaya con lenguaje lo menos convencional posible; y, finalmente, La corza blanca, una de las más sutiles leyendas del andaluz universal, la transformación de una joven en corza blanca, tema muy europeo, y que Mercedes Abad pasea por Europa hasta una Ibiza turística, envuelta en el glamour de la isla y en una descarnada visión del mundo de las drogas, capaces de transformar a cualquier ser humano; una espléndida metáfora, quizá uno de los cuentos más conseguidos, adaptado en todas las posibilidades que ofrece la narración breve, la precisión, el tema y el lenguaje, tan medido con conseguido.
Nunca resulta fácil reinventar, trasladar ambientes, incluso personajes desde un original, si hablamos ciento treinta años después, incluso en literatura, aunque si es esencialmente posible porque algunos de estos autores contemporáneos han optado por una simple variación, otros han conservado la atmósfera y el espíritu y poco más, actualizando, de alguna forma, unas historias que no dejan de cautivar a quienes ven en Bécquer al representante de la mejor literatura europea del momento, discípulo del idealismo germánico de fondo que diferencia al sevillano del resto de los románticos españoles. Por aquellas y por estas leyendas, hay que decirlo, pervive una ardiente imaginación, un ansioso deseo de silencio y una no menos deseada soledad y, esto, es lo mejor que se puede afirmar del resultado final.

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