Tusquets, Barcelona, 2006. 263 pp. 17,00 €
José Morella
Un niño de diez años ve cómo un grupo de falangistas entra en su casa de Getxo. Señalan una pared de tablones, falsa, y obligan al niño y a toda su aterrorizada familia a desmantelarla. Detrás está Simón García, maestro republicano. El niño sigue mirando. Ve cómo los falangistas deciden llevarse a su hermano mayor, de dieciséis años, junto con su padre. Asesinarán a ambos y los abandonarán en un descampado. Pero Rogelio Cerón, uno de los asesinos, se quedará atrapado para siempre en la mirada de ese niño. Obsesionado con el chiquillo, está seguro de que no bien cumpla dieciséis años, la edad a la que ellos consideran que un hombre ya puede morir, vendrá para vengarse y le matará. A los cadáveres de los rojos que quedaban en los caminos o en los alrededores de los pueblos nadie se acercaba, ni siquiera los parientes, temerosos de que se les relacionara con el difunto y se siguiera con ellos parecida medicina. Sin embargo el niño, con su cuerpo aún no desarrollado, con sus perplejos diez años y sin decirle siquiera a su familia lo que hace, decide salir una noche y, sin ninguna ayuda, cavar una fosa donde enterrar a su hermano y a su padre. Rogelio Cerón se planta con una silla en el punto exacto en el que el chico entierra a sus muertos, y se pone a esperar el día en que el chaval sea un hombre y le mate. Pasará allí, como un eremita, casi treinta años. El chico planta un hijuelo de higuera sobre la tumba, que Rogelio se ocupará de regar y cuidar.
Con esta trama teje Ramiro Pinilla su particular Antígona, la tragedia a la que llevamos tanto tiempo dando vueltas en este país sin ser capaces, ni los intelectuales, ni los políticos, ni gran parte de la sociedad civil, de ponerle un punto final: nuestra guerra. Antígona entierra a su hermano Polinices cuando Creonte, rey de Tebas, lo había prohibido expresamente. Ella representa la contradicción entre las leyes de la ciudad y las atávicas leyes de la familia. Ese niño de diez años afronta la misma contradicción, y Rogelio Cerón, falangista, decide acompañarle. Antígona es condenada a ser enterrada viva por su delito. No es nada casual, entonces, que Rogelio aluda al enterramiento en vida tanto para referirse a él, atrapado en el espacio y el tiempo como un reverso nada divertido del sombrerero loco de Alicia, como a Gabino García, el niño, que hará de los estudios en un seminario su particular entierro en vida. De ese modo, la Antígona de Pinilla es doble. La forman dos personajes, Rogelio y Gabino, que representan las dos Españas archisabidas, pero que se transforman en lo que Paul Preston llama la tercera España, aquella que no cabe, que no encaja en el bando en el que le tocó o quiso estar en un primer momento, y que, trágicamente, fue víctima de su alineación extemporánea en algún punto del conflicto. El texto dice, literalmente, que Rogelio es “un falangista distinto a todos”. Alivia que lo sea. Eso no significa que Pinilla, o su texto, pretenda parecer neutral en algún sentido. Ni mucho menos. Ahí está la higuera para atestiguarlo, esa encarnación del olvido imposible, del recuerdo vivo y silencioso. La higuera crece y sus raíces se nutren de los cuerpos muertos de la guerra. Pinilla recorre sin prisa la metáfora, nos hace pasar por cada rama extendiendo la imagen con paciencia de artesano: la higuera es el árbol de la muerte que abona el campo de la vida nueva. Quien se comiera los higos, se comería el fruto de la muerte y la haría, mágicamente, desaparecer. La magia está ahí, agazapada a punto de asomarse, sin hacerlo, durante toda la lectura. Cuando salen los primeros higos, Gabino los entierra para darles ritualmente de comer a sus muertos, y el ciclo de la naturaleza-memoria continúa. El país está lleno de muertos sin enterrar, de Polinices a la espera del grito de sus Antígonas. El conjunto de todas las tumbas potenciales de todos los Polinices, con todas sus higueras visibles o invisibles, trazan la trayectoria del recóndito laberinto de la memoria como las migas de pan de Pulgarcito o como el hilo de Ariadna. Hay que recorrer ese camino, grita Rogelio con su silencio sin sospecharlo siquiera. El silencio es casi un personaje más de la tragedia. Rogelio y Gabino no conversan jamás entre ellos durante tres decenios. Su voz está enterrada igual que la de Antígona, igual que la voz de la legitimidad republicana, que sigue aún, en el año 2006, bajo tierra. Tal vez más enterrada que nunca. Imposible no recordar la manera en que solía Franco comenzar sus discursos: “Sólo dos palabras, porque soy muy poco amigo de ellas”. Antígona, la que dice las cosas en voz alta, deberá callar.
Todo el mundo sabe que la llamada Ley de la Memoria Histórica, aparte de ser un pleonasmo, es bastante tibia. Los vencedores ya tienen su higuera: es una cruz horrenda en el Valle de los Caídos. Ya enterraron y honraron a sus muertos y llevan recordándolos exactamente setenta años. Para poder seguir adelante, parecen decir los protagonistas silenciosos de la novela, hay que acudir a los postes de la memoria de los vencidos, a todas las higueras, y volver a contar lo ocurrido, mil veces si hace falta, hasta convenir un relato, o como mínimo algunos relatos que nos sirvan. Porque la Historia, lo sabemos todos, no es un conjunto de datos: la historia es una invención. Pura inventio en el sentido clásico; esto es, una búsqueda de argumentos e ideas acerca de un tema, aceptables para el máximo número de personas. Es, en definitiva, una narración verosímil. Es un relato. El sentido de los hechos del pasado no es previo a esos hechos. No es una esencia, sino una proyección a posteriori, valga la redundancia. Una construcción que nosotros hacemos al mirar atrás. Como al mirar atrás sólo encontramos destrucción y caos, tenemos que pararnos todos juntos, poco a poco, y recoger los pedazos del puzzle, poniéndonos de acuerdo en cada pieza. La mejor ley que podrían hacer para conseguirlo es la que nos deje oír la voz de Antígona.
Todo el mundo sabe que la llamada Ley de la Memoria Histórica, aparte de ser un pleonasmo, es bastante tibia. Los vencedores ya tienen su higuera: es una cruz horrenda en el Valle de los Caídos. Ya enterraron y honraron a sus muertos y llevan recordándolos exactamente setenta años. Para poder seguir adelante, parecen decir los protagonistas silenciosos de la novela, hay que acudir a los postes de la memoria de los vencidos, a todas las higueras, y volver a contar lo ocurrido, mil veces si hace falta, hasta convenir un relato, o como mínimo algunos relatos que nos sirvan. Porque la Historia, lo sabemos todos, no es un conjunto de datos: la historia es una invención. Pura inventio en el sentido clásico; esto es, una búsqueda de argumentos e ideas acerca de un tema, aceptables para el máximo número de personas. Es, en definitiva, una narración verosímil. Es un relato. El sentido de los hechos del pasado no es previo a esos hechos. No es una esencia, sino una proyección a posteriori, valga la redundancia. Una construcción que nosotros hacemos al mirar atrás. Como al mirar atrás sólo encontramos destrucción y caos, tenemos que pararnos todos juntos, poco a poco, y recoger los pedazos del puzzle, poniéndonos de acuerdo en cada pieza. La mejor ley que podrían hacer para conseguirlo es la que nos deje oír la voz de Antígona.
13 comentarios:
No me parece nada bien, es más, me parece totalmente incorrecto, por más que pueda estar de acuerdo con el contenido ideológico, emplear una crítica literaria para verter opiniones políticas particulares o para reivindicar, al hilo de ello, unas mayores o menores reformas en una ley. Realmente, comienza a resultar estomagante la politización de todo, como sucede hoy día. Sobre todo cuando la politización es un tanto pueril, sujeta de pies a manos a los estereotipos progres y al pensamiento a piñón fijo.
"Porque la Historia, lo sabemos todos, no es un conjunto de datos: la historia es una invención". Bueno, esto lo dirá el señor crítico y lo sabrá él, porque la Historia, en su esencia, está compuesta por datos indubitables: los acontecimientos sucedieron como sucedieron y no se pueden variar; otra cosa es que, a la hora de interpretarlos, uno intente encontrar sus raices verdaderas y otro, de manera torticera, intente ocultar esas raíces. Es una barbaridad decir, como hace el crítico, que a la Historia se llega mediante un consenso entre las diferentes versiones de un hecho. ¡Apañados estaríamos! La Historia es una ciencia que trata de encontrar la versión más ajustada a lo que realmente sucedió, por más que pueda resultar molesta; no es ni mucho menos un género literario o político que busque la versión "más conveniente" para nuestro presente. Bien está el "revisionismo", volver de vez en cuando sobre las verdades históricas que se han formulado para ver si realmente son ciertas; mal, pésimo, horroroso sería hacer lo que más o menos señala el crítico: demolir todo y construir de nuevo una Historia por consenso, una historia políticamente correcta en que, pongo por caso, la Segunda República española fuera un paraíso de justicia, igualdad y derechos humanos, o pongo por caso también los vascos o los catalanes hubieran tenido alguna vez un reino independiente aplastado por la rudeza y vesania de los castellanos... A ver si somos un poquito serios.
Lo malo no me parece que sea el sesgo ideológico, que no viene del todo a cuento, si no lo mal planteada que está la reseña, que informa poco y valora, me parece, con poco tino. No todo van a ser siempre elogios a las estupendas reseñas que nos brindáis. Una lástima.
Pues a mi me parece estupendo que exista un espacio como este, donde quien reseña puede expresar su opinión y el usuario anónimo, su desacuerdo con ella. Y me da lo mismo que el inspirador del debate sea un libro o un tertuliano televisivo. En democracia, todas las opiniones tienen el mismo peso, mal que les pese a quienes nos dicen lo que debemos pensar, decir o votar. Y aquí incluyo a los "correctores de blogs" anónimos, casi siempre iluminados por la llama de la verdad y la sensatez.
El crítico se defiende:
No creo que ningún escrito, ya sea una crítica literaria o cualquier otro tipo de texto, pueda escapar de su propio posicionamiento ideológico. Incluso aquellos textos que pretenden pasar por neutrales toman una posición: la posición (si es que existe)neutral, que suele ser la más fácil, la que no moja ni traspasa. Sé que hay gente que no estará de acuerdo, y lo respeto, pero creo que el crítico que decide desenmascarase desde el inicio y ofrecer su visión de un texto asumiendo su propia ideología merece ser tan respetado como cualquier otro. Lo máximo que
puedo decir es que quien espere neutralidad crítica tiene la libertad de pasar de largo mis textos, o de leerlos sabiendo a lo que se atiene. Por otra parte, no sé si vale la pena discutir aquí que no son lo mismo los hechos ocurridos que los datos, ni tampoco son lo mismo los datos que la narración que los historiadores hacen de ellos. Esto es el abecé de la historiografía. Sí reconozco que mi frase de que la historia es una invención es algo provocativa, pero quiere serlo. De todos modos, cualquiera que lea el texto completo y no solo el extracto que hace el usuario anónimo podrá entender fácilmente lo que pretendo decir. Agradezco, eso sí, al usuario anónimo su aguda participación, y le deseo unas felices fiestas, así como a todos los lectores.
José Morella
Pues a mí, esté de acuerdo o no con lo que dice, me parece fantástico que alguien se posicione, sea en una crítica literaria, en un libro o en una mesa redonda; y más que lo haga con su nombre y apellidos, como es el caso de José Morella, y no como todos nosotros, anónimos sin un par de narices para facilitar santo y seña.
respondiendo al usuario de las 10:34. Como el debe saber España ya existia en la época de los brontosaurios... Como pretende algun ex presidente que pide a los musulmanes que le pidan perdon, por haber invadido su país. La història, desgraciadamente, depende mucho de los ojos que la estudian.
Gracias, Marta, por la referencia del artículo de Talens. Aprovecho para, de paso, recomendar yo también un clásico sobre estos asuntos: Modos de ver, de John Berger.
Saludos a todos.
Pues a uno, comparta más o menos la metodología de Morella (y la comparto en casi todo), sobre todo le apetece recordar que él y cualquiera de nosotros tiene derecho a escribir exactamente la reseña que le dé la gana.
Ay, esos "usuarios anónimos" que nos quieren imponer instrucciones... Todos podemos y debemos discutir sobre la conveniencia, adecuación, pertinencia o calidad de cada texto, pero no nos creamos, por favor, con derecho a decirle al otro cómo debe escribir o cómo debería haber escrito. No nos prohíban el Idomeneo.
Abrazos afectuosos a todos.
Vale, está bien, el crítico me ha vencido: su artículo es maravilloso, fenomenal, magnífico, espléndido y dejo aquí unos cuantos puntos suspensivos para que los rellene con unos cuantos adjetivos más a su gusto. Ahora bien, si acepta una opinión como tal (y me hace gracia, por cierto, eso que con la boca tan grande se dice de que cualquier opinión es válida, pero cuando una opinión se aparta de lo que se supone se debería opinar entonces ya deja de serlo, ¡y encima el opinante es acusado de fomentar el pensamiento único, si acepta una opinión, iba diciendo, por supuesto que cada uno es dueño de posicionarse como le dé la gana y decir en su crítica lo que quiera, faltaría más; sólo le aconsejo al crítico que cuando, por ejemplo, hable sobre la Historia procure hacerlo de una manera algo más inteligente, y no utilizar recursos y argumentos trillados y soltar insensateces aduciendo que son provocaciones
Al margen de cualquier otra consideración "La higuera" es una pésima obra literaria
Leí, hace un año, “La Higuera”.
Antes de escribir (tratando de describir algo, en mi pobre castellano…) unos pocos comentarios sobre la interpretación cual cabe hacer sobre el contexto histórico y politico de la obra, quiero decir que a mí me ha muy impresionado la novela en su papel de obra literaria. Escribir, como hace uno que afortunadamente quedara anónimo, que sea ="La higuera"… una pésima obra literaria= me parece una expressión de bastante mala fé (o quizá que me estoy equivocando..). Todo al contario, a mí tán me impresiono “La Higuera” que me compré los tres de “Verdes valles, Colinas rojas” (que estoy leyendo, poco a poco, hoy al día).
El desarollo del cuento se hace de manera muy deliberado, envolviendo el lector por elementos descriptivos desde el exterior (de por los comentarios de otros personajes, los aldeanos del pueblecito, de la mujer –muy lúcida– del alcalde) y reflecciónes interiores (de por los vistazos en su contexto del protagonista). Es muy emocionante y, ademas, me parece ser muy lógico. Es que tiene “el anciano falangista” un problema personal, muy ¡de consciencia! No se trata allí de “un cabrón”; tiene profundidad en su ser... Hace reflecciónes posteriores, muy lentamente, como el crecer de un arból, sobre actos que hicé, él, en una juventud en el fuego de la acción, junto con el equipo de sus companieros, en los tiempos locos que corrían, entonces, en …su país.
Ya entiendes que, de forma formal, no se trata de “mí” país. Aunque… Ya después de más de cinco años estoy aprendiendo, de solas, el idioma castellano, leyendo la literatura hispánica (el mejor? Delibes). En paralelo, leí mucho sobre la guerra civil, tratando de comprender lo que pasó alli, lo que nosotros conocemos demasiado como siendo “país de fiestas y sangría”. Lo vemos, nosotros, del puento de vista de muy cómodos y cumplidos “democratas”. Cuando leo yo, que séa Reverte (“La batalla de Madrid”), Preston y otros, hombre, me queda la impressión que estuvieron, vosotros, totalmente locos. No puedo compadecer ni con columnas cruzando tras Badajoz ni con paseos y saqueos de cenetistas o faïstas ni con Nin ni las checas ni Stalin ni…¡nada de paquito!. Soy preso de una obsessión –muy teorética- de “¿como escaparse de esa locura?”. Un sentimiento de miedo, de ahogo, de …falta de convicción, también, en las ideologías de esos tiempos revueltos. Hombre, qué locura insensata...¿política, ideología? también sueños …inalcanzables…
Compadesco con Ustedes, españoles. Porque no hay repuestas sencillas a las preguntas que, aún, existían después de ..¿1812, 1890, 1931, 1934, 1936, 1939, 1975, 1978….2004…200..8?
En “La Higuera”, el protagonista sí que asuma él, las consecuencias adecuadas. Le cuesta la vida, de por la sencillez…el miedo… brutal de sus ancianos companieros… de por la vieja locura que, siempre, alza -otra vez- su féa cara.
No es posible, ni deseable, “olvidar”. No podemos enterrar y olvidar nuestros abuelos, nuestros padres. Siempre quedarán preguntas muy incomodos, demasiado incomodos. No siempre, no por todos, fue “correcto” el pasado, fueron “justos” lo que hicieron (ni siquiera es “justo” le que hacimos, nosotros, hoy al día). Hemos que vivír con esa verdad. ¿Cónvivir?
Les deséo, a todos,
Cariño
PabloElFlamenco (Europa)
Leí, hace un año, “La Higuera”.
Antes de escribir (tratando de describir algo, en mi pobre castellano…) unos pocos comentarios sobre la interpretación cual cabe hacer sobre el contexto histórico y politico de la obra, quiero decir que a mí me ha muy impresionado la novela en su papel de obra literaria. Escribir, como hace uno que afortunadamente quedara anónimo, que sea ="La higuera"… una pésima obra literaria= me parece una expressión de bastante mala fé (o quizá que me estoy equivocando..). Todo al contario, a mí tán me impresiono “La Higuera” que me compré los tres de “Verdes valles, Colinas rojas” (que estoy leyendo, poco a poco, hoy al día).
El desarollo del cuento se hace de manera muy deliberado, envolviendo el lector por elementos descriptivos desde el exterior (de por los comentarios de otros personajes, los aldeanos del pueblecito, de la mujer –muy lúcida– del alcalde) y reflecciónes interiores (de por los vistazos en su contexto del protagonista). Es muy emocionante y, ademas, me parece ser muy lógico. Es que tiene “el anciano falangista” un problema personal, muy ¡de consciencia! No se trata allí de “un cabrón”; tiene profundidad en su ser... Hace reflecciónes posteriores, muy lentamente, como el crecer de un arból, sobre actos que hicé, él, en una juventud en el fuego de la acción, junto con el equipo de sus companieros, en los tiempos locos que corrían, entonces, en …su país.
Ya entiendes que, de forma formal, no se trata de “mí” país. Aunque… Ya después de más de cinco años estoy aprendiendo, de solas, el idioma castellano, leyendo la literatura hispánica (el mejor? Delibes). En paralelo, leí mucho sobre la guerra civil, tratando de comprender lo que pasó alli, lo que nosotros conocemos demasiado como siendo “país de fiestas y sangría”. Lo vemos, nosotros, del puento de vista de muy cómodos y cumplidos “democratas”. Cuando leo yo, que séa Reverte (“La batalla de Madrid”), Preston y otros, hombre, me queda la impressión que estuvieron, vosotros, totalmente locos. No puedo compadecer ni con columnas cruzando tras Badajoz ni con paseos y saqueos de cenetistas o faïstas ni con Nin ni las checas ni Stalin ni…¡nada de paquito!. Soy preso de una obsessión –muy teorética- de “¿como escaparse de esa locura?”. Un sentimiento de miedo, de ahogo, de …falta de convicción, también, en las ideologías de esos tiempos revueltos. Hombre, qué locura insensata...¿política, ideología? también sueños …inalcanzables…
Compadesco con Ustedes, españoles. Porque no hay repuestas sencillas a las preguntas que, aún, existían después de ..¿1812, 1890, 1931, 1934, 1936, 1939, 1975, 1978….2004…200..8?
En “La Higuera”, el protagonista sí que asuma él, las consecuencias adecuadas. Le cuesta la vida, de por la sencillez…el miedo… brutal de sus ancianos companieros… de por la vieja locura que, siempre, alza -otra vez- su féa cara.
No es posible, ni deseable, “olvidar”. No podemos enterrar y olvidar nuestros abuelos, nuestros padres. Siempre quedarán preguntas muy incomodos, demasiado incomodos. No siempre, no por todos, fue “correcto” el pasado, fueron “justos” lo que hicieron (ni siquiera es “justo” le que hacimos, nosotros, hoy al día). Hemos que vivír con esa verdad. ¿Cónvivir?
Les deséo, a todos,
Cariño
PabloElFlamenco (Europa)
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