Introducción y actividades de Ángel Salazar Oliva. Trad. Mª Tecla Portela Carreiro. Siruela (colección escolar), Madrid, 2006. 232 pp. 11,90 €
Marta Sanz
Mi interés a la hora de elegir este libro para escribir una reseña radicaba en la producción literaria de uno de los autores en lengua portuguesa más conocidos y apasionantes. Recordaba con mucho agrado la lectura de La ilustre casa de Ramírez y, sobre todo, de La ciudad y las sierras. Sin embargo, he de confesar que a mi primer interés se añade ahora el del espíritu de la colección escolar en la que se incluye: las guías de lectura de Ángel Salazar Oliva constituyen un ejercicio ejemplar de didactización que encierra, además, una lectura profunda de los textos. Como docente de literatura, vaya por delante mi admiración por el trabajo de este lector sobresaliente que es, a la vez, un profesor sobresaliente. Las propuestas de Salazar humanizan el proceso de lectura, aproximan el tono “decimonónico” del autor a un alumno postcontemporáneo, acercan la sacralizada literatura al espacio de la experiencia, la vinculan con otros ámbitos de conocimiento y, en definitiva, ofrecen al lector-alumno motivos de reflexión que me hacen sentir envidia: cómo me hubiera gustado que, a la altura de tercero de BUP y después de haber leído “José Matías”, uno de los cuentos de este volumen, me hubiesen sugerido escribir un comentario sobre si soy un cuerpo o tengo un cuerpo: o me hubiese suicidado o me lo hubiese pasado en grande. En los dos casos, creo que me hubiera toqueteado mucho a mí misma y al texto.
La iniciativa de Siruela me parece digna de elogio, porque creo que aprender a leer no es lo mismo que aprender a juntar las letras y que para aprender a leer textos literarios ninguna ayuda está de más: aun naciendo listo, la experiencia y los estímulos ajenos para incentivar y completar el proceso lector son siempre de agradecer. Al margen de toda consideración didáctica, los relatos de Eça de Queirós son una delicia. “Excentricidades de una chica rubia” es el primer cuento publicado por el autor; el título ya es, al menos para mí, un imán que anacrónicamente me invita a convertir en carne y hueso al fantasma de Jean Harlow: la rubia Jean corretea por las páginas de mi libro con uno de sus increíbles vestidos de raso, pegado al cuerpo. La lectura es dada a este tipo de anacronismos intertextuales, porque nada tiene que ver la rubia Harlow con la de este cuento durísimo en el que el amor ideal, el proyecto de vida, se quiebra ante un descubrimiento: el amado abre los ojos para ver que su excéntrica chica rubia es cleptómana. Más allá del binomio ideal-realidad, sobre el que gravita este relato —todos los de Eça de Queirós se construyen en torno a oposiciones dialécticas: naturaleza/civilización; espíritu/materia; bondad/maldad—, al lector contemporáneo tal vez lo que más le inquiete sea la crueldad que puede anidar en el pecho de la rectitud. La imagen generosa e ingenua de Macario, el foco principal del cuento, con su ternura y su amor desinteresado, se quiebra y corta, como una luna destrozada, con su rechazo final hacia la mujer por la que casi pierde la cabeza. El lector, que hasta ese momento se identificaba con Macario, se transforma en esta excéntrica chica rubia que no entiende y se queda sola en mitad de la calle. “En el molino” es el cuento más sobrecogedor: como si se tratara de un experimento, los personajes son ratas de laboratorio que mantienen su armonía porque el entorno es una constante en la que no se introducen variaciones: la aparición de un elemento extraño desmoronará el difícil equilibrio, sustentado en la resignación de una mujer, María Piedade, que no se libera, sino que se condena al reivindicarse a sí misma, a sus deseos y a su cuerpo; el autor no alecciona: presenta un caso, como el naturalista, y somos nosotros, al otro lado de la página, quienes hemos de optar por una interpretación moralista en la que la mujer es culpable o por una interpretación sociológica en la que la mujer es el reo de la injusticia social. En “Civilización” calcifica ese contraste entre el mundo civilizado y el mundo natural que, si bien en este relato se simplifica desde un punto de vista intelectual, en “La ciudad y las sierras” se llena de matices, que iluminan con otra luz los tópicos del buen salvaje, del mundanal ruido y del beatus ille. Nada es tan sencillo como que el progreso tecnológico corrompe y el contacto con la naturaleza devuelve su bondad y su salud al ser humano. Me temo. Y la cabeza en este instante se me llena de las pulgas que saltan de la lana del cordero o de la desolación del vivac... “El tesoro” es, como comenta el propio Salazar, el cuento más cuento; el que encierra la moraleja más previsible y denuncia una de las maldades más denunciables del ser humano: la avaricia que conduce al crimen. En “Fray Ginebro”, la mirada de Eça de Queirós es quirúrgicamente irónica; asistimos a una escena espeluznante: el fraile mutila a un cochinillo vivo para preparar un asado, el último deseo de un eremita santo; la bestia se queda chillando, aún viva, pero Fray Ginebro ha realizado una buena obra. El conflicto entre la bondad y la maldad, su doble cara, provoca que Fray Ginebro, pese a las bondades de toda una vida, no encuentre abiertas las puertas del cielo. Los simpatizantes de la sociedad protectora de animales lo entenderán perfectamente: quizás el episodio resultara moralmente más conflictivo para un lector del XIX. “El difunto”, un relato ambientado en la España medieval, bien podría ser una de las Leyendas de Bécquer: su encanto consiste en mostrarnos a un Eça de Queirós que, por una vez al menos, se ha puesto del lado de la estética romántica, resolviendo de un modo anómalo en su trayectoria otro de esos binomios que jalonan su obra: el romanticismo/realismo. “La perfección” y “José Matías” son los relatos que muestran más a las claras el ideario del autor: en ambos el ideal de los dioses, el platonismo, la perfección y el espíritu puro son conceptos que conducen al ser humano a la infelicidad y a la locura. En “La perfección” Ulises puede regresar a la añorada mortalidad de Penélope, después de aburrirse con la perfección ataráxica y constante de la imperecedera, bellísima y mesurada Calipso. En “José Matías” la vivencia de un amor puro acaba en el proceso autodestructivo del protagonista, con el acertado contrapunto de una amada que va madurando a lo largo de las páginas, evoluciona en sus pasiones, se hace susceptible a la materia y a la carne, cambia su fisonomía blanca y etérea por la redondez de la mujer en sazón, por un dulzor distinto, como el de los licores quizás, y sobrevive a la inmutabilidad mortal del sentimiento de José Matías. Los estudiantes de secundaria pueden disfrutar y aprender muchas cosas con esta colección de “excentricidades”. Y los que hemos dejado atrás la secundaria hace ya unos añitos, también.
La iniciativa de Siruela me parece digna de elogio, porque creo que aprender a leer no es lo mismo que aprender a juntar las letras y que para aprender a leer textos literarios ninguna ayuda está de más: aun naciendo listo, la experiencia y los estímulos ajenos para incentivar y completar el proceso lector son siempre de agradecer. Al margen de toda consideración didáctica, los relatos de Eça de Queirós son una delicia. “Excentricidades de una chica rubia” es el primer cuento publicado por el autor; el título ya es, al menos para mí, un imán que anacrónicamente me invita a convertir en carne y hueso al fantasma de Jean Harlow: la rubia Jean corretea por las páginas de mi libro con uno de sus increíbles vestidos de raso, pegado al cuerpo. La lectura es dada a este tipo de anacronismos intertextuales, porque nada tiene que ver la rubia Harlow con la de este cuento durísimo en el que el amor ideal, el proyecto de vida, se quiebra ante un descubrimiento: el amado abre los ojos para ver que su excéntrica chica rubia es cleptómana. Más allá del binomio ideal-realidad, sobre el que gravita este relato —todos los de Eça de Queirós se construyen en torno a oposiciones dialécticas: naturaleza/civilización; espíritu/materia; bondad/maldad—, al lector contemporáneo tal vez lo que más le inquiete sea la crueldad que puede anidar en el pecho de la rectitud. La imagen generosa e ingenua de Macario, el foco principal del cuento, con su ternura y su amor desinteresado, se quiebra y corta, como una luna destrozada, con su rechazo final hacia la mujer por la que casi pierde la cabeza. El lector, que hasta ese momento se identificaba con Macario, se transforma en esta excéntrica chica rubia que no entiende y se queda sola en mitad de la calle. “En el molino” es el cuento más sobrecogedor: como si se tratara de un experimento, los personajes son ratas de laboratorio que mantienen su armonía porque el entorno es una constante en la que no se introducen variaciones: la aparición de un elemento extraño desmoronará el difícil equilibrio, sustentado en la resignación de una mujer, María Piedade, que no se libera, sino que se condena al reivindicarse a sí misma, a sus deseos y a su cuerpo; el autor no alecciona: presenta un caso, como el naturalista, y somos nosotros, al otro lado de la página, quienes hemos de optar por una interpretación moralista en la que la mujer es culpable o por una interpretación sociológica en la que la mujer es el reo de la injusticia social. En “Civilización” calcifica ese contraste entre el mundo civilizado y el mundo natural que, si bien en este relato se simplifica desde un punto de vista intelectual, en “La ciudad y las sierras” se llena de matices, que iluminan con otra luz los tópicos del buen salvaje, del mundanal ruido y del beatus ille. Nada es tan sencillo como que el progreso tecnológico corrompe y el contacto con la naturaleza devuelve su bondad y su salud al ser humano. Me temo. Y la cabeza en este instante se me llena de las pulgas que saltan de la lana del cordero o de la desolación del vivac... “El tesoro” es, como comenta el propio Salazar, el cuento más cuento; el que encierra la moraleja más previsible y denuncia una de las maldades más denunciables del ser humano: la avaricia que conduce al crimen. En “Fray Ginebro”, la mirada de Eça de Queirós es quirúrgicamente irónica; asistimos a una escena espeluznante: el fraile mutila a un cochinillo vivo para preparar un asado, el último deseo de un eremita santo; la bestia se queda chillando, aún viva, pero Fray Ginebro ha realizado una buena obra. El conflicto entre la bondad y la maldad, su doble cara, provoca que Fray Ginebro, pese a las bondades de toda una vida, no encuentre abiertas las puertas del cielo. Los simpatizantes de la sociedad protectora de animales lo entenderán perfectamente: quizás el episodio resultara moralmente más conflictivo para un lector del XIX. “El difunto”, un relato ambientado en la España medieval, bien podría ser una de las Leyendas de Bécquer: su encanto consiste en mostrarnos a un Eça de Queirós que, por una vez al menos, se ha puesto del lado de la estética romántica, resolviendo de un modo anómalo en su trayectoria otro de esos binomios que jalonan su obra: el romanticismo/realismo. “La perfección” y “José Matías” son los relatos que muestran más a las claras el ideario del autor: en ambos el ideal de los dioses, el platonismo, la perfección y el espíritu puro son conceptos que conducen al ser humano a la infelicidad y a la locura. En “La perfección” Ulises puede regresar a la añorada mortalidad de Penélope, después de aburrirse con la perfección ataráxica y constante de la imperecedera, bellísima y mesurada Calipso. En “José Matías” la vivencia de un amor puro acaba en el proceso autodestructivo del protagonista, con el acertado contrapunto de una amada que va madurando a lo largo de las páginas, evoluciona en sus pasiones, se hace susceptible a la materia y a la carne, cambia su fisonomía blanca y etérea por la redondez de la mujer en sazón, por un dulzor distinto, como el de los licores quizás, y sobrevive a la inmutabilidad mortal del sentimiento de José Matías. Los estudiantes de secundaria pueden disfrutar y aprender muchas cosas con esta colección de “excentricidades”. Y los que hemos dejado atrás la secundaria hace ya unos añitos, también.
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