Caballo de Troya, Barcelona, 2006. 96 pp. 9,90 €
Juan Marqués
Mercedes Cebrián vivió durante dos años en la Residencia de Estudiantes y ahora lo hace en la Academia de España en Roma, y sin embargo no la odiamos. Primero porque es una amiga atenta y generosa, y segundo porque el libro que nos acaba de ofrecer demuestra definitivamente que ella es una de esas personas que saben aprovechar sus becas, que satisfacen de sobra la confianza que se les da. Esas instituciones le han regalado tiempo y espacio, y ella nos ha devuelto a todos buena literatura. No hay que envidiarla, pues, sino aplaudirla.
Uno sabe que no se deben reseñar libros de amigos, o por lo menos que, para ser completamente honrados, hay que avisar de esa relación cuanto antes. Una vez hecho, me apresuro a dar mi palabra de que mi entusiasmo por Mercado Común es absolutamente sincero, y creo que hay, en realidad, una razón mucho más poderosa por la que no debería estar escribiendo esta página, y es que estoy opinando sobre un libro que todavía no podemos entender del todo. Algún día estos poemas deberán servir para comprender algo sobre la mejor poesía española de principios del siglo XXI, y, mucho más allá, podrán ser leídos como un buen testimonio de cuál era la visión del mundo y de la actualidad que nosotros, los jóvenes (aunque seguramente no sólo los jóvenes) de estos años, teníamos. Ahora bien, es éste un libro susceptible de ser muy mal entendido, ya que Cebrián no ha buscado en absoluto un “himno generacional” o un testimonio solemne y perenne de nuestras ideologías o inquietudes (si lo hubiese pretendido no le hubiera salido así de bien), ni, mucho peor, son poemas panfletarios o llenos de consignas y titulares, sino que ese personaje observador y escéptico que se ha inventado la autora (y que tanto recuerda en tantas cosas al “Walt Whitman” de los poemas de Walt Whitman) va como paseando por la famosa aldea global y por los libros de historia, convocando espacios y épocas, enumerando y analizando pequeños fenómenos que reclaman su curiosa e inteligente atención, o buceando en sus recuerdos (o en los recuerdos de todos) para reflexionar sobre cómo y por qué cambian ciertas cosas. Si hay una conclusión (y ayudados por la reveladora cita de Philip K. Dick que Cebrián pone al frente: “Reality is that which, when you stop believing in it, doesn't go away”) es que aunque hayamos dejado de creer en la realidad, ésta permanece por encima o por debajo de lo artificial y de los intereses “comunes” creados que mueven ese falso mundo en el que nos movemos, y llegará el día en el que nos la encontraremos de frente y quizá no podamos reconocerla ni reconocernos a nosotros en ella: “acampar/ en las conversaciones es un error/ que un día pagaremos con un picnic/ en medio del desierto”, se lee en el último poema (pp. 83-84). Y todo ello dicho no de una forma fácil, directa o apresurada, sino sirviéndose de la mejor y más fina literatura que uno ha leído en castellano y en verso en mucho tiempo. También recurre al humor, desde luego, pero quien lea Mercado Común riendo continuamente o buscando el chiste se está equivocando, a no ser que esas sonrisas queden congeladas en cuanto se comprenda lo que Cebrián quiere decir, lo que la ha obligado a pensar y escribir.
Basta el espectacular primer verso para comprender de qué estoy hablando: “Aquí están los adultos de la Unión/ Europea” (p. 11). Aparte de la magnífica ironía que late en la violencia de ese encabalgamiento (la Unión Europea bruscamente dividida en el comienzo mismo de una sección y un libro titulado Mercado Común, como una tempranísima declaración de intenciones), y sabiendo lo especialmente odiosas que son ciertas comparaciones, uno se acordó de Shakespeare. Concretamente, de unos minutos de Looking for Richard, el “documental” que Al Pacino rodó sobre el Ricardo III, en el que una profesora de literatura explica ante la cámara lo que significa que Shakespeare decida arrancar su obra con un monólogo del protagonista que comienza con la palabra “Now”, dinamitando el tiempo y el espacio, imponiendo desde el principio la ilusión teatral: parece que esto es (pongamos) un destartalado garaje de (por ejemplo) Barcelona en (digamos) 1980, y que yo soy (por decir algo) un mal actor aficionado recitando (tal vez) una triste traducción, pero os equivocáis, porque “Ahora”, en este momento exacto, estamos ya en la tumultuosa Inglaterra de la segunda mitad del siglo XV, y yo soy Ricardo, el deforme y malvado hermano del Rey, y voy a hacer que os enteréis de cómo somos tú y yo, de qué estamos hechos, de qué pasiones nos mueven y nos explican, y cuando regresemos a la (recordemos) Barcelona de 1980, disuelta la magia de este momento, vamos a saber algo más de nosotros mismos. Quizá lo haya leído con desmesurada sublimidad simbólica, pero creo que ese “Aquí” con el que Cebrián irrumpe está muy cerca de aquel tremendo “Now”, porque con él se abre un libro que reflexiona muy en serio sobre qué nos está pasando, o se pregunta de dónde venimos o, sí, a dónde vamos.
Juan Marqués
Mercedes Cebrián vivió durante dos años en la Residencia de Estudiantes y ahora lo hace en la Academia de España en Roma, y sin embargo no la odiamos. Primero porque es una amiga atenta y generosa, y segundo porque el libro que nos acaba de ofrecer demuestra definitivamente que ella es una de esas personas que saben aprovechar sus becas, que satisfacen de sobra la confianza que se les da. Esas instituciones le han regalado tiempo y espacio, y ella nos ha devuelto a todos buena literatura. No hay que envidiarla, pues, sino aplaudirla.
Uno sabe que no se deben reseñar libros de amigos, o por lo menos que, para ser completamente honrados, hay que avisar de esa relación cuanto antes. Una vez hecho, me apresuro a dar mi palabra de que mi entusiasmo por Mercado Común es absolutamente sincero, y creo que hay, en realidad, una razón mucho más poderosa por la que no debería estar escribiendo esta página, y es que estoy opinando sobre un libro que todavía no podemos entender del todo. Algún día estos poemas deberán servir para comprender algo sobre la mejor poesía española de principios del siglo XXI, y, mucho más allá, podrán ser leídos como un buen testimonio de cuál era la visión del mundo y de la actualidad que nosotros, los jóvenes (aunque seguramente no sólo los jóvenes) de estos años, teníamos. Ahora bien, es éste un libro susceptible de ser muy mal entendido, ya que Cebrián no ha buscado en absoluto un “himno generacional” o un testimonio solemne y perenne de nuestras ideologías o inquietudes (si lo hubiese pretendido no le hubiera salido así de bien), ni, mucho peor, son poemas panfletarios o llenos de consignas y titulares, sino que ese personaje observador y escéptico que se ha inventado la autora (y que tanto recuerda en tantas cosas al “Walt Whitman” de los poemas de Walt Whitman) va como paseando por la famosa aldea global y por los libros de historia, convocando espacios y épocas, enumerando y analizando pequeños fenómenos que reclaman su curiosa e inteligente atención, o buceando en sus recuerdos (o en los recuerdos de todos) para reflexionar sobre cómo y por qué cambian ciertas cosas. Si hay una conclusión (y ayudados por la reveladora cita de Philip K. Dick que Cebrián pone al frente: “Reality is that which, when you stop believing in it, doesn't go away”) es que aunque hayamos dejado de creer en la realidad, ésta permanece por encima o por debajo de lo artificial y de los intereses “comunes” creados que mueven ese falso mundo en el que nos movemos, y llegará el día en el que nos la encontraremos de frente y quizá no podamos reconocerla ni reconocernos a nosotros en ella: “acampar/ en las conversaciones es un error/ que un día pagaremos con un picnic/ en medio del desierto”, se lee en el último poema (pp. 83-84). Y todo ello dicho no de una forma fácil, directa o apresurada, sino sirviéndose de la mejor y más fina literatura que uno ha leído en castellano y en verso en mucho tiempo. También recurre al humor, desde luego, pero quien lea Mercado Común riendo continuamente o buscando el chiste se está equivocando, a no ser que esas sonrisas queden congeladas en cuanto se comprenda lo que Cebrián quiere decir, lo que la ha obligado a pensar y escribir.
Basta el espectacular primer verso para comprender de qué estoy hablando: “Aquí están los adultos de la Unión/ Europea” (p. 11). Aparte de la magnífica ironía que late en la violencia de ese encabalgamiento (la Unión Europea bruscamente dividida en el comienzo mismo de una sección y un libro titulado Mercado Común, como una tempranísima declaración de intenciones), y sabiendo lo especialmente odiosas que son ciertas comparaciones, uno se acordó de Shakespeare. Concretamente, de unos minutos de Looking for Richard, el “documental” que Al Pacino rodó sobre el Ricardo III, en el que una profesora de literatura explica ante la cámara lo que significa que Shakespeare decida arrancar su obra con un monólogo del protagonista que comienza con la palabra “Now”, dinamitando el tiempo y el espacio, imponiendo desde el principio la ilusión teatral: parece que esto es (pongamos) un destartalado garaje de (por ejemplo) Barcelona en (digamos) 1980, y que yo soy (por decir algo) un mal actor aficionado recitando (tal vez) una triste traducción, pero os equivocáis, porque “Ahora”, en este momento exacto, estamos ya en la tumultuosa Inglaterra de la segunda mitad del siglo XV, y yo soy Ricardo, el deforme y malvado hermano del Rey, y voy a hacer que os enteréis de cómo somos tú y yo, de qué estamos hechos, de qué pasiones nos mueven y nos explican, y cuando regresemos a la (recordemos) Barcelona de 1980, disuelta la magia de este momento, vamos a saber algo más de nosotros mismos. Quizá lo haya leído con desmesurada sublimidad simbólica, pero creo que ese “Aquí” con el que Cebrián irrumpe está muy cerca de aquel tremendo “Now”, porque con él se abre un libro que reflexiona muy en serio sobre qué nos está pasando, o se pregunta de dónde venimos o, sí, a dónde vamos.
Por supuesto, esa altura con la que comienza el libro no se mantiene todo el rato, y hay altibajos naturales, pero Mercado Común nunca se permite poemas banales (aunque alguno pudiera parecerlo) o palabrería hueca. Es un libro ingenioso pero no caprichoso, divertido pero no alegre, fresco pero no superficial, y será muy mal lector quien no advierta la cantidad de trabajo que su autora ha tenido que invertir en él. En contra de la mayor parte de la poesía actual (y, muy especialmente, de esa impúdica competición de egos que se llama “joven poesía española”) el “yo” de Mercado Común es (bien aprendida la lección de Whitman) un rotundo y verdadero “nosotros”. Este libro habla de ti y de mí, y del espacio y el tiempo que habitamos, y, a pesar de ello, no sólo es una lección y un ejemplo, sino que es una gloria leerlo. No sé decir nada más. De momento sólo podemos intuir lo que este libro supone. Tendremos o tendrán que leerlo dentro de unas cuantas décadas, y entonces estaremos o estarán reunidos de nuevo “Aquí” para intentar comprender qué demonios nos está sucediendo “Ahora”.
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