Anagrama, Barcelona, 2007. 117 pp. 12 €
Andrés Neuman
En la nueva novela del escritor chileno Alejandro Zambra, como en él es costumbre, todo espera: el argumento, el personaje y la prosa. Godot nos enseñó que quienes son muy esperados jamás han venido. De esta certeza posmoderna (que en manos de otro podría ser una decepción) se nutre la pausa, la reflexión, la ambigüedad de La vida privada de los árboles. Julián cuida de su hijastra hasta que llegue la madre. Pero ella no llega. Y Julián no se mueve. Y, como no puede moverse, la voz narrativa vuela.
En este breve libro no ocurre nada y se nos cuenta mucho. Dicho de otro modo, todo lo que se narra es posible porque nada pasa y, mientras tanto, Julián espera. Acción cero, temblor cien. Casi todo es hipotético o imaginario. Sin la sutileza hipnótica de Zambra, un libro así sería inconcebible. Su inteligencia consiste en haber adaptado con extrema precisión su estilo indagatorio a sus relatos mínimos. Así son los mundos de Zambra: intimidades minuciosas y extrañadas. Algo frágil dentro de algo que parece sereno.
La historia de La vida privada… se sustenta en una pequeña y eficaz pirueta: describir una ausencia. En vez de contar lo que pasa, una sinuosa voz en off transmite lo que no, lo que quizá, lo anterior, lo posterior, tejiendo alrededor de un hueco que jamás se invade (ni, oportunamente, se resuelve). Casi todas las novelas cuentan lo que el tiempo ha hecho con sus autores. Las de Zambra, al contrario: las suyas cuentan lo que él hace con el tiempo. Sus demoras, retrocesos, augurios. El narrador se columpia entre la rememoración y la anticipación, causando una suspensión del presente, y el lector se debate entre la ansiedad por avanzar de una vez y la dulce droga de un limbo temporal. Zambra (y su lector) se toma el tiempo en taza.
Con este mecanismo era casi inevitable que algunas digresiones parezcan un tanto anecdóticas, dispersas o forzadas desde el ingenio para crear simetrías. Pero a la larga (o a la lenta) la poesía de Zambra siempre compensa. Su delicado asombro, su sobriedad melancólica, su elegante equilibrio entre artificio y emoción, hacen de él un autor tan particular como sugestivo. Sus poemas y novelas comparten un aire de familia: la misma perplejidad, la misma sencillez sofisticada, el mismo proceder en cadenas casuales que van ordenándose. Pero, ¿y la vida privada de Zambra? Ah, cierto. Eso no puede contarse.
Andrés Neuman
En la nueva novela del escritor chileno Alejandro Zambra, como en él es costumbre, todo espera: el argumento, el personaje y la prosa. Godot nos enseñó que quienes son muy esperados jamás han venido. De esta certeza posmoderna (que en manos de otro podría ser una decepción) se nutre la pausa, la reflexión, la ambigüedad de La vida privada de los árboles. Julián cuida de su hijastra hasta que llegue la madre. Pero ella no llega. Y Julián no se mueve. Y, como no puede moverse, la voz narrativa vuela.
En este breve libro no ocurre nada y se nos cuenta mucho. Dicho de otro modo, todo lo que se narra es posible porque nada pasa y, mientras tanto, Julián espera. Acción cero, temblor cien. Casi todo es hipotético o imaginario. Sin la sutileza hipnótica de Zambra, un libro así sería inconcebible. Su inteligencia consiste en haber adaptado con extrema precisión su estilo indagatorio a sus relatos mínimos. Así son los mundos de Zambra: intimidades minuciosas y extrañadas. Algo frágil dentro de algo que parece sereno.
La historia de La vida privada… se sustenta en una pequeña y eficaz pirueta: describir una ausencia. En vez de contar lo que pasa, una sinuosa voz en off transmite lo que no, lo que quizá, lo anterior, lo posterior, tejiendo alrededor de un hueco que jamás se invade (ni, oportunamente, se resuelve). Casi todas las novelas cuentan lo que el tiempo ha hecho con sus autores. Las de Zambra, al contrario: las suyas cuentan lo que él hace con el tiempo. Sus demoras, retrocesos, augurios. El narrador se columpia entre la rememoración y la anticipación, causando una suspensión del presente, y el lector se debate entre la ansiedad por avanzar de una vez y la dulce droga de un limbo temporal. Zambra (y su lector) se toma el tiempo en taza.
Con este mecanismo era casi inevitable que algunas digresiones parezcan un tanto anecdóticas, dispersas o forzadas desde el ingenio para crear simetrías. Pero a la larga (o a la lenta) la poesía de Zambra siempre compensa. Su delicado asombro, su sobriedad melancólica, su elegante equilibrio entre artificio y emoción, hacen de él un autor tan particular como sugestivo. Sus poemas y novelas comparten un aire de familia: la misma perplejidad, la misma sencillez sofisticada, el mismo proceder en cadenas casuales que van ordenándose. Pero, ¿y la vida privada de Zambra? Ah, cierto. Eso no puede contarse.
2 comentarios:
Como ejercicio literario,vale, pero todo eso de jugar con la idea de lo que puede pasar o no terminó por convertir su propio historia en algo totalmente innecesario. Banalidad de taller literario para consumo satisfactorio de su gremio. ¿Zambra sucesor de Bolaño? ¿Estamos loquitos?
¿Y quien dice que sea sucesor de Bolaño? ¿Porque es chileno?
Yo leí las dos novelas y lo único que lamenté es que Zambra sólo haya escrito dos, pues me gustaron mucho. Y de Bolaño tiene sólo la nacionalidad, me parece.
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