March Editor, Vallbona de les Monges, 2005. 165 pp. 13,70 €
Román Piña
El azar ha querido que el mismo día que terminaba de leer Las vírgenes suicidas, estupenda ópera prima de Eugenides, un amigo me recomendase la novela de Arto Paasilinna Delicioso suicidio en grupo, Arcadi Espada publicase un extenso artículo sobre el papel/deber de la prensa en el tratamiento de los suicidios, y me metiese en un cine a ver Las vidas de otros, gran película alemana en la que un director teatral represaliado por la Stasi de la RDA en 1984 se cuelga en su casa.
Si uno de los grandes temas de todo arte es la muerte, deberíamos estar acostumbrados e inmunizados ante su presencia en forma de suicidio. Y también ante el suicidio por defecto, por omisión. Pues de hecho el arte, y muy en especial la poesía, es un típico recurso terapéutico para vencer la tentación de quitarse uno la vida, una herramienta útil para aplazar esa decisión traumática. A veces uno escribe para consolarse, para fabricarse muletas con que andar por la depresión o la melancolía, pero a veces también uno escribe al borde de la muerte, sin tonterías.
Leyendo los poemas recogidos en el libro El anarquista de las bengalas, de Santiago Montobbio, he creído estar leyendo una novela autobiográfica marcada por el convencimiento de que no vale la pena suicidarse, porque la muerte y la vida seguramente son la misma cosa. ¿Entonces? Entonces no nos suicidamos porque vivos al menos estamos seguros de poder escribir y leer. A Montobbio, un poeta triste, le intuimos salvado por una euforia azul, demasiado enamorado de las palabras, aunque sepa que no conducen sino a una «oscura travesía».
Onetti se identificó con el primer libro de Montobbio, Hospital de inocentes. La vida es una araña absurda, dice Montobbio, todas las mañanas nacen muertas, pero acepta que en la escritura, en buscar su nombre, quizá vive y vence la soledad y el miedo. “Huesos, miedo” son el centro mismo del poeta. Hablo de un poeta desnudo, que no juega, no inventa, no engaña, sino que se acoge a la literatura como forma de tomarle el pulso a las miserias. «Hablo en plural para fingir no estar tan solo», dice en el poema titulado “¿De parte de quién?”, y luego comprobamos que esa soledad se ha instalado para siempre. Este libro extenso nos habla de una vida gris, de un alma atormentada que declara: «el único modo en que me soporto es cuando me hiero». Ese gris no varía apenas, persiste. La voz del poeta siempre suena con el alma afectada por un resfriado. «Nos pasamos unos años creyendo que vivíamos»: hay una alusión permanente a la juventud perdida. Pero un poeta solo puede ser poeta siendo joven, aclara Motobbio en “Limbo”, la tercera parte de este volumen que consta de cinco. «Yo sólo sé escribir por amor y mientras baila un miedo». Más adelante cree que dejó de ser poeta como dejó de ser joven, pero que ahora escribe «garabatos, muertes, agujeros», para creer salvarse. Discrepamos: se salva. Tanta tristeza es soportable en tanto en cuanto Montobbio es capaz de sublimarla por la belleza, por la imaginación, por su audacia verbal. Un rostro de tortuga le recuerda a una mujer. Es apenas un rastro de humor en este océano de dolor.
Hay luz en la poesía de Santiago Montobbio. No molesta tanto egotismo, porque se evidencia necesario, no impostado. El suicidio se descarta porque «alguien desde lejos intenta que yo aún crea que tengo que vivir». En fin, este libro me ha impresionado, por la belleza y la libertad que esparce en tantos versos, escritos con el corazón mordido.
Román Piña
El azar ha querido que el mismo día que terminaba de leer Las vírgenes suicidas, estupenda ópera prima de Eugenides, un amigo me recomendase la novela de Arto Paasilinna Delicioso suicidio en grupo, Arcadi Espada publicase un extenso artículo sobre el papel/deber de la prensa en el tratamiento de los suicidios, y me metiese en un cine a ver Las vidas de otros, gran película alemana en la que un director teatral represaliado por la Stasi de la RDA en 1984 se cuelga en su casa.
Si uno de los grandes temas de todo arte es la muerte, deberíamos estar acostumbrados e inmunizados ante su presencia en forma de suicidio. Y también ante el suicidio por defecto, por omisión. Pues de hecho el arte, y muy en especial la poesía, es un típico recurso terapéutico para vencer la tentación de quitarse uno la vida, una herramienta útil para aplazar esa decisión traumática. A veces uno escribe para consolarse, para fabricarse muletas con que andar por la depresión o la melancolía, pero a veces también uno escribe al borde de la muerte, sin tonterías.
Leyendo los poemas recogidos en el libro El anarquista de las bengalas, de Santiago Montobbio, he creído estar leyendo una novela autobiográfica marcada por el convencimiento de que no vale la pena suicidarse, porque la muerte y la vida seguramente son la misma cosa. ¿Entonces? Entonces no nos suicidamos porque vivos al menos estamos seguros de poder escribir y leer. A Montobbio, un poeta triste, le intuimos salvado por una euforia azul, demasiado enamorado de las palabras, aunque sepa que no conducen sino a una «oscura travesía».
Onetti se identificó con el primer libro de Montobbio, Hospital de inocentes. La vida es una araña absurda, dice Montobbio, todas las mañanas nacen muertas, pero acepta que en la escritura, en buscar su nombre, quizá vive y vence la soledad y el miedo. “Huesos, miedo” son el centro mismo del poeta. Hablo de un poeta desnudo, que no juega, no inventa, no engaña, sino que se acoge a la literatura como forma de tomarle el pulso a las miserias. «Hablo en plural para fingir no estar tan solo», dice en el poema titulado “¿De parte de quién?”, y luego comprobamos que esa soledad se ha instalado para siempre. Este libro extenso nos habla de una vida gris, de un alma atormentada que declara: «el único modo en que me soporto es cuando me hiero». Ese gris no varía apenas, persiste. La voz del poeta siempre suena con el alma afectada por un resfriado. «Nos pasamos unos años creyendo que vivíamos»: hay una alusión permanente a la juventud perdida. Pero un poeta solo puede ser poeta siendo joven, aclara Motobbio en “Limbo”, la tercera parte de este volumen que consta de cinco. «Yo sólo sé escribir por amor y mientras baila un miedo». Más adelante cree que dejó de ser poeta como dejó de ser joven, pero que ahora escribe «garabatos, muertes, agujeros», para creer salvarse. Discrepamos: se salva. Tanta tristeza es soportable en tanto en cuanto Montobbio es capaz de sublimarla por la belleza, por la imaginación, por su audacia verbal. Un rostro de tortuga le recuerda a una mujer. Es apenas un rastro de humor en este océano de dolor.
Hay luz en la poesía de Santiago Montobbio. No molesta tanto egotismo, porque se evidencia necesario, no impostado. El suicidio se descarta porque «alguien desde lejos intenta que yo aún crea que tengo que vivir». En fin, este libro me ha impresionado, por la belleza y la libertad que esparce en tantos versos, escritos con el corazón mordido.
3 comentarios:
Yo sí que quiero hacer un comentario con tu permiso, Román, compañero de blog, y no referente al libro, sino al editor. Tuve la desgracia de publicar una novela con March Editor, la editorial que encabeza (descabeza) José María March Jové. No tiene de particular más que una cosa: no paga. Al menos
en Aragón, por lo que he podido averiguar, no ha pagado ni derechos a autores (puedo daros nombres, además del mío), ni a
impresores (me sé de uno que anda muy, pero que muy enfadado con él). Si viene ese "señor" por esta
tierra, que alguien me avise, que sé de un buen puñado de gente que irá a hacerle un grato recibimiento. Yo el primero, como
es obvio: estoy aprendiendo a tocar el violín a la luz de los
candiles. Ya sé que tristemente es un mal que aqueja a algunas editoriales, pero bueno es darlas
a conocer, para que así la gente sepa dónde se mete y que cada uno luego decida libremente. Saludos.
Vaya, Amandeo, lamento que tengas que estudiar violín a dos velas por culpa de un editor que no paga, pero si es un editor que no te cobra, ya puedes tirar cohetes. Hay algunos editores que no pagan porque consideran que publicando a autores nuevos ya hacen bastante, que los gastos de correos y producción del libro se comen los pocos derechos de autor que se producen. Luego hay también editores que pagan, sí, pero lo que les da la gana, pues no hay manera de comprobar las ventas reales. En fin, lo serio al menos es ir con la verdad por delante. Si March dijo que pagaría y no ha pagado, que se sepa, claro. Creo que este de Montobbio es el primer libro de March que llega a mis manos, y al menos está bastante bien editado.
Un saludo.
Hola a todos,
Yo también he tenido la desgracia de trabajar para March Editors, en mi caso, de traductora.
Como ya he tenido mis experiencias anteriormente, he tenido la precaución de investigar un poco a esta editorial antes de aceptar el trabajo. Lástima que no vi tu comentario en aquel momento, me hubiera evitado los problemas que ahora tengo.
March editors no sólo no paga sino que continúa cambiando dirección para que no se le pueda localizar. Y ha dejado debiendo dinero en todos lados por donde ha pasado, según mis averiguaciones.
Como habéis dicho, QUE SE SEPA. Así al menos evitamos que más personas resulten perjudicadas.
Por otro lado, el hecho de que seas un autor novel no le da derecho a nadie de no retribuirte por tu trabajo, especialmente cuando hay un acuerdo previo.
En fin, suerte y, si averiguo algo, ya te lo diré.
Saludos,
Laura
Publicar un comentario