Edición trilingüe
Trad. / Prol. Juan Vicente Piqueras. Epil. Alonso Ibarrola
Bartleby Editores, Madrid, 2016. 161 pp. 13 €
Rubén Romero Sánchez
Nos encontramos ante el que es, sin duda, uno de los libros de poesía más interesantes de los que se han publicado o publicarán este año. Y no es porque Zavattini sea uno de los grandes poetas europeos del siglo XX, sino porque es uno de los grandes escritores europeos del siglo XX. Él fue el artífice de textos imprescindibles en la cultura contemporánea, como los guiones de la inmensa mayoría de las películas de De Sica, empezando por El limpiabotas (1946) o Ladrón de bicicletas (1948), las cuales fueron galardonadas con el Oscar a la mejor película de habla no inglesa, y continuando con las también imprescindibles Milagro en Milán (1951), a la que homenajearía Roberto Benigni en La vida es bella (1997), o Umberto D (1952).
Zavattini fue un intelectual de los que no se hacen notar, creador sin aspavientos, trabajador incansable en múltiples facetas artísticas (fue poeta, narrador, dramaturgo, cineasta, pintor…) y, sobre todo, humorista genial que supo plasmar en su obra la crudeza de la realidad europea y, por ende, italiana que le tocó vivir mezclándola con un finísimo sentido de lo jocoso y el absurdo con que trascendía la tragedia.
En su poesía, a veces cercana a los patrones del neorrealismo en su retrato de las condiciones de vida de la gente humilde, en la que siempre se percibe un rasgo de grandeza (quietos, muelen / humillaciones de ahora y de antaño, / esperanzas, miradas que podrían / haber tenido incluso los aqueos), a veces epigramática e hija de Catulo o Marcial (Ay, la vida, ¿qué es? Mejor callar. / No quisiera molestar a aquellos dos / que están gozando en la hierba), se adivina siempre una pulsión extrema por el amor a cuanto forma parte del mundo, de la vida y del hombre, una celebración del hecho de existir, aunque a veces nos encontremos solos y desamparados, perdidos en la inmensidad del sinsentido (El presente parece siempre menos solemne que el pasado. / Qué torpemente vivimos / el misterio de la vida).
Católico como la mayoría de los directores en su época (De Sica, Rossellini, Fellini), Zavattini se plantea en su obra poética, también, la existencia de ese Dios que no aparece cuando se le espera (Dios entró sigiloso impalpable en mi cuarto / y me dijo: a ti, sólo a ti, / te hago saber que no existo), y se rebela contra su omnipotencia enfrentándose en su individualidad de ser único (me da pena Dios porque aunque quisiera / hacerme diferente de lo que he sido / no lo conseguiría).
El mejor Za, como le llamaban los amigos, sin embargo, es para mí el filósofo que de un sagaz latigazo condensa toda una forma de ser y estar en el mundo: ¿Y si fuéramos todos inocentes?, o Solamente con existir / nos ganamos enemigos, o Creedme, cada vez somos menos / y nos acostumbramos, reflexionando sobre la vejez y la muerte.
Tremenda la importancia del rescate de este autor, más aún en una edición tan cuidada como esta de Bartleby, que nos ofrece los textos originales en dialecto y su traducción al castellano y al italiano.
Una joya en tiempos oscuros.
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