Santillana Loqueleo, Madrid, 2016. 320 pp. 11 €
Ariadna G. García
¿Cuántas novelas españolas, de aventuras, recuerdan que estén protagonizadas por mujeres adultas o adolescentes? Dentro del mundo de la narrativa juvenil no es extraño encontrar historias donde las jóvenes lleven la voz cantante, pero cuando el asunto a tratar supone desafiar al sistema, sacar lustre a la valentía, enrollar el sendero conocido y desplegar un camino ignoto, defender a tu pueblo de una amenaza exterior, usurpar un cargo ajeno a tu destino y hacerlo con esfuerzo, como quien soporta sobre los hombros una lona muy gruesa, o recorrer la cara oscura de la vida, entonces el número de mujeres heroínas desciende de modo escandaloso. La isla de Bowen supone un continente aparte construido por César Mallorquí. Donde los árboles cantan es otra bendita rareza, en este caso de Laura Gallego, un emblema de que los tiempos cambian y de que las mujeres están (nos estamos) reinventando a pasos de gigante. A ese todavía escaso listado de obras sumamos ahora un nuevo título: Los nombres del fuego, del novelista y dramaturgo Fernando J. López. Escritor y docente, Fernando aborda en su novela varios temas de peso, esos que otros prefieren evitar o por ignorancia o por falta de sensibilidad o porque piensan que les restará lectores: el bullying homófobo, la reivindicación de la libertad de la mujer, o la defensa de la igualdad entre sexos. Pocos autores de narrativa juvenil incluyen en sus relatos personajes homosexuales. Javier Ruescas tuvo los arrestos de hacerlo en la trilogía Play. Y basta de contar. Se agradece, pues, que en Los nombres del fuego, novela destinada a lectores adolescentes, aparezca una pareja de chicos y que se visibilicen las dificultades que atraviesan. Dificultades que ponen en jaque la democracia en Europa, en esta Europa que afila los cuchillos en lugar de los lápices. Pero más allá de los temas que trata el libro, su atractivo descansa en la estructura y en la hilvanación de dos mundos diferentes separados por quinientos años. Echando de mano de conceptos matemáticos como la física cuántica, la entropía, o la teoría de las cuerdas, Fernando teje un libro con dos lanas. Una procede del Imperio azteca de Moctezuma, Xalaquia, y la otra de la España de hoy, Abril. Ambas adolescentes se cuestionan su identidad en una batalla asimétrica contra su propio tiempo. Xalaquia es una heroína, una figura legendaria que se duele de su destino adverso. Abril no se enfrenta a la realidad exterior, sino sólo a la íntima. Su mundo civil no se tambalea, si bien es cierto que al final de la obra se barrunta un futuro de sangre que no necesariamente caerá sobre ella, como sí lo hace sobre Xalaquia. Sumamente recomendable, Los nombres del fuego promete acción y entretenimiento, a la vez que facilita un censo de prejuicios a erradicar, un albarán de bolladuras e imperfecciones de un mundo que podrá mejorar cuando los adolescentes lectores de este libro, entre otros lo hereden.
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