Catedral, Barcelona, 2016. 380 pp. 21,95 €
Eduardo Cruz Acillona
Empezar una reseña literaria con la frase “este libro es muy bonito” no parece muy profesional, lo sé. Pero es que lo primero que se puede decir de este libro cuando se tiene en las manos es que es muy bonito. La cubierta está hecha con cartulina Modigliani Cándido de 90 gramos, las hojas interiores son Supersnowbright de 90 gramos y están cortadas como si se hubiera utilizado un abrecartas. Más allá de nombres técnicos, tocar este libro ya es un auténtico placer, algo que hay que agradecer por partes iguales al empeño de la autora y a la generosidad de la editorial.
El interior, vamos a centrarnos ya en la reseña, no desmerece en absoluto al exterior. Haru cuenta la vida de una persona, desde que tiene cinco años hasta la vejez, de una manera exquisita. Cada párrafo es una caricia y cada frase es un motivo para detenerse y reflexionar. Más allá de los avatares por los que transita la vida de la protagonista, Flavia Company ha sabido trasladar a través de las palabras todo el espíritu que puede envolverse en la filosofía oriental, la meditación y el silencio. Porque esta es una novela llena de silencios, páginas y páginas enteras se suceden llenas de palabras que describen silencios. Cada detalle cuenta, cada adjetivo es fundamental y el texto, que da irregulares saltos en el tiempo, fluye con una suavidad y un dejarse llevar muy difícil de sostener en una novela de la extensión de Haru.
Ambientada en un lugar indeterminado de Oriente, la novela cuenta la historia de Haru, una niña que al morir su madre, es enviada como interna a un dojo, una escuela donde aprenderá la técnica del tiro con arco, meditación y, sobre todo, a enfrentarse a la vida. Se trata pues de una novela de iniciación, de aprendizaje, de madurez. Leer Haru supone también leerse a uno mismo. Nadie sale indiferente de esta novela: llegado el punto final, cerrada ya la última página, un breve texto en la contraportada nos advierte: «Después de leer la historia de Haru, leerás tu vida de otra manera». Doy fe.
Flavia Company: «Haru somos todos»
En japonés, Haru significa “Primavera”. Sin embargo, la novela refleja el ciclo vital de una persona, con sus primaveras pero también con sus inviernos…
Haru se llama así porque lo importante de su trayectoria es el fruto obtenido tras plantar la semilla y regar la tierra y esperar los ciclos necesarios para que lo sembrado florezca. Quizás demasiado a menudo relacionamos primavera con juventud y madurez con otoño o vejez con invierno. Pero, ¿cuál es la verdadera primavera? ¿No deberíamos verla allí donde nace o brota al fin aquello que brilla por su esencia? ¿Y puede llegarse a lo esencial antes de hacer el camino?
¿Cómo se crea el personaje de Haru, de quien empezamos a saber cosas desde sus cinco años hasta su vejez?
Haru somos todos. Podríamos decir que he procurado reunir en su camino aquello que nos identifica, nos une, nos iguala, nos despoja de adornos, nos aleja de imágenes. Haru se enfrenta al orgullo, al miedo, a la soberbia, a la impaciencia. Al dolor, al desconcierto, a la ambición, a la rebeldía. Al odio, al amor, a la indiferencia. Vicisitudes que, en uno u otro momento, todos conocemos. Nuestras vidas son todas iguales. Lo único que cambia es el orden en que experimentamos las distintas vicisitudes a las que debemos enfrentarnos.
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