miércoles, enero 20, 2016

Lady Ofelia y otros microrrelatos, Atilano Sevillano


Amarante, Salamanca, 2015. 218 pp. 18 €

Ignacio Sanz

El microrrelato es un género que se aviene con las prisas de nuestro tiempo, con los viajes en autobuses urbanos, con las salas de espera. Además el microrrelato, como el poema, no se acaba nunca, quiero decir, que admite varias lecturas. Siempre encuentras una perspectiva nueva.
Atilano Sevillano es profesor de literatura, es decir, un lector entusiasta; no siempre ocurre, no siempre los profesores son entusiastas de la materia que imparten y por ello prefieren dar la turra a sus alumnos con la gramática, el sistema respiratorio de la gramática, los fonemas, los sintagmas —¿Qué será un sintagma?— y todo ese mundo oscuro que remite a la anatomía de la lengua. Algo así como si a un entusiasta del deporte, de los goles, de las canastas, le hablan sesudamente de músculos y tendones.
Yo imagino las clases del profesor Sevillano, imagino las cabriolas, los disparates, las metáforas, las recitaciones, el disfrute de los alumnos manejando historias, quitando importancia a los flujos sanguíneos y descubriendo paradojas y contrastes. Porque Sevillano ha bebido en buenas fuentes, de eso no cabe duda; en las mejores.
Este libro es consecuencia directa del disfrute, del juego. Estamos ante 187 relatos, mejor microrrelatos, algunos, los más breves, de una par de líneas, apenas un relámpago; otros alcanzan una página, pero nunca la rebasan, es decir, breves, breves, juguetones, paradójicos. Y, por supuesto, no hay un tema, un hilo conductor, sino varios, muchos, aunque el autor para evitar darlos en tromba, ha hecho cinco apartados: Dioses y mitos, de la Literatura, la vida en prosa, de varia ficción, variaciones y otras brevedades.
Y hay de todo, claro, desde el anuncio por palabras, hasta la paráfrasis de un texto clásico. Vayamos con un par de ejemplos: «Perplejidad. Cuando los alumnos distraídos volvieron en sí y oyeron la voz del profesor: “En el principio fue el verbo, luego, el nombre y más tarde, quizá el adjetivo”. Por un momento se extrañaron de que aquel dedo no fuese el bíblico.» Segundas oportunidades. Cuando se topó con los buitres, tuvo la fatal ocurrencia de hacerse el muerto.
Desde la sonrisa, a la ternura, el desconcierto, estos microrrelatos despiertan las más variadas sensaciones. Eso sí, para leerlos se requiere cierto entrenamiento, cierta cultura, pues estamos ante un material fugaz, visto y no visto, con frecuencia metaliterario y por tanto destinado a paladares refinados, a lectores que han de tener cierto recorrido como lectores. Pero sin exagerar tampoco. Lo que tienen que tener, en realidad, es la curiosidad que se le supone a todo lector, en este caso la curiosidad y la ganas de disfrute.
Acabo con otro ejemplo breve: «Contactos II. Chico busca chica que sepa leer y escribir cuentos. Se ofrece diecisiete palabras y un final abierto.»
Merecen la pena estos relatos breves, que imagino que se han ido escribiendo sin prisa, fruto de esa convergencia entre lectura y escritura lúdica.

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