miércoles, enero 27, 2016

El rey del juego, Juan Francisco Ferré


Anagrama, Barcelona, 2015. 280 pp. 18,90 €

Pedro Pujante

Divertida, trepidante, cómica, irónica, alucinante, mordaz, hilarante, veloz, inteligente, alocada, innovadora…podría seguir destilando adjetivos sin parar para hablar de la última novela de Juan Francisco Ferré, ganador hace dos años del Premio Herralde con Karnaval. Ahora regresa con El Rey del Juego una divertida road-movie con acento en español. Un viaje alucinógeno y muy adictivo, divertida puesta en escena que se atreve a desmotar, mediante los tópicos del género, todos los tópicos: personajes más o menos estereotipados, relato de aventuras clásico, peripecia…
Sin embargo, la novela funciona realmente bien porque el tono elegido por Ferré es ajusta al ritmo que le imprime a la narración. Un tono desenfadado y gamberro para una novela trepidante, en la que sin tregua se jalonan suceso tras suceso, secuencia tras secuencias. El argumento, para no aburrir al lector de esta reseña, lo contaré en dos frases: un escritor venido a menos es citado por dos desconocidos. Como no tiene otro plan mejor, acude a la cita. Y desde ese instante, comienza su aventura por las venas de la noche, en una fiesta-misión de dimensiones esperpénticas y alucinantes.
En esta aventura, reverso burlesco del Dante en su bajada a los infiernos –Beatriz se llamará Cristina Pedroche-, el narrador protagonista, será víctima de una conspiración a gran escala en la que la vida del rey de España corre grave peligro. No obstante, el lector no tendrá demasiado claro a qué atenerse. Porque la visión del trío formado por el protagonista y sus dos alocados compañeros, estará tamizada por las drogas y el alcohol.
Esta novela es como la cara B de un disco llamado España. Recuerda en ocasiones a esa otra novela desproporcionada que fue Adán Buenosayres. Ferré, con un vozarrón grandilocuente y excesivo, también sabe ser elegante a su manera. Afinado pero cáustico, descarnado pero onírico. Realista pero lisérgico. Con periodos oracionales largos, construye una suerte de comedia disparatada que abusando de los tópicos y de las generalidad consigue ser divertida y original, como una performance absurda en la que el lector no sabrá que va a ocurrir a la vuelta de la página.
El único inconveniente que he encontrado en su lectura es que un ritmo tan endiablado no se ha logrado mantener a lo largo de toda la narración. En las últimas páginas el tono decae y pierden interés. Pero no obstante, el conjunto se salva con creces y realmente me ha servido para conocer a un autor interesante con una inteligencia literaria y una vena al servicio de lo novedoso.
Con Ferré se rompe aquella regla, aquella frontera insalvable que separaba la literatura de calidad del puro divertimento literario.

1 comentario:

Recomenzar dijo...

leerte es como haber leído lo que leíste
un placer haberte conocido