Pedro Pujante
A la manera de Sterne, Francisco Legaz, o mejor dicho el narrador, emprende en esta novela su viaje sentimental, esta vez por Lisboa, tras las huellas del escritor Fernando Pessoa. En realidad, la búsqueda del poeta portugués no es sino una excusa para poder vagabundear por las calles de Lisboa, por los rincones de una geografía inventada, de su propia memoria, por la vida, por la literatura.
Porque este viaje no es un viaje físico, ni siquiera emotivo. Más bien es una singladura existencial y literaria, en la que su narrador (con)funde vida con obra, recuerdos con lecturas, experiencias propias con ajenas (sobre todo pessoanas). El protagonista es un flâneur borracho y triste que se mimetiza con la sombra imborrable que en Lisboa sigue proyectando el atemporal Fernando Pessoa.
El narrador, siguiendo las indicaciones de un Atlas que describe una geografía confusa sobre Pessoa, se decide a viajar a la capital de Portugal, tratando de reconstruir el trayecto imaginario que este libro propone. Así, mediante el periplo literario, también seremos testigos de la recomposición de su fragmentaria existencia. El viajero, como veremos, es una víctima de sus propias circunstancias. Una vida deshecha que cobrará cierta viveza al encomendarse al azar, a la magia de Lisboa, al hechizo de la literatura.
Reflexiones sobre la vida, sobre la muerte. Encuentros con el doble, con los heterónimos que a lo largo de su obra fue diseminando Pessoa. Un autor que sigue vivo en Lisboa, que casi es el fundador de una urbe fraguada en el imaginario de tantos lectores, de tantos viajeros. Porque, ¿no será, como se plantea en este libro, Pessoa una invención, un fantasma?
La literatura es capaz de todo, entendemos en este viaje por la memoria, por el olvido, por Lisboa. La literatura es una niebla espesa que se diluye solo al final del viaje, es también el mismo viaje y el viajero. La literatura es ese único amor que hace sentirse culpable a su amante por dejar a las mujeres en un segundo plano.
No sé si he escrito una reseña de este libro. Solo añadiré que el que se adentre en estas melancólicas páginas acompañará a su narrador por un viaje de autodescubrimiento, de toma de conciencia de esa realidad oblicua que en tantas ocasiones arrinconamos con algo que falsamente llamamos vida. En este recorrido por una Lisboa onírica, agoninante, espectral y neblinosa, tras las huellas indelebles de Pessoa, quizá descubramos que al final del camino solo nos aguarda la bruma, y que el viaje es el único premio, el único consuelo con el que liquidar las deudas de un trayecto repleto de enigmas y penurias. El peaje que el lector ha de pagar cuando la literatura se confunde con la vida.
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