Ángeles Prieto Barba
Viene siendo tradicional iniciar las reseñas de libros de microrrelatos explicando a los lectores qué son y a qué género pertenecen. Mas como esto interesa a los teóricos de la literatura, vamos a saltarnos por completo este capítulo obligado, ya que podemos encontrar suficientes muestras en el mercado para formarnos una idea propia. Que puede estar equivocada. Por eso sí creo preciso advertir, a todo aquel interesado en este sucinto volumen buscando historietas breves, ligeras y ocurrentes, ideales para salir en Twitter y convertirse en trending topic, que haga el favor de no acercarse a este Breviario. Ni mirarlo, vamos.
Pues salvo el relato pretendidamente divertido titulado “El encuentro“, claramente descolgado del resto, apenas vamos a encontrar chispas de humor en todo este libro grave, denso como ninguno, lleno de cargas de profundidad sobre nuestra forma de vida. Tampoco hay crítica social en el mismo, pueden estar tranquilos quienes acaban de salir de una campaña electoral martirizante. No es eso. Lo que refleja este libro con insistencia son los horrores de la propia existencia, y sobre todo aquellos que nos sobrevienen al pensar en nuestro seguro final. Ya que tal y como indica José María Merino en el prólogo, la Muerte es clara protagonista de los relatos centrales y cruciales del libro. No de todos, ya que los encontramos bien acompañados por otros con periplos exóticos, presentes en libros anteriores (Japón, Escocia, Argentina) y también homenajes literarios a figuras señeras (Kafka, Cunqueiro, Chateaubriand), asimismo habituales.
En esta séptima entrega de cuentos observamos a un Olgoso suelto y seguro, ya que se trata de un autor que tiene muy bien tomada la medida a la historia que nos quiere transmitir con un estilo único y característico, donde no escasean los cultismos, adjetivaciones muy prolijas buscando siempre la exactitud y un gusto irreductible y confesado por las enumeraciones. Lo que dará lugar a relatos muy cargados y densos, historias que en modo alguno se pueden consultar de manera rápida y continuada como los capítulos de una novela sino que, dependiendo de la pericia del lector, se deben leer sólo unos cuantos al día, digiriéndolos. Advertencia importante, so pena de que no nos enteremos, disfrutemos, ni asimilemos en absoluto el contenido de las mismos.
Además nos llama la atención que, siendo este el libro de relatos de Olgoso que más se parece a “Los demonios del lugar”, ya lejano en el tiempo, no rompe lazo con su precedente “Las frutas de la luna”, sino que continúa algunos caminos nuevos iniciados en este, como esos relatos epistolares de ambos volúmenes donde el autor sin timidez nos habla directamente de sí mismo. También de sus dudas sobre la escritura, que compartimos. Toda vez que este esquema exigente y rígido en lo formal puede provocar distanciamiento de ese lector que aprecia estos fogonazos o impresiones lúcidas tan cercanas a la poesía en prosa, pero que sin duda necesita extensión mayor, más descripciones, acciones y reflexiones para poder abarcar, entender y asumir la enorme complejidad de los grandes temas de la existencia: el amor, la vida o la muerte. Para llegar a conclusiones propias sobre estos. La propia existencia, de hecho, exige cambios, nada dura. ¿Estaremos acaso ante un libro de transición hacia un discurso más prolijo, de mayor desarrollo, más extenso? Esa impresión tengo. Mientras tanto, bienvenido sea este Breviario con toda su sapiencia y hondura.
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