Pedro M. Domene
Preguntarse sobre la vida, la identidad o sobre la muerte son temas que habitualmente Luisgé Martín (Madrid, 1962) domina, y bastante bien. En esta ocasión, el madrileño repite esquemas y vuelve a plantear cuestiones que nos incomodan y perturban algo más nuestra existencia. En La vida equivocada (2015), una colección de cuadernos y numerosos álbumes de fotografías, muestran un secreto que dos miembros de una misma familia han ido acumulando a lo largo de unas vidas desafortunadas, primero el padre en un intento desmesurado por sobresalir a lo largo de su existencia, y un hijo que repetirá el mismo esquema sin apenas darse cuenta; en medio la mirada del narrador, un testigo convertido en el auténtico artífice que desvela la vida de Elías padre, y de Max hijo, en realidad, dos historias sobre el fracaso de una ambición.
Un bellísimo y desconocido joven Max Leopardi conoce en un taller de escritura al narrador de esta historia, pronto convive con él una tórrida relación durante un breve tiempo para después abandonarlo y reencontrase veinte años después; todo esto se cuenta en un extenso “Principio” que aporta el plan narrativo previo a una seductora historia, y un “Final” que la cerrará como muestra de esa desgarradora existencia vivida por padre e hijo, visto en la distancia del narrador que asiste al declive de ambos, una muestra más de esa identidad imprecisa que novela el madrileño dueño de esa capacidad de producir luces y sombras en los abismos que provoca el deseo en sus personajes. El resto, se convierte en el hilo central de La vida equivocada; es decir, el secreto de Max y de Elías por separado, aunque con la perspectiva de un mismo fracaso porque los intentos desmesurados se repiten en uno y en otro, solo el narrador con su afilada técnica narrativa, con su estilo contundente y la precisión que caracteriza a su prosa, logra que el hilo narrativo no llegue a romperse, sino que se complemente y a las preguntas que asaltan a uno y otro, esa rotunda visión sobre la vida, la identidad y la muerte, todo se convierta en una historia común, y más que de una vida equivocada, descifremos la existencia de los otros.
Una vez más, el narrador madrileño insiste en un procedimiento ensayado, que identifica autor y narrador, añade solvencia y credibilidad al relato, y deriva además en un auténtico testimonio. Con esta estructura, con su estrategia narrativa parece no recurrir a personajes inventados, sino a gente conocida, no en vano se nombra a sí mismo, y con su relato justifica y saca del anonimato a quienes en otro tiempo fueron importantes en su vida. Aunque, en esta ocasión, el narrador aparece como simple testigo, se convierte en una impostada omnisciencia, delega en la voz de Max y de Elías que dejan constancia de toda una biografía que el maduro y conocido escritor Luisgé Martín ignora, y descubrirá cuando empiece a leer los cuadernos, y sabrá de los oscuros reveses y esfuerzos de padre e hijo, aunque es Max quien capitaliza todo el dolor y su historia como la del padre queden ensambladas como una sola narración, y sus vidas se conviertan en algo que afirma él al comienzo, «esa cosa insustancial y extraña que no lleva a ninguna parte».
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