Trad. Benito Gómez Ibáñez. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2009. 687 pp. 23 €
Martí Sales
¿Sobre qué lodazal se levanta la sociedad americana?, o: ¿en qué rica pero peligrosa mina? ¿Qué fundamentos tiene y cuál fue el precio que tuvieron que pagar? ¿Cuándo y cómo se trazaron los límites entre lo legal y lo ilegal, entre lo moralmente reprobable y lo socialmente respetable —¿alguna vez coincidían?, ¿había conflicto?, ¿o paradoja? ¿Qué relación hay entre lo tácitamente aceptado —aquello de lo que nunca se habla— y lo visible pero inventado que sirve de zanahoria para que el mundo avance?
Warlock es un western de casi setecientas páginas escrito por Oakley Hall en 1958, un novelón de agárrate y no te menees narrado con una solvencia impresionante —no decae, no decae. Hall cuenta la historia de la fundación de la sociedad americana a partir de los hechos que acontecen en la ciudad de Warlock durante el año 1880. Tanto por el lugar —Warlock está casi en tierra de nadie, en la frontera con México— como por la época —por aquel entonces Norteamérica era un continente apenas delimitado y por legislar—, Hall está lidiando con material mítico, es decir, con los temas básicos sobre los que se asienta el imaginario de una nación, que no son otros que el héroe, la lucha entre el bien y el mal (la justicia, la violencia, la muerte), la identidad propia (la diferencia, el otro) y la identidad colectiva —la vida en comunidad, la ciudad… En toda narración épica que se precie, la historia tiene que atraparte desde el primer instante pues este será el anzuelo, su metértela doblada. Mientras que hay un nivel, digamos, superficial de lectura —unos personajes atractivos, unas circunstancias extremas, unas situaciones emocionantes— que sólo pretende entretener, agarrado a él y sustentándolo está la real razón de ser de este libro (y de la épica en general), es decir, explicar el pasado mítico de donde venimos: ir hacia un porqué.
Una de las grandes bazas de Hall son sus personajes: ninguno es unidimensional, todos tienen intenciones, motivaciones y pasados que se retuercen en su interior cual nido de culebras —sea la “angelical” señorita Jessie, sea el “desalmado” Abe McQuown, sea el gran “héroe” Clay Blaisedell, sea Kate Dollar “la mujerzuela”, sea el “traicionero” Tom Morgan o Bud Gannon “el infeliz”. Todos se resisten a ser descritos con un solo adjetivo y se revelan como personajes complejos y mucho más imprevisibles de lo que en un principio parecían. (A día de hoy, si hay algún proyecto de similar envergadura narrativa que desarrolle con tanta pericia sus personajes, tendríamos que remitirnos, sin dudarlo, a The Sopranos, la obra maestra de David Chase, que, aunque no sea un libro, es una cumbre de excelencia narrativa.)
La forja del héroe —o qué hacer con la imagen distorsionada y multiplicada de uno mismo que le devuelve la sociedad sedienta de referencias y seguridad—, los entresijos del poder —jueces, ayudantes de comisario, comités de ciudadanos, esbozos de sindicatos—, el delirio al que conduce el afán sin límites —McQuown, Morgan, McDowell, o lo que es lo mismo: cuatreros, jugadores, propietarios de minas—, el poder de las mujeres en un mundo, como bien decía James Brown, de hombres —la puta y la santa, Kate y Jessie… Hall trata todos estos temas con una sencillez y, a la vez, exhaustividad totales —las dicotomías iniciales se revelan falsas mientras que las antagonías sí que son eternas pero movedizas. Hall nos describe el parto desgarrador de una sociedad con todos su matices y lo hace con maestría. Warlock apabulla por su cualidad, deslumbra por su potencia y se te atrinchera en un lugar destacado de tu biblioteca particular. Warlock es vida entera en el papel —vida entera de papel, no real, pero verdadera.
Martí Sales
¿Sobre qué lodazal se levanta la sociedad americana?, o: ¿en qué rica pero peligrosa mina? ¿Qué fundamentos tiene y cuál fue el precio que tuvieron que pagar? ¿Cuándo y cómo se trazaron los límites entre lo legal y lo ilegal, entre lo moralmente reprobable y lo socialmente respetable —¿alguna vez coincidían?, ¿había conflicto?, ¿o paradoja? ¿Qué relación hay entre lo tácitamente aceptado —aquello de lo que nunca se habla— y lo visible pero inventado que sirve de zanahoria para que el mundo avance?
Warlock es un western de casi setecientas páginas escrito por Oakley Hall en 1958, un novelón de agárrate y no te menees narrado con una solvencia impresionante —no decae, no decae. Hall cuenta la historia de la fundación de la sociedad americana a partir de los hechos que acontecen en la ciudad de Warlock durante el año 1880. Tanto por el lugar —Warlock está casi en tierra de nadie, en la frontera con México— como por la época —por aquel entonces Norteamérica era un continente apenas delimitado y por legislar—, Hall está lidiando con material mítico, es decir, con los temas básicos sobre los que se asienta el imaginario de una nación, que no son otros que el héroe, la lucha entre el bien y el mal (la justicia, la violencia, la muerte), la identidad propia (la diferencia, el otro) y la identidad colectiva —la vida en comunidad, la ciudad… En toda narración épica que se precie, la historia tiene que atraparte desde el primer instante pues este será el anzuelo, su metértela doblada. Mientras que hay un nivel, digamos, superficial de lectura —unos personajes atractivos, unas circunstancias extremas, unas situaciones emocionantes— que sólo pretende entretener, agarrado a él y sustentándolo está la real razón de ser de este libro (y de la épica en general), es decir, explicar el pasado mítico de donde venimos: ir hacia un porqué.
Una de las grandes bazas de Hall son sus personajes: ninguno es unidimensional, todos tienen intenciones, motivaciones y pasados que se retuercen en su interior cual nido de culebras —sea la “angelical” señorita Jessie, sea el “desalmado” Abe McQuown, sea el gran “héroe” Clay Blaisedell, sea Kate Dollar “la mujerzuela”, sea el “traicionero” Tom Morgan o Bud Gannon “el infeliz”. Todos se resisten a ser descritos con un solo adjetivo y se revelan como personajes complejos y mucho más imprevisibles de lo que en un principio parecían. (A día de hoy, si hay algún proyecto de similar envergadura narrativa que desarrolle con tanta pericia sus personajes, tendríamos que remitirnos, sin dudarlo, a The Sopranos, la obra maestra de David Chase, que, aunque no sea un libro, es una cumbre de excelencia narrativa.)
La forja del héroe —o qué hacer con la imagen distorsionada y multiplicada de uno mismo que le devuelve la sociedad sedienta de referencias y seguridad—, los entresijos del poder —jueces, ayudantes de comisario, comités de ciudadanos, esbozos de sindicatos—, el delirio al que conduce el afán sin límites —McQuown, Morgan, McDowell, o lo que es lo mismo: cuatreros, jugadores, propietarios de minas—, el poder de las mujeres en un mundo, como bien decía James Brown, de hombres —la puta y la santa, Kate y Jessie… Hall trata todos estos temas con una sencillez y, a la vez, exhaustividad totales —las dicotomías iniciales se revelan falsas mientras que las antagonías sí que son eternas pero movedizas. Hall nos describe el parto desgarrador de una sociedad con todos su matices y lo hace con maestría. Warlock apabulla por su cualidad, deslumbra por su potencia y se te atrinchera en un lugar destacado de tu biblioteca particular. Warlock es vida entera en el papel —vida entera de papel, no real, pero verdadera.
3 comentarios:
Felicidades por vuestro fabuloso proyecto y por vuestro trabajo.
Felicidades por tu blog. Nos hacemos eco del mismo en:
La Tormenta en un baso
http://programalaesfera.blogspot.com/2009/11/la-tormenta-en-un-vaso.html
Saludos, La Esfera Cultural
Más Western. En clave española. "Alcolea". En el número de 20 de julio de 2010 de "La novela antihistórica", http://lanovelaantihistorica.wordpress.com.
Merece la pena.
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