Introducción de Antonia Jiménez Rodríguez. Algar, Alzira, 2009. 91 pp. 10 €
Juan Pablo Heras
Cuando Ignacio del Moral escribió en 1992 su pieza breve Oseznos, no imaginaba que una obrita tan pequeña llevara en sí la semilla de lo que todo autor desea: generar en otras mentes creaciones independientes, tan absolutamente autónomas como inimaginables sin su origen seminal. Me refiero a la película Barrio (1998), de Fernando León de Aranoa, y a la obra dramática que nos ocupa, Litrona, de Juan Luis Mira. El texto de Ignacio del Moral es fácilmente accesible en Internet en una estupenda versión ampliada de 2003, La noche del oso; Barrio es sobradamente conocida y fácil de encontrar; mientras que Litrona, que se estrenó en 1995, se publica ahora por primera vez gracias a la iniciativa de Algar, que apuesta con su colección “Joven teatro de papel” por el género dramático, tan desatendido habitualmente por la mayoría de las editoriales especializadas en el público juvenil.
Litrona está protagonizada por un grupo de adolescentes (seis chicas y cinco chicos) que no sólo comparten cerveza, sino sueños, frustraciones, miedos y tentativas de trascender el estrecho y oscuro parque en el que se reúnen para beber y charlar. El empeño de Juanluís Mira (así prefiere él que se escriba su nombre) de reproducir fielmente tanto el lenguaje como los efímeros referentes culturales de los jóvenes, particularmente los de los suburbios valencianos, le ha obligado a actualizar buena parte del texto que ahora deben protagonizar aquellos que apenas habían nacido cuando se estrenó. Es verdad que parte de esa actualización se ha quedado a medias (a no ser que los quinceañeros valencianos todavía digan “flipaba buscando una titi para buscar rollo”), pero la pequeña adaptación que requerirá en el futuro cada puesta en escena al lugar y al tiempo en el que se trasladen será sumamente fácil; lo difícil será encontrar textos tan acertados como éste para reflejar las inquietudes de la adolescencia. Litrona se seguirá montando, cuando sea y donde sea, aunque se prohíba el alcohol y los jóvenes se limiten a beber sus pensamientos a través del Messenger, porque, como dice la autora de la introducción, “seguirán ilusionándose y desesperándose por su futuro; seguirán amando y sufriendo por la chica o el chico equivocado; y, por supuesto, siempre habrá un lugar apartado y secreto donde compartirán su día a día”. Y, que no quepa duda, siempre quedará alguno que quiera ser Jim Morrison.
La lectura de Litrona produce una sensación similar a la que nos produjo Barrio en el cine: la de que en la acción dramática no se percibe apenas peripecia, entendida como cambio de fortuna, porque aquellos que ven realizados sus sueños (o sus pesadillas) caen fuera de la escena y vuelven sólo para recuperar su sitio o ser rechazados por traicionar sus orígenes. Estos personajes, triunfadores o fracasados, quedan como referentes de lo deseado y lo aborrecido para unos chavales que apenas evolucionan pero que resultan irresistiblemente vivos, los mismos que sin levantarse del banco más que para pasarse la botella se arrojan los unos a los otros sus filias y sus fobias mientras luchan agónicamente por autodefinirse y emanciparse de una infancia de la que no quieren huir del todo. Los personajes de Litrona crecen en un ambiente social que ha sido silenciosamente excluido, un lugar en el mundo en el que el cumplimiento de toda ilusión o posibilidad de libertad se ve cuestionado por situaciones incomprensibles e injustas que contradicen la noción de éxito social que les han inculcado desde muy pequeños.
Juanluís Mira es un nombre imprescindible si hablamos de teatro para jóvenes en España. Le avalan décadas de experiencia no sólo como autor, sino como profesor, director de escena y promotor de numerosas iniciativas culturales. Merece la pena acercarse a sus obras.
Juan Pablo Heras
Cuando Ignacio del Moral escribió en 1992 su pieza breve Oseznos, no imaginaba que una obrita tan pequeña llevara en sí la semilla de lo que todo autor desea: generar en otras mentes creaciones independientes, tan absolutamente autónomas como inimaginables sin su origen seminal. Me refiero a la película Barrio (1998), de Fernando León de Aranoa, y a la obra dramática que nos ocupa, Litrona, de Juan Luis Mira. El texto de Ignacio del Moral es fácilmente accesible en Internet en una estupenda versión ampliada de 2003, La noche del oso; Barrio es sobradamente conocida y fácil de encontrar; mientras que Litrona, que se estrenó en 1995, se publica ahora por primera vez gracias a la iniciativa de Algar, que apuesta con su colección “Joven teatro de papel” por el género dramático, tan desatendido habitualmente por la mayoría de las editoriales especializadas en el público juvenil.
Litrona está protagonizada por un grupo de adolescentes (seis chicas y cinco chicos) que no sólo comparten cerveza, sino sueños, frustraciones, miedos y tentativas de trascender el estrecho y oscuro parque en el que se reúnen para beber y charlar. El empeño de Juanluís Mira (así prefiere él que se escriba su nombre) de reproducir fielmente tanto el lenguaje como los efímeros referentes culturales de los jóvenes, particularmente los de los suburbios valencianos, le ha obligado a actualizar buena parte del texto que ahora deben protagonizar aquellos que apenas habían nacido cuando se estrenó. Es verdad que parte de esa actualización se ha quedado a medias (a no ser que los quinceañeros valencianos todavía digan “flipaba buscando una titi para buscar rollo”), pero la pequeña adaptación que requerirá en el futuro cada puesta en escena al lugar y al tiempo en el que se trasladen será sumamente fácil; lo difícil será encontrar textos tan acertados como éste para reflejar las inquietudes de la adolescencia. Litrona se seguirá montando, cuando sea y donde sea, aunque se prohíba el alcohol y los jóvenes se limiten a beber sus pensamientos a través del Messenger, porque, como dice la autora de la introducción, “seguirán ilusionándose y desesperándose por su futuro; seguirán amando y sufriendo por la chica o el chico equivocado; y, por supuesto, siempre habrá un lugar apartado y secreto donde compartirán su día a día”. Y, que no quepa duda, siempre quedará alguno que quiera ser Jim Morrison.
La lectura de Litrona produce una sensación similar a la que nos produjo Barrio en el cine: la de que en la acción dramática no se percibe apenas peripecia, entendida como cambio de fortuna, porque aquellos que ven realizados sus sueños (o sus pesadillas) caen fuera de la escena y vuelven sólo para recuperar su sitio o ser rechazados por traicionar sus orígenes. Estos personajes, triunfadores o fracasados, quedan como referentes de lo deseado y lo aborrecido para unos chavales que apenas evolucionan pero que resultan irresistiblemente vivos, los mismos que sin levantarse del banco más que para pasarse la botella se arrojan los unos a los otros sus filias y sus fobias mientras luchan agónicamente por autodefinirse y emanciparse de una infancia de la que no quieren huir del todo. Los personajes de Litrona crecen en un ambiente social que ha sido silenciosamente excluido, un lugar en el mundo en el que el cumplimiento de toda ilusión o posibilidad de libertad se ve cuestionado por situaciones incomprensibles e injustas que contradicen la noción de éxito social que les han inculcado desde muy pequeños.
Juanluís Mira es un nombre imprescindible si hablamos de teatro para jóvenes en España. Le avalan décadas de experiencia no sólo como autor, sino como profesor, director de escena y promotor de numerosas iniciativas culturales. Merece la pena acercarse a sus obras.
4 comentarios:
me encanta el autor¡¡¡
me encanta el autos¡¡¡¡
y tambien el libro
Juan luis se pone sombrero de mago y bata blanca me dijo:tomate la vida como un curso
Grande.
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