Trad. Manuel de los Reyes. Bibliópolis, Madrid, 2009. 198 pp. 18,95 €
Julián Díez
La ciencia ficción antes era así. Este libro, que no había sido reeditado en castellano desde hace treinta años, cosechó en su momento varios de los principales premios del género, en particular el Hugo. Hoy resulta una simpática rareza, pero también un canto a un género que quiso llamar la atención sobre el futuro de la humanidad antes de que los epígonos de Star Wars lo deglutieran, y esas problemáticas debieran refugiarse en obras de literatura general que, siendo de temáticas futuristas, no quieren ser de ciencia ficción. Y yo lo comprendo, dado en lo que se ha convertido la ciencia ficción.
La estación del crepúsculo es citada con frecuencia como la obra de referencia sobre clones; más concretamente, sobre la posibilidad de que los humanos clonados constituyan una nueva sociedad. En su desempeño, incurre en lo que hoy parecen lugares comunes: los clones son personalidades adustas, miméticas, que desdeñan y temen la individualidad y la soledad. Con esas características, su tendencia natural es la de constituir una sociedad totalitaria, que será el eje de buena parte de la novela.
El volumen es en rigor un fix-up, una continuidad de tres novelas cortas que desarrollan una historia común con distintos personajes. En la primera, el mundo que conocemos se viene abajo por motivos que resultan tan actuales como en 1976, cuando la obra se publicó originalmente, y un grupo familiar amplio pero cerrado construye un entorno para la supervivencia. El único camino que encuentran para luchar contra los problemas reproductivos producidos por la radiación es el de clonarse. Sin embargo, sus descendientes resultarán ajenos a la condición humana. Las dos historias posteriores ya se desarrollan en el seno de la microsociedad clónica creada, y en la tradición distópica, tienen como protagonistas a disidentes que persiguen quebrantar las normas impuestas.
Además de catastrofismo y distopía, La estación del crepúsculo abraza otra sólida tradición de la ciencia ficción estadounidense: la del pastoralismo. En todo momento en contraste con los males de la sociedad contemporánea o la clónica se encuentra la naturaleza, descrita de forma detallada y delicada. El campo del Medio Oeste americano se presenta como un ancla para la cordura, un edén a través del que aferrarse con nostalgia a un pasado sencillo y aventurero ideal para el estadounidense, que la ciencia ficción ya evocó una y otra vez en la obra de grandes creadores como Ray Bradbury o Clifford Simak.
Es en la convicción con la que Wilhelm añora lo que aún la rodea, junto con la descripción precisa y descarnada del fin del mundo de las primeras cincuenta páginas, donde la novela resulta memorable. Luego tiene algunos valles de interés, para terminar de manera satisfactoria, en lo que a la postre ha resultado el trabajo más relevante en la carrera de su autora.
En contraste con la especulación científica abstrusa o las reiterativas aventuras espaciales que pueblan hoy los estantes de la ciencia ficción, casi siempre en gruesos volúmenes, el tono dinámico de esta novela, de elipsis y sugerencias, resulta un refrescante contraste. También este puede ser un libro de interés para el lector casual que sigue lastrado por prejuicios contra la ciencia ficción, pero que en cambio ha disfrutado con obras como Nunca me abandones, de Kazuo Ishiguro, o La mujer del viajero del tiempo, de Audrey Niffenegger.
Julián Díez
La ciencia ficción antes era así. Este libro, que no había sido reeditado en castellano desde hace treinta años, cosechó en su momento varios de los principales premios del género, en particular el Hugo. Hoy resulta una simpática rareza, pero también un canto a un género que quiso llamar la atención sobre el futuro de la humanidad antes de que los epígonos de Star Wars lo deglutieran, y esas problemáticas debieran refugiarse en obras de literatura general que, siendo de temáticas futuristas, no quieren ser de ciencia ficción. Y yo lo comprendo, dado en lo que se ha convertido la ciencia ficción.
La estación del crepúsculo es citada con frecuencia como la obra de referencia sobre clones; más concretamente, sobre la posibilidad de que los humanos clonados constituyan una nueva sociedad. En su desempeño, incurre en lo que hoy parecen lugares comunes: los clones son personalidades adustas, miméticas, que desdeñan y temen la individualidad y la soledad. Con esas características, su tendencia natural es la de constituir una sociedad totalitaria, que será el eje de buena parte de la novela.
El volumen es en rigor un fix-up, una continuidad de tres novelas cortas que desarrollan una historia común con distintos personajes. En la primera, el mundo que conocemos se viene abajo por motivos que resultan tan actuales como en 1976, cuando la obra se publicó originalmente, y un grupo familiar amplio pero cerrado construye un entorno para la supervivencia. El único camino que encuentran para luchar contra los problemas reproductivos producidos por la radiación es el de clonarse. Sin embargo, sus descendientes resultarán ajenos a la condición humana. Las dos historias posteriores ya se desarrollan en el seno de la microsociedad clónica creada, y en la tradición distópica, tienen como protagonistas a disidentes que persiguen quebrantar las normas impuestas.
Además de catastrofismo y distopía, La estación del crepúsculo abraza otra sólida tradición de la ciencia ficción estadounidense: la del pastoralismo. En todo momento en contraste con los males de la sociedad contemporánea o la clónica se encuentra la naturaleza, descrita de forma detallada y delicada. El campo del Medio Oeste americano se presenta como un ancla para la cordura, un edén a través del que aferrarse con nostalgia a un pasado sencillo y aventurero ideal para el estadounidense, que la ciencia ficción ya evocó una y otra vez en la obra de grandes creadores como Ray Bradbury o Clifford Simak.
Es en la convicción con la que Wilhelm añora lo que aún la rodea, junto con la descripción precisa y descarnada del fin del mundo de las primeras cincuenta páginas, donde la novela resulta memorable. Luego tiene algunos valles de interés, para terminar de manera satisfactoria, en lo que a la postre ha resultado el trabajo más relevante en la carrera de su autora.
En contraste con la especulación científica abstrusa o las reiterativas aventuras espaciales que pueblan hoy los estantes de la ciencia ficción, casi siempre en gruesos volúmenes, el tono dinámico de esta novela, de elipsis y sugerencias, resulta un refrescante contraste. También este puede ser un libro de interés para el lector casual que sigue lastrado por prejuicios contra la ciencia ficción, pero que en cambio ha disfrutado con obras como Nunca me abandones, de Kazuo Ishiguro, o La mujer del viajero del tiempo, de Audrey Niffenegger.
3 comentarios:
Gracias por el comentario. No conocía esta novela y la voy a buscar. Es una pena que se haya perdido tanto la literatura de ciencia-ficción. A lo mejor simplemente es que ya no hay buenos autores, o que quizás los clásicos (Asimov, Clarke, Bradbury,......), dejaron el nivel tan alto que es difícil quedar satisfecho con imitadores. En cualquier caso, de vez en cuando, los viejos lectores nos vamos encontrando.
Un saludo
comentas Julián que " obras de literatura general, siendo de temática futurista, no quieren ser de ciencia ficción" y que lo comprendes "dado en lo que se ha convertido la cf". ¿podrías explicar en qué se ha convertido? ¿te refieres a la española o a la extranjera?. Al final hablas tb de "especulación científica abstrusa o las reiterativas aventuras espaciales que pueblan hoy los estantes de la ciencia ficción". No toda la ciencia ficción entra en esos dos campos, e incluso entrando, dado que la cf recoge muchas subtemáticas, sería en mi opinión tomar la parte por el todo. Tb en la literatura mainstream existe mucha repetición de obras del mismo género, y no decimos "en lo que se ha convertido la literatura en general". Como en todo, lo bueno o reseñable es escaso, luego hay una parte que es buena pero que realmente no aporta nada, y luego lo desechable.
En definitiva, creo que los autores de mainstream que utilizan temáticas afines a la cf no quieren catalogarla como tal por el hecho de que no quieren que sus obras se mueran antes de empezar, por una simple cuestión de marca comercial, y no digamos el editor (al margen de que siempre hay escritores que puedan considerar a la cf inferior per se, pero el mundo está lleno de cretinos).
Mazarbul
Es una novela muy aburrida. No llegué ni a la mitad, y soy un fan de la ciencia ficción
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