Trad. Montse Triviño. Planeta, Barcelona, 2009. 419 pp. 19,95 €
Sofía Rhei
Entre todas las clasificaciones internas que pueden hacerse dentro de la novela policiaca, me decanto por la que sólo reconoce dos subgéneros: el "tramposo", en las que al lector le faltan pistas para resolver el misterio (por no figurar en el libro hasta el final o resultar demasiado técnicos), y el otro. En mi perfil de lectora poco aficionada al género negro, ya que sólo leo unos cuatro o cinco títulos al año, desde luego, tienen más mérito el segundo tipo de novelas, aquellas en las que todos los datos, incluyendo explicaciones científicas, están sobre la mesa, y el trabajo del detective (y del lector) es averiguar cómo se combinaron las circunstancias para dar lugar al crimen.
¿No es esto lo que sucede con la química? Los elementos son los que son, siempre los mismos, pero sus diferentes combinaciones hacen posible que siga siendo posible descubrir-inventar compuestos nuevos cada vez. La semejanza entre las construcciones sociales y los hallazgos científicos queda patente en esta maravillosa observación de Flavia:
«Charles Darwin ya había señalado que la lucha más feroz por la supervivencia se daba siempre en la propia tribu, y como quinto o sexto hijo que era –con tres hermanas mayores, además, es obvio que sabía muy bien de lo que hablaba. Para mí era una cuestión de química elemental: sabía muy bien que una sustancia tiende a diluirse por la acción de disolventes de composición química similar a la de dicha sustancia.»
En una entrevista, el autor reconocía que fue el hallazgo de este personaje lo que le permitió sacar adelante esta novela. «La gente se preguntará qué hace un hombre de 70 años utilizando la voz de una niña de 11», declara. Y sin embargo, esa voz es tan verosímil, auténtica y fascinante, que no se puede dejar de pensar en las muñecas rusas que todos llevamos dentro, unas dentro de otras, esperando la ocasión que las permita manifestarse.
Flavia de Luce, una especie de Miércoles Addams con muchas más lecturas y sentido del humor, describe minuciosamente todo lo que ve, con un sentido del humor reflexivo de exquisito regusto británico, y consiente a su autor travesuras deliciosas: la voz en primera persona de esa niña extremadamente culta y curiosa combina explosivamente la inocencia propia de su edad con una vocación gótica de lo más interesante. No se trata del único personaje muy bien terminado, ya que después de leer el libro permanecen en la mente dos o tres secundarios con entidad de protagonistas. Y del mismo modo que los rostros son la parte más difícil de conseguir para un dibujante, puede que el trabajo de los personajes sea el más complejo entre todas las tareas literarias, y el que menos veces sale bien.
He de confesar que cualquier autor que tenga un gran parecido físico con Terry Pratchett ya despierta mis simpatías a priori, pero en este caso, creo no exagerar si digo que Flavia de los extraños talentos está entre los diez mejores títulos que he leído este año. Según se va leyendo surgen los ecos de todos esos humoristas de la elegancia a los que debemos casi la vida. En este sentido, hay un párrafo oculto en el libro que nos ocupa que podría perfectamente servirle de poética: «Albert Einstein y George Bernard Shaw bebieron té en esa misma taza cuando visitaron a mi tío abuelo Tarquin… los dos a la vez no, claro.»
Recomiendo fervientemente esta maravillosa traducción de Montse Triviño, que ha reconstruido un mundo entero para nosotros sus lectores empezando por un título difícil de resolver.
Sofía Rhei
Entre todas las clasificaciones internas que pueden hacerse dentro de la novela policiaca, me decanto por la que sólo reconoce dos subgéneros: el "tramposo", en las que al lector le faltan pistas para resolver el misterio (por no figurar en el libro hasta el final o resultar demasiado técnicos), y el otro. En mi perfil de lectora poco aficionada al género negro, ya que sólo leo unos cuatro o cinco títulos al año, desde luego, tienen más mérito el segundo tipo de novelas, aquellas en las que todos los datos, incluyendo explicaciones científicas, están sobre la mesa, y el trabajo del detective (y del lector) es averiguar cómo se combinaron las circunstancias para dar lugar al crimen.
¿No es esto lo que sucede con la química? Los elementos son los que son, siempre los mismos, pero sus diferentes combinaciones hacen posible que siga siendo posible descubrir-inventar compuestos nuevos cada vez. La semejanza entre las construcciones sociales y los hallazgos científicos queda patente en esta maravillosa observación de Flavia:
«Charles Darwin ya había señalado que la lucha más feroz por la supervivencia se daba siempre en la propia tribu, y como quinto o sexto hijo que era –con tres hermanas mayores, además, es obvio que sabía muy bien de lo que hablaba. Para mí era una cuestión de química elemental: sabía muy bien que una sustancia tiende a diluirse por la acción de disolventes de composición química similar a la de dicha sustancia.»
En una entrevista, el autor reconocía que fue el hallazgo de este personaje lo que le permitió sacar adelante esta novela. «La gente se preguntará qué hace un hombre de 70 años utilizando la voz de una niña de 11», declara. Y sin embargo, esa voz es tan verosímil, auténtica y fascinante, que no se puede dejar de pensar en las muñecas rusas que todos llevamos dentro, unas dentro de otras, esperando la ocasión que las permita manifestarse.
Flavia de Luce, una especie de Miércoles Addams con muchas más lecturas y sentido del humor, describe minuciosamente todo lo que ve, con un sentido del humor reflexivo de exquisito regusto británico, y consiente a su autor travesuras deliciosas: la voz en primera persona de esa niña extremadamente culta y curiosa combina explosivamente la inocencia propia de su edad con una vocación gótica de lo más interesante. No se trata del único personaje muy bien terminado, ya que después de leer el libro permanecen en la mente dos o tres secundarios con entidad de protagonistas. Y del mismo modo que los rostros son la parte más difícil de conseguir para un dibujante, puede que el trabajo de los personajes sea el más complejo entre todas las tareas literarias, y el que menos veces sale bien.
He de confesar que cualquier autor que tenga un gran parecido físico con Terry Pratchett ya despierta mis simpatías a priori, pero en este caso, creo no exagerar si digo que Flavia de los extraños talentos está entre los diez mejores títulos que he leído este año. Según se va leyendo surgen los ecos de todos esos humoristas de la elegancia a los que debemos casi la vida. En este sentido, hay un párrafo oculto en el libro que nos ocupa que podría perfectamente servirle de poética: «Albert Einstein y George Bernard Shaw bebieron té en esa misma taza cuando visitaron a mi tío abuelo Tarquin… los dos a la vez no, claro.»
Recomiendo fervientemente esta maravillosa traducción de Montse Triviño, que ha reconstruido un mundo entero para nosotros sus lectores empezando por un título difícil de resolver.
1 comentario:
Estoy de acuerdo en que la traducción es maravillosa. En esta obra es destacable el sentido del humor.
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