Trad. Carmen Montes. Tusquets, Barcelona, 2009. 464 pp. 20 €
Julián Díez
De repente caí en la cuenta: Kurt Wallander es una de las cuarenta o cincuenta persona que mejor conozco en el mundo. Tras once libros, conozco cada detalle del pensamiento de este entrañable, mediocre y tozudo sabueso sueco. Su razonamiento repetitivo y circular que termina por llevarle casi casualmente a la resolución del caso. Sus aprensiones, que jamás remedia cambiando de hábitos. Sus fracasos amorosos. Sus pequeños placeres musicales. Su amor profundo por su hija, su aprecio por algunos, pocos, amigos, que se han ido marchando.
Hacía diez años que no sabíamos de él. Wallander tiene ya 60 en El hombre inquieto. Es, como cualquier hombre que se ha avejentado, una versión acentuada de sí mismo. Más enfermo, más solitario, totalmente fracasado. En su camino se pondrá un nuevo caso de interés: sus nuevos suegros, un marino de la Armada retirado y su esposa, desaparecerán sin razón aparente. Él estaba obsesionado con la presencia de submarinos rusos en aguas suecas en los años ochenta, y poco más tenemos para que Wallander tire de la manta. Que lo hará, por supuesto. Porque jamás puede dejar un cabo suelto. Aunque se trate de una cuestión política y él, como nos reconoce una y otra vez, jamás se ha interesado por la política, y con su inacción, como la de otros muchos suecos, ha permitido la evolución del país hacia el punto en que se encuentra.
Por el camino de los descubrimientos habrá mucho más de lo mismo. Pequeños excesos para llenar una vida vacía. Instantes de intimidad atesorados. Cansancio, fatiga, malestar físico. Paisajes desolados del sur sueco, esa desconocida Escania que Wallander ha puesto en el mapa. Recuerdos, toneladas de recuerdos de lo ocurrido en los libros precedentes, que fue conformando la triste biografía del protagonista. Que ahora, por cierto, ya tiene un rostro definido, tan icónico como el de Basil Rathbone encarnando a Sherlock Holmes: el de Kenneth Brannagh, el veterano actor inglés que le interpretó el pasado año en una magistral miniserie para la BBC.
El demiurgo que guía los pasos de Wallander, mi viejo amigo Wallander, parece haberle tomado alguna clase de extraña ojeriza como la que sentía por Holmes su creador. Hay una extraña crueldad en la forma en que Mankell conduce esta novela, sin apenas satisfacciones para su personaje y sus lectores. No atino a descubrir si le motiva el odio, o si no se trata de una forma de identificarnos aún más con nuestro amigo. Además del tremendo cierre, el maltrato es continuo. La vida es así, nos dice Mankell, después de once libros, después de más de 5.000 páginas, sólo queda el vacío. Qué terrible. Qué perfecto, a su sórdida manera.
Julián Díez
De repente caí en la cuenta: Kurt Wallander es una de las cuarenta o cincuenta persona que mejor conozco en el mundo. Tras once libros, conozco cada detalle del pensamiento de este entrañable, mediocre y tozudo sabueso sueco. Su razonamiento repetitivo y circular que termina por llevarle casi casualmente a la resolución del caso. Sus aprensiones, que jamás remedia cambiando de hábitos. Sus fracasos amorosos. Sus pequeños placeres musicales. Su amor profundo por su hija, su aprecio por algunos, pocos, amigos, que se han ido marchando.
Hacía diez años que no sabíamos de él. Wallander tiene ya 60 en El hombre inquieto. Es, como cualquier hombre que se ha avejentado, una versión acentuada de sí mismo. Más enfermo, más solitario, totalmente fracasado. En su camino se pondrá un nuevo caso de interés: sus nuevos suegros, un marino de la Armada retirado y su esposa, desaparecerán sin razón aparente. Él estaba obsesionado con la presencia de submarinos rusos en aguas suecas en los años ochenta, y poco más tenemos para que Wallander tire de la manta. Que lo hará, por supuesto. Porque jamás puede dejar un cabo suelto. Aunque se trate de una cuestión política y él, como nos reconoce una y otra vez, jamás se ha interesado por la política, y con su inacción, como la de otros muchos suecos, ha permitido la evolución del país hacia el punto en que se encuentra.
Por el camino de los descubrimientos habrá mucho más de lo mismo. Pequeños excesos para llenar una vida vacía. Instantes de intimidad atesorados. Cansancio, fatiga, malestar físico. Paisajes desolados del sur sueco, esa desconocida Escania que Wallander ha puesto en el mapa. Recuerdos, toneladas de recuerdos de lo ocurrido en los libros precedentes, que fue conformando la triste biografía del protagonista. Que ahora, por cierto, ya tiene un rostro definido, tan icónico como el de Basil Rathbone encarnando a Sherlock Holmes: el de Kenneth Brannagh, el veterano actor inglés que le interpretó el pasado año en una magistral miniserie para la BBC.
El demiurgo que guía los pasos de Wallander, mi viejo amigo Wallander, parece haberle tomado alguna clase de extraña ojeriza como la que sentía por Holmes su creador. Hay una extraña crueldad en la forma en que Mankell conduce esta novela, sin apenas satisfacciones para su personaje y sus lectores. No atino a descubrir si le motiva el odio, o si no se trata de una forma de identificarnos aún más con nuestro amigo. Además del tremendo cierre, el maltrato es continuo. La vida es así, nos dice Mankell, después de once libros, después de más de 5.000 páginas, sólo queda el vacío. Qué terrible. Qué perfecto, a su sórdida manera.
3 comentarios:
Yo ya hice mi critica, he leído todo relacionado con el personaje wallander y lo q he "reprochado" es q su vida personal siempre haya sido tan catastrofica, nunca ninguna satisfacción y la forma en q se deshace del personaje metiendole a una edad temprana en un alzheimer, no me parece justo y creo q el autor ahí se equivocó, pudo haber "acabado" con el personaje d otra manera quizá d una manera más satisfactoria pero bueno, el sabrá pq lo ha hecho así.
Pues que quereis que os diga, me ha encantado la manera de acabar con el personaje, de una manera durisima y real, como ha sido su vida llena de bajones, de algun pequeño placer,... y en general en esa lucha constante por sobrevivir,... o no es así la vida ? Gran novela, y gran final para un personaje que me ha llenado muchos momentos.
Acabo de leer "El Hombre Sonriente" donde regresa al cuerpo tras un año alejado.
El problema es que el libro dosifica la intriga muy bien hasta que en las últimas treinta páginas llega a un desenlace incoherente al convertir a Wallander en una especie de Bruce Willis que resuelve a base de acción.
Parece que Mankell no sabe como acabar y propone este fin.
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