Trad. Gerardo Gambolini. Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2009. 578 pp. 23 €
Pepe Cervera
No tenía ni idea de la existencia de John McGahern. No había leído ni oído nada acerca de este escritor irlandés, hasta que hace pocas semanas mis dedos fueron a dar con el lomo de sus cuentos completos (Adriana Hidalgo editora — http://www.adrianahidalgo.com/) en la librería “Tres rosas amarillas” de Madrid. Ahora sé que nació y falleció en Dublín (noviembre de 1934, marzo de 2006) y que es considerado uno de los escritores más destacados de su generación. Sé que creció en el seno de una familia numerosa y que su padre fue un hombre severo, sargento de policía —casi con toda seguridad se trata del sargento del relato titulado "Tragos", donde las minucias que debe atender un policía rural y las elevadas cuestiones que afectan la vida de un topógrafo venido de la ciudad, se contraponen para ilustrar las desdichas del primero; pero también puede tratarse del padre estricto de "Reloj de oro” y sobre todo del sargento y padre del magistral “De antes”, uno de los mejores cuentos del libro a mi entender.
Ahora que lo he leído sé que las autoridades católicas irlandesas condenaron a McGahern cuando se publicó su segunda novela, titulada La oscuridad, que censuraron la obra —ahí están los conflictos religiosos que se plantean sus personajes, esas dudas espirituales que aportan a sus personalidades un componente de inequívoca zozobra, y una necesidad ineludible de reconocerse en esa comunidad hermética en la que viven— que prohibieron la obra, digo, y su autor fue despedido de su trabajo como maestro de escuela y tuvo que trasladar su residencia lejos de Irlanda. Otro enorme escritor, el norteamericano Jim Harrison, dice que “es importante escribir sobre lo que realmente conoces. El paisaje y la gente están totalmente conectados”. John McGahern también lo sabía, estoy seguro, conocía muy bien todo aquello sobre lo que escribió, se nota, sí, vaya si se nota. Él mismo dice en la contracubierta del libro que sus cuentos más difíciles fueron tomados directamente de la vida. Y ese es el argumento de sus cuentos: la vida. ¡Ahí es nada! Ni más ni menos que la vida. Es fácil deducir que la existencia de McGahern tiene mucho que ver con lo que son sus historias, de la misma forma que tiene mucho que ver la existencia de la gente de campo con la que convivió, el vínculo creado entre las personas y su entorno, lo que le sirvió para reflexionar sobre una época y los distintos niveles establecidos en esa sociedad —en “Corazones de roble y panzas de latón” un grupo de trabajadores de la construcción permite al autor explicar lo que para él representa esa clase social. Destacando la objetividad frente al sentimentalismo John McGahern utiliza la descripción de situaciones cotidianas para exponer los problemas políticos, los misterios del hombre, sus choques sociales. Por eso hay maestros de escuela en estos relatos, y hay granjeros y hay jubilados e inseminadores de ganado, y oficiales del ejército inglés y personajes de indudable abolengo y gente que en un momento dado abandonó su casa y esa misma gente que años más tarde es incapaz de oponerse al regreso.
El protagonista y narrador de “El oficial de reclutamiento” da en el clavo cuando dice: «La sensación de que, en esta vida, hacer una cosa da casi lo mismo que hacer cualquier otra». Así es, los héroes de estos cuentos carecen en cierta medida de voluntad; anhelan prosperar pero no luchan, saben que no servirá de nada, nadie conseguirá huir de donde se ha nacido por muy lejos que se llegue. Sin embargo, más que resignación, lo que transmiten es conformismo, el convencimiento de que la existencia les viene dada, ajena a todo esfuerzo, a todo azar. Las raíces están demasiado profundas en la tierra que los ha visto nacer y necesitan esa tierra para desarrollarse, necesitan su sustancia para seguir creciendo. La tierra. El terruño. Son héroes desesperanzados que no consiguen mantenerse lejos de esa irlanda rural. McGahern también es de los que regresó a su tierra en la década de los ’70 y allí siguió escribiendo y trabajando como profesor hasta su muerte. Ahora lo sé. Si los primeros relatos del volumen poseen un componente iniciático —como en “Lavin”, donde se narra de manera brusca y sin adornos la iniciación sexual de dos adolescentes—, o de considerable desorientación —como en “Mi amor, mi paraguas”, donde se recoge una de las más certeras y breves descripciones que he leído últimamente sobre lo que es un orgasmo femenino: «Hicimos otra vez el amor bajo la lluvia, ella la más fogosa, y después de derramada la simiente dijo “Espera” y, moviéndose sobre un pene moribundo bajo el paraguas que oscilaba en sus manos, tembló hasta lanzar un inarticulado grito de placer»—, los personajes de los últimos cuentos son más dóciles, menos vehementes, ya no esperan tantas cosas de la vida, aunque siguen formando parte de una sociedad que condiciona en exceso su carácter, en la mayoría de los casos, como cuando se enfrentan al orden establecido, para constreñirlos. No obstante las historias, ya digo, son más tranquilas, más melancólicas, de tal forma en el dramático y hermoso “Amor al mundo” —al reflexionar sobre su propia vida, uno de sus personajes dice que lo único que ha hecho es “estar” y que incluso donde en ese momento se encuentra todo sigue siendo muy interesante, a veces incluso demasiado interesante. Y no puede estar más en lo cierto, porque estos cuentos convierten en trascendental las situaciones más triviales, en pepita de oro al más miserable guijarro.
Ahora que lo he leído sé que John McGahern escribió siete novelas, varias obras teatrales y guiones para series de televisión, sé que es considerado el sucesor de James Joyce, aunque también sé que no hace falta compararlo con nadie para apreciarlo como uno de los grandes. Y sé que escribió los 30 relatos que se incluyen en su libro Cuentos completos y que todos ellos son precisos y admirables y estremecedores y sublimes y no sé cuántos adjetivos más dedicarle a estas historias que desde ahora son para mí de lectura necesaria. Ahora que lo he leído, lo sé.
Pepe Cervera
No tenía ni idea de la existencia de John McGahern. No había leído ni oído nada acerca de este escritor irlandés, hasta que hace pocas semanas mis dedos fueron a dar con el lomo de sus cuentos completos (Adriana Hidalgo editora — http://www.adrianahidalgo.com/) en la librería “Tres rosas amarillas” de Madrid. Ahora sé que nació y falleció en Dublín (noviembre de 1934, marzo de 2006) y que es considerado uno de los escritores más destacados de su generación. Sé que creció en el seno de una familia numerosa y que su padre fue un hombre severo, sargento de policía —casi con toda seguridad se trata del sargento del relato titulado "Tragos", donde las minucias que debe atender un policía rural y las elevadas cuestiones que afectan la vida de un topógrafo venido de la ciudad, se contraponen para ilustrar las desdichas del primero; pero también puede tratarse del padre estricto de "Reloj de oro” y sobre todo del sargento y padre del magistral “De antes”, uno de los mejores cuentos del libro a mi entender.
Ahora que lo he leído sé que las autoridades católicas irlandesas condenaron a McGahern cuando se publicó su segunda novela, titulada La oscuridad, que censuraron la obra —ahí están los conflictos religiosos que se plantean sus personajes, esas dudas espirituales que aportan a sus personalidades un componente de inequívoca zozobra, y una necesidad ineludible de reconocerse en esa comunidad hermética en la que viven— que prohibieron la obra, digo, y su autor fue despedido de su trabajo como maestro de escuela y tuvo que trasladar su residencia lejos de Irlanda. Otro enorme escritor, el norteamericano Jim Harrison, dice que “es importante escribir sobre lo que realmente conoces. El paisaje y la gente están totalmente conectados”. John McGahern también lo sabía, estoy seguro, conocía muy bien todo aquello sobre lo que escribió, se nota, sí, vaya si se nota. Él mismo dice en la contracubierta del libro que sus cuentos más difíciles fueron tomados directamente de la vida. Y ese es el argumento de sus cuentos: la vida. ¡Ahí es nada! Ni más ni menos que la vida. Es fácil deducir que la existencia de McGahern tiene mucho que ver con lo que son sus historias, de la misma forma que tiene mucho que ver la existencia de la gente de campo con la que convivió, el vínculo creado entre las personas y su entorno, lo que le sirvió para reflexionar sobre una época y los distintos niveles establecidos en esa sociedad —en “Corazones de roble y panzas de latón” un grupo de trabajadores de la construcción permite al autor explicar lo que para él representa esa clase social. Destacando la objetividad frente al sentimentalismo John McGahern utiliza la descripción de situaciones cotidianas para exponer los problemas políticos, los misterios del hombre, sus choques sociales. Por eso hay maestros de escuela en estos relatos, y hay granjeros y hay jubilados e inseminadores de ganado, y oficiales del ejército inglés y personajes de indudable abolengo y gente que en un momento dado abandonó su casa y esa misma gente que años más tarde es incapaz de oponerse al regreso.
El protagonista y narrador de “El oficial de reclutamiento” da en el clavo cuando dice: «La sensación de que, en esta vida, hacer una cosa da casi lo mismo que hacer cualquier otra». Así es, los héroes de estos cuentos carecen en cierta medida de voluntad; anhelan prosperar pero no luchan, saben que no servirá de nada, nadie conseguirá huir de donde se ha nacido por muy lejos que se llegue. Sin embargo, más que resignación, lo que transmiten es conformismo, el convencimiento de que la existencia les viene dada, ajena a todo esfuerzo, a todo azar. Las raíces están demasiado profundas en la tierra que los ha visto nacer y necesitan esa tierra para desarrollarse, necesitan su sustancia para seguir creciendo. La tierra. El terruño. Son héroes desesperanzados que no consiguen mantenerse lejos de esa irlanda rural. McGahern también es de los que regresó a su tierra en la década de los ’70 y allí siguió escribiendo y trabajando como profesor hasta su muerte. Ahora lo sé. Si los primeros relatos del volumen poseen un componente iniciático —como en “Lavin”, donde se narra de manera brusca y sin adornos la iniciación sexual de dos adolescentes—, o de considerable desorientación —como en “Mi amor, mi paraguas”, donde se recoge una de las más certeras y breves descripciones que he leído últimamente sobre lo que es un orgasmo femenino: «Hicimos otra vez el amor bajo la lluvia, ella la más fogosa, y después de derramada la simiente dijo “Espera” y, moviéndose sobre un pene moribundo bajo el paraguas que oscilaba en sus manos, tembló hasta lanzar un inarticulado grito de placer»—, los personajes de los últimos cuentos son más dóciles, menos vehementes, ya no esperan tantas cosas de la vida, aunque siguen formando parte de una sociedad que condiciona en exceso su carácter, en la mayoría de los casos, como cuando se enfrentan al orden establecido, para constreñirlos. No obstante las historias, ya digo, son más tranquilas, más melancólicas, de tal forma en el dramático y hermoso “Amor al mundo” —al reflexionar sobre su propia vida, uno de sus personajes dice que lo único que ha hecho es “estar” y que incluso donde en ese momento se encuentra todo sigue siendo muy interesante, a veces incluso demasiado interesante. Y no puede estar más en lo cierto, porque estos cuentos convierten en trascendental las situaciones más triviales, en pepita de oro al más miserable guijarro.
Ahora que lo he leído sé que John McGahern escribió siete novelas, varias obras teatrales y guiones para series de televisión, sé que es considerado el sucesor de James Joyce, aunque también sé que no hace falta compararlo con nadie para apreciarlo como uno de los grandes. Y sé que escribió los 30 relatos que se incluyen en su libro Cuentos completos y que todos ellos son precisos y admirables y estremecedores y sublimes y no sé cuántos adjetivos más dedicarle a estas historias que desde ahora son para mí de lectura necesaria. Ahora que lo he leído, lo sé.
2 comentarios:
Aparenta muy interesante por la reseña e historia que nos cuentas. Sin dudas lo ingresaré a la lista de pendientes "obligatorios".
Mil gracias por este descubrimiento, dan gusto este tipo de recomendaciones de autores desconocidos para la gran mayoría.
Un saludo
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