Menoscuarto, Palencia, 2006. 168 pp. 13 €
José Manuel de la Huerga
En Entrevista a Jules Feltrinelli, uno de los cuentos que se recogen en la antología que nos ocupa, el entrevistado responde: «Acostumbro a respirar en la perplejidad de cosas que no entiendo». Si no fuera demasiado categórico, diría que en esta verdad tan dubitativa descansa la columna central de todo el edificio que Julia Otxoa ha venido levantando durante años. Cuando la leí no pude por menos que subrayarla, acotarla y, si se me permite, adoptarla. Lo mismo que a un niño venido de lejos. Aunque espero que el desenlace de la adopción internacional no sea el mismo que en Leyendas, también en esta colección. (Les dejo con el enigma, no dejen de leerlo, especialmente los que anden en procesos de adopción.)
Cuando leí la bendita frase señalada supe que me encontraba en mi elemento, que la literatura de Julia Otxoa bebía del río de los grandes: Cervantes, Kafka, Chéjov, Melville, Italo Calvino, Córtazar, Pessoa..., autores que Otxoa pone como cabecera de su recopilación en Todo empezó en un armario. Y especialmente Kafka: acostumbrarse a despertar y tener a dos tipos a los pies de tu cama y decirte que estas procesado sin saber cuál es la causa que se te imputa, ni por qué, ni dónde, ni cuándo, y, repito, acostumbrarse a respirar con esa adherencia mortal, aceptar y consentir... La actitud es voluntariamente pasiva, pero probablemente no haya mejores maneras de habitar este mundo en muchas ocasiones incomprensible.
Los mejores cuentos de esta antología se articulan en esa aceptación, a veces hasta placentera, de lo inverosímil, de lo absurdo. Así Longevidad, Cerdos y flores, Un extraño envío o El estanco, por mencionar sólo unos pocos de los que señalo con un puntito en su índice. Lo que viene a significar que, aunque olvide el argumento, sé que volveré a leer y volveré a señalar con otro puntito y así en un viaje circular, o una firma obsesiva, por utilizar un par de imágenes robadas a la autora. El dueño de un estanco abre todos los días las puertas de su establecimiento sabiendo que miente a todos sus clientes habituales: no tiene sellos ni locales ni nacionales ni internacionales. Pero ellos se dejan convencer, mañana, a lo más pasado están aquí... Y así llevan una década. Hasta que alguien decide responder al vecino y montar un proceso de respuestas autárquico, en el barrio, cambio de identidades, locura colectiva, y vivir vidas ajenas. Un delicia de relato, emocionante.
El absurdo llega a invadir el territorio de lo fantástico en cuentos de dragones con un agradable regusto naïf, como La primavera del dragón, donde un bombero, en vez de apagar fuego, le entran unas ganas terrible de echar fuego por la boca. O ese gato siamés que defienden su integridad comiéndose lentamente a sus dueños. O el impagable Cerdos y flores, donde el cruce de los cartas nos pone al corriente de las vicisitudes de una “cerda metafísica” que necesita comer flores y de cómo su dueño, el porquero, defiende sus actos ante el jardinero malencarado.
Absurdo que también es infeliz incomunicación en algunos relatos abruptos, con final sangriento y cruel, como si de una ceremonia de sacrificio se tratara. El juez asesino de Santa Reparata, el pobrecito ratón Horacio, o lo comedores de palomas dan cuenta de ello.
Por supuesto quien transita por los territorios oníricos de lo absurdo no puede por menos que tomar el lenguaje, la incomunicación, el significado de las palabras como fuente inagotable de tales desvaríos. Son fantasmas como los de Schopenhauer que nos obligan a meternos en el laberinto de los diccionarios y no nos permiten salir con vida de ellos. Me refiero a Sobre las visiones de fantasmas que cierra la recopilación.
La belleza incuestionable de algunos de los relatos más breves está motivada por el cruce de caminos. En la intersección de los senderos que se bifurcan de la poesía y la narrativa nacen híbridos de naturaleza extraña como Un infinito paisaje de huellas entrecruzadas, en palabras de la autora. Así en Weil donde la autora nos da cuenta de los carpinteros de esta localidad que llenan los árboles de pájaros de madera y que cantan cuando son quemados.
Julia Otxoa mima sus cuentos como verdaderos hallazgos extraídos de ese territorio mestizo de la poesía y de la narrativa. Sería algo así como ese estado de duermevela, entre la vigilia y el sueño, donde las leyes de lo verosímil saltan por los aires y el personaje con nombre apenas de inicial (homenaje al Joseph K. kafkiano) acepta respirar en ese leve cruce lo que dura la eternidad de un buen relato breve.
Pero vayamos, si es que es posible, al principio. La edición de Un extraño envío (relatos breves) que, como es habitual en su colección Reloj de arena, Menoscuarto mima en todos los detalles, recoge una sugerente antología de cuentos de la autora que han ido apareciendo en entregas anteriores. Deseamos que esta edición coloque a Julia Otxoa en el lugar que le corresponde, dentro de los mejores cuentistas nacionales y que Menoscuarto, especializada en el relato breve, continúe arriesgando en esta y otras aventuras editoriales.
José Manuel de la Huerga
En Entrevista a Jules Feltrinelli, uno de los cuentos que se recogen en la antología que nos ocupa, el entrevistado responde: «Acostumbro a respirar en la perplejidad de cosas que no entiendo». Si no fuera demasiado categórico, diría que en esta verdad tan dubitativa descansa la columna central de todo el edificio que Julia Otxoa ha venido levantando durante años. Cuando la leí no pude por menos que subrayarla, acotarla y, si se me permite, adoptarla. Lo mismo que a un niño venido de lejos. Aunque espero que el desenlace de la adopción internacional no sea el mismo que en Leyendas, también en esta colección. (Les dejo con el enigma, no dejen de leerlo, especialmente los que anden en procesos de adopción.)
Cuando leí la bendita frase señalada supe que me encontraba en mi elemento, que la literatura de Julia Otxoa bebía del río de los grandes: Cervantes, Kafka, Chéjov, Melville, Italo Calvino, Córtazar, Pessoa..., autores que Otxoa pone como cabecera de su recopilación en Todo empezó en un armario. Y especialmente Kafka: acostumbrarse a despertar y tener a dos tipos a los pies de tu cama y decirte que estas procesado sin saber cuál es la causa que se te imputa, ni por qué, ni dónde, ni cuándo, y, repito, acostumbrarse a respirar con esa adherencia mortal, aceptar y consentir... La actitud es voluntariamente pasiva, pero probablemente no haya mejores maneras de habitar este mundo en muchas ocasiones incomprensible.
Los mejores cuentos de esta antología se articulan en esa aceptación, a veces hasta placentera, de lo inverosímil, de lo absurdo. Así Longevidad, Cerdos y flores, Un extraño envío o El estanco, por mencionar sólo unos pocos de los que señalo con un puntito en su índice. Lo que viene a significar que, aunque olvide el argumento, sé que volveré a leer y volveré a señalar con otro puntito y así en un viaje circular, o una firma obsesiva, por utilizar un par de imágenes robadas a la autora. El dueño de un estanco abre todos los días las puertas de su establecimiento sabiendo que miente a todos sus clientes habituales: no tiene sellos ni locales ni nacionales ni internacionales. Pero ellos se dejan convencer, mañana, a lo más pasado están aquí... Y así llevan una década. Hasta que alguien decide responder al vecino y montar un proceso de respuestas autárquico, en el barrio, cambio de identidades, locura colectiva, y vivir vidas ajenas. Un delicia de relato, emocionante.
El absurdo llega a invadir el territorio de lo fantástico en cuentos de dragones con un agradable regusto naïf, como La primavera del dragón, donde un bombero, en vez de apagar fuego, le entran unas ganas terrible de echar fuego por la boca. O ese gato siamés que defienden su integridad comiéndose lentamente a sus dueños. O el impagable Cerdos y flores, donde el cruce de los cartas nos pone al corriente de las vicisitudes de una “cerda metafísica” que necesita comer flores y de cómo su dueño, el porquero, defiende sus actos ante el jardinero malencarado.
Absurdo que también es infeliz incomunicación en algunos relatos abruptos, con final sangriento y cruel, como si de una ceremonia de sacrificio se tratara. El juez asesino de Santa Reparata, el pobrecito ratón Horacio, o lo comedores de palomas dan cuenta de ello.
Por supuesto quien transita por los territorios oníricos de lo absurdo no puede por menos que tomar el lenguaje, la incomunicación, el significado de las palabras como fuente inagotable de tales desvaríos. Son fantasmas como los de Schopenhauer que nos obligan a meternos en el laberinto de los diccionarios y no nos permiten salir con vida de ellos. Me refiero a Sobre las visiones de fantasmas que cierra la recopilación.
La belleza incuestionable de algunos de los relatos más breves está motivada por el cruce de caminos. En la intersección de los senderos que se bifurcan de la poesía y la narrativa nacen híbridos de naturaleza extraña como Un infinito paisaje de huellas entrecruzadas, en palabras de la autora. Así en Weil donde la autora nos da cuenta de los carpinteros de esta localidad que llenan los árboles de pájaros de madera y que cantan cuando son quemados.
Julia Otxoa mima sus cuentos como verdaderos hallazgos extraídos de ese territorio mestizo de la poesía y de la narrativa. Sería algo así como ese estado de duermevela, entre la vigilia y el sueño, donde las leyes de lo verosímil saltan por los aires y el personaje con nombre apenas de inicial (homenaje al Joseph K. kafkiano) acepta respirar en ese leve cruce lo que dura la eternidad de un buen relato breve.
Pero vayamos, si es que es posible, al principio. La edición de Un extraño envío (relatos breves) que, como es habitual en su colección Reloj de arena, Menoscuarto mima en todos los detalles, recoge una sugerente antología de cuentos de la autora que han ido apareciendo en entregas anteriores. Deseamos que esta edición coloque a Julia Otxoa en el lugar que le corresponde, dentro de los mejores cuentistas nacionales y que Menoscuarto, especializada en el relato breve, continúe arriesgando en esta y otras aventuras editoriales.
2 comentarios:
No te parece que exageras?
Leo, ¿has leído a Julia Otxoa?
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