Trad. Eustaquio Barjau. Alianza Editorial, Madrid, 2006. 120 pp. 6 €
Fernando García Calderón
El “descubrimiento” de un libro, de un autor, produce una alegría singular, justificando la ilusión de la lectura. Pero ¿qué hay del retorno a uno que lo fue todo para nosotros?
Hubo un tiempo en que el escritor y polemista Peter Handke era sólo un escritor. Al menos para muchos de los que se bebían sus obras. Me remonto hasta los años 70 y 80 del pasado siglo, cuando la Tierra giraba a otra velocidad y no existían los blogs. Casi nada. En aquella lejana Europa, Peter Handke publicó El miedo del portero al penalty (1970; Alfaguara, 1979), Carta breve para un largo adiós (1972; Alianza Tres, 1976), Desgracia indeseada (1972; Barral Editores, 1975), El momento de la sensación verdadera (1975; Alfaguara, 1981) y La mujer zurda (1976; Alianza Tres, 1979). Dio que hablar en una España que se desperezaba tras la pesadilla. Llegaron las películas en las que colaboró con Wim Wenders y se convirtió en eso que llaman autor de culto. O sea, un autor alabado por un puñado (aunque a veces el puño crezca hasta la desmesura) de seguidores y fanáticos.
El que ahora escribe fue uno de esos seguidores. Me enamoré del comienzo y del final de El miedo del portero al penalty y ya no me importaron las 137 páginas que quedaban en medio. Peter Handke entraba en mi particular parnaso, arrojaba las cítaras y los laureles por la ventana, y se acomodaba en el lecho de Melpómene, Talía y Erato sin afrodisiaco alguno del que valerse. Con La mujer zurda concluyó aquel periodo de exaltación de los dioses de la nueva lengua germana (otro Peter, Weiss, y Heinrich Böll completaban la extraña trinidad que mi buena fe había ideado). Aquel libro se me incrustó en un espacio indefinido que tenía por límites el bulbo raquídeo y el diafragma, punzando las sienes y el corazón, creciendo como el mejor cáncer, como el peor soufflé. La edición que ha visto la luz recientemente en esta bonita colección de bolsillo es la misma traducción de entonces.
Confieso ahora que elegí esta lectura con un doble afán: hablaros de la novela y transmitiros las impresiones literarias que, con los antecedentes indicados, causaba en mí el viaje a un tiempo que embalsamé con cariño. Un experimento, vamos, en vivo y en directo. Empiezo, pues, sin marcar un punto y aparte, con determinación: La mujer zurda es una obra mal escrita. Desaliñada, con un armazón endeble y unos personajes secundarios dibujados con un carboncillo grueso como un trozo de paloduz, sin un buen inicio y sin un remate que exalte los sentidos. ¿Por qué? Porque es fruto de una “sofisticada” manera de entender el relato. Handke trabaja y trabaja más allá de la búsqueda de la naturalidad, de la búsqueda del mérito de llamarse escritor. Ninguna de sus frases figurará en una antología por su calidad formal, ninguna destaca por su belleza. Sería más bien un guionista; un guionista al que no le interesara la literatura ni el cine. Sólo le interesa meternos en la cabeza un sentimiento. Y, en su herculana labor, pretende hacerlo sin hablar de ideas, sin hablar de las clásicas intimidades que tocan la conciencia o el lagrimal. El verbo mirar, la rutina raramente profanada, unos paisajes y unos objetos bastan. Las referencias temporales tampoco importan. El uso del pretérito imperfecto permite saltar de escena en escena, sin que sepamos cuanto tiempo transcurre entre éstas. ¿Para qué? Para aislarnos del mundo exterior, para meternos en la piel de la protagonista o del cámara que la sigue con la frialdad del que acude al suceso y no echa una mano para salvar una vida porque lo relevante es que los espectadores sepan qué ocurre y cómo se muere. Leed las páginas 59, 60 y 61 de este libro. ¿Habéis sentido alguna vez agorafobia? La sentiréis, os lo aseguro.
Esa escritura recibió todo género de calificativos: neocínica, desalienada, observacional. Más de un crítico diría hoy que es artificiosa, que carece de ritmo, que se ven la tramoya y el tramoyista, que está pasada de moda. Seguramente tendrá razón. Pero, con todo, merece la pena leer La mujer zurda. Merece la pena conocer a esta Marianne que no es diestra (tampoco siniestra, que conste). Merece la pena acercarse a esta persona. Ahí reside el valor de la obra, y el de tantos otras obras de este autor. No dibuja personajes, no construye héroes. Presenta personas, de carne y hueso, y pocos lo igualarán en esas lides. Algo tan sobresaliente que se constituye en la esencia misma de la literatura. Historias y personas, no hay más.
………………
Dato obligado: Handke llevó a la pantalla su novela en 1978. Edith Clever y Bruno Ganz fueron sus protagonistas.
Zurrón de enlaces (en alemán):
El “descubrimiento” de un libro, de un autor, produce una alegría singular, justificando la ilusión de la lectura. Pero ¿qué hay del retorno a uno que lo fue todo para nosotros?
Hubo un tiempo en que el escritor y polemista Peter Handke era sólo un escritor. Al menos para muchos de los que se bebían sus obras. Me remonto hasta los años 70 y 80 del pasado siglo, cuando la Tierra giraba a otra velocidad y no existían los blogs. Casi nada. En aquella lejana Europa, Peter Handke publicó El miedo del portero al penalty (1970; Alfaguara, 1979), Carta breve para un largo adiós (1972; Alianza Tres, 1976), Desgracia indeseada (1972; Barral Editores, 1975), El momento de la sensación verdadera (1975; Alfaguara, 1981) y La mujer zurda (1976; Alianza Tres, 1979). Dio que hablar en una España que se desperezaba tras la pesadilla. Llegaron las películas en las que colaboró con Wim Wenders y se convirtió en eso que llaman autor de culto. O sea, un autor alabado por un puñado (aunque a veces el puño crezca hasta la desmesura) de seguidores y fanáticos.
El que ahora escribe fue uno de esos seguidores. Me enamoré del comienzo y del final de El miedo del portero al penalty y ya no me importaron las 137 páginas que quedaban en medio. Peter Handke entraba en mi particular parnaso, arrojaba las cítaras y los laureles por la ventana, y se acomodaba en el lecho de Melpómene, Talía y Erato sin afrodisiaco alguno del que valerse. Con La mujer zurda concluyó aquel periodo de exaltación de los dioses de la nueva lengua germana (otro Peter, Weiss, y Heinrich Böll completaban la extraña trinidad que mi buena fe había ideado). Aquel libro se me incrustó en un espacio indefinido que tenía por límites el bulbo raquídeo y el diafragma, punzando las sienes y el corazón, creciendo como el mejor cáncer, como el peor soufflé. La edición que ha visto la luz recientemente en esta bonita colección de bolsillo es la misma traducción de entonces.
Confieso ahora que elegí esta lectura con un doble afán: hablaros de la novela y transmitiros las impresiones literarias que, con los antecedentes indicados, causaba en mí el viaje a un tiempo que embalsamé con cariño. Un experimento, vamos, en vivo y en directo. Empiezo, pues, sin marcar un punto y aparte, con determinación: La mujer zurda es una obra mal escrita. Desaliñada, con un armazón endeble y unos personajes secundarios dibujados con un carboncillo grueso como un trozo de paloduz, sin un buen inicio y sin un remate que exalte los sentidos. ¿Por qué? Porque es fruto de una “sofisticada” manera de entender el relato. Handke trabaja y trabaja más allá de la búsqueda de la naturalidad, de la búsqueda del mérito de llamarse escritor. Ninguna de sus frases figurará en una antología por su calidad formal, ninguna destaca por su belleza. Sería más bien un guionista; un guionista al que no le interesara la literatura ni el cine. Sólo le interesa meternos en la cabeza un sentimiento. Y, en su herculana labor, pretende hacerlo sin hablar de ideas, sin hablar de las clásicas intimidades que tocan la conciencia o el lagrimal. El verbo mirar, la rutina raramente profanada, unos paisajes y unos objetos bastan. Las referencias temporales tampoco importan. El uso del pretérito imperfecto permite saltar de escena en escena, sin que sepamos cuanto tiempo transcurre entre éstas. ¿Para qué? Para aislarnos del mundo exterior, para meternos en la piel de la protagonista o del cámara que la sigue con la frialdad del que acude al suceso y no echa una mano para salvar una vida porque lo relevante es que los espectadores sepan qué ocurre y cómo se muere. Leed las páginas 59, 60 y 61 de este libro. ¿Habéis sentido alguna vez agorafobia? La sentiréis, os lo aseguro.
Esa escritura recibió todo género de calificativos: neocínica, desalienada, observacional. Más de un crítico diría hoy que es artificiosa, que carece de ritmo, que se ven la tramoya y el tramoyista, que está pasada de moda. Seguramente tendrá razón. Pero, con todo, merece la pena leer La mujer zurda. Merece la pena conocer a esta Marianne que no es diestra (tampoco siniestra, que conste). Merece la pena acercarse a esta persona. Ahí reside el valor de la obra, y el de tantos otras obras de este autor. No dibuja personajes, no construye héroes. Presenta personas, de carne y hueso, y pocos lo igualarán en esas lides. Algo tan sobresaliente que se constituye en la esencia misma de la literatura. Historias y personas, no hay más.
………………
Dato obligado: Handke llevó a la pantalla su novela en 1978. Edith Clever y Bruno Ganz fueron sus protagonistas.
Zurrón de enlaces (en alemán):
http://www.tour-literatur.de/Links/links_autoren/handke_links.htm
Apostilla final: Sé que dejo sin respuesta la primera de las preguntas que formulé, la más íntima. ¿Qué sentimiento prevalece, tras tantos años, ante un libro que marcó nuestra biografía? ¿Cabe el desencanto? ¿Gana siempre el recuerdo? Mejor contestación que la mía será la de Hilario J. Rodríguez, que construyó Babel para expresarlo.
Apostilla final: Sé que dejo sin respuesta la primera de las preguntas que formulé, la más íntima. ¿Qué sentimiento prevalece, tras tantos años, ante un libro que marcó nuestra biografía? ¿Cabe el desencanto? ¿Gana siempre el recuerdo? Mejor contestación que la mía será la de Hilario J. Rodríguez, que construyó Babel para expresarlo.
7 comentarios:
¿Y Thomas Mann no te gusta o Walser? Creo que la literatura en lengua alemana tiene grandes autores, suelen ser bastante profundos. Lástima que un pueblo tan espiritual se aliara con el nazismo, curiosa paradoja.
Un saludo.
¡Qué tiempos aquellos! Fernando, me encanta la pasión que pones en tus críticas.
Me ha gustado el tono de la reseña, aunque no estoy seguro de querer leer a Peter Handke. Interesante la pregunta final. ¿Qué opinará Hilario?
Fernando:
Tu crítica ha llegado al camino de mis deseos, obligándome a efectuar la lectura de "La mujer Zurda" de Peter Handke. De él había leído "El miedo del portero al penalty" y coincido con tu comentario. Comprendo tu experimento y alabo tu facilidad para la crítica y el buen estilo literario de tus novelas.
Mi gratitud por los comentarios vertidos. Respondo al Capitán: Por supuesto que me gustan Thomas Mann y Robert Walser. Y Brecht, Frisch, Benjamin, Schmidt (Arno), Döblin. Y Broch, Goethe, Bernhard, Zweig... En fin, me paro para no cansar a nadie. Yo, de cualquier forma, no hablaría de "pueblo" espiritual. Hablemos de individuos, uno a uno, sin las manipulaciones de los grandes "líderes" que pretenden figurar en los libros de Historia, y nos llevaremos menos desengaños.
Me interesó El miedo del portero y seguí, libro en mano, la ruta que se describe en Un viaje de invierno, pero con Handke tengo un problema irresoluble, que consiste en que viví dos años en Sarajevo rodeado de tumbas y edificios en ruinas y me encontré con que este señor niega todo eso y se presenta en los funerales del máximo culpable de todo eso como quien va al velorio de un viejo amigo y, en última instancia, justifica la barbarie chetnik como un noble acto de resistencia ante el imperialismo capitalista. Y puedo asegurar que en el cerco de Sarajevo hubo muchas cosas, pero nobleza poquita. No puedo dejar pasar eso cuando se habla de Handke y supongo que a otros lectores les ocurre lo mismo, se me disculpará por eso el comentario.
Me gusta mucho este comentario sobre el libro de Handke. Me identifico con el resultado que produce en el lector. Impacta sin artificios, o con el artificio del despojo.
Publicar un comentario