Presentación de José-Carlos Mainer. Anagrama, Barcelona, 2007. 136 pp. 14 €
Juan Marqués
Lo malo de este asunto es que habrá quien se sorprenda. Hay que alegrarse, desde luego, de que la publicación de esta extraordinaria novela en una editorial como Anagrama vaya a descubrir a muchos el talento literario de su autor, pero es triste que a estas alturas todavía haya tanta gente que no sepa de quién hablamos exactamente cuando hablamos de José Antonio Labordeta. Aparte de un hombre entrañable y queridísimo por todos aquellos que merecen quererle (entre los que se cuentan, incluso, muchos —¡no todos…!— de sus adversarios políticos, dentro y fuera de Aragón) y de un diputado de actitud intachable (mientras esté él en el Congreso podremos estar seguros de que hay, al menos, un hombre honrado allí dentro, y ya es triste tener que conformarse con tan poco…), es un creador de una brillantez particularísima, en varios campos. El que le ha hecho más popular es la canción, pero seguramente es en la literatura donde más profundidad (y altura) ha conseguido, y probablemente serán sus libros lo que le haga perdurar como merece.
Ya la editorial Lumen consiguió hace veinticinco años juntar en la muy recomendable antología de Poemas y canciones a Labordeta y José-Carlos Mainer, que son hoy dos de los zaragozanos vivos más dignos de admiración. Anagrama (cuyo catálogo es definitivamente fundamental para comprender lo que ha pasado literariamente en las últimas décadas) vuelve a reunirlos para dar a luz En el remolino, una novela de apenas cien páginas, que es, sin embargo, una enorme novela. Trata, en efecto, de la guerra civil, pero no es otra novela sobre la guerra civil (ni, desde luego, Otra maldita novela sobre la guerra civil como esa que anuncia Isaac Rosa), sino que vendría a relatar algo así como un episodio de violencia “intrahistórica” en un pueblo indeterminado (pero del ámbito aragonés, como delatan ciertas expresiones: “Las perricas”, “¡Rediós!”…), que coincide (y desde luego que no por casualidad, ni dentro del relato ni en las intenciones de su autor) con el comienzo de la guerra. Un episodio de violencia entre vecinos de una aldea, que viene a resolver trágicamente rencores y agravios del pasado, funciona como metáfora y denuncia de lo que sucedió en aquel julio de 1936. La chulería y agresividad gratuita de Severino, ayudado por la apatía y el miedo del juez y el sacerdote, inician el desenlace de conflictos muy antiguos, de los que nos vamos enterando poco a poco, gracias a los inspiradísimos monólogos interiores de los personajes, que delatan personalidades torturadas por circunstancias y destinos no elegidos, y nos hacen comprender su humanidad cansada, sufridora, derrotada.
Es una gran idea haber reproducido en la cubierta el Duelo a garrotazos de Goya —otro ilustre zaragozano— porque hay mucho de eso En el remolino: violencia extrema entre gentes que —si bien se mira— es evidente que no quieren pelear y lo hacen con indolencia, que no tienen ninguna razón para verse en ese trance, pero que parecen estar respondiendo a un maldito destino que les obliga a ello sin que puedan evitarlo o sobreponerse a él. La visión de la condición humana no es muy halagüeña en estas obras, pero hay personajes que en su inocencia o en su tranquilidad parecen redimir un tanto la caída en el salvajismo de sus vecinos. Angelito, por ejemplo, aterrado por el espectáculo de la muerte de su hermano Severino (y pocas veces la elección de dos nombres habrá sido tan obviamente significativa) y por la inmediata venganza que se prepara; o el carretero, alguien que, por ir continuamente de un pueblo a otro, escuchando y observando a todos, ya intuía que iban a pasar cosas malas “con esa tristeza sensata que nace en los caminos”, y que acaba ejerciendo como una especie de Caronte que lleva los cadáveres a su destino final mientras se entretiene con sus resignadas y cautelosas meditaciones...
Mainer habla con razón de “relato faulkneriano”, pero también hay algo del mejor Rulfo, o se nota que Labordeta ha sacado buen provecho a Joyce, y no sólo a los juegos psicológicos del Ulises sino a su mejor cuento, ya que, como la nieve del irlandés, “cayó la lluvia a ríos, a lagos, a espuertas y anegó el vientre de los vivos y las bocas difusas de los muertos”. En el remolino es una novela estupendamente escrita en todo momento (¡cómo se desarticula la sintaxis conforme se apaga la vida, en las meditaciones de quien está apunto de ser fusilado, y cómo le vemos caer, le oímos caer, le leemos caer, narrándonos él su propia muerte!; ¡cómo —“pobre vieja mula amiga”— están usados los adjetivos!...) y, aunque apenas ha comenzado el año, su aparición deberá reconocerse, cuando toque hacer recuento, como lo que sin duda será y ya es: uno de los hitos editoriales de 2007.
Juan Marqués
Lo malo de este asunto es que habrá quien se sorprenda. Hay que alegrarse, desde luego, de que la publicación de esta extraordinaria novela en una editorial como Anagrama vaya a descubrir a muchos el talento literario de su autor, pero es triste que a estas alturas todavía haya tanta gente que no sepa de quién hablamos exactamente cuando hablamos de José Antonio Labordeta. Aparte de un hombre entrañable y queridísimo por todos aquellos que merecen quererle (entre los que se cuentan, incluso, muchos —¡no todos…!— de sus adversarios políticos, dentro y fuera de Aragón) y de un diputado de actitud intachable (mientras esté él en el Congreso podremos estar seguros de que hay, al menos, un hombre honrado allí dentro, y ya es triste tener que conformarse con tan poco…), es un creador de una brillantez particularísima, en varios campos. El que le ha hecho más popular es la canción, pero seguramente es en la literatura donde más profundidad (y altura) ha conseguido, y probablemente serán sus libros lo que le haga perdurar como merece.
Ya la editorial Lumen consiguió hace veinticinco años juntar en la muy recomendable antología de Poemas y canciones a Labordeta y José-Carlos Mainer, que son hoy dos de los zaragozanos vivos más dignos de admiración. Anagrama (cuyo catálogo es definitivamente fundamental para comprender lo que ha pasado literariamente en las últimas décadas) vuelve a reunirlos para dar a luz En el remolino, una novela de apenas cien páginas, que es, sin embargo, una enorme novela. Trata, en efecto, de la guerra civil, pero no es otra novela sobre la guerra civil (ni, desde luego, Otra maldita novela sobre la guerra civil como esa que anuncia Isaac Rosa), sino que vendría a relatar algo así como un episodio de violencia “intrahistórica” en un pueblo indeterminado (pero del ámbito aragonés, como delatan ciertas expresiones: “Las perricas”, “¡Rediós!”…), que coincide (y desde luego que no por casualidad, ni dentro del relato ni en las intenciones de su autor) con el comienzo de la guerra. Un episodio de violencia entre vecinos de una aldea, que viene a resolver trágicamente rencores y agravios del pasado, funciona como metáfora y denuncia de lo que sucedió en aquel julio de 1936. La chulería y agresividad gratuita de Severino, ayudado por la apatía y el miedo del juez y el sacerdote, inician el desenlace de conflictos muy antiguos, de los que nos vamos enterando poco a poco, gracias a los inspiradísimos monólogos interiores de los personajes, que delatan personalidades torturadas por circunstancias y destinos no elegidos, y nos hacen comprender su humanidad cansada, sufridora, derrotada.
Es una gran idea haber reproducido en la cubierta el Duelo a garrotazos de Goya —otro ilustre zaragozano— porque hay mucho de eso En el remolino: violencia extrema entre gentes que —si bien se mira— es evidente que no quieren pelear y lo hacen con indolencia, que no tienen ninguna razón para verse en ese trance, pero que parecen estar respondiendo a un maldito destino que les obliga a ello sin que puedan evitarlo o sobreponerse a él. La visión de la condición humana no es muy halagüeña en estas obras, pero hay personajes que en su inocencia o en su tranquilidad parecen redimir un tanto la caída en el salvajismo de sus vecinos. Angelito, por ejemplo, aterrado por el espectáculo de la muerte de su hermano Severino (y pocas veces la elección de dos nombres habrá sido tan obviamente significativa) y por la inmediata venganza que se prepara; o el carretero, alguien que, por ir continuamente de un pueblo a otro, escuchando y observando a todos, ya intuía que iban a pasar cosas malas “con esa tristeza sensata que nace en los caminos”, y que acaba ejerciendo como una especie de Caronte que lleva los cadáveres a su destino final mientras se entretiene con sus resignadas y cautelosas meditaciones...
Mainer habla con razón de “relato faulkneriano”, pero también hay algo del mejor Rulfo, o se nota que Labordeta ha sacado buen provecho a Joyce, y no sólo a los juegos psicológicos del Ulises sino a su mejor cuento, ya que, como la nieve del irlandés, “cayó la lluvia a ríos, a lagos, a espuertas y anegó el vientre de los vivos y las bocas difusas de los muertos”. En el remolino es una novela estupendamente escrita en todo momento (¡cómo se desarticula la sintaxis conforme se apaga la vida, en las meditaciones de quien está apunto de ser fusilado, y cómo le vemos caer, le oímos caer, le leemos caer, narrándonos él su propia muerte!; ¡cómo —“pobre vieja mula amiga”— están usados los adjetivos!...) y, aunque apenas ha comenzado el año, su aparición deberá reconocerse, cuando toque hacer recuento, como lo que sin duda será y ya es: uno de los hitos editoriales de 2007.
7 comentarios:
Juan Marqués.
Estoy en completo desacuerdo con su crítica, por el sesgo que da a la misma y su falta de estilo literario. No dudo que Labordeta sea un buen hombre y de sus peroratas como cantautor, pero nada más. No tiene capacidad de orador y carece de faultades para ejercer de político.
Por otra parte sus obras son minoritarias.
Fernando
Fernando Santamaría, ¿falta de estilo literario? ¿Debe tenerlo una crítica? Yo creo que está bastante bien escrita...
Lo del "sesgo" no lo acabo de entender. Lo de la "falta de estilo literario" no lo entiendo en absoluto (porque creo que sí lo tiene, y porque, en cualquier caso, no sé qué obligación había de que lo tuviese). Ese "pero nada más" es definitivamente incomprensible, porque aquí no se hablaba de si era "buen hombre" o sus "peroratas como cantautor" (¿peroratas?): ésa era sólo una forma de presentarlo. Sus capacidades de orador están demostradas desde hace cuarenta años por todo aquel que le escuche con limpieza, sin odio... y sus facultades para ejercer de político son reconocidas, como apuntaba, casi unanimemente (y aprovecho para señalar, de paso, que yo jamás he votado al partido que representa). Lo del carácter minoritario de sus obras también es matizable, y que esta última se publique en Anagrama viene a demostrar que sus penúltimas obras ni han sido precisamente despreciables ni han pasado desapercibidas. Y a todo esto, ¿usted ha leído la novela? Para estar "en completo desacuerdo con su crítica" debería hacerlo. Cuesta apenas dos horas y es una maravilla.
Lo único que echo de menos en esta crítica es un apunte sobre la fecha en que fue escrita y publicada originalmente (Júcar, 1974)esta perla del 2007.
Más lectores a los que les molesta que una crítica tenga "sesgo", como si una crítica fuera una balanza para pesar carne: cuarto y mitad de poesía, me la corte bien finita, por favor... Me pregunto qué periódico leerán para que no les pique la misma sarna, o que televisión verán, o qué películas... En definitiva, me pregunto cómo será la vida de estos lectores. Si son coherentes y siempre son tan quejosos con la neutralidad como aquí parecen, supongo que no podrán leer ni mirar nada. Una de dos: o se pasan el día leyendo listines telefónicos y jugando al dominó (y entonces no son lectores), o se enfadan constantemente con todo lo que ven, oyen o leen, y gruñen sin cesar. Yo propongo llamarles "hombres ikea" en el primer caso e "inspectores de lectura" en el segundo. No sé por qué, pero siempre me los imagino hombres y no mujeres (que las habrá). Debe de ser por mi sexismo.
un saludo a todos, en especial a Marqués.
José Morella
Josep Mengual: aunque sea una reedición también puede ser considerado un libro de 2007, ¿no? Ha vuelto a publicarse en este año... El caso es encontrar peros.
Yo creo que Mengual tiene razón: el dato de que esta novela no es exactamente una novedad es, en efecto, imprescindible, y de hecho no acabo de comprender cómo me lo dejé en el tintero. Así que disculpas por ese gazapo, y gracias a Tristán y José Morella (está bien esto de defenderse mutuamente, sin conocerse...)
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