Pedro Pujante
En El último vagón, uno de los relatos sobre relaciones paternofiliales más tiernos y conmovedores que he leído en mucho tiempo –y que además da título al volumen-, Kalton Harold Bruhl (Honduras, 1976) expone su visión de la vida como un tren a través del cual vamos acumulando, transportando recuerdos. La metáfora puede igualmente servir para fotografiar un libro de cuentos breves, que como vagones se anudan unos a otros conformando un alargado entramado de piezas que se deslizan independientes pero compactas en forma de libro-tren por las vías de la literatura actual. Este es el caso de El último vagón, un libro de relatos que merecidamente quedó finalista en el VII Premio Internacional de Relatos Vivendia-Villiers.
No obstante, el libro que comentamos apunta en otra dirección. Los relatos de Harold Bruhl son minuciosos estudios de la mente humana. Con un incisivo sentido del humor y gran ojo clínico se adentra en el alma de sus personajes y los desmenuza desde su propio núcleo. Las historias breves que componen esta antología derivan por inciertos derroteros y el lector jamás adivina qué final inesperado le aguarda.
Muchos cuentos parecen participar de técnicas cinematográficas y presentan escenas, planos y secuencias que hacen trabajar nuestra mente a un nivel visual. Los temas que abordan muchos de los relatos coinciden: la maldad, la venganza y las oportunidades que nos ofrece la vida.
Por ejemplo en "Votos nupciales" asistimos a las vicisitudes de un feliz hombre casado que comienza a ser visitado por el fantasma asfixiante y voluble de los celos. En "Cuando desperté" el narrador nos relata una historia de enterramientos, heredera del mismo Poe, pero cuyo argumento Harold Bruhl ha sabido retorcer hasta hacernos ver que la literatura no tiene un punto de llegada determinado, sino que siempre puede dar un paso más. "El último concurso" es una historia moderna de fantasmas que emociona más que asusta. "La carta", quizá uno de los relatos más perfectos, es una rescritura de un famoso cuento de Cortázar, "La salud de los enfermos", pero que el autor hondureño ha sabido condensar hábilmente en una tensa y eficaz página.
Quizá los relatos que menos me interesen del volumen son los que dedica a explorar las intervenciones de ángeles y fuerzas divinas. Pero, qué duda cabe que igualmente son buenas historias a pesar de que el asunto ya de por sí pueda parecer de una extenuante y poco acertada intención moralizante.
No obstante, Harold Bruhl es un gran contador de historias cortas (veintidós componen esta antología), que somete al lector a un tour de force de gran magnitud, que se mueve como un monstruo en un pantano por las turbulentas aguas del mundo abisal del relato breve y que sabe impactar con una escritura certera, precisa y cierta ironía bien calculada.
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