Miguel Baquero
En sus dos libros anteriores de cuentos breves (o minificciones), Elefantiasis y La suave piel de la anaconda, ya Raúl Ariza (Benicasim, 1968) se destapó como un narrador comprometido por completo con la literatura. No con la búsqueda de lo “bonito”, ni de lo resultón, ni mucho menos de lo comercial, sino como un autor que busca atrapar a su manera, a través de imágenes o de palabras, esas sensaciones extrañas que no sabríamos explicar. Habla Antón Castro, premio Nacional de Periodismo Cultural y autor del prólogo de ese nuevo volumen de cuentos de Ariza, de “búsqueda”, de “vocación de contar”, de “tensión” (tensión por descubrir, me permito añadir yo) y uno no puede estar más de acuerdo. Ariza entiende (y enseguida se advierte que también vive) la literatura no como un oficio, o una habilidad, sino como una manera de ser, de estar en el mundo, prestando atención a lo que ocurre alrededor, más allá del simple acontecimiento. Intentando atisbar lo que bulle al fondo de la vida.
No es casualidad que su literatura se articule en cuentos breves, de poco más de un folio, como si fueran pequeños fogonazos de lucidez. Unos fogonazos que, en este nuevo libro, vienen acompañados, además, de poemas en los que el mismo tema del cuento es abordado de otra forma y en ocasiones se llega incluso a sensaciones distintas. A mí entender, resulta una forma extraordinariamente válida de acercarse a un asunto literario. Con ello parece querer decirnos Ariza que no hay una realidad inmutable, única y pétrea, sino que lo que ocurre (la realidad) puede abordarse desde distintos puntos de vista, desde la prosa o desde la poesía, desde la tristeza de un determinado momento, o desde la alegría; incluso (aquí me permito ir un poco más allá) un mismo cuento podría ser escrito de manera distinta hoy que dentro de unos años o de unos meses. La realidad se nos escapa siempre entre los dedos… esta es, al menos, la reflexión que sobre la noble y realmente difícil “persecución” que es escribir me sugiere a mí el libro de Ariza, cuando desarrolla la ficción de dos maneras, con dos lenguajes, dos visiones a veces radicalmente distintas.
Sé que últimamente se usa como desmerecimiento decir de un libro que es “ambicioso”, como si todo hubiera de ser ligero, rápido, cómodo, lectura de un tirón. Entretenimiento. El libro de Ariza en ambicioso… que no pretencioso. No “pretende” llegar a nada sólido, porque el autor parece saber desde el principio que eso es imposible, que no existe una verdad literaria que pueda exhibirse, tal cual, ¡esta es la verdad!, así de gorda, sobre un libro, sino que todo tiene múltiples aristas, varios sentidos, todo se desvanece cuando estás a punto de llegar a una conclusión. Pero “ambiciona” conocer, quiere descifrar tantos misterios como hay en torno, trata de entrever, entre toda la polvareda cotidiana, el sentido que pueda tener un mínimo momento.
Escritor de veras, para quien garabatea esta reseña, no es sólo aquél que escribe bien (eso se da por supuesto), ni aquél que crea historias divertidas, ni ese otro capaz de mantener a la gente en suspenso muchas páginas, sino aquel que lucha y se esfuerza por ver “distinto” a la mayoría, por captar aquello que al común se le escapa, por atrapar una minúscula partícula, un detalle del todo que al resto nos pase inadvertido y que pueda suscitar una emoción. La mirada de Ariza se encuentra centrada, sobre todo, en “el otro”; en ese que es como nosotros mismos pero siempre hay algo extraño en él. Como esos dos ancianos que, casi subrepticiamente, se dan la mano; o aquél que encuentra un morboso placer en agredir y matar; o el afecto fuera de lo establecido que pueda sentir alguien hacia su padre; o el sentimiento confundido con los sentidos que siente un ciego desde su cabina…
Tengo el libro en las manos y paso las páginas marcadas casi al azar para tomar ejemplos con que acabar esta reseña. Aconsejo al lector que haga lo mismo. Que tome el libro de Ariza, seguro de que va a encontrarse con un gran escritor, y zigzaguee entre sus cuentos con la confianza de que a la vuelta, de pronto, de una página, cuando acabe el cuento y lea el poema anexo, le va a incomodar una rara inquietud…
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