Pedro Pujante
La sola mención del nombre del autor de Don Quijote basta para convenir que estamos ante una de las más altas cotas de la Literatura Universal. Por lo tanto nos ahorraremos las inoportunas presentaciones.
De su producción las Novelas ejemplares ocupan un lugar central. Escribió doce piezas de novelas cortas, llamadas Ejemplares por su carácter moralizante, y fueron publicadas en 1613. De entre ellas, El coloquio de los perros es quizá una de las más conocidas e inusuales.
Berganza y Cipión, dos caninos del Hospital de la Resurrección de Valladolid han adquirido de repente la facultad del habla. De este modo singular, Cervantes hace que Berganza cuente a su interlocutor durante una noche, sus andanzas, sus experiencias con distintos amos.
Esta suerte de narración se convierte en una historia de corte picaresco con la originalidad de ser un animal el que vivencia y narra sus aventuras. Pero su condición canina no impedirá que el narrador sea consciente de los vicios y defectos que detenta el ser humano. Al contrario, la habilidad de Cervantes estriba en haber sabido valerse de este mecanismo fabulesco para distanciarse y adoptar un punto de vista más objetivo con respecto a la naturaleza humana.
Por distintos y variados dueños ha de pasar el perro Berganza. En sus aventuras y narraciones pintorescas desfilarán un sinfín de personajes contemporáneos de Cervantes: clérigos, estudiantes, gitanos, prostitutas, poetas, alguaciles, ladrones, gente del mal vivir y muchos otros miembros de la sociedad de su tiempo. Cervantes, en su habitual estilo vanguardista y experimentador, subversor de géneros y apropiándose de una tradición literaria a la que ha sabido revestir con su mirada ácida y peculiar, critica y analiza los defectos del género humano: su maldad, su incultura, la falsa beatitud y muchos otros que están y siempre han estado en nuestra sociedad.
Esta novela ejemplar está escrita en forma de diálogo dramático, lo que hace que su sentido de oralidad imprima cierta viveza a la narración. Además, los perros, como Sancho Panza, son grandes oradores y manejan los refranes con tal soltura que cada frase, cada sentencia suele encerrar un moraleja nada desdeñable.
Leer a Cervantes es recordar que nuestra sabiduría popular no está recién inventada. Es comprender nuestras raíces, mirarnos al espejo humilde del tiempo para sentir que los años poco nos ha mejorado. Que la vieja España de hace 400 años, aquel territorio hostil en el que el hombre había de subsistir, sigue siendo muy similar a esta España nuestra de conexiones inalámbricas y teléfonos móviles.
El libro viene acompañado por un surtido número de ilustraciones de Antonio Santos. Dibujos que embellecen y enriquecen el texto cervantino, en un diálogo magistral entre palabra escrita e imagen. Las pinturas de Santos son de una fuerza tremenda, de herencia goyesca, y muy apropiadas para refrendar la lectura.
En general la edición es muy cuidada pero se echa de menos en una publicación de este tipo que se asista el relato con aparato de notas, un prefacio o algún texto adicional para arrojar luz sobre la lectura. Porque el lenguaje de Cervantes, 400 años después, precisa de anotaciones para el lector contemporáneo si de él se pretende extraer el máximo sabor.
No obstante, siempre es un placer regresar a Cervantes, quizá el mejor escritor de todos los tiempos.
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