miércoles, noviembre 30, 2016

La carne, Rosa Montero


Alfaguara, Madrid, 2016. 240 pp. 18,90 €

María Dolores García Pastor

En su última novela Rosa Montero deja de lado sus mundos de fantasía para regresar al mucho más prosaico mundo real. Y lo hace con una historia cuyo argumento, a primera vista, puede parecer un poco trillado: señora madura contrata a prostituto joven para darle celos a su ex amante y acaba liada con él, con el gigoló, se entiende. Pero la historia de Soledad, la protagonista del relato, no es una historia al uso. Y es que al final es cómo se cuenta no lo que se cuenta, y Montero nos lo vuelve a demostrar.
La autora extrae el título de un verso de Stéphane Mallarmé que su protagonista rememora al final del libro: «La carne está triste y ya he leído todos los libros». La carne es en realidad la protagonista de la obra. La carne, el cuerpo que nos da placer, que es paraíso pero que con el paso del tiempo acaba convirtiéndose en mazmorra. Los años que pasan y la carne que pierde su consistencia original, su forma juvenil. Esa carne decrépita que socialmente no se le perdona a las mujeres. En La Carne su autora nos habla del deterioro y la decadencia pero, pese a lo que pudiera parecer, este es un libro profundamente vitalista, un canto a la vida, un alegato contra la derrota y una oda al volverlo a intentar de nuevo siempre. Soledad es una mujer de bandera, independiente, inteligente y atractiva, que cumple los sesenta en el tiempo de la narración. Tiene un pasado oculto, del que reniega y a causa del que siempre se siente caminando por la delgada línea que separa la demencia de la de cordura. Ese pasado nos sitúa en un juego de espejos del que Soledad intenta salir indemne no sin esfuerzo.
Esta es también una novela de suspense en la que el paso del tiempo y sus consecuencias tiene un papel fundamental, además de ser una constante en la obra de su autora. Paralela a la trama de la historia de amor-sexo entre Soledad y Adam, el gigoló, transcurre la de la exposición sobre escritores malditos de la que la protagonista es comisaria. Esta subtrama nos muestra la realidad que vivimos cuando llega gente más joven y más preparada que nosotros, o no, a competir por nuestro puesto de trabajo, y esos advenedizos nos hacer perder influencia o tirón en nuestro entorno.
Con todos estos ingredientes, Rosa Montero teje una intriga de la que es difícil apearse. Con destreza narrativa dibuja el paisaje devastado que deja el paso del tiempo en la carne, lo describe pormenorizadamente y no sin cierta ironía. Al tiempo que nos retrata una sociedad competitiva y patriarcal en la que a la mujer no se le perdona la vejez, sobre todo si no ha tenido hijos. También hace un guiño cómplice a sus lectores convirtiéndose a si misma en uno de los personajes de la historia que es la antítesis total de Soledad en cuanto a su carácter y actitud frente a la vida. En definitiva, una novela muy alejada de la Rosa Montero de los últimos tiempos pero muy recomendable en especial para quienes la han descubierto y se han hecho lectores con sus primeros libros.  

lunes, noviembre 28, 2016

Ley matinal, Isabel Moreno García


Plaza y Valdés Editores, Madrid, 2016. 94 pp. 10 €

Pedro M. Domene

La mirada del escritor proyecta su yo narrativo en una multiplicidad de temas universales que contemplan ese obligado homenaje al amor y a la amistad, a los encuentros amorosos y a los desencuentros, el consabido paso del tiempo y la condición humana, esa permanente condición de hombre que celebra tanto el poder del arte como el de la literatura; en suma, una suerte de belleza capaz de convertir la naturaleza de los objetos en esa preclara elocuencia que hace realidad las vivencias que, de la mano de un narrador, cobran un nuevo sentido, y se ajustan a esa eterna visión que nos proporciona cada instante. Así debemos entender estos microtextos de Isabel Moreno García (Madrid) que titula Ley matinal (2016), en realidad, setenta episodios narrativos que contienen escenas muy diversas y, si en su obra anterior, Pasos (2013), la narradora nos invitaba a la contemplación, o su voz se diseminaba por instancias narrativas diversas, en esa búsqueda y captura de los momentos para condensar la totalidad de una experiencia, y aun más se abría paso en el aspecto literario con imágenes y visiones cercanas, de nuevo en Ley matinal, Moreno García, propicia encuentros fortuitos, hermosas impresiones de instantes y vivencias, y abundantes recuerdos que, de alguna manera, provocan esos momentos que condensan la totalidad de una experiencia vivida hasta convertirlos en literatura. Su prosa destaca por la delicadeza con que se retrata la sencillez de los ritos cotidianos y los pequeños gestos reveladores. Esta nueva entrega, también, de ficciones breves, con títulos tan sugerentes como “Miniatura”, donde lo grande e incluso lo pequeño se magnifica, “Volver la vista al cielo”, como exaltación de una belleza real o inventada a través del cromatismo pictórico, y lo mismo ocurre en “Fuga cromática” o sobre la imagen fotográfica que se obtiene de una realidad vivida, caso de “Linde”, aunque en todas, y cada una, remite a un yo plural y ficticio que aun así delata la continuidad de esa voz que se perpetúa en la escritura.
El estilo se caracteriza por un lirismo sutil, esa característica prosa poética que ofrece una sugestiva aprensión de la realidad, y que se concreta y refuerza a través de una adjetivación medida, bien distribuida y precisa, con esa sutilidad denotativa que provoca tanto en evocaciones como en emociones de una depurada belleza.
La escritura de Moreno García trasluce una no simulada pasión que procede de la musicalidad y del poder para trabajar bien la palabra exacta, capaz de crear ese efecto que traspasa los límites de una realidad cognoscitiva y reconocible, a su vez otra de sus características añadidas que ensancha los límites establecidos en las relaciones y modos humanos para al final detenerse, fijándolos en un gesto o una mirada, la de Isabel Moreno García que celebra así con su actitud la superación del desastre y reivindica con su literatura la trascendencia de cuantos numerosos detalles y encuentros cotidianos nos enfrentamos a diario; es entonces cuando la prosa de Moreno García cobra toda su fuerza, y entona ese acertado canto a toda una existencia.

viernes, noviembre 25, 2016

Teatro reunido, Arthur Miller


Trad. Victoria Alonso Blanco, Jordi Fibla Feito, José Luis López Muñoz y Eduardo Mendoza
Tusquets Editores. Barcelona, 2015. 488 pp. 23,50 €

Victoria R. Gil

En 2015 se conmemoró el centenario del nacimiento de Arthur Miller, uno de los mejores dramaturgos del pasado siglo, galardonado con varios premios Pulitzer y con el Premio Príncipe de Asturias, entre otros muchos reconocimientos que avalan una obra que sigue tan vigente hoy como cuando fue escrita. La editorial Tusquets decidió celebrar esa fecha con la publicación de un volumen que reúne cinco de sus mejores obras Todos eran mis hijos (1947), Muerte de un viajante (1949), Las brujas de Salem (1952), Panorama desde el puente (1955) y Después de la caída (1964). En todas ellas destaca la crítica social que caracterizó siempre su trabajo y, sobre todo, el desaliento que produce la imposibilidad de alcanzar ese sueño americano que, a pesar de lo que nos cuentan, no está al alcance de cualquiera.
Otro gran hombre del teatro, José María Pou, recordaba con motivo de este centenario las numerosas veces que se ha representado en España su obra más famosa y la que mejor representa la frustración de no cumplir unas aspiraciones imposibles, ese fracaso que se le pega a uno como el hedor del agua estancada y no se va con ningún cepillado. El traje de Willy Loman, un auténtico máster en representación teatral que todo actor aspira a superar con nota, se lo han puesto en nuestro país grandes nombres de la escena como Carlos Lemos y José María Rodero. (Éste último, en una versión para televisión con Juan Diego, Jaime Blanch y Berta Riaza que RTVE comparte en su archivo videográfico a través de internet y que no deberían perderse).
Willy Loman y sus castillos en el aire, su ambición nunca cumplida y su huida hacia delante nos resulta muy familiar porque tiene mucho de nosotros mismos, inmersos en este tiempo capaz de levantar un sistema financiero sobre cimientos de cristal y convertir la especulación capitalista en la única y verdadera religión. Eso sí, los ricos, como los santos, siguen siendo los otros.
De plena actualidad es también otra de las obras incluida en esta antología. En el prólogo a su traducción de Panorama desde el puente, Eduardo Mendoza asegura que ésta refleja «la situación de los inmigrantes ilegales, obligados a asumir la marginalidad, a integrarse de hecho y de derecho en el círculo de la delincuencia, sin otra causa que el deseo de ganarse la vida con un trabajo honrado». Una situación que, como recuerda el autor catalán, se ha agravado hasta alcanzar hoy dimensiones globales.
¿Y qué decir de Las brujas de Salem, un alegato contra la detención de cualquier norteamericano sospechoso de ser comunistas impulsada por el senador McCarthy en Estados Unidos y de la que fue víctima el propio Arthur Miller? El fanatismo religioso que tan bien retrata el escritor, irracional y violento, como lo es cualquier otro fanatismo (político, racial…) empeñado en la destrucción del otro, del diferente, llena las primeras páginas de nuestros periódicos cada día. La pervivencia de unos conflictos que fueron descritos hace más de sesenta años no nos deja en buen lugar.
En Todos eran mis hijos y Después de la caída, el dramaturgo va a profundizar en las heridas que siempre provocan las relaciones personales. En la primera, un pobre hombre que nos recuerda a Willy Loman por sus sueños de gloria, no es más que un empresario sin conciencia, a quien no le importa pagar el precio más alto por aumentar su margen de beneficio. Y el descubrimiento de su verdadera naturaleza quiebra por segunda vez una familia que, quizás (su tragedia es ignorarlo) él mismo había roto ya, sin saberlo.
En Después de la caída, el escenario va a ser «la mente, el pensamiento y la memoria» de su protagonista, y el principal argumento, ese campo de batalla que es el matrimonio y del que acaso nadie logre salir indemne. Escrita después de la muerte de Marilyn Monroe, con la que estuvo casado cinco años, Miller relata sin pudor sus reflexiones más íntimas y nos transmite la intensidad y el desencuentro de aquel amor que pareció nacer condenado al fracaso.
Este Teatro reunido que nos ofrece Tusquets es una magnífica oportunidad para reencontrarnos con la obra de un escritor que nunca tomó el camino fácil y cuyo principal mérito radica en despojarnos de caretas y artificios hasta dejarnos desnudos como el emperador.

miércoles, noviembre 23, 2016

La invención de la libertad, Juan Arnau


Atalanta, Girona, 2016. 288 pp. 23 €

Fermín Herrero

Juan Arnau es un pensador heterodoxo y singular, no en vano estudió astrofísica antes de doctorarse en filosofía sánscrita y ha ejercido la docencia en las universidades de Michigan, Benarés y Barcelona. Conocía de su obra algún estudio sobre el budismo, además de narraciones en Pre-textos y su exitoso Manual de filosofía portátil, publicado, como el título del que nos ocupamos, La invención de la libertad, por la exquisita editorial Atalanta. En todos ellos muestra una calidad de escritura notable, al conjugar, tarea harto difícil, lo ameno y lo profundo.
De la pluralidad de sus intereses da buena cuenta este volumen, que agavilla acercamientos a la aventura en pos del espíritu, entre la intuición y la inteligencia, la percepción y el recuerdo, la memoria y la materia, de Henri Bergson, al que tanto admiraba Machado, del que tanto aprendió su poesía como palabra en el tiempo, deudora del crucial concepto de Durée («la sensación misma del transcurso, la experiencia consciente, íntima, del tiempo»); a la exploración hacia la mística del edificante William James y hacia la perspectiva radical del matemático que terminó como metafísico jubilado en Harvard Alfred North Whitehead, para quien, en virtud de su “filosofía del organismo”, estamos «en todo lo que percibimos». Los tres, intelectuales de formación ampliamente humanista, compartieron curiosamente estrado a lo largo del tiempo en las Gifford Lectures de Edimburgo. Arnau, exegeta de lujo, dialoga con ellos, le sirven como palanca. Su pensamiento, en la línea de los filósofos a los que se aproxima, tiende a lo sentencioso –alguno de los apotegmas que vertebran el texto es incluso muy arriesgado, caso de «el universo no tiene leyes sino hábitos, como todo lo vivo»- en detrimento de la hipotaxis. Renuncia a los tecnicismos abstractos y a la jerga académica en beneficio de un razonar libre, activo, especulativo, basado primordialmente en la percepción, en una atención de reminiscencias budistas y en la sensibilidad de las experiencias emocionales y estéticas
¿Por qué Arnau ha elegido precisamente a estos tres autores? Según el filósofo valenciano, porque cada uno a su manera mantuvieron, frente al helador ventarrón de la preponderante ciencia contemporánea, el que soplaba, y sopla, hacia el materialismo mecanicista, el positivismo, el determinismo y el absolutismo tecnológico, que «el mundo es una invención de la libertad», de ahí el título. Por eso, en todo momento, siguiendo su estela, el estudio se ajusta a la premisa de dotar al razonamiento filosófico de un componente de imaginación («empatía, creatividad y atención: éstos son los tres ejes de la propuesta que plantea este libro») al que han dado la espalda tanto las orientaciones centradas en la lógica lingüística como las derivadas del existencialismo dominante en la modernidad.
Aparte del seductor enfoque hermenéutico, el ensayo cuenta con semblanzas deliciosas, como la del padre de W.James y del novelista Henry, que «prefería la chimenea al foro», elección que todos deberíamos tener muy en cuenta; o evocaciones como la del París coetáneo de Bergson: el de Proust, Manet o Debussy. Y desarrolla un pensar, un discurrir cuyo norte es siempre la convicción de que la filosofía «determina nuestro modo de estar en el mundo».
En suma, una invitación de primer orden a meditar activamente sobre la condición humana, a practicar la expresión liberadora desde la emoción genuina y desde la experiencia interior del hombre. Otro acierto de la editorial gerundense Atalanta, que con este libro pasa de los cien números en una colección que aúna la factura formal impecable con lo provechoso y variopinto de los contenidos, en cualquier título, tanto en las reediciones necesarias de clásicos olvidados como en descubrimientos deslumbrantes como el pensamiento filosófico de Jean Gebser, los inigualables escolios de Nicolás Gómez Dávila o la narrativa breve del iconoclasta Yasutaka Tsutsui, por poner algún ejemplo.

lunes, noviembre 21, 2016

Señales de humo. Manual de literatura para caníbales I, Rafael Reig


Tusquets, Barcelona, 2016. 384 pp. 19,50 €

Pedro Pujante

A mitad de camino de la novela de aventuras y el manual de literatura (caníbal, en este caso, como señala el propio autor), Señales de humo constituye una pieza única en la literatura actual. Por dos razones. Primero, porque aborda unos cuantos siglos de la historia de la literatura española y en parte europea con desparpajo, ironía, profundidad analítica y falta de solemnidad (esto último es de agradecer); y también porque, además de ilustrar es capaz de mantener una coherencia argumentativa, estilo elevado y gancho literario enormes.
El recurso del que se vale Reig para articular la novela es a través de lo fantástico: un narrador, un profesor de literatura contemporáneo, tras un ¿intento de suicidio?, se encarna sucesivamente en distintos personajes de la historia y testimonia en primera persona, de primea mano, acontecimientos de la literatura. El relato avanza con una tesis dualista de la literatura, en la que dos bandos se enfrentan a lo largo del tiempo. Por un lado, las formas populares, representadas por la juglaría, y por otro, la poesía culta, con el estamento culto del Mester de Clerecía a la cabeza. Una suerte de lucha de clases de inspiración marxista, en la que el autor toma partido por la primera.
En todo caso, el periplo del cambiante protagonista-narrador es secundario, cimentándose el peso y el valor de Señales de humo en su naturaleza de carácter didáctico. Un repaso magistral y filológico, que va desde los albores de nuestras letras hasta el ocaso del Siglo de Oro.
Además de una gran erudición libresca, Rafael Reig demuestra ser un admirable conocedor del espíritu humano. No por el desarrollo de sus personajes, que como decíamos, carece de importancia en Señales. Sino por su gran capacidad para ahondar en la psicología de una y otra época, en sus idiosincrasias, en sus lenguas, para así ofrecer una visión rica y profusa de sus literaturas. Combinando su vasta cultura y mucha documentación, el libro está plagado de citas, fragmentos de textos y referencias a otros textos, que hacen para el curioso, para el buscador de perlas literarias que Señales de humo se convierta en un lugar feliz. Reig domina el lenguaje, escribe con una soltura sobrenatural y hace que la literatura clásica parezca divertida, entrañable y de algún modo cercana.
Geniales son sus aproximaciones a Petrarca –padre del Humanismo– o a Villon –el primer poeta maldito–. Hasta tal punto que el lector se cuestionará si realmente el narrador, si el propio Reig, no habrá viajado alguna vez en el tiempo para conocer sus épocas, sus vidas, sus sentimientos.

viernes, noviembre 18, 2016

Tres días y una vida, Pierre Lemaitre


Trad. José Antonio Soriano Marco
Salamandra, Barcelona, 2016. 224 pp. 18 €

Ángeles Prieto Barba

Tras obtener Pierre Lemaitre en 2013 el Premio Goncourt, el más prestigioso de las letras galas, por la excepcional Nos vemos ahí arriba (Salamandra, mismo traductor), el público español ha ido conociendo progresivamente sus novelas, cuatro de ellas policíacas constituyendo un ciclo en torno al comisario Camille Verhoeven, comandante de la Brigada Criminal de París. Pero fue con Vestido de novia (Alfaguara, 2014), thriller psicológico al margen de esta serie, cuando volvió de nuevo a alcanzar el éxito y las ventas masivas, dotada como estaba dicha novela de un ritmo trepidante y adictivo, pero también de ambigüedad psicológica sin moralina, invitando al lector a sacar conclusiones propias. Y en Tres días y una vida, la novela corta que ahora presentamos, nos vamos a encontrar en buena parte con repetición de fórmula (ritmo y ambigüedad), por lo que los lectores habituales de Lemaitre deben sentirse contentos, de enhorabuena. Y los que no, también.
Tres días y una vida, no obstante, más que un thriller novelado parece un cuento largo muy bien cerrado, con personajes importantes de comportamientos inusuales que nos llamarán mucho la atención y a los que podremos encontrar explicación solo al final, acabando el relato. Se trata pues de una nouvelle muy bien planificada en tres partes, que pivota en torno al clásico Crimen y Castigo de Fiodor Dostoievsky, con la particularidad de que el crimen no es premeditado sino accidental y de que el asesino protagonista es un crío de tan solo doce años. Y hasta aquí puedo desvelar lo que sé sobre la trama, para que no decaiga el interés.
Mucho más podemos contar sobre el personaje principal y el significado final que esta narración entraña. No cabe duda de que a Pierre Lemaitre le impactaría en 1993 el caso de Robert Thompson y John Venables, dos críos británicos de diez años que, tras robar en unos grandes almacenes juguetes y dulces, decidieron atrapar a un pequeño de dos años al que torturaron hasta matarlo. Acto seguido, depositaron el cadáver sobre las vías de un tren para que este le pasara por encima y así eludir responsabilidades. Es solo que las cámaras de seguridad del centro comercial grabaron el rapto y a los culpables, a la vez que los forenses identificaban las múltiples heridas que presentaba el cuerpo cercenado del niño asesinado. Tras las detenciones, todos los medios de comunicación reprodujeron una noticia que rompía brutalmente con la imagen de inocencia, candor, esperanza y futuro que relacionamos siempre con la infancia. Y los dos niños fueron sentenciados a pena de prisión hasta alcanzar la mayoría de edad. Alcanzada esta, en junio de 2001 salieron de la cárcel, pero de 2010 a 2013 uno de ellos, John Venables, volvió de nuevo tras las rejas acusado de posesión y distribución de pornografía infantil, demostración de que hubo evidente motivación sexual patológica en aquel crimen temprano, lacra de la que el culpable no pudo sustraerse más tarde. Pues bien, de esta historia real a la ficción que nos presenta Lemaitre, un hecho nos parece incontrovertible: La inexorabilidad de nuestros actos que siempre dejan huella, mucho más en esta época (cámaras de vigilancia, testigos, móviles por doquier, restos de ADN). Y cabría otra cuestión importante para someter a discusión tras la lectura de esta novela. No ya si recibir condena por un crimen sea inevitable, sino si ese castigo impuesto, como medio de escarmiento y de redención, sirve para algo, o no. De ahí la ambigüedad moral del tema que el narrador nos presenta hábilmente en tercera persona, pero siempre bajo el prisma y la óptica del menor homicida con el que tal vez lleguemos a simpatizar. Quizá demasiado maduro, perspicaz y precavido para sus doce años. Ya veremos la evolución que sufre.
Lemaitre ha tenido la habilidad de componer una nueva novela de lectura subyugante, de esas que no podemos soltar hasta haberla terminado. Y también de proponernos otro tema psicológico serio sobre el que reflexionar. En los tiempos que corren, mucho supone. Lo suficiente para seguir incrementando el numeroso grupo de lectores, atentos y fieles, que ya posee.

miércoles, noviembre 16, 2016

Las chicas, Emma Cline


Trad. Inga Pellisa
Anagrama, Barcelona, 2016. 342 pp. 19,90 €

Salvador Gutiérrez Solís

Cada cierto tiempo nos anuncian a bombo y platillo el nacimiento de una nueva estrella literaria que ha de convertirse en el faro del futuro, y en demasiadas ocasiones el queroseno dura mucho menos de lo previsto y la estrella deja de brillar, hasta desaparecer en el agujero negro del olvido. Es una historia frecuente, recuerdo estrellas que no soportaron el big bang, abrasadas por la artificial y premeditada llamarada inicial. Jamás volvimos a saber de ellas. Esa primera luz también fue la última.
No sé si Emma Cline será en el futuro una estrella sin luz, un nuevo agujero negro olvidado, un juguete roto por la mercadotecnia y las excesivas y abusivas expectativas, puede que sí, quién sabe, pero también puede que suceda justamente lo contrario. Esa respuesta la tiene el tiempo y las futuras obras que esta escritora pueda ofrecer. Lo tangible, lo real, lo evaluable es este presente que encontramos en Las chicas (The girls), una formidable novela, brillante hasta lo inolvidable en algunos pasajes, estructuralmente perfecta y de una original tal que la convierte en una pieza única, desde un punto de vista argumental.
Es difícil abstraerse a toda la onda expansiva que rodea a esta novela: vertiginoso y vitoreado debut literario, críticas de inusual grandilocuencia, mareantes cifras, adaptación cinematográfica –apuesto por Sofía Coppola-, juventud de la autora, etc, pero aún así, teniendo presente tan amplia y descomunal carta de presentación, Las chicas muestra a una autora, Emma Cline, muy habilidosa, rigurosa, profunda, cuando así lo requiere la situación, y con mucho talento. Ese talento que se siente a la primera y que el artificio es incapaz de recrear. Hay mano, buena mano, hay pulso, hay Literatura en esta su primera obra.
Es fácil deducir, en Las chicas, que bajo Rusell se esconde Charles Manson, ese líder mesiánico, lisérgico y atroz de finales de los sesenta que pasó a ocupar un lugar destacado en la Sala de los Horrores tras el asesinato de siete personas, la actriz y modelo Sharon Tate entre las víctimas, pareja del director de cine Roman Polansky. Sin embargo, Rusell ocupa en Las chicas un lugar secundario, ya que son las chicas que le rodean, especialmente Suzanne, cabeza visible, las relaciones que establecen, el día a día de la secta, la vida en el rancho y el tránsito de la adolescencia a la juventud los grandes protagonistas de la novela.
Narrada en dos tiempos a través de su protagonista, Evie, adolescente en 1969, madura en la actualidad, Las chicas alterna la poética sensualidad con el desgarro feroz de la violencia, así como la explicación de los hechos mediante la exposición de sus protagonistas, todos ellos propietarios de vidas desestructuradas, con la turbadora representación de una realidad descarnada y macabra.
Curiosamente, coincide el lanzamiento de Las chicas con la emisión de la teleserie Aquarius, protagonizada por David Duchovny (el legendario agente Mulder de Expediente X), donde se recrean los últimos meses de Charles Manson y su secta, desde una perspectiva policial. Y mientras la serie recorre la primera superficie de lo acontecido, Emma Cline se atreve a descender a las alcantarillas, a las raíces, de esas chicas greñosas y felices que danzaban alrededor de Rusell. Una deslumbrante novela construida a partir de una historia formidable, mediante una narración tan hermosa como precisa.

lunes, noviembre 14, 2016

Tu amor es infinito, Maria Peura


Trad. Luisa Gutiérrez Ruiz
Sexto Piso, Barcelona, 2016. 208 pp. 18 €

Ariadna G. García

La narrativa finlandesa lleva unos años pegando fuerte en nuestras librerías. Dejando al margen al mítico Artoo Paasilinna, en el último lustro se han traducido las novelas de Sofi Oksanen (Purga, 2011; Cuando las palomas cayeron del cielo, 2013), Riikka Pulkkinen (La verdad, 2012), Tuomas Kyrö (Vatanescu y la liebre, 2014) y Katja Kettu (La comadrona, 2014). A esta nómina acaba de sumarse otra voz singular, la de Maria Peura (1970). Si hay un denominador común en las jóvenes escritoras finlandesas es la potencia de su estilo, con una clara propensión a la metáfora para ocultar la dura realidad que se describe. A ninguna de estas mujeres le tiembla el pulso a la hora de relatar sus historias, violentas y dramáticas. En el caso de Peura, Tu amor es infinito afronta el tema de la pederastia y la violencia doméstica. La modalización es interna, Saraa –de apenas siete años– nos narra en tiempo presente sus vivencias en casa de los abuelos maternos, cerca de Rovaniemi (Laponia). Su relato es altamente lírico, con tendencia a la evasión surrealista y al buceo dentro del inconsciente. Este rasgo de estilo obedece tanto a la ingenuidad de la narradora como a su desesperado intento de escapar –siquiera por medio de la imaginación– de unas experiencias dolorosas y humillantes. Peura describe a la perfección las contradicciones afectivas de la niña, su rico mundo interno dominado por una naturaleza que cobija y abriga. Los propios lectores sentirán la paradoja de caer bajo el hechizo de unas palabras, a menudo, cargadas de sensualidad, al tiempo de repeler aquello que connotan. La traducción de Luisa Gutiérrez es muy meritoria, pues el juego de imágenes, así como la intrincada red de emociones que teje el relato, suponían un reto de difícil ejecución. Lirismo, oraciones simples y canciones infantiles son la base técnica de un libro demoledor, tremendo por lo que tiene de real, por lo que denuncia de nuestras –en apariencia– modélicas familias y sociedades. Que nadie se fíe, parece decir la autora, del blanco de la nieve: bajo la pulcritud se esconde un lodazal.

viernes, noviembre 11, 2016

Las sillitas rojas, Edna O´Brien


Trad. de Regina López Muñoz
Errata Naturae, Madrid, 2016. 352 pp. 19 €

Fermín Herrero

Tras el succès d’estime de su trilogía de índole autobiográfica, publicada también en español por Errata Naturae, llega ahora a las librerías la última novela de Edna O’Brien, que apareció en inglés el año pasado y constituyó, para el público y la crítica británicos –sectores cada vez más divergentes en todo Occidente, por lo que es noticia esperanzadora- un acontecimiento en toda regla, tras diez años de silencio narrativo por parte de la autora. Fue saludada con encendidos elogios, entre otros, por John Banville y Philip Roth, con lo que está todo dicho.
Frente a la frescura íntima de las novelas anteriores de las “chicas”, el arranque de Las sillitas rojas es un tanto peliculero. La acción se inicia en un pueblo irlandés, un escenario especialidad de la casa, pues O’Brien demostró ya sobradamente en las narraciones mencionadas que conoce a la perfección los intríngulis, las ganas de chismorreo y escándalo, los mecanismos psicológicos que rigen la vida secreta de estas localidades pequeñas. Y una vez más lo consigue. A este respecto, por caso, es muy atinado el retrato de un club de lectura, epidemia que se ve que no afecta sólo a nuestro país.
En ese escenario, como por ensalmo, aparece en una noche cerrada, heladora, invernal, un hombre barbudo, ataviado con un abrigo talar y solemnes guantes blancos. Todo en este extraño caballero, estirado y al tiempo con aura de santo peregrino, es fascinante y enigmático: procede de un lejano país, Montenegro; ha vivido retirado en varios monasterios de su tierra; pretende ejercer como “sanador y terapeuta sexual”, una bomba de relojería para la católica y farisaica sociedad lugareña. Aparte de practicar la medicina alternativa se declara poeta, al modo de Ovidio exiliado junto al Mar Negro en sus Tristia. Y, más allá de la brutalidad y la crudeza, de las escenas durísimas, que no se olvidan, desde el momento en que se desencadenan los acontecimientos, esto es lo más inquietante: muchos dictadores, gerifaltes, genocidas de la historia, no sólo el Karadciz del texto o Hitler han tenido veleidades artísticas. Asunto que J.A.González Sainz noveló de manera magistral en nuestras letras en Volver al mundo.
Sin embargo, quien amalgama el argumento y le confiere sentido es de nuevo un personaje femenino de los suyos, de una pieza, de nombre Fidelma, «pelo negro, piel de porcelana, cuello de cisne, sonrisa de Gioconda», que también hizo sus pinitos líricos durante la adolescencia, la belleza del lugar sometida a una especie de expiación londinense, trabajando de limpiadora o en una perrera de galgos, viviendo entre inmigrantes, que «camina bella como la noche», según el verso de Byron. Cómo nos gustaría ser el petirrojo que la ronda entre los rododendros y al final del libro, o sentarnos con ella en un pub, con una Guinness o un whisky caliente con clavo o miel, mientras suenan los maravillosos The Pogues, rodeados de “los pecios de este mundo”: los atormentados, los perseguidos, los proscritos, los vencidos.
La autora mantiene de sus narraciones anteriores la linealidad clásica con flashbacks puntuales y oscilaciones entre el uso verbal del presente y del pasado, con una rara naturalidad; así como la alternancia de puntos de vista, la inclusión de algún episodio onírico, tal vez prescindible, y el final abierto. Su mirada, menos introspectiva, se ha ensanchado, igual que su prosa, ha saltado de lo privado, lo doméstico, a la actualidad internacional, marcada por las guerras (aquí la de Yugoeslavia), las masacres y la emigración. En este sentido, la aparición de Roberto Bolaño en una de las citas iniciales, de un fragmento del Poema de Gilgamesh al frente del primer capítulo o después de otro de La Eneida o de un poema de Emily Dickinson son muestra de su intención de ampliar horizontes y quitarse el estigma de narradora natural, sin formación. Aunque la verdad es que no sé si este salto obra en beneficio de su narrativa, la trama es bastante previsible y con frecuencia cae en el maniqueísmo ambiental, de los mass media. Tal vez se mueva mejor en las distancias cortas y el tono confesional, menos grandilocuente.
En todo caso, O’Brien es una novelista de raza, no cabe duda, tiene ese algo indefinible del narrador instintivo, nato –sólo hay que ver las terribles historias que sueltan, para desahogarse, los refugiados de un centro benéfico; o las de los currantes de un restaurante para pasar el rato durante el descansillo del cigarro-, una intuición de dónde está la materia novelística de los días y vidas comunes, aparentemente anodinos. Lo demostró en su narrativa primera de raíz autobiográfica, vuelve a hacerlo en Las sillitas rojas, con la que da además un paso adelante en su obra.

miércoles, noviembre 09, 2016

Cada día es del ladrón, Teju Cole


Trad. Marcelo Cohen
Acantilado, Barcelona, 2016. 143 pp. 16 €

Ignacio Sanz

Tengo un desconocimiento oceánico de la literatura africana. Claro que la literatura se ve cada vez más sometida a influencias internacionales. Pero no, pese a todo, cada país tiene unos rasgos, una idiosincrasia que le diferencia. Leí en su día algún libro de Wole Soyinka, el combativo caballero Soyinka, nigeriano como Cole y, como él, muy vinculado con Estados Unidos. Por eso no sabría decir si estamos ante un autor nigeriano o ante un autor norteamericano que nació en Nigeria. Algunos de los capítulos de este libro dejan un aroma que recuerda los relatos descarnados del realismo sucio. Tampoco sabría decir si estamos ante un diario de vacaciones, ante un libro de viajes o ante una novela que rezuma picaresca y bandidaje a pequeña escala. El autor, médico de profesión, tras casi veinte años fuera de su país, vuelve a casa para encontrarse con sus familiares. Antes de regresar, en las oficinas del consulado donde acude para agilizar el papeleo, comienza el calvario, es decir, los pequeños sobornos, las mordidas que prácticamente ya no abandonan el libro hasta el último capítulo. Y todo se produce con cierta normalidad. Como se producían en la España en tiempos de Franco. Los funcionarios ponen la mano porque cobran unos sueldos miserables y todo el mundo acepta que hay que sobrevivir con los pequeños sobornos que tanta desconfianza crean en el ambiente porque nunca se sabe dónde está el tope. Desde el funcionario de aduanas, hasta el oficial del ejército o el guardia municipal. Todo el territorio es un campo minado. Por supuesto que tienen también grandes corruptos como los nuestros, pero esos, cuando se extralimitan en su codicia y les pillan, van a dar con sus huesos a la cárcel. Robar sí, pero en sus justas proporciones.
Me ha venido muy bien leer este libro porque, sin salir de casa, me ha trasladado a Nigeria, a sus costumbres, a su modo de vida, a alguna de sus ciudades superpobladas, especialmente a Lagos que casi alcanza los 13 millones de habitantes, a sus cíclicos accidentes de avión, a sus sistemas de transporte terrestre, a sus comidas, a su hospitalidad, a su religiosidad, a sus ladrones despiadados, de la misma manera que En la Patagonia, de Bruce Chatwin, me llevó a conocer de primera mano una de las regiones más desoladas y literariamente más atractivas del cono sur americano.
Y todo escrito a lo largo de 27 capítulos en los que el autor se hace eco de su vida cotidiana, de sus movimientos, sus paseos por los museos, sus reencuentros con los viejos amigos y familiares. Algunos de estos capítulos podrían funcionar como cuentos breves. Ahí está la gracia para no caer en el costumbrismo, para trasladar al lector la emoción y la sorpresa. Además de escribir, Teju Cole se dedica a la fotografía de manera que intercaladas entre los capítulo del libro ha ido dejando unas cuantas imágenes que nos ayudan a completar la visión de este rompecabezas caótico en trance de transformación que es Nigeria. Sorprende por la amenidad y la eficacia narrativa, pese a que a veces resulte descorazonador saber que hay mucha gente en el mundo que, más allá del clima tropical, no acaba de salir de los pequeños infiernos en los que, por mor del subdesarrollo, se han convertido sus países.

lunes, noviembre 07, 2016

Maleza viva, Gemma Pellicer


Jekyll & Jill, Zaragoza, 2016. 124 pp. 16,50 €

Pedro M. Domene

Sobrevivimos a cualquier movimiento, y nuestra vida se convierte en una auténtica metáfora de la mutabilidad de la existencia humana, de la apariencia y del artificio como esa cualidad intrínseca del ser. Gemma Pellicer (Barcelona, 1972) muestra una auténtica operación de búsqueda a través de los sugerentes microrrelatos que componen Maleza viva, el segundo libro de la escritora, tras La danza de las horas (2012), su primera incursión en el género que tan bien conoce. Pellicer se cuestiona la ambigua percepción humana acerca del tiempo, o el prodigio que palpita bajo lo cotidiano, que en sus textos son tratados con una sensibilidad y una lucidez asombrosa.
Un breve “Paisanaje”, auténtico prefacio, abre el libro y enuncia uno de los temas axiales del volumen: el de la mutabilidad propia de la condición humana, mutabilidad que en este primer texto toma la forma de una inquietante visión metafórica sobre el microcosmos que se agita en el interior de la maleza, esa maleza viva, o hierba mala, envuelta en el suave sonido que proporciona el ruido de la tempestad. Y lo mejor del volumen, para establecer parámetros comprensibles en el lector, la narradora divide su obra en dos grandes partes: “Puntos de luz” y “Herbolario”, y en ellas la autora se interroga con una sutileza más que notable acerca de cuestiones como el lado irracional y amenazante que esconde la realidad cotidiana, “Historia de fantasmas” y “Tiovivo enmascarado”, la caducidad de los días o el tiempo, “En caída libre”, “Consunción” y “El día mengua”, el sentimiento de vértigo y el vacío “Deseo maquinal”, “Ojos de vaca”, “Entresueño”), o la incertidumbre que encierra esa noción de una identidad “La mujer que no era”, como el mejor ejemplo de esa incertidumbre cotidiana, y no menos insólita.
En la segunda parte se acentúa ese concepto surrealista del devenir, aunque sobresale en una primera imagen, esa aguda reflexión sobre la ferocidad inextricable que late bajo la apariencia tranquilizadora de la naturaleza, “Crestas de gallo”, “Verano” y “Puesta de luna”), son escenas en las que Pellicer toma partido, aunque más que en el conjunto anterior la autora articula en esta serie de textos un discurso de tono más irónico contra los efectos de la intervención humana en el entorno natural, “Supervivencia” y “Alimaña”, dan fe de ese compromiso, pero también el mundo de las fábulas o de los mitos completan el trazado de la segunda sección: bosques, la visión del arca de Noé, Dios y el Diablo, o incluso la figura de Jesucristo, incluso ninfas y hombres-lobo, constituyen otros tantos nuevos pretextos para meditar sobre los temas apuntados. Y como puede apreciarse, en la mayoría de estos textos, los breves y/o los más extensos, se perciben esas pulsaciones de “la brevedad de la vida” y ofrecen el mejor espejo que refleja la precariedad, la inmediatez y la urgencia que caracteriza a nuestro tiempo. Quizá por este, y no otro, motivo, Gemma Pellicer se sirve de la micro-ficción porque, junto a la lírica representa nuestra capacidad para sintetizar el tiempo, incapaces de dilatar el instante vivido, y frente a la inseguridad que se presupone del futuro.
Maleza viva demuestra la potencia y el valor intrínseco de la palabra, la importancia de una comunicación calculada, y en igual proporción meditada, entre ese artefacto que se presupone entre el hecho literario y el lector que propaga con su mente y su imaginación la posibilidad de un entorno más agradable, y es así como Gemma Pellicer moldea sus presunciones recurriendo al mejor efecto lírico, microrrelato o en alguna de sus mejores líneas acercándose al aforismo, efectos de una escritura que se funden con la extrañeza de un mundo donde aun quedan resquicios de una visión donde el humor se confunde con la dureza y la incomprensión de una realidad, sin duda la nuestra que ofrece esa variedad de perspectivas de la que la autora catalana sale tan airosa porque consigue que vida y literatura se unan en una misma dirección.

viernes, noviembre 04, 2016

Lo que no te mata te hace más fuerte, David Lagercrantz


Trad. M. Lexell y J. J. Ortega
Destino. Barcelona, 2015. 651 pp. 22,50 €

Victoria R. Gil

Un éxito de la magnitud que obtuvo la saga Millennium, con más de 85 millones de libros vendidos en todo el mundo, no se iba a detener por algo tan nimio como la muerte de su autor, Stieg Larsson, recién terminada la tercera novela de la serie de diez que tenía previsto escribir. Ni siquiera hizo falta que todo un premio Nobel como Mario Vargas Llosa abogara por que Lisbeth Salander continuara viva, en un artículo en el que comparaba la trilogía de Larsson, pese a sus imperfecciones, con la habilidad para arrebatarnos de Charles Dickens y Alejandro Dumas. La familia y la editora del malogrado Larsson no dudaron en iniciar la búsqueda del autor que aceptara un encargo tan comprometido, ya que, aun teniendo el éxito económico garantizado gracias a la orfandad de los millones de seguidores de la saga, bien podía convertirse en la tumba narrativa del arriesgado escritor que aceptara el reto.
Lagercrantz, autor sueco conocido por sus biografías, algunas de ellas noveladas, de Alan Turing y Zlatan Ibrahimovic, entre otras, parece haber sobrevivido al difícil lance. Sin acceso a las notas escritas por Larsson para la que iba a ser su cuarta obra (la lucha por los derechos de autor entre la familia y la pareja del fallecido bien darían para otra novela), Lagercrantz va por libre y arma una trama de plena actualidad en torno a la inteligencia artificial, la seguridad nacional y el espionaje informático. Todo ello para cuestionar esta vida tecnificada y digitalizada en la que nos hemos zambullido con una feliz inconsciencia.
Y funciona. Porque si con más de 600 páginas, la acción no decae y la urdimbre policíaca no se tambalea, es que, se trate o no de la cuarta parte de Millennium, la historia engancha y el lector desea llegar al final para despejar todas las incógnitas. Éste es uno de los puntos a favor de Lo que no te mata te hace más fuerte, que cumple con las expectativas del género, lo que no es poco.
Pero siendo un mérito a reconocer, no nos engañemos, los lectores de esta novela van buscando otra cosa, o más bien, a una persona: Lisbeth Salander, el personaje más potente surgido de un libro en las últimas décadas y el verdadero motor de la saga, más allá de los grandes temas sobre los que ha puesto el foco: la violencia de género, la corrupción de los poderes públicos, la manipulación de los medios de comunicación… Y Salander se hace de rogar. Durante el primer tercio del libro, Lisbeth no aparece, lo que para algunos será un acierto, mientras que otros se morderán las uñas con impaciencia hasta que se produce el esperado reencuentro y la tensión se dispara.
Lo que no te mata te hace más fuerte nos trae de nuevo a esta joven hacker con síndrome de Asperger, obsesionada con defender a los más débiles, que en esta novela resulta ser un niño autista que guarda más de una llave en su interior. Pero también nos devuelve a un Mikael Blomkvist enganchado a esa relación de ida y vuelta con Lisbeth, que nunca sabe a dónde le llevará, y a una Erika Berger siempre luchando por el futuro de la revista Millennium. Y nos devolverá también una parte del pasado de Lisbeth que, no sería de extrañar, tomará fuerza en la futura quinta parte que seguro ha de llegar.
A los lectores les corresponde ahora opinar sobre si Lagercrantz se ha estrellado en su intento por hacer revivir a Lisbeth Salander y a Mikael Blomkvist o, si por el contrario, sale con bien del reto y ha conseguido apaciguar el mono que muchos sentíamos tras dar por concluidas las tres novelas con que Larsson se dio a conocer al mundo (Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire), en opinión de muchos, con un puñetazo en pleno estómago del lector inadvertido.

miércoles, noviembre 02, 2016

Claros, António Ramos Rosa


Trad. Verónica Aranda
Polibea, Madrid, 2016. 10 €

José Luis Gómez Toré

Aun a riesgo de caer en un tópico, hay que constatar que la presencia en nuestro panorama editorial de la lírica portuguesa no siempre se corresponde con la riqueza de una tradición, que, por solo citar a algunos autores contemporáneos, incluye a figuras tan relevantes como Fernando Pessoa, Eugenio de Andrade, Sophia de Mello Breyner, Nuno Júdice o Herberto Hélder. Por ello, siempre es de agradecer un libro como este que, en una muy hermosa edición de Polibea, nos acerca a la voz de António Ramos Rosa en las cuidadas versiones de la poeta Verónica Aranda, quien también firma el prólogo.
Una primera aproximación a este conjunto de poemas en prosa puede hacer pensar en un libro eminentemente metapoético. Y es así, en gran medida. Incluso llama la atención la voluntad ensimismada, la necesidad de crear un espacio cerrado como si el mundo exterior fuera una amenaza o una distracción: «No escribo para abrir un espacio, escribo tal vez para encerrarme en un gran huevo de sombra con árboles inmensos y lámparas de piedra». Como nuestro barroco Soto de Rojas, el poeta luso parece querer trazar, a través del espacio textual, un paraíso cerrado para muchos y jardines abiertos para pocos. Sin embargo, a poco que nos adentremos en la trama de estos poemas, nos encontramos con que ese ensimismamiento es afín al del acto erótico y a su cerrada intimidad: repliegue que, sin embargo, se abre a una realidad más allá del yo (y del tú). Así, en no pocos textos eros y poesía parecen confundirse en un mismo afán por existir plenamente y a la vez borrarse en el otro, en lo otro (lo otro del cuerpo, lo otro del lenguaje).
Podíamos decir que en este libro, parafraseando una famosa obra de Bachelard, hay toda una poética del espacio. «Todo deseo es deseo de espacio», leemos en el poema “Cuerpo nocturno”. Y ya antes, en otro texto, se afirma: «En verdad, lo que busco es un espacio para respirar». Escribir es así un esfuerzo por recuperar el aliento perdido, una indagación para abrir (y cerrar) esos claros, que al lector español no pueden sino evocarle uno de los más hermosos libros de María Zambrano, Claros del bosque, no solo por su título sino porque, como en la filósofa española, la escritura, en el momento en que semeja pura evasión, es justo entonces cuando más pie hace en lo real. Por más que en el libro se deja sentir la herencia mallarmeana del libro como mundo, como realidad autónoma, ese gesto de cierre parece solo el preámbulo de una apertura, de un habitar el mundo para alumbrar un sentido sagrado puramente inmanente, ajeno a toda trascendencia: «Lo que antaño eran dioses se extiende en el esplendor de las cosas y los seres».
Si, como decíamos al principio, estamos ante un libro en buena medida metapoético, hay que entender esa mirada autorreflexiva no desde la suficiencia de Narciso, sino en la búsqueda inagotable de una palabra esquiva, como esquivo es el mundo. De ahí que el recurso al poema en prosa no sea casual pues, aunque los textos en general son breves, parecería como si el poema pudiera prolongarse indefinidamente, en el sentido etimológico de “prosa” como huida hacia adelante. El lector que acompaña al poeta en esa búsqueda no queda defraudado. Aunque ello suponga reconocer que el poeta es el que sabe callarse a tiempo ante la enigmática evidencia de lo que es: «La voz silenciosa del espacio es sencilla, soberana».