Antonio Santo
¿Cómo podemos saber quiénes somos sin observar a los demás? ¿Cómo puede existir un yo sin que haya un otro? ¿Quién es ese otro, ese “hombre aproximado” que es, al mismo tiempo, un completo extraño indescifrable? ¿Cómo podemos ver el mundo si no es a través de nuestros ojos? ¿Cómo entender ese mundo si no conocemos nuestra mirada? «Escribo para encontrar a los hombres», afirmó primero Tristan Tzara, para después decepcionarse por lo encontrado y asegurar: «sigo escribiendo para mí mismo, y a falta de encontrar a otros hombres, me sigo buscando».
Ésa es la búsqueda que sigue la voz poética de Tristan Tzara en El hombre aproximado: la búsqueda de sí mismo y del otro, de la verdadera naturaleza humana, de la memoria, de la mirada poética, de la historia del mundo. Una frenética búsqueda de cada uno de estos elementos a través de los demás. Una obra compleja y oscura, llena de sorpresas y cambios de vía, de sinceridad cruel y certera, de ternura y compasión. Tratar de descifrar cada metáfora de esta obra, de encontrar un sentido unívoco al que aferrarse, es como pretender sobrevivir a un naufragio con un mapa de carreteras.
No olvidemos que Tzara había sido pocos años antes el principal impulsor de aquel alegre caos destructor llamado dadá. En la época de redacción de este libro ya estaba alineado con las técnicas surrealistas (aún no había roto del todo con el inquisitorial Breton). Convertidas en escombros todas las convenciones, en El hombre aproximado (la obra maestra de Tzara) contruye un inmenso universo poético, tan caótico como inagotable, más basado en la intuición que en la razón. Recomiendo al lector que se enfrente al libro con disposición a abandonarse. En este sentido, en el prólogo de esta nueva edición de Cátedra se cita un comentario clave de Jacques Gaucheron: «el lenguaje no es más que un momento de la actividad poética». El siguiente momento es el lector.
La escritura automática, las imágenes oníricas y el afán por la ruptura de tópicos y convenciones son herramientas clave, pero no quiere decir que sean las únicas. Del mismo modo, la intuición y el irracionalismo son una constante, pero esto tampoco significa que el libro no tenga claros sus fines. Tzara era un hombre metódico y trabajador: El hombre aproximado le llevó seis años de trabajo, reflexión e investigación. Sí existen unas claves que uno puede utilizar como punto de partida, aunque cada cual encuentre un centro diferente para el mismo laberinto.
Los cinco primeros Cantos del libro son los cimientos sobre los que se desarrollan todos sus temas. La obra arranca en un tono profético, llevándonos en un viaje personal de purificación y enfrentando cuerpo y espíritu en un constante cruce entre la carne y el alma, entre imágenes sucias y crudas y metáforas de elevación y pureza angélica. La voz poética se busca, se extraña y se reconoce en el “hombre aproximado”, que reflexionará sobre su propia naturaleza y la del mundo, la palabra y la poesía, la incapacidad de entenderse y la necesidad de hacerlo.
En los siguientes Cantos la voz profética y mistérica, que analiza y reflexiona como un oráculo, se intercala con una voz lírica y personal. La dialéctica de la dualidad que impregna todo el libro continúa, no obstante, aunque ahora no es el yo frente al hombre aproximado, sino el yo frente a la amada, o incluso frente a la naturaleza, la belleza, la música... Tzara busca un hombre nuevo a través de su poesía: un ser humano no entregado tan sólo a la razón fría, sino intuitivo, empático, apegado a los demás tanto como a la tierra (no olvidemos su interés, ya desde el dadá, por el primitivismo).
No pretendo confeccionar en esta reseña una guía de lectura en profundidad: mucho mejor que yo lo hace Alfredo Rodríguez López-Vázquez, responsable de la traducción al español del texto original en francés en esta nueva edición de Cátedra. Rodríguez nos da buena cuenta del itinerario humano de Tzara hasta llegar al contexto en el que se escribió El hombre aproximado; también repasa en cada uno de los Cantos sus temas y recursos principales. Su prólogo crítico nos entrega una brújula para empezar a movernos por el bosque de referencias e imágenes plantado por Tzara, pero tiene la sabiduría de no llenar de obstáculos la lectura con innumerables notas al pie diciéndonos qué pensar en cada momento.
Aunque esta edición de Cátedra es bilingüe, merece la pena dedicar unas últimas líneas a la traducción de Alfredo Rodríguez, un excelente trabajo que respeta tanto la letra como el espíritu de la obra de Tzara. Rodríguez ha sabido captar la musicalidad del texto original francés y no ha temido optar por decisiones valientes allí donde una traducción más o menos directa resultaba imposible (sin dejar de ofrecer siempre alguna alternativa de otros traductores ilustres).
Con esta edición, Cátedra y la traducción de Alfredo Rodríguez le han hecho justicia a Tristan Tzara. El hombre aproximado es una obra poco editada y poco traducida, quizá por ser un libro complejo y agreste. No obstante, merece la pena enfrentarse a sus dificultades, sobre todo si uno se recuerda que esto no es una ecuación que haya que resolver, sino una ocasión para dejarse llevar a un viaje poético extraordinario en cada lectura. No pierdan la oportunidad de descubrirlo.
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