Verónica Aranda
Muchos de los poemarios de Nuria Ruiz de Viñaspre, autora de una amplia y coherente trayectoria, giran en torno a un animal. Si en libros anteriores contemplaba el mundo y establecía analogías a través de los peces místicos o de las vacas, ahora son los caballos los que, a modo de cosmogonía, atraviesan Pensatorium, editado recientemente por La Garúa. El caballo es nobleza y representa la fuerza en su estado irracional. Sus versos emergen con las crines al viento y son energía creadora en estado puro, a la par que imprevisibles. Tan pronto son caballos que giran sobre sí mismos, como alteran el ritmo; ora relinchan y se tensa su musculatura, ora se destensan, adoptando ligereza.
Por otro lado, “Pensatorium” es un lugar de recogimiento, donde la poeta se retira a pensar y hace pensar al lector (No olvidemos que Ruiz de Viñaspre procede de la estirpe de los poetas filósofos). El eje principal sobre el que se vertebra el poemario es el lenguaje y la reflexión en torno al mismo, para acabar llevándonos a lugares “nunca antes pensados”. Otros ejes son casa-cuerpo-carne-amor, que, como la palabra, juegan a sustituirse, ocultarse y llenar huecos. Porque la poeta también hila ausencias, reflexiona sobre la incomunicación que hiere y, al mismo tiempo, nos alimenta. Sobre el idioma, que no deja de tendernos trampas: nos transmite el hallazgo del gozo/ pero también lo tóxico. El lenguaje es la realidad suprema pero a través de él nos es imposible alcanzar la verdad universal, expresar lo inefable. Todo es susceptible de cambios, dando resultados irreales, puesto que no dejamos de ser seres dislocados, desplazados de un centro. Son versos transidos de nihilismo: nada cabe en nada y nada duele tanto como el reconocerse sin las desoladas alas desaladas.
Estamos ante un pesimismo vital de raíz barroca, como neobarroca es la poética de la autora, su ingenio y los recursos que utiliza: paradojas, hiperbaton, adjetivación arcaica o el empleo de la ironía para tomar distancia y aferrarse al lenguaje como una verdad a la que asirse en medio del sin-sentido. “Escribir para no morir”, porque en el envés del lenguaje está su dimensión de ensoñación.
Los poemas metafísicos se alternan con poemas que nacen como un divertimento y aligeran el tono solemne del libro, como es el caso algunos poemas amorosos: qué rara intimidad/ volver a besar el quicio/ de tu desquiciada boca o los poemas glosados a partir de una cita o guiño a algunos de sus autores de cabecera: Holan, Cioran, Alejandra Pizarnik, T. S. Elliot, Goethe. Ruiz de Viñaspre es una maestra de los juegos de palabras, que aparecen de forma reiterada en sus poemas. Crea neologismos, da vueltas a sus posibilidades fónicas, sus descargas eléctricas, invoca a Bach para traernos toda su dimensión musical. Como el propio pensamiento, entra en espiral, dice contradiciendo. Se sobrevive dentro del caos, la escritura nos ayuda a reinventar más de una certeza. La palabra comienza y acaba en el silencio, de ahí la importancia de las elipsis y de la metapoesía a modo de tratado, a medida que nos adentramos en Pensatorium.
Como dice la poeta gallega Luz Pichel en el brillante prólogo: «En el lenguaje y en todas sus opacidades se sobrevive, en el cuerpo, en el giro, en el gesto, en todo ese no ser de la palabra. Hay una fuerza ahí que todo lo salva». De ello da grandes muestras Viñaspre en este libro, empleando ese lenguaje corporal del caballo que tensa la cuerda.
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