viernes, febrero 27, 2015

Cuentos completos de la Comedia Humana, Honoré de Balzac

Ed. y Trad. Mauro Armiño. Páginas de Espuma, Madrid, 2014. 765 pp. 35 €

Salvador Gutiérrez Solís

No sé si Balzac es el mayor creador que nos ha ofrecido la historia de la Literatura. Que ha sido el más ambicioso, no me cabe duda. Su Comedia Humana es el proyecto más amplio, global y complicado que un escritor se haya planteado hasta la fecha. Y no es solo eso; es algo, mucho, más. Primera rueda del automóvil en el que circula la narrativa que conocemos, chispa, llama, punto cardinal, faro, guía. Origen. Y es que con Balzac la novela se ocupa de la vida, de lo rutinario, de los mortales, con sus miserias y grandezas, baja a la tierra, se abraza a lo real. Balzac, además, extendió esta naturalización de lo literario a su propia existencia: “profesionaliza” la vocación o convierte el talento, la Literatura en su caso, en una manera de ganarse la vida, en un oficio. A Balzac le puedes dedicar media vida lectora, y no es una exageración, y tener la sensación de que no lo has leído todo. Con toda probabilidad, no se trate de una sensación, sino de una certeza. A pesar de no concluir con la tarea que se autoimpuso, arcadia utópica, la obra de Balzac es amplísima, un interminable océano de historias y personajes, que aún seguimos descubriendo, como si se tratara de un torrente inagotable.
Torrente, una magnífica imagen para referirnos al título que nos ocupa, los Cuentos completos de la Comedia Humana. Me atrevería a afirmar que la edición que Páginas de Espuma ha llevado a cabo es uno de los grandes acontecimientos literarios de los últimos años. Por la calidad del autor, incuestionable; por la detallada información adicional que nos ofrece; por las anotaciones, por el objeto libro en sí mismo. En este punto, la felicitación es extensible, como no podía ser de otra manera, al magistral trabajo realizado por Mauro Armiño, responsable de la edición y de la traducción.
En el prólogo de estos Cuentos completos, se compara la obra de Balzac con el alzado de una catedral. Un más que acertado ejemplo, tengamos en cuenta que nos encontramos ante un autor y una obra de dimensiones colosales, inmensa, como también se indica en el mismo prólogo, que indudablemente se trata de la palabra más adecuada en este caso. Catedral, con sus correspondientes naves laterales, donde cabría situar esta colección de relatos de Balzac.
27 textos en total, si las cuentas no me fallan, en los que encontramos al Balzac que nos retrata la soterrada vida de la provincia, las –frecuentemente- turbias intenciones de los que acceden a la corte, las interioridades del estamento militar, las alcantarillas de la nobleza, los desdenes de los matrimonios, la obsesión por la posesión o la corrupción. Temas candentes en la primera mitad del siglo XIX y que siguen estando vigentes, igualmente candentes, en la sociedad actual, casi 200 años después. Otra de las características de la obra de Balzac: la permanencia. Universalizó la narrativa, al abordar los grandes temas desde una posición atemporal, situándose en el verdadero epicentro.
Como en sus obras más célebres de mayor extensión, Papa Goriot, Ilusiones Perdidas o Eugenie Grandet, estos Cuentos Completos arrancan a partir de situaciones comunes, banales en algunos casos, que Balzac consigue perfilar y transformar en un estudio pormenorizado de los hechos y sus protagonistas gracias a sus extraordinarias dotes para la descripción, tanto de los elementos materiales como de la psicología humana. En definitiva, estos Cuentos completos de Honoré de Balzac son una obra inmensa y fundamental, una verdadera catedral de la Literatura que no podemos dejar de visitar y disfrutar.

jueves, febrero 26, 2015

Cuaderno de brotes, Vicente Gallego

Pre-Textos, Valencia, 2014. 74 pp. 12 €

José Miguel López-Astilleros

Vicente Gallego (Valencia 1963) ha publicado libros que han merecido el aplauso de la crítica como Santa Deriva, Cantares de ciego o Si temierais morir, entre otros muchos. Ha recibido numerosos premios, entre los que destaca, dos veces el Loewe de poesía. También ha hecho incursiones en la narrativa con títulos como Cuentos de un escritor sin éxito o El espíritu vacío. Y en el ensayo con obras como Vivir el cuerpo de la realidad (2014), que tanto tiene que ver con Cuaderno de brotes. También en 2014 se le otorgó el Premio Emilio Alarcos con el poemario Saber de grillos.
Cuaderno de brotes es un libro de poemas en prosa, que se enmarca en una búsqueda personal de espiritualidad emprendida hace ya unos años, durante la cual dio con los textos de Sri Nisargadatta Maharaj, entre otros muchos. En un poema titulado “La pregunta”, perteneciente al libro La plata de los días (1996), que comienza «En la noche avanzada y repetida,/ mientras vuelvo bebido y solitario/ de la fiesta del mundo, con los ojos muy tristes…» el poeta se pregunta al final del poema «…durante cuánto tiempo cumpliré mi condena/ de buscar en los cuerpos y la noche/ todo eso que sé/ que no esconden la noche ni los cuerpos.» Lejos quedan aquellos tiempos, aquella búsqueda hoy se ha tornado espiritual, y parece que ha comenzado a dar sus frutos, este libro es un ejemplo de ello.
Según avanzamos en la lectura de la obra, nos da la impresión de que el poeta va dando cuenta de la interpretación poética de sus experiencias cotidianas y recientes, como si tras un paseo por el monte el leguaje se congregara en su voz y profundizara en lo elemental de lo vivido. La presencia de la naturaleza es constante a lo largo de todo el libro, es celebración y gozo, sea encarnada en la luz del sol, un atardecer marino o un cielo estrellado, incluso al margen del lenguaje, frente a la cual a menudo este se muestra insuficiente. Esta naturaleza participa de la concepción advaíta e incluso de la mística cristiana, en las cuales todo forma parte del uno, como “En el río” donde en lo mínimo se condensa la totalidad: «Meto un brazo hasta el codo en estas aguas. Palpo su frescura. Todo junto se adentra en ellas en mi mano. Hundidos en mi puño, el sol, las cumbres, los milenios.», de modo que se hace efectiva la unión entre el poeta que percibe el mundo y lo percibido. Por otra parte también puede advertirse un cierto franciscanismo en el deseo de fusión con los seres vivos, se siente solidario con ellos, tanto que en “Romero en las laderas” lo llama «romero hermano». No hay más propósito en la naturaleza que la humilde existencia en sí misma, como puede apreciarse en “Alcachofas en flor”, «Vuestra flor se abre para nadie, para nada…» Ante la vida como ante la naturaleza tiene una actitud de asombro, así en “La tormenta en el monte” dicho fenómeno meteorológico le sirve para cantar la grandeza y la magnificencia de su misterio, ante la cual el poeta se siente parte de lo permanente, «Al amparo de la roca, bajo la gran cornisa bautismal por donde escurre la riada bermeja del arrastre, me acurruco y me fundo con la piedra, con el cuerpo milenario del asombro.» La naturaleza, de este modo, niega el vacío con su presencia corpórea, pura existencia, puro existir, puro ser sin más.
La razón de la existencia está en la propia inmanencia del existir de cada ser vivo u objeto, aunque vivir es también percibir e interpretar el mundo por medio del lenguaje, que aporta una corporeidad suplementaria a la realidad, revelando la carnalidad plena del ser, que no trascenderla. Si en “Tierra firme” Vicente Gallego nos sitúa frente la probable inexistencia del futuro, en otras ocasiones intuye que el tiempo está constituido por silencios, vistos como algo terrible que amenaza al hijo, así en “Jugando al escondite”, mientras que en “Proximidad” al acariciar a su hijo se siente partícipe de lo eterno y se rebela contra el tiempo «…siento el limpio borbotón de la sangre niña, y estoy chapoteando en la eterna claridad mientras mi padre me acaricia y muere el tiempo.» En todo el libro late un canto a la felicidad de lo humilde, de lo sencillo, de lo íntimo y cercano, pero en todo ello también está presente la conciencia de la muerte (“Primavera en el patio”), además en “Muerte de un pájaro” esta es asumida de un modo natural como un estadio de la vida, sin dramatismo. También hay lugar para la melancolía ante la contemplación de unas jóvenes, ante las que se siente caduco (“Muchachas transeúntes).
Respecto al lenguaje hemos de señalar la absoluta adaptación de la forma al fondo, de la palabra, la sintaxis y la retórica al contenido. Es sencillo para dar entrada a la realidad de lo cotidiano, de su familia, de su entorno afectivo y de cuanto lo rodea; y tiene reminiscencias, en su tratamiento, de la mística cristiana y la poesía oriental. En unos cuantos textos reflexiona sobre el mismo, así por ejemplo llega a decir «No se hace poesía con el pensamiento, se hace con palabras sueltas…» (“El habla de los pájaros”) o «…me voy precipitando con el texto hacia lo hondo…» (“La línea en llamas”), como ya le sucediera a Juan Ramón Jiménez en sus dos últimas etapas.
Cuaderno de brotes es un libro hermoso, en el que a través de la desnudez de la expresión se indaga en las profundidades y misterios de la existencia, reducida ahora a lo elemental, hasta vislumbrar la ansiada verdad en toda su belleza.

miércoles, febrero 25, 2015

Los amigos de Franco, Peter Day

Trad. Jordi Beltrán Ferrer. Tusquets, Barcelona, 2015. 276 pp. 20 €

Ángeles Prieto Barba

En el significativo año de 1939, Josep Pla ya nos indicaba en la revista Destino que «la neutralidad es una política, es decir, no es una tarea que tenga algo que ver con la noble actividad abstracta, sino que por el contrario sus dimensiones se rozan constantemente con lo concreto». Frase más que ilustrativa de lo que vamos a encontrar en este libro, que explica muy bien la supuesta neutralidad británica ante la historia española en el siglo XX. Neutralidad que entendemos por no tomar públicamente partido, pero hacer todo lo posible para que triunfara aquél que ellos habían designado previamente como ganador, Francisco Franco, freno del bolchevismo.
Por eso, tras este estupendo libro firmado por el periodista inglés Peter Day, quien ha consultado archivos descatalogados en los últimos años, ya no podremos seguir hablando de neutralidad británica sin engañarnos ante una democracia liberal con unos servicios secretos que proporcionaron el famoso Dragon Rapide a Franco, y que más tarde sobornarán a la mayor parte del gobierno para conseguir la lealtad del país totalitario al bando aliado. Y lo hicieron a conciencia, sin tener que taparse la nariz, ni mirar hacia otro lado.
Este estudio se abre y se cierra con la biografía e intervención permanente de un personaje único, semianalfabeto pero inteligente, avispado y trapisondista, llamado Juan March, séptimo hombre más rico del Mundo en su época. Quien nos sirve además para apuntalar el interés contemporáneo que tiene este libro, ya que todas las peripecias de políticos corruptos que hemos tenido que sufrir últimamente empalidecen al lado de las cometidas por este señor, quien por ejemplo se hizo con el monopolio de tabaco producido en todo Marruecos, uno más entre sus muchísimos logros, quien aparece descrito como “archirrufián” y “Al-Capone” por el embajador británico en Madrid, en una cita sin desperdicio como todas, absolutamente todas, que aparecen recogidas en este imprescindible libro.
Otro de sus éxitos fue poner a disposición de los sublevados contra la República 600 millones de pesetas de las de entonces y alquilar el Dragon Rapide a los británicos, transporte ligero que finalmente conduciría a Franco desde las Canarias hasta el ejército en Marruecos, dando así inicio a la Guerra Civil. Un joven Franco intrépido y desconocido, tras afeitarse el bigote y disfrazarse convenientemente para así asegurar el éxito de esta misión que aparece aquí con todo lujo de detalles y nombres propios, tanto británicos como españoles, incluyendo un radiografista completamente borracho. Toda una aventura.
Por otra parte, la segunda parte de este ensayo reviste idéntico interés, ya que nos explica cómo pudo sortear el régimen el embite de una Segunda Guerra Mundial utilizando esa misma táctica tan bien empleada por los ingleses durante la Guerra Civil: Otra vez esa falsa neutralidad en público, mientras se negociaban condiciones para un futuro enlace con el bando vencedor en privado. Aquí entrarán en juego grandes personajes: tanto el duque de Alba, en su cargo de embajador, como los miembros de esa monarquía latente que esperaban también recuperar lo perdido. En concreto, saldrá favorecida la bisabuela y madrina de Felipe VI, la británica Victoria Eugenia (Ena) que acabaría instalada en Suiza, territorio neutral, muy bien cubierta. Del mismo modo, mientras Himmler o el conde Ciano eran agasajados en sus visitas españolas con grandes discursos y aplausos de multitudes, el gobierno franquista no dudó en firmar grandes acuerdos comerciales con británicos y norteamericanos, al objeto de garantizar el suministro de petróleo, algodón, caucho, estaño y trigo, paliando así la escasez que teníamos de todos ellos. Por eso, determinando que un Franco amigo era conveniente, pero un Franco neutral absolutamente necesario para poder ganar la guerra, Gran Bretaña no tuvo inconveniente en sobornar a más de la mitad del gobierno para garantizar así sus intereses. El intermediario, cómo no, fue Juan March. Y el villano, Serrano Suñer, cuñadísimo cuyo poder sucumbiría súbitamente tanto por los reveses alemanes ante Stalin y la entrada de EE.UU en la contienda europea, como por el atentado de Begoña o su romance con la marquesa de Llanzol. Y, ¿quién llevó a cabo todas esas grandes transacciones con Gran Bretaña? Por supuesto, don Juan March, llevándose su parte del botín.
Tal vez os parezca que me he extendido mucho en la tarea de informaros del contenido, pero me he quedado muy corta, tal es el cúmulo de datos, el interés y la importancia de lo aquí recogido, vital para asomarnos a esa historia española del siglo XX que aún estamos lejos de comprender y asumir en todas sus consecuencias. Por eso mi enhorabuena al autor, al eficaz traductor y a la editorial Tusquets por hacer llegar a nuestras manos este ameno e inteligente libro. Bien hecho.

martes, febrero 24, 2015

La noche y su perdón, Juan Antonio Marín

XXV Premio Nacional de Poesía José Hierro. Universidad Popular José Hierro, S.S. de los Reyes, 2014. 78 pp. 12,07 €

Ariadna G. García

No hay obra literaria que merezca la pena que no trate directa o indirectamente de la muerte y del tempus fugit, desde las medievales coplas de Manrique hasta En busca del tiempo perdido de Proust, por mencionar dos ejemplos señeros. Estos son los temas que aborda en su último libro Juan Antonio Marín, un poeta de suerte desigual: avalado por los lectores habituales del género, y sin embargo ausente de la nómina de poetas que componen su generación (nacidos en los 60). Su modestia, manifestada por él en sus composiciones («tan sólo quiero hablar, jugar con las palabras,/ soñar a media tarde/ y dejo para otros el mapa de la perfección,/ la exigencia y el bien/ que yo sólo me ensayo en la caricia./ Después de todo,/ a quién puede pesar que sobren ríos en el mundo,/ o que sobren ramajes en invierno») no debe ser impedimento para su inclusión entre lo más granado de su quinta poética. El tiempo, los siglos, ya se encargarán de seleccionar, descartar y clasificar a los autores que las futuras generaciones lectoras consideren más afines a su sensibilidad, o más representativos del siglo XXI. Entre tanto, sumemos y no restemos nombres, y menos aún cuando han demostrato sus quilates en libros contundentes, como lo es La noche y su perdón.
Marín, desde El horizonte de la noche (Premio Adonáis, Rialp, 1992) a Yo he vivido en la tierra (Polibea, 2011) -los poemarios que abren y cierran el arco de su obra hasta el libro que reseño hoy-, se ha entregado a una estética a contracorriente de la mayoritaria: de alto vuelo imaginativo, evocadora y hermética; esa que ahora se abre espacio en colecciones menos independientes, esa que ha seguido un hilo escurridizo y brillante desde las Vanguardias (dejando un puñado de nombres imprescindibles: Gamoneda, entre muchos otros).
La noche y su perdón es un canto a la vida desde la conciencia de la caducidad. El sujeto lírico, a través de monólogos, se incita tanto a la escritura (“Escribe para arder”) como a la existencia tranquila y desambicionada. Sólo hay un mandato que cumplir en el mundo: “sé feliz”. El resto nada importa. Es la única ley antes de que se cumpla el destino de todos: «No habrá más luz un día, sólo habrá firmamento/ oscuro y sin edad». En el tránsito entre dos silencios (Thoreau dixit): las dudas («no sé qué significa la alegría/ que se enciende y se apaga»), la felicidad que reside en las pequeñas cosas («a mí que me acaricien las flores… la energía/ que aguarda el alimento y explota en el alcohol»), la soledad, el descrédito de que las palabras sirvan para algo, la ilusión de que exista lo real, la conciencia de que la extinción personal es intrascendente («¿Qué le importa a la tierra que se muera otro cuerpo/ si el abono lo tiene asegurado?»), la aceptación estoica de los límites («No le voy a pedir cuentas al tiempo,/ voy a estarme tranquilo/ esperando la paz o no esperando nada»), el lento deterioro de la fuerza, la amistad, la conciencia de uno.
Juan Antonio Marín ha escrito un poemario sincero, hermoso y terrible, porque nos enfrenta a un espejo. Posiblemente, se trata de su mejor obra. Los versos aún retumban cuando cierras el tomo, y son versos que duelen. ¿Te atreves a mirarte en el cristal?

lunes, febrero 23, 2015

No me cuentes mi vida, Antonio Tejedor

La Fragua del Trovador, Zaragoza, 2014. 146 pp. 10 €

Pedro M. Domene

La vida, en palabras de Anatole France, resulta deliciosa, horrible, encantadora, espantosa, dulce y amarga; aunque, para muchos, lo es todo. Y algo de esto se nos viene a la mente cuando leemos, No me cuentes mi vida (2014), de Antonio Tejedor (Fuentespreadas, Zamora, 1951), una colección de cuentos sobre lugares y personajes cotidianos, sobre el amor y el desamor, sobre frustraciones, y también alguna alegría, o el relato de soñadores y de perdedores, en suma la vida misma con sus amaneceres y atardeceres, y al fondo las luces y las sombras de una suma de vivencias.
Los libros de cuentos invitan, en su perspectiva múltiple, a una visión distinta de nuestra propia existencia, y cuando somos conscientes de esa purificación que nos llega a través de unos personajes inventados que, como nosotros, sueñan con algo mejor, o sufren las mismas situaciones; entonces, y solo entonces, unimos vivencias comunes y con su ejemplo sacamos sabias consecuencias tanto de sus aciertos como de sus errores, y al tiempo observamos que, de la mano de su autor, se divierten o sueñan, hasta alcanzar una clásica catarsis que provoca en nuestra lectura múltiples interpretaciones, y sobre esa sensación degustamos finalmente una buena historia. Antonio Tejedor reúne una veintena de cuentos para como él mismo señala, «encerrar toda una vida en una línea, en una frase», e incluso, para concretar su propósito de mostrarnos su mejor literatura, aun concreta «la noria, de tu vida y de mi vida»; y a una especie de noria se parecen estos relatos de una variada factura, tanto temática como de extensión porque ponen de manifiesto el recuerdo, las relaciones, el trabajo, o el camino recorrido a lo largo de nuestra vida, algo que para muchos supone una larga andadura solo singularizada por todos y cada uno de los personajes con que nos deleita Tejedor, la chica que espera el autobús del primer micro, “Zaragoza”, la monótona vida de Olga y su timidez ante Mario, en “Dos entradas”, incluso el recuerdo del joven a cuya chica le encantaban las setas en “Hojas secas”, y la hambruna, miserias de una familia de campo y la necesidad de consagrar a uno de sus hijos a salvar chinitos en África, “La gloria de los vencedores”, fragmentos de tantas y curiosas vidas, pasado, presente y futuro de muchos de estos personajes que se asoman a las páginas de No me cuentes mi vida como muestra de esa fractura que compone una dilata vida, tan cercana que podemos encontrarla en cualquier punto de nuestro camino y se nos antojan tan cercanas que tras un dulce sueño, o una extraña pesadilla forman parte de nuestras propias vivencias.
Antonio Tejedor maneja con soltura la técnica del texto breve, es decir, del relato y así muchos de los cuentos que contiene este volumen, reflejan las características intrínsecas del “cuento de situación”, a saber, época y tiempo de narración coinciden, maneja un único escenario, todo gira en torno a un suceso o un símbolo, y la situación es decisiva o representativa de los personajes implicados, buena muestra, “La fraternidad de los restos”, o “Teruel existe”; y, lo mejor, el estilo empleado por Tejedor, conciso, ajustado a la expresión misma de las palabras empleadas, rico en recursos literarios, metáforas y símiles que se acercan a un lirismos, en ocasiones contenido para precisar cuanto afirma el narrador, sin que esa estética sobresalga y se vuelva empalagosa, nada más lejos, la vivacidad de los diálogos aportan esa templanza narrativa que en el zamorano se convierte en su mejor baza, porque entre otras cualidades, sus personajes se tornan reflexivos, esto es, manifiestan su hacer como sujetos activos y se manifiestan en sus intentos por desentrañar quiénes son o cómo es el medio en que viven para dejarnos constancia de que su mundo y el nuestro coinciden, y Tejedor lo expresa como mejor sabe, escribiendo buena literatura.

viernes, febrero 20, 2015

Pero...¿quién mato a Harry?, Jack Trevor Story

Trad. Concha Cardeñoso Sáenz de Miera. Alba, Barcelona, 2014. 160 pp. 14,90 €

Santiago Pajares

De todos es sabido que la profesión de novelista es muy extraña y se accede a ella desde muy distintas fuentes. En el caso de Jack Trevor Story, antes de dedicarse a la escritura estuvo empleado en una carnicería y en la fábrica de radios Marconi. Hijo de un panadero muerto en la primera guerra mundial, escribió Pero...¿quién mato a Harry? con 32 años, con la cual se hizo famoso una vez que Alfred Hitchcok la llevara al cine en 1955. Una comedia negra, donde la muerte se acaba convirtiendo en el principal motivo de la comedia. Escritor compulsivo (escribía, 4000 palabras diarias, el doble que Stephen King, para que os hagáis una idea), Jack Trevor Story sólo necesitaba de dos o tres semanas para terminar una novela, llegando a establecer su record en 10 días. Al parecer, esto no era suficiente para impresionar a sus conocidos, que pronto comenzaron a verle con un buen número de glamourosas mujeres. Jack tuvo una vida caótica, con multitud de infidelidades y constantes bancarrotas, pero hizo del caos su principal aliado y le supo exprimir la inspiración. Se casó tres veces y tuvo ocho hijos. Escribió novelas de aventuras, un montón de guiones para televisión, tuvo una columna en el periódico The Guardian en los 70 y se hizo famosa su trilogía de novelas sobre un vendedor ambulante. Para resumir, diremos que no era un autor que se quedase en casa descansando los domingos. Tampoco estaría de más añadir que pasó parte de sus últimos años en una institución psiquiátrica.
El título del libro puede parecer erróneo al comenzar la lectura, porque desde las primeras páginas parece claro quién mató a Harry, por eso la prisa de este personaje para deshacerse del cadáver. Pero como en una obra de teatro de puertas (o del absurdo), no paran de aparecer personajes para interrumpir su trabajo, personajes con los que tendrá que llegar a un acuerdo para incluirlos en su plan y poder salir indemne. Pero con cada nuevo personaje aparecen nuevas pruebas y evidencias que demuestran que el candidato principal quizá no fuera el verdadero asesino, por lo que pasan las páginas desenterrando y volviendo a enterrar el cadáver una y otra vez. Una obra en la que resulta haber más asesinos que víctimas. Es una comedia negra, donde el asesinato queda incorporado no como un crimen, sino como un tropiezo, una acción desafortunada que, aunque trágica, podía haberle sucedido a cualquiera. No es de extrañar que Alfred Hitchcock, con su negro sentido del humor, leyera estás páginas y decidiera plasmarlas en celuloide para disfrute de millones de espectadores.
Es una novela corta, para leerla en una tarde lluviosa con una taza de té en las manos, dejándonos imbuir por las frondosas laderas de la campiña inglesa. La editorial Alba nos recupera un texto lleno de esa flema inglesa, donde no hay prisa ni siquiera para ocultar un cadáver y se hace tiempo para tomar té y pastas y hablar de la situación. Una novela que, pese a pasarse el tiempo enterrando y desenterrando a un muerto, se lee con una sonrisa. Una sonrisa británica, por supuesto.

jueves, febrero 19, 2015

Distintas formas de mirar el agua, Julio Llamazares

Alfaguara, Madrid, 2015. 184 pp. 17,50 €

Ignacio Sanz

He aquí una novela carente de la típica intriga policíaca que nos arrastra a leer y leer. Distintas formas de mirar el agua carece de intriga y, pese a ello, tampoco podemos dejar de leerla. Hay un impulso que nos arrastra, acaso sea la atmósfera la que tira de nosotros, la que nos empuja, también la música envolvente de su prosa, el afán de conocer un poco más al único personaje desde una nueva mirada. Porque de eso se trata, de mirar. Y no sólo de mirar el agua, que también, sino de mirar al personaje que imanta esta novela, que sufrió en sus propias carnes el desalojo de su casa, de su pueblo y de su montaña para ir a parar a un páramo extraño. Un tipo cabal, obcecado y humilde del que podríamos ignorarlo todo si no fuera por este magnífico retrato múltiple que nos ofrece Julio Llamazares.
La lluvia amarilla, mítica novela de Llamazares, contaba la vida del último habitante de una aldea del Pirineo oscense y la contaba en primera persona, de tal manera que el lector iba conociendo la trama de una vida que estaba a punto de concluir. Pues bien, aquí, en Distintas formas de mirar el agua, lo que nos propone Llamazares son 16 miradas, comenzando por la de la mujer del protagonista, su viuda ya, y acabando por la de su hijo pequeño; entre medias, otros hijos, nueras, yernos, nietos, novios o novias de los nietos van sumando su voz, a veces desde la extrañeza, al ritual familiar de lanzar las cenizas del finado sobre la superficie del pantano que desalojó hace más de medio siglo a la familia de un valle leonés. De manera que esos monólogos se hacen en homenaje del hombre ya convertido en cenizas.
Claro que, por medio, lo que Llamazares nos cuenta es la biografía de un gigante anónimo. Como tantos. Uno de esos campesinos sobrios, austeros, cabales, desgarrado en mitad de su vida, uno de esos campesinos que viven en las antípodas de la fama y la celebridad y que, sin embargo, por tantas razones, resultan admirables. Dominan su pequeño universo con precisión de relojeros, como el señor Cayo de Delibes. Pero, además, Llamazares hace hincapié en el paisaje, en los paisajes que marcan la vida de estos personajes en una sociedad que suele vivir de espaldas al paisaje. O que los utiliza como mercancía, como simples reclamos. Por eso hace hincapié en el desarraigo, en la fuerza perturbadora que el paisaje de la infancia adquiere en la vida de cualquier persona. El planteamiento de la novela no puede ser más simple y, si me apuran, más anacrónico. Dieciséis miradas. Diecisiete si contamos con la pequeña aportación última del anónimo automovilista que cierra la novela. Sí, el planteamiento no puede ser más simple, ni más hondo. Ahí está el secreto. En la profunda verdad, en el aliento épico que late de esta historia con la que Llamazares consigue estremecernos. De ahí la grandeza de la novela, pese a su aparente simplicidad.
Cada día abrimos el grifo y sale agua. Ese acto sencillo puede ser una herida abierta para muchos. La provincia de León ha perdido cien mil habitantes solo en los últimos veinte años, los mismos que quedan en toda la provincia de Soria. Mientras España crecía, León menguaba. De los cuatro hijos del protagonista, solo uno, precisamente el que tiene problemas de integración, sigue en el pueblo palentino, la laguna, con minúsculas, así la llama Llamazares, el pueblo de la meseta al que fue a parar la familia tras el desalojo. Los otros tres reparten sus vidas en Valladolid, Barcelona y Santander. Pero no, la novela no aborda reivindicaciones territoriales. Qué vulgaridad. La novela cuenta la vida de un oprimido expulsado cuyo carácter tenaz nos atrae. Ese es el milagro de este hombre que, pese a ser un vencido, mira con entereza al futuro y empuja del carro para que no se atolle. Una vez más Llamazares ha escrito una obra memorable.

miércoles, febrero 18, 2015

Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914, Christopher Clark

Trad. Irene Fuentes y Alejandro Pradera. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2014. 788 pp. 29 €

Angeles Prieto Barba

Considerada una de las mejores obras de no ficción publicadas en España el año pasado, este análisis detallado del historiador australiano Christopher Clark, profesor en Cambridge, no abarca toda la Primera Guerra Mundial, como otros tantos estudios publicados ese año conmemorativo, únicamente sus causas. Y esta primera consideración, relevante sin duda para el lector, marca ideológicamente este libro narrativo con algunos capítulos farragosos, donde se nos exponen de manera detallada y exhaustiva los acontecimientos sucesivos que condujeron al conflicto bélico repartiendo culpabilidades entre sus distintos protagonistas, esos “Sonámbulos” o ese medio centenar de hombres aproximado, y no más, que tomó la decisión fatídica.
Otro dato interesante es que el libro se publicó dos años antes en su idioma original, cosechando diversos premios al mejor libro de historia (Los Ángeles Time), reseñas muy favorables (Financial Times y otros) y un gran éxito de ventas en Alemania, país desde donde surgieron severas voces críticas contra el mismo desde el mundo universitario y académico, por considerar que exime de culpa al poderoso establishment militar germánico, cuando en realidad fue el belicismo generalizado de esa época, pujante en los distintos gobiernos, la causa más evidente e inmediata del conflicto. Y es que la exposición de acontecimientos, la forma narrativa brillante que este libro adopta no puede hacernos olvidar hechos incuestionables, como fue la absurda carrera armamentística del kaiser tratando de lograr una flota más poderosa que la británica. Pero ningún autor es absolutamente imparcial en el análisis, y este tampoco, máxime si está casado con una prestigiosa historiadora alemana y precede a este libro una exitosa biografía suya de Guillermo II, personaje al que trata aquí con intensa familiaridad. Quizá por eso y sin dudarlo, Clark señala con contundencia a otros culpables menos relevantes hasta ahora: el entusiasta y belicista gobierno de Francia, las rancias cortes de San Petersburgo y de Viena, Belgrado y la Mano Negra. Estos serían los responsables directos según Clark, Inglaterra y Alemania vendría luego, a remolque.
Precisamente con el avispero de los Balcanes se inicia dramáticamente este estudio narrando con intensidad, emoción y sin ahorrar detalles, el brutal asesinato y posterior mutilación de Alejandro I y Draga de Serbia acaecido más de una década antes, en 1903. Crimen dual que precede a los sucesos de Sarajevo, detallados en otro brillante capítulo, sin el cual no podríamos entender nada. Explicarnos muy bien estas causas remotas, detallándonos hasta qué punto estaban atrasados los medievales reinos balcánicos, es quizá uno de los grandes méritos de este libro frente a su máximo competidor, el objetivo y sesudo análisis de Margaret MacMillan, catedrática canadiense tal vez menos permeable a los distintos personalismos, pero que analiza con rigor todos los componentes del conflicto sin resaltar ninguno: los nacionalismos, las luchas por el poder en las colonias, los miedos mutuos, la rivalidad económica, el militarismo, la falta de diálogo y la crisis de valores. Ambos libros, para los iniciados en el tema, resultarán sin duda imprescindibles. Pero para aquellos que pretendan sencillamente conocerlo mediante un buen libro divulgativo, el clásico de la norteamericana Barbara Tuchman, también magnífico, resultará más que suficiente.
¿Fue inevitable esa Gran Guerra que también nos hubiera ahorrado la siguiente? La respuesta de Clark y de tantos historiadores especialistas es que pudo haberse evitado. El convencimiento generalizado de que se trataría de una guerra rauda, de que ésta llegaría a resolverse en meses escasos con triunfantes desfiles militares subrayando el poderío de las grandes potencias, condujo a error a estos dirigentes sonámbulos que tan bien descritos, cierran el libro: «vigilantes pero ciegos, angustiados por los sueños, pero inconscientes ante la realidad del horror que estaban a punto de traer al mundo.» Pensamos que decisiones tales ahora serían inimaginables puesto que los actores se han multiplicado gracias a tantas democracias que definitivamente prevalecen sobre el Continente. Pero nunca se sabe. De ahí el interés máximo del libro.

martes, febrero 17, 2015

La última llamada, Empar Fernández

Ediciones Versátil, Barcelona, 2014. 276 p. 17 €

Miguel Baquero

Siempre resulta sorprendente en Empar Fernández, escritora de ya amplia trayectoria, su capacidad para generar un misterio y sostener una tensión con la mayor naturalidad. Así fue en el caso de su última novela, la magnífica La mujer que no bajó del avión; así ocurrió en el ciclo de novelas negras ambientadas en la Barcelona actual, escritas a cuatro manos con Pablo Bonell y protagonizadas por el subinspector Escalona, y así en El loco de las muñecas, finalista en su día del premio de novela Fernando Quiñones, entre otras obras nunca decepcionantes. Porque aunque el crimen sea nimio, incluso a veces no exista, o sea —por desgracia— tan habitual como la desaparición de una adolescente, Empar Fernández cuenta con un don, que es su extraordinaria capacidad para la empatía, para “meterse” en la piel de los actores en el drama —los padres, la hermana, los amigos de la desaparecida— y contarnos su desgarro. Gracias a ello, consigue que en muchos momentos de esta novela el lector se estremezca con la humanidad de sus páginas; porque, en efecto, la autora parece estar hablando, desde el primer renglón, de cualquiera de nosotros, o de cualquiera de los que tenemos al lado, si nos encontráramos en la misma situación; tanta es la cercanía que consigue y la manera como logra implicar al lector.
Por ejemplo: de la joven desaparecida sólo sabemos, al principio, que la última vez que la vieron con vida subía, llorando, a un autobús. Ese detalle de las lágrimas, ese pellizco de ley —pintado sólo de una breve pincelada, no recubierto de sensiblería— en lo sentimientos, hace que en adelante nos sea más interesante reconstruir esos últimos momentos que descubrir el mero nombre de quien la mató y cómo y por qué y demás detalles forenses.
Junto con esta profundidad en lo humano, que le hace lograr tipos memorables —como, en esta novela, el del padre de la desaparecida, ahogado en un sentimiento de culpa, e incluso, por ausencia, el de la madre, siempre ausente, refugiada en los sedantes— Empar Fernández se apoya también en un estilo limpísimo, sin adornos superfluos pero también sin tramos áridos, un lenguaje literario que fluye, como el drama y la exposición de sentimientos, con naturalidad. Y en el caso de La última llamada, a todo esto se junta también un gran dominio de la técnica novelística. Ahogado, como se ha dicho, por un sentimiento devastador de culpa, el padre de la desaparecida acude a una vidente para que trate de encontrarla, en contra de su otra hija y de un inspector de policía, que tratan de disuadirle asegurándole que no es más que una estafa. Impresionante, de nuevo, antes de seguir adelante, la figura del inspector de policía, alejado de todo tópico al respecto cuando seguramente hubiera sido muy fácil caer en él.
El padre, sin embargo, acude a ver a la vidente, y en este punto la novela, muy hábilmente, pasa a gravitar de la desaparición de la joven y el dolor que ha dejado asolada a la familia, a la duda sobre si todo lo que dice “visualizar” la médium es cierto o se trata de un montaje. Como cabe suponer, el final reserva sorpresas en este sentido, pero que nadie espere golpes de efecto fantásticos de la autora; por el contrario, e insisto en ello, Empar Fernández no se sirve de trampas sino que emplea únicamente como material novelístico las sensaciones y el interior de las personas, no hechos sorpresivos ni trucos finales. Este es, sin duda, su mayor mérito, el escribir desde la verdad, es decir, desde la humanidad, y lo que la ha consolidado como una escritora de primer nivel.

lunes, febrero 16, 2015

New mYnd, Colectivo Juan de Madre

Aristas Martínez, Badajoz, 2014. 176 pp. 18 €

Pedro Pujante

Según la consabida paradoja de Schrödinger, mientras no se abra la caja, el gato está vivo y muerto al mismo tiempo. Se presume la convivencia de dos realidades paralelas, alternativas y contradictorias. Esta idea de dos mundos paralelos es con la que juega Colectivo Juan de Madre (CJM) en esta singular novela.
No encontraremos aquí un gato sino una joven llamada Gabriela. ¿O son dos? Ahora vamos a eso. El libro presenta de forma alterna las historias de una y otra versión de la vida de Gabriela; en capítulos alternos (1a, 1b) vamos conociendo la(s) vida(s) de Gabriela. En una de las versiones, Gabriela vive con su novio, tiene una vida social normal y trabaja en un hospital. En la otra, está ingresada en un psiquiátrico, no tiene novio y se lleva mal con sus padres.
El lector se preguntará quién es la real, si es que alguna de ellas es lo es. Uno incluso llega a sospechar que quizá una sueña o imagina la vida de la otra. Además, hay que añadir que Gabriela tuvo una hermana gemela, Laura, a la que estaba muy unida y que falleció en un accidente. Así que, ¿no será una de estas Gabrielas, la misma Laura? El tema del doble está en esta narración trenzada y ambigua expuesto con gran acierto, no dejando al lector más que las pistas necesarias para acceder a interpretaciones fragmentarias y nunca resolutivas.
Al principio hemos hablado de multiversos, de mecánica cuántica. En New mYnd se nos explica una nueva experiencia que está comenzando a hacer furor entre los jóvenes. La inserción de un diamante que consigue bifurcar la personalidad y así proyectar un segundo universo en el que se desarrolla una segunda existencia. «El universo es un constructo de nuestra mente individual. El diamante bifurca esa mente, y con ella el universo; y no al revés.»
New mYnd está estructurada en capítulos breves, de una o dos páginas, e incluye digresiones al propio tejido narrativo: fotografías, textos de terceros, poemas o entradas de un blog ficticio. No obstante, estas aportaciones extratextuales y su carácter fragmentario no deforman el conjunto narrativo ni intervienen negativamente en la construcción novelesca ni en el transcurso argumental de la obra. Sino que consiguen remodelarla, dotarla de un significado más complejo y a la postre, edificar una novela equilibrada, proteica, divertida y sólida.
Su heterogeneidad y experimentalismos, deudores de Rayuela (sobre todo por esa búsqueda del lector activo; por su contenido paraliterario), incluso con reminiscencias de Nocilla de Mallo (por sus capítulos escuetos y la inserción de lenguajes no literarios), no son inútiles, sino que están al servicio de la historia que CJM nos presenta.
En definitiva, un libro diferente, que aporta nuevas pistas para comprender hacia dónde se dirige la nueva narrativa. Una narrativa que se expresa en un nuevo lenguaje más dinámico, visual, referencial y siempre paródico. Que nos habla de la dificultad de encontrar un paisaje mental que se acople a la compleja realidad. Que con ironía e inteligencia aborda temas como la identidad, la locura y la fragilidad de las relaciones, sin prescindir de un tratamiento vitriólico.
Dos historias (que quizá son una) paralelas que confluyen en un más que extravagante e inesperado desenlace.
La caja con el misterioso gato vivo-muerto permanecerá cerrada durante la lectura. Al final habrá de llegar el lector si quiere adivinar si este metafórico gato (¿Gabriela, dos Gabrielas, Gabriela y Laura?) ha muerto, sigue vivo o se ha duplicado y habita dos universos paralelos.
Un libro que será del gusto de lectores exigentes, bipolares y demás enfermos de la buena literatura.

viernes, febrero 13, 2015

La cigarra del octavo día, Mitsuyo Kakuta

Trad. Yoko Ogihara y Fernando Cordobés. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2014. 240 pp. 18 €

Santiago Pajares

Mitsuyo Kakuta (Yokohama, 1967) es, con más de cincuenta novelas, una de las escritoras más prolíficas de Japón. La cigarra del octavo día es su primer libro publicado en España, el cual ha vendido en su país natal mas de un millón de ejemplares. Ha sido adaptada al cine y también a una serie dramática de televisión.
La novela trata la historia ficticia de Kiwako Nonomiya, una chica de 29 años que aprovecha un despiste de su exnovio y su nueva pareja para secuestrar a su bebé. En la más absoluta soledad, durante más de cuatro años huirá con el bebé y pedirá cobijo a amigos, desconocidos e incluso entrará a formar parte de una secta para mujeres. Todas estas ayudas constituyen un análisis de la sociedad y sus diferentes estratos. Narrada en primera persona, seremos testigos de la obsesión de esta mujer por continuar su huida, por vivir otro día junto al bebé. Para ello estará dispuesta a lo que sea; a cambiar de nombre, a perder su dinero y cambiar radicalmente su forma de vida, sabiendo que su aventura tiene un final, pidiendo cada día un día más. Pero la historia no se acaba aquí, sino que seremos capaces de saber qué pasó años después cuando ese bebé es ya adulto y no ha conseguido encontrar su lugar en la vida, cómo esa huida que acabó cuado sólo era una niña ha marcado para siempre sus años venideros. Una misma historia narrada por dos voces femeninas que nos adentra en la figura de la mujer en Japón en los años ochenta y la actualidad.
Poco a poco conoceremos las razones del extraño comportamiento de Kiwako y su drástica acción contra su expareja. Una narración repleta de grises, de decisiones buenas y malas dependiendo del prisma con el que las observemos. Sirve esta novela como una reflexión, en palabras de la autora, sobre la maternidad y cómo en la sociedad japonesa a las mujeres les asignan de forma inmediata el papel de madres por el hecho de poder tener hijos. No todas las mujeres pueden, no todas las mujeres quieren, no todas las mujeres saben. Y de esos tres casos veremos ejemplos en las páginas de esta novela.
El título, un misterio durante buena parte de la obra, hace referencia las cigarras, cuyas larvas permanecen bajo tierra siete años, y cuando emergen sólo viven una semana, y cómo se sentiría una de ellas si viviese hasta un octavo día. Un buena referencia hacia las dos protagonistas de la historia, dos mujeres solitarias en una sociedad repleta de gente.
No sé si La cigarra del octavo día se convertirá, como muchos auguran, en una novela de culto en Japón con el paso del tiempo, pero es, sin duda, una de las mejores novelas japonesas que he leído en los últimos tiempos. Mención aparte a Galaxia Gutenberg y la estupenda edición e impresión del libro.

jueves, febrero 12, 2015

Los cuerpos extraños, Lorenzo Silva

Destino, Barcelona, 2014. 346 pp. 18,50 €

Salvador Gutiérrez Solís

La pareja de la Guardia Civil creada por Lorenzo Silva, Bevilacqua y Chamorro, se ha convertido, por merecimientos propios, también por veteranía, en una referencia ineludible de lo que hoy llamamos Novela Negra. Y lo es desde mucho antes de esta avalancha que hoy nos asola, como si hubiera aparecido un nuevo género a partir de la nada, como por arte de magia. Bevilacqua y Chamorro vienen de lejos, y sus lectores los hemos visto ascender, investigar, aprender y casi crecer, a un ritmo similar al de la Literatura de Lorenzo Silva, siempre en una continuada evolución ascendente.
No me cabe duda de que esa es unas de las habilidades de Lorenzo Silva, ha conseguido a lo largo de las entregas que Bevilacqua y Chamorro, Vila y Virginia, el brigada y la sargento protagonistas, formen parte de lo que podríamos definir como nuestra “familia literaria”. Un conocimiento que, hablemos incluso de intimidad, hemos alcanzado poco a poco, ya que Silva ha sido habilidoso, paciente y constante a la hora de ofrecernos la información más adecuada sobre la pareja. Y lo sigue haciendo, propiciando que la capacidad para sorprendernos permanezca intacta, en cada nuevo título.
Vila y Chamorro se adentran en esta nueva entrega de la saga, Los cuerpos extraños, en un tema de candente actualidad: la corrupción política. Un tema que, desgraciadamente, es habitual en las portadas de los periódicos y en las escaletas de los informativos y que Silva introduce en la novela con esa terrible cotidianidad con la que nos hemos acostumbrado a ella. Una alcaldesa de una localidad del levante español aparece muerta en una playa cercana. A partir de ahí, con su habitual pericia, Lorenzo Silva nos muestra las habilidades investigadoras del brigada y la sargento.
Pero hay más que corrupción, en sentido estricto, Los cuerpos extraños también nos ofrece una visión, tan realista como descarnada, de las interioridades de los partidos políticos, de sus laberínticas entrañas, de los codazos y de los empujones, de los ascensos y las traiciones, de la guerra por alcanzar las cuotas de poder en esos bandos o “familias” que siempre existen en todas las formaciones. Una peculiaridad que utiliza Silva para adherir nuevos matices, otras “pieles”, a la trama original. Como indicaba anteriormente, el que conozcamos sobradamente a Vila y Chamorro no es obstáculo para que nos sigan sorprendiendo. En Los cuerpos extraños, Silva es más explícito que en anteriores entregas en la intimidad de la pareja, nos aporta desconocidos detalles, más elementos de información y de percepción. El paso de los años, las ausencias y carencias, los deseos no satisfechos y los alcanzados, fabrican nuevas aristas en las personalidades de los investigadores.
Y como en anteriores títulos, en Los cuerpos extraños volvemos a disfrutar con esa capacidad casi poética de Bevilacqua para enfrentarse a los casos, el inalterable metodismo de Chamorro, así como de un sinfín de brillantes diálogos y descripciones psicológicas, tan perfiladas y acertadas, que dotan a la obra de una inteligencia y coherencia que no son, desafortunadamente, rasgos habituales en el género negro actual.

miércoles, febrero 11, 2015

La leyenda de la ciudad sumergida, Antón Castro

Ediciones Nalvay, Huesca, 2014. 118 pp. 13,95 €

Pedro M. Domene

Los gallegos, dicho con enorme respeto y cariño, creen en leyendas, misterios y supersticiones, quizá porque Galicia, tierra mágica y ancestral, mantiene en su literatura aun hoy en día el mundo de las fábulas y de los mitos, fruto por otra parte de la imaginación popular y de la exclusiva dedicación de sus escritores. Y, también, por eso, por las páginas de sus libros desfilan meigas y mouras, trasgos, peregrinos y la Santa Compaña, y en igual proporción héroes y villanos, demonios y espectros; historias y leyendas que se contaban a la luz del fuego, cuando ya el sol se escondía y comenzaba a reinar la noche, y es así como se han transmitido de generación en generación.
Antón Castro es gallego, de Arteijo, La Coruña (1959), y comparte imaginación y pluma con Álvaro Cunqueiro y Wenceslao Fernández Flórez, porque sus libros más fantásticos se pueblan de lugares mágicos, con seres extraordinarios, animales que hablan y finales felices. Autor de cuentos y novelas, su dedicación al mundo de la literatura infantil y juvenil le han llevado a publicar, Jorge y las sirenas (2009), que se describe como un cuento sobre el poder de la imaginación, el amor a las sirenas y a los libros, El niño, el viento y el miedo (2013), en cuyas páginas se cuentan historias cotidianas y de asombro que suceden a cualquier hora del día, pero sobre todo a partir de la medianoche cuando los paisanos se reúnen en torno al fuego, y hablan de ahogados, del mal de ojo, de mujeres que ven al demonio, de los primeros viajes o de esos lugares donde todo puede ocurrir; todo ante la atenta mirada de un niño de ocho años que recibe una armónica de Montevideo, acaso el primer regalo de su vida; y ahora La leyenda de la ciudad sumergida (2014), la historia de una búsqueda, la que obligará al niño Esteban a salir de su pueblo, Baladouro, amenazado de quedar sepultado por la lluvia como otras tantas ciudades de las que le han hablado, y seguir las huellas hasta encontrar el Nubeiro y conseguir convencerlo de que cese la lluvia en su amada villa. Esteban está bendecido desde el mismo día de su nacimiento, cuando el ciego Cidre le anuncia a Sabela Camelle que su hijo, a medida que pasen los días, se volverá un poco brujo, y cuando le corten el pelo y lo echen en una tinaja se convertirá en oro; además, el viejo Cidre le entrega un libro rojo con letras invisibles y asegura que solo él podrá leerlo, y cuando lo aprenda de memoria será capaz de arreglar las mayores catástrofes, curar heridas y vivir las aventuras más increíbles. En realidad, Esteban inicia un viaje de ida y vuelta, aunque apenas sabe que la solución estará allí mismo, en una cueva cercana, más cerca de lo que nunca llegó a pensar. Pero Antón Castro establece un auténtico laberinto y una curiosa geografía a lo largo de sus páginas que el niño deberá recorrer hasta que llegue a su destino, caminos, bosques, bibliotecas, personas que descifran enigmas, que enredan la historia y la salpican de leyendas y misterios y el curioso encuentro con García Buño da Listera, un sabio y campesino de Vilarnovo, que le proporciona la solución al protagonista a través de sus múltiples conocimientos y lecturas.
El estilo literario de Antón Castro se impregna de lirismo, de cierto sosiego y de mucha nostalgia, acaricia las palabras en sus textos, recrea personajes, les asigna curiosos y llamativos nombres y muestra una extraordinaria sensibilidad ante la belleza de los entornos naturales de su tierra que guarda en la memoria, y con su enorme corazón recrea en la lejanía, y así convierte sus historias en amenas lecturas que despiertan nuestra imaginación. En un apéndice final, se publica un “Bestiario de Baladouro”, dibujado en blanco y negro, por Javi Hernández, quien ya se había ocupado de las ilustraciones de El niño, el viento y el miedo (2013), y observamos como recrea con sus lápices las cualidades de cada uno de los seres o quizá el retrato imaginado, en muchos casos, de niños, perros, gatos o meigas, y esta es una manera de comprender el sentido último del libro

martes, febrero 10, 2015

Las meninas, Santiago García y Javier Olivares

Astiberri, Bilbao, 2014. 192 pp. 18 €

Fernando Sánchez Calvo

«Maestro: ¿cómo se pinta el aire?», preguntaba allá por 1999 un daliniano Ramón Fontseré en uno de sus delirios a Velázquez, el maestro de maestros, en el montaje que la compañía catalana Els Joglars estrenó sobre el genio de Figueres. «Maestro: ¿cómo se pinta el aire?». O en otras palabras: «Maestro: ¿cómo se pinta el mundo?, ¿cómo se pinta la realidad de la manera más artística posible para convertirla en algo más que realidad?»
Ahí va la pregunta, que no es baladí, y para ello esta vez nos encontramos con una aproximación plástica, la novela gráfica, para desentrañar a partir de la obra cumbre del Barroco español, Las meninas, las ambiciones y dudas que atormentaron al pintor más envidiado de España desde sus primeros pasos hasta su culminación pictórica, humana y espiritual.
Obra de doble sesgo, por una parte el lector puede encontrarse con reflexiones e incursiones metapictóricas que enlazan a los mejores artistas de la historia del arte y el pensamiento, desde Picasso hasta Dalí, desde Goya hasta Foucault, quienes vieron en Velázquez en general y en Las meninas en particular el punto de partida y modelo ideal para empezar su propio camino artístico o intelectual. Por otro lado, la vida del pintor sevillano, con sus luces y sombras, Italia, sus tensiones con el mismísimo Rey de España, su obsesiva ambición por medrar, su anhelada Cruz de Santiago y a la vez convencimientos propios tales como el de que para merecer el perdón primero es necesario pecar; en definitiva, el contexto del siglo XVII, que por sí no sirve para desentrañar los prodigios técnicos de una obra pero sí sirve para intentar comprender por qué un pintor de cámara que comenzó como aposentador real decidió finalmente pintar a Margarita de Austria, un perro y un par de enanos como principales protagonistas de (a la vez) un autorretrato, de (a la vez) un testamento del opulento y pesimista Barroco, de (a la vez) un juego de espejos y perspectivas inversas, de (quizás) una simple reflexión sobre la humanidad y su querencia por dejar rastros y testimonios de su presencia en este mundo. «Todo necio es persuadido y todo persuadido es necio», dijo Gracián y no en balde, pues Santiago García y Javier Olivares han utilizado dicha cita para abrir su aproximación sobre Las meninas, ésas en las que Felipe IV, por aparecer pintado al fondo, reprochó a Velázquez su presencia en dicho cuadro, a lo que el sevillano respondió: «Señor, yo no os he pintado. En el espejo no pinta ningún hombre. En el espejo pinta la naturaleza sin que nuestra mano haga algo».

lunes, febrero 09, 2015

Vestido de novia, Pierre Lemaitre

Trad. María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego. Alfaguara, Madrid, 2014. 291 pp. 18,50 €

Care Santos

No hace mucho le pregunté a un psicólogo forense de qué somos capaces las personas. Quiero decir, cada uno de nosotros, por separado. ¿Algún estudio puede asegurar, por ejemplo, si en mi cabeza hay algo que pueda convertirme en asesina? Su respuesta fue: "Todos somos capaces de todo, sólo deben darse las circunstancias adecuadas". Esta novela reflexiona largo y tendido sobre cuáles deben de ser esas circunstancias. Qué debe ocurrir para que una chica normal se convierta en una asesina a sangre fría. O qué otras causas son las responsables de la génesis de una mente criminal, capaz de planificar con frialdad y no detenerse hasta conseguir su objetivo.
Sólo he leído un libro de Pierre Lemaitre, pero ya sé que es un fenómeno. Hasta su última novela, de la que enseguida me ocupo, era reconocido como autor de novela negra. Autor de novelas como Alex, o de esta Vestido de novia. Novelas que se caracterizan por sorprender al lector con giros inesperados. Aunque, cuidado, porque hay muchos modos de hacer que la acción desconcierte al lector, y Lemaitre escoge uno de los más literarios y menos fáciles. Lo tiene todo previsto, como el asesino del ejemplo, desde antes de empezar. Y es estupendo encontrar narradores como él, que saben a dónde van y por qué, y te llevan con ellos. 
En su última obra, sin embargo, el autor ha dado un giro absoluto a su trayectoria como escritor, como si su carrera fuera otra de sus novelas. Nos vemos allá arriba, ganadora del último premio Goncourt, es una novela social, histórica y de costumbres, que nada tiene que ver con el registro que sus lectores le conocían. No me extraña: un hombre capaz de las profundidades psicológicas que demuestra en Vestido de novia, además de la complejidad argumental de esta historia, es sin duda capaz de escribir de cualquier cosa. Seguramente él sentía necesidad de demostrarlo del mismo modo que a los lectores nos bulle la curiosidad. Es maravilloso que lo haya hecho, y muy pronto hablaré de ello en este mismo lugar. Porque con sólo un libro me ha bastado para convertirme en fiel lectora de Lemaitre
Poco debe decirse de este Vestido de novia. Es una de esas tramas en que cualquier detalle resulta importante y casi todo lo que se cuenta revela un final que no debe ser revelado. Digamos, eso sí, que en la historia se alternan dos voces: una tercera persona sigue a la protagonista femenina. El personaje masculino escribe un texto memorialístico que se nos presenta en la segunda parte. Luego, ambos destinos se unen en la conclusión de la trama, que en estos casos suele ser siempre la menos interesante, aunque aquí se enriquece por los detalles psicológicos y patológicos de los protagonistas. También cabe advertir que la primera parte parece una narración más o menos convencional, incluso deslavazada, en que una chica, Sophie, vive atormentada por los olvidos que no puede evitar cometer y que en ocasiones la llevan incluso a perpetrar crímenes aberrantes. Se nos presenta como una criatura odiosa, sin redención posible. 
Es al llegar a la segunda parte y retroceder en la historia de Sophie cuando comenzamos a descubrir la verdadera dimensión de este teatro. Nos quedamos fascinados, página a página, al avanzar en la redacción en primera persona del segundo protagonista, que nos transporta al pasado para presentarnos la génesis de una historia que sólo hemos conocido al final. Y es aquí cuando todo cambia: el autor sabe, con ese giro, desmontar todo lo que su lector daba por sabido hasta ahora. Sabe incluso desequilibrar las emociones que los personajes nos habían despertado. Juega con nosotros, con nuestros sentimientos, a su antojo. Primero dudamos de lo que nos inspiraba la malsana protagonista. Más tarde la querremos. Al final, lloraremos con ella. Y ya he dicho mucho más de lo que, creo, Lemaitre me hubiera dejado decir si en este momento estuviera mirando por encima de mi hombro.
El libro termina, pero la pregunta permanece: ¿de qué somos capaces las personas? ¿Qué circunstancias nos transforman en monstruo? ¿Qué carencias, qué dolor insufrible nos lleva al punto de no retorno? Creo que le daré vueltas mucho tiempo a estas cuestiones. Gracias, señor Lemaitre.

viernes, febrero 06, 2015

El crimen de la escritura. Una historia de las falsificaciones literarias españolas, Joaquín Álvarez Barrientos

Abada Editores, Madrid, 2014. 456 pp. 24 €

Pedro Pujante

Eugenio d`Ors dijo alguna vez –o quizá fue su heterónimo- que lo que no es tradición es plagio. Esta sentencia sintetiza en gran medida lo que viene a ser la Historia de la Literatura. Un conjunto de obras sucesivas, que o bien se nutren abiertamente de sus antecesoras o, por el contrario, lo hacen de forma velada. En un caso estaríamos hablando de herencia, tradición, reconocimiento de las raíces literarias. En el otro de apropiación, plagio, etc. Esa otra cara de la literatura es la que Álvarez Barrientos disecciona en este interesante, erudito y detallado estudio, en todas sus variantes, desde el mero plagio, la apropiación o la invención de heterónimos. Comienza el ensayo aproximándose a las cuestiones semánticas que atañen al asunto de autoría. Este enfoque nos aclara la diferencia entre plagio y falsificación, apócrifo o alónimo, anónimos, seudónimos, negros, heterónimos, mixtificadores… Y por supuesto, nos ayuda a comprender el cambio de mentalidad que hemos experimentado a lo largo de nuestra historia. Porque si bien hoy día tenemos bien claro qué es un plagio o pormenores como los derechos de autor, hay que comprender que antes del Romanticismo, tales términos no estaban aún definidos, y el concepto de propiedad intelectual ni siquiera se correspondía al que hoy mantenemos.
Nos explica este libro detenidamente cómo muchos historiadores han ‘inventado’ la historia para refrendar un pasado heroico o para construir la propia identidad nacional de sus patrias. «La ficción formó parte de los recursos del historiador». El ejemplo más destacado es aquel memorable Ossian, que inventó el poeta escocés MacPherson para dar profundidad y pasado épico a sus poemas nacionales.
Interesantes son los apuntes acerca de las distintas fórmulas empleadas en la falsificación, su relación con la política y con la mima historia, como ya hemos comentado.
En la última y más extensa parte del ensayo Álvarez Barrientos expone la "Diacronía de una continuidad". Aquí se detiene en casos concretos y nos presenta una versión paralela de la literatura española canónica, la que se ha escrito desde el ángulo oscuro de lo apócrifo, la falsificación. Una especie de tratado que hubiese sido del gusto de Borges, el padre de Pierre Menard. Entre los casos aquí estudiados encontramos, por supuesto a Avellaneda y a Tomé de Burguillos, el heterónimo de Lope de Vega. Es sustancial el capítulo dedicado al Siglo de Oro, y a lo que las atribuciones en el orbe teatral se refiere. También en el siglo XX español abundan los casos de falsarios y mixtificadores: Max Aub ha sido retratado en este fresco de las falsificaciones. Como se sabe inventó a Josep Torres Campalans, un artista al que dotó de biografía y alma. A fin de cuentas «los individuos somos relatos y cada biografía, una convención narrativa.» Y por supuesto no se pueden obviar los heterónimos de Pessoa, Unamuno o Machado, por citar solo unos pocos. Para hacerse una idea más general de la literatura española, es necesario acercarse a este ensayo ameno, profuso y amplio, en el que se nos explica ese otro ámbito de la escritura, de la literatura fantasma y especular que transita por el lado de lo falso, lo impostado y lo apócrifo.

jueves, febrero 05, 2015

Secretos del arenal, Félix G. Modroño

XLVI Premio de novela Ateneo de Sevilla. Algaida, Sevilla, 2014. 381 pp. 20 €

Juan Laborda Barceló

Existen una amplia gama de autores que tratan de captar la atención del público eligiendo tramas oscuras, períodos históricos atrayentes y, algunos afortunados y capaces de ello, añadiendo voces subyugadoras, por su forma, contundencia, suavidad o belleza. Como es lógico, no todos lo consiguen, pues la fórmula del éxito literario, aunque éste sea interpretable de muchas maneras, no está garantizada.
Nuestro enfermizo mercado editorial trata de sobrevivir repitiendo trazas, acechando maneras de unos y de otros para hacerse con los cada vez más disputados espacios de venta, con los lectores y con los críticos. Por todo ello, es muy de agradecer que aparezcan novelas como la que hoy traemos aquí.
Félix G. Modroño ha construido un artefacto muy a su medida, que es la del buen escritor, sabedor de su pegada, fiel a sí mismo, pero que a la par se atreve a experimentar con su propia criatura, sin miedos ni titubeos. Secretos del Arenal está construida con dos historia que se alternan: La de Silvia, contemporánea experta en vinos, que ha perdido a su hermana y nos da las claves de su existencia, centrándose en sus vías para soportar el dolor, el amor y, en definitiva, la vida misma. Por otro lado está Olalla, una joven de los años cuarenta, que nos permite disfrutar de un conseguido fresco vital de la España del primer franquismo. La mujer actual vive en Bilbao, la del tiempo pretérito en Sevilla, pero para este viaje no hacían falta alforjas. Estas obviedades que apuntamos han sido ya publicadas en varias reseñas recientes. Lo realmente importante es que ambas son las dos caras de una misma moneda. Son el cuerpo y la trabazón de una historia contada de manera fragmentaria, habitando la novela en una fluida simbiosis.
En realidad, más que sus vidas, que también interesan, Modroño se centra en sus sentires, en su manera de ver la realidad. Silvia tiene verdaderos monólogos interiores acertando a mostrarnos lo que para ella es el amor, cuestión nada ortodoxa, por cierto, la amistad, la justicia, la muerte, el sexo o la familia. En esos terrenos el autor navega con soltura, dibujando pasajes bellos formalmente y decisivos en la estructura argumental. Olalla, por su parte, además de hacernos partícipes de su despertar a la vida, sus miedos, recuerdos y anhelos, sufre un trauma temprano. La cercana guerra civil la golpea, pero se rehace. Es la fuerza del río que echa a correr, imparable. Todo ello magníficamente ambientado en una Sevilla pacata, con unas conocidas, pero no por ello menos fascinantes, disputas internas en el Régimen franquista, que pueden devenir en magnicidio. La construcción de la época es realmente loable, certera, fiel al momento y, sobre todo, al espíritu de aquel tiempo. La crueldad esperará a la vuelta de la esquina. El modo en el que nos enfrentemos a ella, conformará nuestro destino.
Otro acierto diferenciador de esta obra será el de apuntar la presencia de ciertos libros reales en la trama, así como hacer referencia a la misma novela de Secretos del Arenal. La cita a la propia obra, como si fuera otro, como si un autor/personaje lo escribiera, es un ejercicio de lo más refrescante, a pesar de no ser nuevo en la literatura. Con las alusiones a Stefan Zweig o a Miguel Hernández en boca de sus personajes, el libro sigue creciendo para llegar a ser un ejercicio de identificación. Nos encontramos ante una novela que trata muchas cosas, pero también nos habla sobre los propios libros.
Modroño es un autor que les hará viajar de veras. Es tan crudo como esteta y tan sensible como doliente. Su voz apela a aquellos sentidos de lo íntimo que guardamos bajo la piel. No dejen de visitar sus páginas. No se arrepentirán.

miércoles, febrero 04, 2015

Mortífero, ingenuo y transparente, María Solís Munuera

Prol. Jesús Ferrero. Ediciones Vitrubio, Madrid, 2014. 68 pp. 11 €

Nabor Raposo

Cuidadosamente escogidas entre un universo semántico inabarcable, tres son las palabras de las que se sirve María Solís (Madrid, 1976) para definir el hecho poético, las mismas que dan título a su primer poemario y que tal vez sean también definitivas para retratar la condición humana, que parece capitular, cada vez más y de manera perentoria, en la búsqueda de la verdad estética.
Mortífero, ingenuo y transparente es una respuesta muy personal a una realidad inaprensible que se cuestiona desde su propia concepción, una hoja de ruta a los orígenes, una elegante y sutil delación al desistir del pensamiento estético puro. Resulta lógico, pues, que la autora retorne a los clásicos; mejor dicho, que establezca una de sus obras canónicas, El banquete de Platón en este caso, como punto de partida de su propia tesis. A bove maiore discit arare minor.
El poemario se compone de tres secciones: Banquete, Río (I y II) y Hordas. La primera, quizá la más laboriosa, aúna con ejemplar perspicacia esa búsqueda del hecho con la experiencia del sujeto –ambos poéticos, se entiende–: un yo lírico espectral, sombrío y amenazante (otra terna de adjetivos) que se revela ante la banalidad generalizada y el convencionalismo imperante como la viva imagen de una muñeca desarticulada y sucia de tierra: una visión verdaderamente siniestra, tal vez alegoría de la fatalidad. Entendiendo el objeto del amor –turno de Sócrates en su réplica de El banquete– como la producción y generación de una belleza inmortal –de nuevo, el hecho poético–, para aspirar a él es imprescindible, además de saber admirar la belleza de los cuerpos, entender que la belleza del alma es algo mucho más importante, razón por la cual es deber cultivarla e identificarla. Dicho de un modo más directo: es nuestro deber perseguir al hecho.
Es en este punto donde se produce la ruptura y donde la tesis poética de la autora y el mundo que conforma su imaginario poético confluyen con mayor potencia. Nada podría entenderse, además, sin la figura materna, omnipresente a lo largo de todo el poemario: madres retratadas en la disyuntiva entre la pasión y el deber, el castigo y el beso; la figura de la madre encarnada en el útero protector del mundo, la mano que guía el paseo, el camino recto del que nadie ha de desviarse –«Y las madres verdosas lo prohíben./ Pero el mar son espasmos de medusa»–. La voz del poema se reafirma como una invitación al desapego, como un rechazo a la corriente natural en busca de la única verdad posible, léase belleza, poesía, o en términos más ambiguos o filosóficos, sabiduría. El manto protector de la madre aparece instrumentalizado como matáfora de la ceguera universal, y la autora emplea la poesía para condenarlo sutilmente, con más audacia y valentía que conmiseración: «Su mano, entre la almohada y mi cabeza,/ cuando duermo despacio se estremece./ No quiere que distinga la belleza.». Muchos de los poemas de María Solís contienen esa rebeldía taciturna, muy cercana a la traición, cuya forma se aproxima al grito ensordecedor ahogado en un silencio insoportable: se ve –«El río te parodia fácilmente”, en referencia a Narciso–, se huele ––“tiene algo de autopsia/ la mesa del almuerzo»–, se paladea –«El lector fija los ojos en el ave y le devuelve el guiso con el puño: demasiada sal, demasiado calor o demasiado tarde»– e incluso llega a tocarse –«e imaginan la zambullida del marino/ en el agua que hierve de urticaria»–. Pero jamás se escucha.
La segunda parte, Río, dividida asimismo en dos secciones (I y II), consta de siete poemas cuya comprensión unitaria se antoja mucho más compleja, dadas las peculiaridades en la concepción y forma de cada uno. En lo que puede interpretarse como un apartado de tránsito o entreacto –la potencia metafórica del río no siempre admite subjetividades–, la autora mezcla algunos de sus poemas más experimentales –‘Étant Donnés’, ‘Estalactita’– con otros de factura similar a lo leído anteriormente –‘Vayamos, pues, tú y yo’, ‘Ha muerto una señora respetable’–, diluyendo de esta forma, quizá, su voluntad, su presunción o su propósito de respiración, a la hora de recrear un espacio –a la postre necesario– que le permita al lector tomar aire y cierta distancia. ‘Grecia II’, en la misma mitad de este interludio, hubiera sido más que suficiente para encadenar la íntima conmoción catártica de Banquete con esa cínica sublimación de lo colectivo que representa Hordas, sirviendo como un nexo perfecto entre ambas y encadenándolas a la unidad correlativa del conjunto. «Sólo la griega y yo./ Y audaces, parcas/ ruinas.»
Es en éste último apartado, Hordas, donde la autora se destapa con un compendio de poemas, si no sociales, tal vez sociológicos, donde la necesidad de reciclar la concepción del pensamiento cultural global y reivindicarlo como una invitación a la reflexión individual se presenta no ya como mera hipótesis, ni siquiera como tesis o solución al conflicto; tampoco, en último término, como una denuncia integral, sino como un punto de fuga luminoso –quizá el único– en la composición poética.
Como no podía ser de otra manera, las masas y su imaginario uniforme son colocados en el disparadero; pero conviene recordar, las veces que haga falta, que el poemario no es una crítica social, sino una plataforma que nos recuerda la inminente, o más bien a estas alturas irreparable, degradación cultural, y la imperante necesidad de reinventar el arte desde el yo. Comenzando por ‘Saliva (o traición)’ –«una madre ha cambiado su leche por saliva’ […]/ hay un pueblo repleto de saliva,/ feliz»–, ‘El espíritu de empresa de los ácaros (Karoshi)’ –poema que prioriza sin ambages una interpretación marxista– y ‘Un hombre que huye’ –el único poema en prosa de la obra–, los alegatos a la defensa de esta búsqueda íntima y personal de lo estético –que contiene, no está de más señalarlo, ciertos resquicios del existencialismo más académico– alcanzan su cénit en el poema que pone el broche final a la obra, ‘Los niños de Frau Riefenstahl’: «Ellos se ocuparán de nuestro estómago,/ el mismo que nos crece cada día,/ el mismo que devoran cada noche». Esta vez Prometeo; de nuevo, los clásicos; si estamos condenados a la repetición, no estaría de más revisar la propuesta de María Solís –que es, al fin y al cabo, la que propugna Sócrates en El banquete– y refugiarnos en un eterno –y dulce– retorno a los orígenes, a la reflexión pura y a la pureza de lo artístico; a la exaltación de nosotros mismos para reencontrarnos a través de la belleza: motivo más que suficiente para blandir los estandartes poéticos de una resistencia que nos libere del desastre.

martes, febrero 03, 2015

También esto pasará, Milena Busquets

Anagrama, Barcelona, 2015. 176 pp. 16,25 €

Pedro M. Domene

Las novelas, los textos que dan forma a esas historias, pueden resultar en apariencia, de una sencillez o de una levedad asombrosas, aunque en realidad se trate de un auténtico engaño para profundizar literariamente en una compleja visión de las virtudes y de las miserias humanas, como toda buena obra de ficción que se precie. Milena Busquets (Barcelona, 1972) había publicado, Hoy he conocido a alguien (2008), una primera incursión narrativa, cuya protagonista solo se propone la búsqueda de la felicidad y de la libertad, y en aquella lejana entrega ya se adivinaban ciertas cualidades literarias que llevarían a la joven narradora a otros proyectos nuevos, caso de También esto pasará (2014), curioso texto que, en la pasada Feria del Libro de Frankfurt, despertó un inusitado interés por conocer la literatura de esta promesa barcelonesa.
Blanca, narradora y protagonista, es una mujer de 40 años que asiste al entierro de su madre en Cadaqués, y tras recordar el grave deterioro físico y mental de quien fuera una mujer extraordinaria, evoca las relaciones entre ambas y así el relato se convierte en una extensa conversación entre madre e hija y, a medida que seguimos leyendo, deviene en un auténtico monólogo en el que Blanca se dirige a la madre para recapitular sobre sus peculiares relaciones y poder, una vez desaparecida, dilucidar las abundantes lagunas que enturbiaron su relación. En realidad, este simplicísimo argumento le servirá a Milena Busquets para llevar a cabo toda una indagación personal y un ajuste de cuentas con algunas circunstancias concretas de su pasado. ¿Un nuevo comienzo? se preguntará la narradora que, tras el sepelio, siente la pérdida y esto le provoca una acuciante inestabilidad para constatar que debe liquidar primero su relación materna y en segundo lugar el no haber tenido la fuerza de esas amistades que llenaran su vida. Esa incomunicación y la falta de intimidad entre ambas queda saldada pronto, y a tenor de la enseñanza materna, Blanca se plantea una reafirmación con el mundo en el que vive, subrayando aquellos valores sustanciales olvidados y que pueden ser su tabla de salvación en el presente. La protagonista, se dispone a vivir una exaltada alegría que le hará ver las cosas del pasado con una perspectiva distinta, ejercitándose eso sí, en el espíritu materno de absoluta libertad y, en ese capítulo pendiente, observará que los hombres han tenido especial relevancia desde un punto de vista femenino, aspecto que Blanca practicará sin los reproches morales y sociales evidentes en su relación con ellos.
En la novela se suceden anécdotas, y en la pormenorizada visión de ese grupo social puede apreciarse un curioso elitismo y actitudes personales bastante acomodadas; en realidad, un haz de profesionales de una vasta cultura, docentes, arquitectos, artistas que conforman una segunda generación de aquella clase privilegiada que constituyó un estatus divino en los años finales del franquismo, y hoy viven el recuerdo de aquella seudo belle époque prolongada, aunque sin planteamientos críticos previos, sin posturas que valoren el momento, salvo el relato de sus ininterrumpidas estancias en playas catalanas, fiestas interminables, incluido alcohol y drogas, de amores veraniegos y desamores, o traiciones inconfesables. Sobresale, eso sí, en las confidencias de Blanca, un halo intimista que otorga credibilidad a la narradora, sobre todo cuando entabla esa especial relación materna, y se convierte en su justificación última para escribir, También esto pasará. Y solo así, Milena Busquets, consigue combinar realidad y ficción reuniendo en Cadaqués, el lugar emblemático familiar, a sus dos exmaridos, sus hijos y a un grupo de amigos con sus respectivos vástagos, y devolver a su vida ese tono burgués y progre, como si con sus recuerdos quisiera prolongar aquellas fiestas y cerrar un ciclo al que tanto debe por su carismática actitud y ante esa suprema libertad de pensamiento que le proporcionaron aquellos ya lejanos 60 y 70, y hoy le brindan la posibilidad de estar a la altura en un mundo tan distinto y aun más complejo.

lunes, febrero 02, 2015

La Fiera, Ben Clark

Premio Ciutat de Palma Joan Alcover 2013. Sloper, Palma de Mallorca, 2014. 68 pp. 11 €

Ariadna G. García

Ben Clark es autor de una obra poética copiosa, recogida en once libros. Entre sus poemarios destacan Los hijos de los hijos de la ira (Hiperión, 2006), Basura (Editorial Delirio, 2011), Mantener la cadena de frío (Pre-Textos, 2012; en coautoría con Andrés Catalán) y este último que reseño hoy La Fiera (Sloper, 2014). Cosecha premios del calibre del Hiperión, el Poesía Joven de RNE y el Ojo Crítico.
No puedo dejar de señalar que hacía tiempo que andaba detrás de La Fiera. El título me resultaba no ya sólo evocador (metáfora de la condición humana en época de crisis), sino incluso transgresor de una estética, del imaginario y del ritmo líricos a los que estamos habituados. Y he decir que no me equivoqué –o apenas algo– en mis intuiciones. La Fiera da zarpazos a su libro anterior (una obra formalmente correcta, pero un tanto insípida), para ofrecernos un mundo renovado, lleno de imágenes poderosas, descrito con un léxico primitivo y ancestral, que sublima el tono desgarrado sin ceder a la pulsión de la ternura. Así, Ben Clark nos retrotrae a los primeros hombres de sus cuevas, al origen, para preguntarse si nuestros antepasados estarían orgullosos de la evolución humana –pese a sus innumerables errores– de saber que al final del recorrido estarías tú. Esta dislocación espacio-temporal, que tanto se agradece, adquiere una dimensión crítica en el poema que da título al libro, donde se enfrenta nuestro modelo de vida civilizado –domesticado, represivo– con las pasiones animales que recorren nuestro mapa genético. Este contraste entre el embrutecimiento y la mansedumbre vertebra mi poema favorito del libro: “Über den Prozeb der Zivilisation”, no ya por el tema (que también: el poder redentor de la persona amada, de cuño tan romántico –cuando no cortesano-provenzal–), sino por la sincera pintura de la compleja e inestable condición humana: «Pero guárdate mucho de este bicho/ cuando pasen los días/ y falta el sol y los amigos mengüen/ y se amontonen, sucios, los solsticios/ en la casa cerrada. No te harán/ tanta gracia sus dientes ni sus uñas,/ los reproches antiguos, otros nuevos…la bestia que ama bestia y que hace daño,/ que mata y que devora por instinto,/ pero también, también el animal/ que una mano, tu mano sola, puede/ conducir de la jungla hasta el poblado/ a jugar con los niños».
Me gustan menos algunos de los poemas finales, entre otras cosas, porque rompen la atmósfera mítica del poemario. Me refiero a “Si llega el fin del mundo”, “WR 104” o “Cubierto”.
Por último, destaco en La Fiera la coherencia fondo-forma de unos textos que transmiten la violencia semántica a través de un ritmo entrecortado (al clásico binomio endecasílabo-heptasílabo Ben Clark suma en un mismo poema alejandrinos y versos libres), de un campo semántico agresivo (“matar”, “aterrorizar”, “atroz”, “aullando”, “grito”, “furia”…) y de las aliteraciones del fonema /r/.
La Fiera es uno de los poemarios más originales del 2014, de belleza extraña y cautivadora. Pónganlo en su punto de mira.