Sara Roma
Aunque tenga título de bolero, la última novela de Eduardo Mendicutti (Sanlúcar de Barrameda, 1948) está escrita “para vengarse de la maledicencia” y de quienes, con sus chismorreos y calumnias, son capaces de endosarle a cualquiera una vida ajena que no le corresponde. En efecto, eso fue lo que le ocurrió en el momento en que empezó a forjar una amistad y a colaborar con Vicente Ramírez, concejal socialista de Sanlúcar de Barrameda: los cotilleos no se hicieron esperar y, muy pronto, muchos comenzaron a hacer correr como la pólvora la intriga de que entre ambos había algo más que una simple amistad. En vez de pillar un rebote, poner tierra de por medio y olvidarse de regresar a su pueblo hasta asegurarse de el asunto se hubiese olvidado, Mendicutti halló en ello el planteamiento de una novela con la que además, mataba dos pájaros de un tiro, porque ajustaba sus cuentas de manera elegante. La venganza, pues, siempre se sirve en plato frío.
Otra vida para vivirla contigo cuenta la relación entre Víctor Ramírez, un joven concejal socialista de La Algaida (en realidad, Sanlúcar de Barrameda) y Ernesto Méndez, un maduro escritor. La relación surge entre encuentros y desencuentros ocasionales, pero crece y se complica a través de mensajes, correos electrónicos, cartas y whatsapps, que los dos amantes se escriben compulsivamente para estar seguros de sus sentimientos. Lo que empieza como un juego atrevido y disparatado que sortea con humor cualquier inconveniente, acaba convirtiéndose en una desgarrada historia de amor que dará su verdadera medida en cuanto aparezca no sólo un novio anterior sino también un inesperado compromiso matrimonial. Los hilarantes enredos iniciales, dan paso a la pasión dolorosa, la maledicencia y las trampas de los envidiosos.
Otra vida para vivirla contigo (Tusquets, 2013) sigue la senda de Los novios búlgaros (Tusquets, 2009), y al igual que en sus anteriores novelas, el punto de vista de la narración es en primera persona, pues al lector le confiere cierta forma de verosimilitud. Su título ya indica el tono, el del bolero, apasionado y arriesgado, pero con un tono humorístico. La historia, sus emociones y peripecias están punteadas por canciones de boleros, aunque también hay algún rap de Nach y por un ritmo ágil, mediante el cual el lector se deja arrastrar por la historia.
Los mensajes (correos electrónicos, cartas y whatsapps), que los dos amantes se intercambian compulsivamente muestran el desarrollo del amor cibernético que permite una comunicación instantánea. En la novela aparecen una serie de códigos, como las despedidas (un saludo; un abrazo; un beso; un besote…), que forman parte de una especie de comunicación nueva; incluso en el estado del whatsapp se descubren aspectos de la forma de ser de cada persona. Todo ello, combinado con una historia absolutamente tradicional de pasión amorosa donde también hay malos, como la bipolar o la embajadora, que son perfectamente reconocibles en Sanlúcar.
A pesar de no leerse igual en la ciudad gaditana que fuera de ella, la historia de amor se siente igual de sufrida, efímera y divertida. Da lo mismo que sea una relación homosexual o heterosexual, entre jóvenes o mayores, pues los sentimientos de pérdida, celos, vulnerabilidad, adulterio, extrañeza y culpa no entienden de edad ni géneros. Así que tiene razón Almudena Grandes cuando asegura que esta es “la primera novela que demuestra que en este país ahora todos los amores son iguales”. Por su parte, el poeta Luis García Montero añade que todo tipo de literatura “depende del poder de la ficción”, que también depende de la capacidad que posea esta para convertirse en vida. “Y esta novela, que nace de la vida de Eduardo, se convierte en vida”, una vida que como la que se canta en los boleros puede ser arriesgada y apasionada. Por eso no es de extrañar que al terminar de leerla, a más de uno y de una le entren ganas de ponerse guapos y salir a la calle a comerse el mundo.
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