martes, mayo 31, 2011

Lola Sanabria, con su relato "Aventurero", gana el I Premio de Microrrelatos Tormenta en un Vaso



AVENTURERO

Lola Sanabria


Superó la tormenta, el ataque del barco pirata y la cuarentena. Cuando estaba a punto de atracar en el puerto, su madre lo llamó para la cena.


Yo nací en una casa grande en una calle ancha llena de mecedoras y sillas en verano y de soledad y ladridos de perros en invierno. En un pueblo de la sierra de Córdoba con un barrio alto que tenía una plaza de tierra prensada con un bar pequeño; y un barrio bajo con unas escaleras que bajaban a la plaza del Ayuntamiento, la casa del juez, la de las maestras, la del veterinario, la de los dos médicos, y el Café Español, con su salón de baile.
Mi casa de muros de adobe, puerta de madera maciza, veinte centímetros de llave de hierro, pasillo de piedrecitas colocadas como hojas, losetas pintadas de rojo a los lados, paredes encaladas, varias habitaciones, una despensa, una bodega con grandes tinajas, la cocina, el comedor, el patio, el gallinero y la cuadra. Arriba, el doblado con los arcones, el castillejo, algún somier de muelles hundidos, las artesas para curar los jamones, las orzas para los lomos y las aceitunas, y un cabezal de níquel desgastado.
Vivía con mi abuela, mis padres, mi hermana, mis tíos y sus seis hijos. Camas comunales de ropas revueltas, corros de mujeres cosiendo al atardecer en el patio, tamborileo de dedos en las palanganas de porcelana, “El submarino amarillo” cantado por mis primos a la vuelta de la carpintería, risas; y el olor del jabón hecho en casa, de la colonia a granel, del betún de los zapatos. Años de infancia y adolescencia donde germinaron mis primeras historias.
Con diecisiete años me vine a trabajar y estudiar a Madrid. Los cuentos se replegaron a un lugar de mi interior para dejar paso a los conciertos de jazz en el Johnny, los cine-forums, los sueños de libertad. Un compañero y dos hijos, mi trabajo como Técnico Auxiliar en Centros Ocupacionales con personas con discapacidad intelectual, me han dado la estabilidad. Y aquí sigo bajando a la mina de mi memoria, a la infancia cargada de imágenes, olores, sabores y roces de piel de las que surgen nuevas historias.


Lola Sanabria: "Busco que impacte en la primera lectura"

Entrevista a la ganadora del I Premio de Microrrelatos Tormenta en un Vaso

Pregunta: Tu relación con los microrrelatos viene de antiguo. ¿Qué buscas en ellos?

Respuesta: Busco que impacte en la primera lectura. Yo tengo una historia que contar. La doblo muchas veces y la presento muy condensada para que el lector pueda penetrar hasta la última capa y construya su propia historia.

P: De tu relato los miembros del jurado han valorado tu capacidad de “concentrar el extenso género de aventuras en un par de líneas y dejar que cada lector recuerde su leonera y sus propios piratas”. ¿Nos hablas de tus piratas, y de tu leonera?

R: Mis piratas fueron El Capitán Trueno y Jabato. Durante las siestas, con una cubeta de aluminio, agua, y una pluma de gallina, viví más de una aventura en el Amazonas. Y mi leonera, a la que voy cada vez que intento escribir algo, es esa casa comunal donde nací, habitada por muchas personas, donde siempre ocurrían cosas importantes y a la que sigo alimentando en mi memoria.

P: Descríbenos la Tormenta que más te asusta.

R: La que está inundando el planeta de muertos vivientes políticos y sociales que actúan con total impunidad sin que les tiemble la mandíbula a la hora de devorarnos.

P: ¿Qué sientes al saber que has resultado ganadora entre los 718 textos presentados al Premio?

R: ¡Un subidón!


lunes, mayo 30, 2011

Os presentamos los cuatro relatos finalistas del I Premio de Microrrelatos Tormenta en un Vaso





LAS TABLAS DE LA LEY

Manuel Espada

—¡Parad! —gritó Moisés. —¡Hay erratas! ¡Olvidad lo que he dicho! —vociferó para aplacar la tormenta mientras la muchedumbre se masacraba.

El editor del profeta corrigió el texto en la segunda edición. Era demasiado tarde para la Humanidad, pero resultó un negocio redondo para la editorial.



Manuel Espada (Salamanca, 1974) es periodista, escritor y guionista. Ha ganado el Premio Relatos en Cadena de la SER, el Certamen Internacional Lenteja de Oro de la Armuña, el Premio Villa de Ermua, el Premio Villa de Alcorisa, el Premio Medicus Mundi de Asturias o el Premio de la Editorial Grupobuho, gracias al que publicó su primer libro de relatos El desguace. Es autor también del libro de relatos Fuera de temario (Editorial Talentura) y del de microrrelatos Zoom. Ciento y pico novelas a escala. Además, es coautor del libro Un poquito de por favor (Temas de Hoy) y tiene cuentos en varias publicaciones colectivas, como La radio es un cuento (Minor Network), Relatos en Cadena 2008-2009 (Alfaguara), Con buenas palabras (Jirones de azul), Pluma, papel y vino (Gobierno de la Rioja), El color humano (Fundación Derechos Civiles), Velas al viento (Cuadernos del Vigía), Perversiones (Traspiés) y en las revistas Al otro lado del espejo, BCN Week y Minatura.




TORMENTO

Jose Valenzuela


Leía impaciente una palabra con cada relámpago de la tormenta.



Jose Valenzuela nació en Terrassa hace veintiocho años y actualmente reside en Barcelona. Trabaja como ingeniero biomédico en el campo de la neurociencia y dedica su tiempo libre al deporte, la lectura y la escritura, sus grandes pasiones. Todo lo que ha escrito hasta el momento ha sido destruido, extraviado o escondido en cajones bajo llave a la espera de ser revisado y posteriormente olvidado.








REBELDÍA

Francisco Vaz


Fue en la tormenta de la adolescencia, cuando leí el poema de Manrique. Entonces decidí convertirme en constructor de presas.




Francisco Vaz ha publicado los libros Palabra y piedra, Artistas, por supuesto y Antología de Drink River. Su obra ha sido recogida en antologías poéticas y narrativas en España, Portugal y México. Es coeditor de la revista de narrativa Tranvía, y dirige la tertulia literaria “La gata literata”. También realizó durante tres años el programa radiofónico sobre literatura “El jardín de la memoria".






LA MOSCA

Daniel González

El asesino de la guadaña guarda libros de viejo entre los cartones que un día de tormenta le convirtieron en mendigo. Todavía hace negocio con ellos, regatea unos céntimos al paseante. Cuando una mosca pasa, le cuenta que su bibliofilia se debe a un trauma de la infancia.





Nacido en Sevilla en 1974, ha vivido en Alicante, Valencia y Madrid, donde actualmente reside. Licenciado en CC de la Información (rama Imagen), aficionado al teatro, la radio, la cocina o la fotografía, ha realizado diferentes posgrados en animación y posproducción 2D. Actualmente, está terminando un Máster en Escritura Multidisciplinar em EDL de Madrid y trabaja como auxiliar administrativo en una empresa familiar. Su blog es: http://danielgonzalezirala.blogspot.com/













El jurado del I Premio de Microrrelatos Tormenta en un Vaso estuvo compuesto por los escritores Andrés Neuman, Marta Sanz, Elena Medel, Óscar Esquivias y Care Santos en su última fase. En las fases previas, actuaron como jurado los escritores Victoria Rodríguez, Ariadna García, Nere Basabe, Eduardo Fariña, Maria Ángeles Prieto, Maria Pilar Queralt del Hierro, Cristina Consuegra, Miguel Baquero, Alberto Luque, Santiago Pajares, Marta Zafrilla y Ángeles Escudero. Se presentaron un total de 718 microrrelatos, procedentes de España, Colombia, Argentina, Venezuela, México, Chile, Perú, Uruguay, Brasil, Portugal, Francia e Italia.



Mañana, día 31 de mayo, se dará a conocer en esta misma página el relato ganador.

En nombre de todos los colaboradores de La Tormenta en un Vaso,

enhorabuena a los finalistas.






viernes, mayo 27, 2011

Entrevista a Pablo Gallo, el autor de nuestra nueva imagen de cabecera


"DETESTO LOS LIBROS QUE LOGRAN ABURRIRME"

Desde hoy, La Tormenta en un Vaso tiene nueva cabecera, una ilustración original del artista Pablo Gallo. Para celebrarlo, el autor nos ha concedido esta entrevista, con la que inauguramos una semana cargada de acontecimientos: nuestros anuales Premios Tormenta, que se entregarán el domingo día 5 en Madrid y de los que daremos noticia al día siguiente y el fallo del I Premio de Microrrelatos Tormenta, cuyos finalistas también podréis leer aquí. Esta semana, la Tormenta presenta una programación especial para celebrar la fiesta de los libros.

Pablo Gallo es un gallego afincado en Bilbao, formado en A Coruña y Barcelona, multipremiado y con gran presencia en la red. El año pasado publicó en Ediciones del Viento El libro del voyeur, donde sus dibujos eróticos acompañan textos breves de 69 escritores españoles e hispanoamericanos.

P: Parte de tu trabajo está muy vinculado al mundo del libro. ¿Qué clase de lector eres?

R: Sí, es cierto, desde hace unos tres años -cuando comencé mi proyecto El libro del voyeur- mis dibujos, pinturas y videos se han centrado sobre todo en establecer conexiones con la literatura. Como lector creo que soy desordenado, caótico, leo cosas muy dispares y salto de la narrativa a los libros sobre pintura o cine sin el menor miramiento. Soy un lector que suele acudir a una biblioteca municipal situada en el centro de Bilbao en busca de nuevos libros, tanto clásicos como contemporáneos.

P: ¿Prefieres o detestas algún género en particular?

R: No, no prefiero o detesto género alguno. No le doy tanta importancia a lo que me cuentan, sino a cómo me lo cuentan. Más que preferir o detestar géneros, diría que prefiero los libros que huyen de lo convencional, que intentan abrir nuevos caminos, que mezclan géneros… pero teniendo en cuenta que eso lo encontramos ya en muchos clásicos, clásicos que a menudo son mucho más modernos que cosas que hoy en día se nos venden como modernidades absolutas. Me gustan mucho los libros con tintes autobiográficos, o los diarios, me gusta que alguien me hable de su vida. En este sentido me han gustado mucho recientemente libros como El boxeador polaco (Pre-textos) de Eduardo Halfon, Tiempo de vida (Anagrama) de Marcos Giralt Torrente o Poniéndose ya el abrigo (Ediciones del Viento) de Tim Behrens. Y ahora estoy leyendo los diarios de pintores como Klee, Gauguin o Delacroix, y me mantienen fascinado. No me atraen los libros en los que no hay el menor riesgo o que repiten fórmulas manidas. Y, sobre todo, detesto los libros que logran aburrirme.

P: Qué libro, escrito o no, te gustaría ilustrar?

R: La verdad es que cuando leo un libro nunca pienso en ilustrarlo, no imagino pasajes del libro dibujados ni nada por el estilo. Soy más de imaginar libros que me gustaría que existiesen. Tampoco creo que pueda considerarme ilustrador, ya que vengo de la pintura y apenas tengo experiencia en el campo de la ilustración; de momento el único libro que ha sido publicado habiendo sido ilustrado por mí, es Política de hechos consumados (Limbo Starr, 2009) de Nacho Vegas, mis otros proyectos de libro los veo más bien como proyectos artísticos, que forman parte del conjunto de mi obra y que están conectados, de una u otra manera, al resto de mis dibujos, pinturas y videos. Por ejemplo, El libro del voyeur (Ediciones del viento, 2010) partió de una serie de dibujos eróticos circulares que fueron realizados mucho antes de pensar en hacer un libro con ellos, más tarde 69 escritores ilustraron esos dibujos poniéndoles texto. Y muy pronto verán la luz, con El Gaviero Ediciones, mis dibujos Hiperhíbridos, seres literarios amalgamados, acompañados de textos de Basho Bin-Ho y prólogo de Eloy Fernández Porta. Lo que me atrae de todo esto, es la idea de tender puentes entre las artes plásticas y la literatura, situarme en un terreno fronterizo, un terreno que me parece poco explorado y en el que me encuentro a gusto.

P: ¿Podrías describirnos la nueva cabecera que has hecho para La Tormenta en un Vaso?, ¿dónde buscaste la inspiración? ¿Qué querías transmitir?

R: Es un dibujo en el que aparecen una mujer y un hombre bajo el agua, sumergidos y leyendo y rodeados de libros que se agitan en torno a ellos. Supongo que podría ser una metáfora del hecho de permanecer inmersos en la lectura y desconectados del mundo que les rodea. Quizá floten, o tal vez se hundan. Quizá la escena suceda tras una tormenta descomunal. No lo sé. Que cada cual saque sus propias conclusiones. Si uno da demasiadas explicaciones sobre lo que hace, el misterio termina por esfumarse.

P: Estás trabajando en un nuevo proyecto a partir de citas de escritores. ¿Puedes contarnos algo más de él?

R: Es un proyecto de libro al que he llamado Disecciones: le he pedido a un centenar de escritores que seleccionen una cita de un escritor muerto, ahora estoy ilustrando cada cita con diferentes estilos y técnicas dependiendo de lo que me sugiera. Empecé hace poco más de dos meses a contactar con escritores. Quería que fuese una antología en la que colaborasen autores de muy diferentes generaciones y tendencias. A la inmensa mayoría no les conozco personalmente y les hice llegar la idea a través de e-mail. Al principio, cuando se me ocurrió, me pareció una idea muy simple y a la vez muy compleja, tenía muchas dudas (las dudas siempre aparecen cuando imagino un nuevo proyecto, creo que es buena señal que hagan acto de presencia). El primer escritor en quien pensé y a quien envié la propuesta, fue Enrique Vila-Matas. Es uno de los autores contemporáneos que más me interesan. Una vez que Vila-Matas dijo que sí, me lancé a por los demás sin la menor duda.

jueves, mayo 26, 2011

Vicio propio, Thomas Pynchon

Trad. Vicente Campos. Tusquets, Barcelona, 2010. 420 pp. 21 €

Antonio Román

Sé lo que me voy a encontrar, a grandes rasgos, cuando me dispongo a leer un libro de Thomas Pynchon. La exageración y la minuciosidad en la descripción llevadas hasta la obsesión. Pynchon es tan preciso y cuidadoso con cada minúsculo detalle como esquivo y huraño cuando se trata de publicitar sus asuntos personales, desconocidos hasta la fecha por el gran público, salvo anécdotas varias y leyendas urbanas de dudosa credibilidad que circulan incontroladas por la red de redes. Todo esto le convierte, en mi opinión, en alguien fascinante. Pareciera que, al tiempo que protege y oculta su identidad, en la medida de lo posible en los tiempos que corren, se esmerase en desgranar hasta el límite la de sus personajes y sus historias, frenéticas y disparatadas, creíbles precisamente por lo aparentemente inverosímiles que pueden resultar en ocasiones.
Y eso que se puede decir que, en comparación con el resto de su obra hasta la fecha, Pynchon resulta bastante comedido en su última novela. Comedido en el sentido de convencional, de fácil y asequible para el lector medio, cualidades éstas no muy habituales en él. Digamos que en esta ocasión tiene una deliberada piedad por los que estamos al otro lado, característica ésta que brilla por su ausencia en anteriores obras del autor americano tales como El arcoiris de gravedad, V o La subasta del lote 49, auténticos rompecabezas que muchas veces nos acaban abrumando y dejándonos con sentimientos encontrados, a medio camino entre el reconocimiento a su gran capacidad como tejedor de historias rocambolescas y el de la incapacidad propia para seguir sus devaneos literarios. En resumen, sensaciones no muy distintas de las que se tienen leyendo a Joyce, por ejemplo, salvando las distancias, estilísticas sobre todo.
Vicio propio nos sitúa en un espeso microcosmos en el que no desentonarían personajes del estilo descuidado y casi entrañable de El Nota de El Gran Lebowsky. El entorno donde se desarrolla se puede casi palpar de tan real que lo presenta; esta novela suda, huele, late. Es divertido y frenético el vaivén de una miríada de personajes entrelazados en tramas de lo más variopintas, muy especialmente representados por un detective hippy que se convierte de inmediato en el clásico antihéroe. El desorden y la superficialidad alestilocaliforniano están presentes en cada escena, casi como un personaje más. La trama mezcla elementos clásicos de la novela negra con la explotación de tópicos sobre surfistas y músicos anclados en el bucle de los 70. El tratamiento de los personajes es, como decía anteriormente, peculiar: aparecen y desaparecen al antojo del autor sin demasiados artificios ni explicaciones. Son espontáneos y autónomos, parece que tuviesen voluntad propia para elegir en qué momentos y lugares del texto quieren tener protagonismo o pasar al olvido. Todo esto sazonado con referencias a protagonistas de la época como Charles Manson, a quien se atribuyen las culpas del miedo latente en las calles, o Richard Nixon, recurrente como pocos en cualquier relato setentero que se precie.
En Doc Sportello hallamos un clásico instantáneo, uno de esos personajes a los que es sencillo adjudicar de inmediato la cara de algún actor de Hollywood. Fumeta, descuidado, irónico, valiente porque no tiene arraigo ni nada que perder, preocupado sólo de encontrar a los mejores dealers, disfraza su auténtica búsqueda con otras, camuflando su único interés con una supuesta y relajada tarea detectivesca. Sólo reacciona a estímulos primarios: posibilidad de encontrar buena marihuana y sexo fácil. Lo demás no le interesa demasiado, pese a que detectamos una pátina de bonhomía, de compromiso oculto con el bien, que nos hace identificarnos y empatizar con él a lo largo de sus desventuras. La desaparición de su novia Shasta con el magnate Mickey Wolfmann, y la desesperada y poco clara petición de ayuda de la misma, es el desencadenante de una serie de sucesos que van complicando la historia poco a poco. Todo el mundo está relacionado, los grados de separación son mínimos, pareciese que la acción se desarrolla en una aldea, pero esto es, a fin de cuentas, no muy distinto de cómo funcionan las cosas en la realidad. El argumento, las intrigas sobre desapariciones, las brillantes descripciones de los los lapsos de memoria fruto de el consumo indiscriminado de todo tipo de sustancias por parte del protagonista y las aristas de los múltiples personajes son solo detalles necesarios para el verdadero fin: una nueva demostración de control del medio por parte de Pynchon. En esto casi se mimetizan autor y protagonista.
La novela es indiscutiblemente carne de celuloide, en muchos pasajes las palabras casi forman hologramas tangibles, tal es a veces la sensación de realidad. Yes ahí dondereside el principal mérito descriptivo de Pynchon, donde está la prueba incontestable de su maestría en el género.

miércoles, mayo 25, 2011

Olga y la ciudad, José Marzo

ACVF Editorial, Madrid, 2011. 156 pp. 11,95 €

Miguel Baquero

Un equipo de guionistas, un director y un productor de cine se reúnen en una casa de pueblo, en medio de un hermoso paisaje, a fin de preparar el guión y posterior rodaje de Olga y la ciudad, una película basada en el libro homónimo. Durante varios días, los cineastas estudian el modo en que podrán plasmar mejor, mediante imágenes, la esencia del libro, en que podrán explicarse de modo visual y en que, inevitablemente, tendrán que efectuar modificaciones o reinterpretar fílmicamente el texto escrito.
A manera de un gran juego literario, magníficamente planteado, Olga y la ciudad, la última novela de José Marzo (Madrid, 1966), nos cuenta una historia no de forma directa, ni por narrador interpuesto, sino por la interpretación que varias personas hacen de esa historia mientras están preparando su adaptación al cine. Con ello, Marzo logra —insisto: en original y magnífico ejercicio literario— contar una historia a través de escenas fragmentadas, detenerse en los aspectos fundamentales sin la necesidad, seguramente inevitable en las narraciones, de los párrafos de transición, de las frases de relleno. Marzo ha extraído el corazón de una historia y lo ha expuesto crudamente encima de una mesa, para que sea analizado, a la manera de unos forenses, por un equipo de cineastas que preparan un guion o, lo que es lo mismo, la forma de envolver nuevamente ese pedazo de carne latiente.
Pero Olga y la ciudad, la novela, no se reduce a ese juego metaliterario, con ser espléndido, sino que da pie a un largo e interesantísimo debate sobre el predominio que en nuestros tiempos tiene lo audiovisual —a través de la televisión y el cine, básicamente— y cómo ello marca nuestra visión del mundo.
«El lenguaje visual ha recuperado el protagonismo del que ya había gozado en la Edad Media. Los artistas medievales se expresaban mediante relieves y pinturas, y el pueblo, hasta la más ignorante de las personas, podía leer de algún modo aquella vida del santo, tras la cual se exponían una leyenda, una fábula y una enseñanza moral (…) Ahora es casi peor, porque el público se limita a digerir las imágenes, sin interpretarlas. Todo el potaje se le da cocinado y masticado. Se incentiva la pereza mental (…) Los momentos más brillantes y democráticos de la Historia, los periodos de verdadero progreso, coincidieron con la reivindicación de la palabra y el debate».
Pero tampoco está cuestión filosófica —o semiótica, si se prefiere— marca la verdadera profundidad de Olga y la ciudad, que aún encierra en su interior el análisis de un aspecto profundamente humano: la necesidad, el sentido de las cosas que hacemos. Desde un primer momento, el lector sospecha que el proyecto cinematográfico basado en la película es muy difícil que salga adelante, y poco a poco va tomando forma el fracaso hasta convertirse en inevitable. Sin embargo, tanto los guionistas como el director siguen trabajando en la adaptación de la película porque, de algún modo, sienten que no pueden dejar de hacerlo, que aunque trabajen para nada su deber es olvidar lo inexorable e intentar edificar algo, aunque esté destinado a la ruina.
Finalmente —y no se tome esto por un spoiler, las buenas novelas no fían todo a un sorpresivo final—, quizás una sola escena valga para salvar el proyecto, una imagen, casi imposible de describir con palabras, redima el trabajo de todo el equipo. Al final, y después de todo, quizás sea posible la salvación…
Con esta estupenda novela, que se mueve en las profundidades arriba —y humildemente— reseñadas, José Marzo vuelve a demostrar su categoría de novelista —que es mucho más que la de simple narrador—, su capacidad para construir historias con hondura filosófica y humana, muy al margen de quienes conciben y practican la novela como simples anecdotarios o mecanismos de evasión. Con Olga y la ciudad, José Marzo ofrece de nuevo una ocasión, para quien no le conozca, de engancharse a la obra de uno de los autores actualmente más importantes en el plano meramente literario.

martes, mayo 24, 2011

Un sueño fugaz, Iván Thays

Anagrama, Barcelona, 2011. 180 pp. 15 €

Pedro Ramos

«El profesor Delgado escribió en la pizarra de acrílico: Blancanieves en Nueva York». Así empieza el prólogo de Un sueño fugaz, el libro más reciente de Iván Thays (Lima, 1968). Si seguimos leyendo (y es difícil no hacerlo después de las primeras páginas) descubriremos quien es el profesor Delgado —responsable de un taller literario llamado Centeno— quiénes son Tomás, Milovana, Esteban, Mercedes, Jaime, Sumalavia y, al final del libro, tendremos un retrato completo de nuestro protagonista: un escritor en horas bajas, anímica, física y literariamente, que se reencuentra con sus antiguos compañeros, uno por capítulo. Es gracias a estos reencuentros que el lector descubre, por boca del propio escritor, lo que fue de sus vidas, esperanzas, sueños e ilusiones. Una sucesión de momentos emotivos, mezquinos y algún ajuste de cuentas, salpicados de reflexiones e indirectas literarias y metaliterarias que convierten el libro (sin decidirme a calificarlo como libro de cuentos, lo dejo en el territorio ambiguo y extenso de novela, prefiero el sustantivo común y, muchas veces mal empleado, de libro) en un material interesante de apoyo para explicar conceptos como conflicto o la construcción de un personaje porque este libro, más que contar una historia, se centra en el conflicto de nuestro protagonista: el fracaso (aquí, literario y vital), porque cada una de las historias que se nos muestran, incluso las que surgen del interior de otras historias a modo de matriuskas rusas (como la desaparición de Paulo, el hijo del escritor, protagonista y epicentro de todas las tramas) contribuye a que el lector construya a partir de diferentes fragmentos de una vida, un personaje que se muestra con sus virtudes y defectos, aciertos y equivocaciones, un personaje que tiende a humano y que, quizá (eso nunca puede saberse sin hablar con el propio autor) beba de la realidad de algún plumilla residente en Venecia (o no).

lunes, mayo 23, 2011

El hacedor (de Borges), Remake, Agustín Fernández Mallo

Alfaguara, Madrid, 2011. 180 pp. 18,50 €

Santiago Pajares

No sé si lo que hizo hace algunos años Agustín Fernández Mallo con su trilogía Nocilla dream se puede llamar revolución (ni creo que me corresponda a mí etiquetarlo), pero hay que reconocer que sí llamó la atención sobre otra manera de contar historias, una forma quizá no nueva, pero sí menos usual, con un tono fresco y aunque un poco gafapasta, realmente impactante. En este nuestro mundo, cualquier texto que nos haga detenernos durante unos instantes y reflexionar, merece un pequeño aplauso y una invitación a una caña al autor si te lo encuentras por la calle.
Tras acuñar en el año 2000 el termino poesía post-poética (conexiones entre literatura y ciencias), Agustín Fernández Mallo se lanzó a escribir pequeños esbozos de ficción (o docuficción, otro de sus términos) donde se inspira en reportajes científicos, con temas como el colisionador de hadrones de Ginebra. ¿Pero cómo se ficciona algo así? ¿Cómo llevar esos temas al gran público? ¿Cómo hacer que todas esas apasionantes teorías para los científicos les toquen también a la gente de la calle? Y lo que es más importante: ¿cómo conseguir que no suene increíblemente pretencioso?
Pues Agustín Fernández Mallo lo consigue. No sé bien cómo, pero lo consigue. Tras la llamarada que supuso Nocilla Dream quedaba lo más difícil, que era continuar. La elección de hacer un libro/remake del libro El hacedor de Borges (aunque inspirado muy muy libremente, a veces tanto que uno piensa que se podría haber llamado de otra manera sin problemas) es un tanto arriesgada. Al fin y al cabo, las comparaciones son odiosas, sobre todo para el que pierde. Pero no creo que se pueda hacer una comparación real de ambos textos, no al menos para determinar cual es mejor (ni desde luego es mi misión aclararlo).
¿Qué contiene entonces este libro? ¿Qué podemos esperar de él? Está compuesto por pequeñas piezas o capítulos no relacionados en principio unos con otros. En ellos nos podemos encontrar a un hombre que rompe relaciones sentimentales por dinero, al propio Borges como guionista de la factoría de cómics Marvel, a un hombre que nació con la vida ya vivida y según el tiempo transcurre va perdiendo recuerdos o, al igual que en original de El hacedor de Borges, poemas. El lector tiende a buscar elementos de cohesión entre unos relatos y otros, y aunque algunas veces lo consigue (en forma de posters de electrodomésticos, por ejemplo) , los demás, que seguro que los hay, están muy diluidos para un lector no atento.
Fernández Mallo no se conforma con la letra impresa y utiliza todo lo que tiene a mano para sacar adelante sus piezas de la forma que mejor cree posible, como puede ser enlaces de youtube, fotos de google earth, mapas o fotos hechas por él mismo. Todo vale para un fin, si este es bueno. Y éste lo es.
No es sencillo escribir una reseña de este libro, y a veces algunos relatos descolocan y te hacen dudar sobre lo que estás leyendo y para qué, pero me cuesta imaginar a alguien que no le toque alguna de sus piezas, como me tocó a mí la expuesta al principio de esta reseña. Muchas veces me he detenido durante su lectura y he levantado la cabeza para dejar reposar esas palabras ya leídas, y no hay muchos libros capaces de hacer eso. Por eso, para mí, la invitación a una caña a Agustín Fernández Mallo sigue abierta.
No sé que opinará Borges, pero yo me apunto.

viernes, mayo 20, 2011

Emaus, Alessandro Baricco

Trad. Xavier González Rodríguez. Anagrama, Barcelona, 2011. 160 pp. 16,50 €

Santiago Pajares

Alessandro Baricco se convirtió en 1996, con la publicación de la novela Seda, en un fenómeno mundial por méritos propios. Yo, que la leí algunos años después, todavía recuerdo con claridad la elegancia de sus palabras y cómo quería leerlas despacio para que se quedaran más tiempo conmigo. “Compraba y vendía. Gusanos de seda”. Y no debía ser algo sólo mío, vistos los millones de lectores que coincidimos. Era uno de esos libros muy malos para adaptar a la gran pantalla porque lo importante no es lo que cuenta, sino el cómo lo cuenta. La poesía en prosa.
Con el paso de los años y los libros fui leyendo más libros de Baricco y me di cuenta que no era un fenómeno aislado, sino que era capaz de trasladar esa elegancia y arte en la combinación de palabras a sus otras historias. Novelas en general simples y cortas. Bellas. Ha tocado también los géneros del ensayo y el teatro, con la íntima Noveccento, publicada en formato novela, y así puede ser leída. Incluso ha llegado a hacer una adaptación de La Iliada de Homero, publicada también en audiolibro para acercar la obra a los que no disfrutan de la lectura. Y con enorme éxito, además.
Hasta la novela que aquí nos trata. Emaús. ¿Por qué este titulo? Es una referencia al pasaje de la Biblia donde Jesús resucitado se le aparece a dos discípulos que no le saben reconocer, pero en cambio, le cuentan todos los detalles sobre la muerte y martirio del hijo de Dios. Cuando se dan cuenta de su error, ya es tarde, porque el señor ha desaparecido. La novela Emaús trata de la adolescencia y paso a la edad adulta de cuatro amigos católicos y practicantes. Narrada en primera persona por uno de ellos desde una perspectiva católica que impregna todo el texto, nos detalla la vida y el buen camino marcado que deben de seguir, desde ayudar a pobre y enfermos en hospicios, hasta dónde llegar con sus propias novias para que lleguen vírgenes al matrimonio. El camino de la salvación y la vida eterna. Pero con el acercamiento a la edad adulta llegan las dudas, y esa patina se va resquebrajando dando paso a nuevos problemas que no saben bien cómo enfrentar. Como ocurre en el pasaje de Emaús, cuando te das cuenta de lo que ocurre, ya es demasiado tarde.
Todo esto comienza cuando entra en sus vidas Andre, una chica distante y algo masculina que atrae sin quererlo a todos a su alrededor como la luz atrae a los mosquitos, sin darse cuenta. Todos quieren saber más de ella, pero ninguno se atreve a preguntar y tienen que informarse por rumores y cuchicheos. Un personaje fascinante debido al misterio que todos tejen a su alrededor, creando sin darse cuenta su propia leyenda. Entonces, los cuatro amigos, tan unidos en el buen camino, comienzan a dar pasos fuera, pasos que se encaminan a Andre. El sexo, las drogas, la traición, la muerte e incluso ese recién descubierto sentimiento que es el amor para el que no siempre logran encontrar pasajes en la biblia que les aconsejen, se convierten en las tejas de su nuevo tejado. Todo ellos narrado con el ingenio, la elegancia y maestría que sabe desplegar Baricco. Porque, aunque puede parecer una novela destinada a católicos, no lo es, sino que puede leerla cualquiera que sea adolescente o que lo haya sido, aquellos que recuerden las dudas que surgían en esos días, cuando todo lo que siempre había sido fácil comienza a tornarse en difícil, que en eso consiste hacerse adulto. Como dice Alessandro Baricco refiriéndose a la chica Andre, “Quién ha empezado a morir, no deja ya de hacerlo.”

jueves, mayo 19, 2011

Memorias de una viuda, Joyce Carol Oates

Trad. María Luisa Rodríguez Tapia. Alfaguara, Madrid, 2011. 480 pp. 24,50 €

Ángeles Prieto

¿Para qué escribir esta reseña, una más?, ¿no es acaso absurdo sugerir, a estas alturas, la lectura de cualquier obra de Joyce Carol Oates, la mejor novelista del mundo en activo? Sin embargo, la necesidad de coger el teclado y recomendar este libro me ha resultado imperiosa y necesaria, toda vez que sufro de las mismas, exactas penalidades que describe Joyce en esta obra y su comprensión me ha servido de bálsamo lúcido, ese que pueden necesitar muchas otras personas que se han visto, se ven y se verán en idéntico trance.
Porque la pena ante la muerte irreversible de un ser querido implica angustia, insomnio, desesperación y atracción hacia la idea de un suicidio liberador, todo lo que ella nos cuenta ante el fallecimiento repentino de su marido, Raymond Smith, y con la mayor sinceridad posible: si quedas viuda estás sola, sin protección en un mundo hostil y frívolo, hueco y sin sustancia. Atrapada en el convencimiento cierto de que tú deberías haber muerto con él, ya seas una simple ama de casa, o la mejor novelista del mundo.
Aunque también es cierto que no todas las personas conocen el grado de complicidad, compañía y empatía que te puede proporcionar un matrimonio feliz de cuarenta y siete años de duración, como el que disfrutó ella con Raymond, un hombre tranquilo, inteligente y laborioso, ajeno al mundo agitado de una novelista exitosa. Primer y último hombre de su vida, según proclama con orgullo, y el único capaz, como nos confiesa Joyce, de tomarle el pelo.
Pues uno de los rasgos característicos de esta obra es el humor lúcido y negro que la Oates, esa gran autora de la que esta dolida Joyce se distancia, se gasta para explicarnos las desconcertantes vivencias que empieza a experimentar como viuda: desde los insultos que recibe a través de una sucia cartulina en su coche (“aprende a aparcar, zorra estúpida”), hasta los comentarios insensibles “(“Ooh, Joyce, vas vestida de rosa. Qué bonito”), pasando por las interminables condolencias que en Norteamérica llegan en forma de presentes: cestas repletas de comida exquisita y frondosos ramos de flores que acaban, cómo no, en los cubos de basura reciclables.
Las viudas desean apartarse del mundo, no responder al teléfono y refugiarse en su nido, la cama matrimonial donde lograr dormir, pero tampoco pueden permitírselo. Se deben al papeleo burocrático, al cuidado de una casa ahora fantasmal, a su propio trabajo y deberes, a la atención de sus amigos. Y si el primer paso, que Joyce superará sin demasiados problemas, será la aceptación dura de que tu marido no volverá nunca, el segundo será vencer al insomnio, porque el tiempo se detiene y superar las noches interminables se asemeja al esfuerzo de un atleta olímpico. Aunque el tercero es el peor, no exento de culpabilidad, cuando empiezas a descubrir que puedes y debes hacer cosas que a tu marido nunca le interesaron, así como conocer a gente fascinante que nunca hubieras conocido de haber seguido vivo. Y es aquí donde empieza la superación, en aprender a vivir con la pena de llevar a tu marido dentro, sin cerrar las puertas a lo que nuestra estéril, estúpida, cruel pero también sorprendente existencia pueda llegar a ofrecernos.
Estamos ante una obra interesante, conmovedora, perspicaz y penetrante que nos habla de nosotros mismos ante el dolor, del sentido de vivir cuando ya nada tiene sentido. Leerla ayuda a prepararte y fortalecerte ante los desgarros inesperados, y a calmar las heridas cuando, como en mi caso, permanecen bien abiertas: Este libro es necesario y yo me he visto obligada a escribir esta reseña.

miércoles, mayo 18, 2011

El campo del Alfarero, Andrea Camilleri

Trad. María Antonia Menini Pagès. Salamandra, Barcelona, 2011. 224 pp. 14 €

Alejandro Luque

Pues no señor, no todos los best-sellers son iguales. De hecho, la traducción literal del palabro, “los que mejor venden”, no debería tener connotaciones peyorativas después de haber acompañado a fenómenos como Cien años de soledad o El nombre de la rosa. Y sin embargo, ha acabado usándose como sinónimo de literatura basura, facilona, complaciente, de consumo rápido. Todo esto viene a la cabeza al terminar la última novela del best-seller siciliano Andrea Camilleri, un hombre empeñado en seguir dando alegrías a sus seguidores, por longevo –86 abriles ya– y por mantenerse a pleno rendimiento, por encima del título por año.
Se trata, además, de una nueva entrega de la serie protagonizada por el comisario Salvo Montalbano, la misma que le ha dado éxito mundial y ha sido llevada a la televisión. Una vez más, nos reencontramos con todas las conocidas señas de identidad del protagonista, desde su gusto por la buena mesa a su obstinada misantropía, pasando por sus difíciles relaciones con Livia; y volvemos también a disfrutar con esa comisaría que siempre parece una mezcla de Brigada Central y Jaimito: Catarella, Fazio, Mimì Augello, sin olvidar a la insustituible Ingrid...
Esta vez, el caso a resolver es el de un cadáver hallado en una zona rocosa del litoral, despedazado y desfigurado. Poco después, una mujer hispana de las de rompe y rasga denuncia la desaparición de su marido. Tirando de los cabos sueltos, el policía empezará a relacionar ambos hechos y tratará de arrojar luz, esta vez con un problema añadido: los continuos choques con Augello, y sus dolorosas insinuaciones de que es hora de pensar en la jubilación y dejar paso.
Dicho esto, y sin ánimo de revelar más pistas de la trama –que por algo es una novela negrocriminal, en la que todos los detalles cuentan– toca explicar por qué este best-seller no es homologable a la mayoría de subproductos que suelen etiquetarse de tal modo. Empecemos por la ambición de su planteamiento. El autor no se limita a exponer un crimen y a resolverlo mal que bien, encontrando al culpable y poniéndolo entre rejas. De hecho, la investigación es sólo un pretexto para dibujar un más que convincente paisaje moral de corrupción generalizada, donde están en crisis valores como el honor y la amistad, incluso los propios códigos ancestrales del crimen organizado. Y todo eso lo dota Camilleri de un notable fondo simbólico, cita del Evangelio incluida, que sostiene y enriquece el resultado final, salpimentado con buen humor.
Habrá quien proteste, no sin razón, el hecho de que Camilleri no hace gala precisamente de un estilo elevado. Su ritmo de producción en los últimos años no parece favorecer el mimo en el lenguaje (que sí ha desplegado, y de qué manera, en obras anteriores), sino más bien la agilidad y la eficacia. Es cierto: Camilleri no es Bufalino, ni siquiera Sciascia, por citar a dos de sus más ilustres vecinos isleños, ambos de prosa exquisita. Pero el aparente desaliño del autor de Porto Empedocle no debe ocultar el auténtico alarde de recursos de que hace gala en esta novela.
Alumnos de los talleres de escritura creativa del mundo, rescindan sus matrículas –a menos que les sirva para ligar– y tomen nota: en poco más de 200 páginas y por un módico precio, este vejete les enseña cómo se cuenta un sueño (¡nada más empezar!), cómo se construyen diálogos fluidos y verosímiles en persona y por teléfono, el dibujo rápido de personajes, cómo se usa la forma epistolar (incluso se atreve con la epístola enviada a uno mismo), o cómo un autor pone cervantinamente a su personaje a leer un libro suyo.
Quienes carezcan de ínfulas literarias, también pueden entregarse por gusto a esta historia de polis, mafiosos y conexiones con cárteles colombianos, porque también la globalización ha llegado al mundo de Montalbano. Lo que todavía está por llegar allí es internet, dado que los personajes siguen escribiéndose con boli y papel, como en tiempos de Casanova. Lo que nos permite concluir que este Camilleri es, definitivamente, un señor chapado a la antigua.

martes, mayo 17, 2011

Hilda, Marie NDiaye

Trad. Santiago Martín Bermúdez. Barataria, Sevilla, 2011. 95 pp. 12,50 €

Cristina Consuegra

La editorial Barataria ha publicado la pieza teatral, Hilda, de la talentosa autora francesa Marie NDiaye, una de las voces más subversivas y comprometidas de la actual narrativa de este país. Su peculiar forma de entender la literatura, de digerirla, posibilitó que recibiera, en 2009, uno de los premios galos más importantes y prestigiosos, el Goncourt, gracias a la publicación de Tres mujeres fuertes (Acantilado, 2010), obra en la que su autora nos ofrece los relatos de tres mujeres supervivientes, y sobre la que directamente vierte el eco de su pensamiento, el mismo que concede especial atención a los excluidos y desarraigados, a los que son víctimas del silencio, sea éste de la naturaleza que sea.
Hilda es la primera obra de teatro que escribe esta autora, en 1999, e intuyo que este título es, en gran medida, responsable de que Marie NDiaye sea la única escritora viva cuya obra teatral ha sido incluida en el repertorio de la Comédie Française; pero también intuyo que el mérito de Hilda no queda aquí. A lo largo de seis actos, con diálogos precisos e incisivos, y una perspectiva ideológica contundente, Hilda elabora un retrato escalofriante sobre la situación de lo social en la sociedad francesa, retrato que permite al lector proyectar una geografía bastante fiel de la inmigración, de la miseria humana y los desposeídos en el continente europeo; una geografía que pasa ineludiblemente por la reflexión en torno al miedo al Otro, en cómo el inmigrante pasa a ser objeto o moneda de cambio, sobre cómo pasa a ser una simple propiedad; una firme reflexión sobre la condición del individuo contemporáneo.
NDiaye decide no quedarse al margen de los diversos acontecimientos que han sacudido a la sociedad francesa, en las dos últimas décadas, para denunciar –siendo consciente del poder de la palabra– la situación de la mujer inmigrante en este país. Y para ello utiliza la figura caprichosa y despiadada de Madame Lemarchand (personaje de gran complejidad psicológica y social), una mujer de la alta burguesía que ejerce su poder sobre su criada, un poder que tendrá efectos devastadores en la vida e identidad de Hilda, quien desde el momento que entra a formar parte de la casa de los Lemarchand se desvanece entre las palabras que la oprimen y asfixian, entre palabras que le indican cómo debe pensar, hablar o vestir. Palabras que le recuerdan, una y otra vez, que es un objeto más.
Sin grandes artificios, siquiera palabras rimbombantes, sin trazar grandes ideas, NDiaye muestra al lector lo que sucede al otro lado de la pantalla, eso que, en ocasiones, olvidamos que es real y acontece; situaciones terribles sobre las que no pensamos hasta que alguien no las señala, cuenta o narra.

lunes, mayo 16, 2011

Las palabras perdidas (Poesía 1989 – 2008), Alfredo Buxán

Bartleby Editores, Madrid, 2011. 252 pp. 16 €

Recaredo Veredas

La causa del éxito de los llamados temas universales, de su permanencia desde los lejanísimos tiempos de los presocráticos, no solo es su inevitabilidad. También resulta determinante su continua renovación. La inquietud –o desesperación, depende del grado de neurosis– que los susodichos temas causan en cada uno de nosotros –sobre todo el número uno de todos ellos, más conocido como muerte– precisa una respuesta actualizada, que se ajuste a nuestros tiempos.
Algunos privilegiados saben transcribir a palabras la versión que los eternos problemas eligen para su época. Buxán es uno de los escogidos, uno de los pocos poetas empeñados en seguir dándose golpes contra la eterna e invencible pared. Curioso personaje, extraño en este mundo tan dominado por la imagen. Oculta su nombre bajo un seudónimo y huye de todos los fastos (recitales, antologías, premios, instituciones oficiales, jurados) que rodean al mundo poético. Tal vez desee que solo sus palabras hablen por él. Podría afirmarse su suerte, al conseguir la publicación con tan poco esfuerzo, incluso habiendo trabajado para el silencio pero tengo la seguridad de que las obras maestras desconocidas no abundan. Siempre encuentran a un editor inteligente, que lucha lo que sea necesario para que vean la luz. En este caso la apuesta es especialmente intensa: la edición incluye toda su poesía publicada entre 1989 y 1991 (Legado de ternura, Liturgia de la heredad y Cantar de ciego), junto a un par de plaquettes y dos libros inéditos: Tirar del hilo y La luz entre la niebla.
Es la de Buxán una lírica sobria, pura, que posee un gran dominio del lenguaje, tan amplio que no solicita ser aplaudido pero delimita con suma precisión el sentido de lo que desea afirmar. No es un poeta áspero, permite que las palabras fluyan en dibujos simples pero dotados de gran poder visual. Recuerda al primer Gamoneda, al autor de Blues Castellano, que hablaba de la amistad, del amor y de la muerte, siempre la muerte, y poseía la capacidad de trazar sentimientos complejos y universales con asombrosa simplicidad. De apelar, sin caer en la grandilocuencia, a la trascendencia y la perdurabilidad.

viernes, mayo 13, 2011

POR PROBLEMAS EN BLOGGER
TANTO EL JUEVES 12 COMO EL VIERNES 13
NOS HA SIDO IMPOSIBLE PUBLICAR RESEÑAS.
PERDONAD LAS MOLESTIAS.
VOLVEMOS EL LUNES 16.

miércoles, mayo 11, 2011

Días de ira (Tres narraciones en tierra de nadie), Jorge Volpi

Páginas de Espuma, Madrid, 2011. 216 pp. 17 €

Miguel Baquero

Habla Jorge Volpi (México, 1968), en la introducción a este volumen, de “la media distancia”, de esos textos en torno a las 50 ó 70 páginas que parecen haber quedado “en tierra de nadie”, como asimismo reza el subtítulo. Narraciones que exceden los términos del cuento pero no llegan a alcanzar los de la novela, ni aun la novela breve. Es de estos relatos, que Volpi considera tienen unas reglas propias, una dinámica en la que sobre el cuento sopla el “aliento épico” de una novela, de los que se compone este libro. En concreto, tres “narraciones” (¿por qué no este término?): A pesar del oscuro silencio, Días de ira y El juego del apocalipsis.
Estas tres narraciones no sólo están unidas por su longitud. Aunque de registros y tonos distintos (trágico e introspectivo en la primera; acelerado y paranoico en la segunda; más desenfadado y hasta a veces humorístico en la tercera), las tres giran en torno a un tema común (tratado, como se ve, de variada manera): el tema del guion, podría decirse, de cómo nuestras vidas pueden estar dirigidas y determinadas por terceros. A lo largo de los tres cuentos se asiste a la duda, a veces desde el ojo de la tormenta, a veces desde una posición en apariencia segura desde la que se ven venir nubes amenazantes, de si todos nuestros movimientos, nuestros pensamientos, lo que creemos íntimo, no estará siendo el realidad el juguete de un tercero. Una persona que se congracia con llevarnos a su gusto de un lado para otro, con establecer y romper nuestras relaciones, con de pronto extraernos lo más oscuro que late en nuestro interior.
En estos tres cuentos de Días de ira, bajo diferentes formas y distintos tomos, se plantea al fin y al cabo el eterno problema de quiénes somos, y de cuánta libertad tenemos. A veces estamos presos de nosotros mismos, de alguien oscuro y escondido que habita con nosotros; a veces somos simples marionetas, incapaces de entender por qué actuamos y hacia dónde nos movemos, como los personajes de una mala novela; otras, por último, pese a vivir una existencia relajada y pacífica, podemos estar siendo utilizados simplemente para el placer de un viejo rico y excéntrico.
Es a través de estas tres diversas formas como Jorge Volpi nos vuelve a plantear seguramente el problema humano por excelencia, que es el problema de nuestra libertad. Y uno piensa que muchas veces no es la altura del estilo ni mucho menos de la anécdota lo que conforma una buena narración, sino la altura de la pregunta que se formula. En este caso, de tres maneras diferentes.

martes, mayo 10, 2011

Sangre a borbotones, Rafael Reig

Lengua de Trapo, Madrid, 2011. 224 pp. 15 €

Luis García

Recupera la Editorial Lengua de Trapo dentro de la celebración del quince aniversario de LdT, uno de sus títulos más emblemáticos, la novela Sangre a borbotones, firmada por el entonces desconocido autor Rafael Reig, y amparada entre otras cosas por la cualidad de haber sabido ir ganándose un hueco dentro del panorama literario en curso. Conviene decir que estábamos ante una de las mayores, si no mejores, cosechas literarias de los últimos tiempos, por lo que desde el principio Sangre a borbotones estaba llamada a pasar desapercibida. Pero el tiempo, los buenos oficios del escritor y de la obra, y los piropos que algunos de sus colegas le dedicaran por ejemplo en la edición de la Semana Negra de Gijón del año 2002, obraron el milagro. Básicamente la novela es aparentemente sencilla y hasta lineal. En un Madrid irreconocible en el que El Paseo de la Castellana se configura como una de las principales vías de comunicación... marítimas, en un país en el que el Partido Comunista acaba de ganar las elecciones, en definitiva, en un contexto tan inverosímil como irreconocible, el detective Carlos Clot se enfrenta a los que posiblemente habrán de ser los tres casos más importantes de su carrera: la aparente infidelidad de la mujer de un empleado municipal, la huida de la supuesta hija adolescente, y aparentemente drogadicta, de un desesperado padre con pinta de maniquí de tercera generación, y la también desaparición —metanovela pura y dura— de la protagonista de la novela, Sangre a borbotones se titula, de un autor de tercera fila, que en un momento dado decide cobrar vida al margen de su creador. Mezcla de novela negra y de ciencia ficción y con un espectacular arranque de por sí tan disparatado como las 170 páginas siguientes, una cosa es cierta: Aunque en algunos momentos sufra altibajos narrativos y los árboles no dejen ver el bosque, no deja a nadie indiferente. Y eso de por sí ya es importante

lunes, mayo 09, 2011

La ciudad líquida y otras texturas, Filipa Leal

Trad. Luis González Platón. Ediciones Sequitur, Madrid, 2010. 80 pp. 10€

Alba González Sanz

Filipa Leal (Oporto, 1979) tiene a sus espaldas varios libros de poesía que permiten hablar de su obra con cierta perspectiva. La ciudad líquida y otras texturas se publicó originalmente en 2006. Es su segundo poemario, tras el cual aparecieron un tercero y un cuarto (O problema de ser Norte y A inexistencia de Eva) que bien merecen ser excusa para un viaje al país vecino o una incursión virtual por el fondo de su editorial lusa, Deriva.
Las vecindades, la habitabilidad de los espacios urbanos (de nuestra propiedad identidad como espacio vivible o meramente soportable), su configuración geográfica pero también espiritual recorren las páginas de esta primera traducción al castellano de su poesía. El concepto de lo líquido, lo fluido, lo inabarcable, opera como nutriente esencial en la visión de la ciudad que nos ofrece la poeta. Una ciudad en la que hay amor en formas diversas (colectivo, personal), como hay también un intento entre la filosofía y el desgarro por humanizar el hormigón y sus imágenes. Por vivir, en suma.
Filipa Leal es una poeta preocupada en extremo por el lenguaje. Es, en ocasiones, teórica. Sus símbolos trascienden la mera belleza y nos acercan a una personal visión del mundo en el que la palabra crea nuestra relación con el espacio. No es una banalidad, no es mera mímesis. El sujeto andante no pisa el mundo, lo interpela desde el lenguaje y sus usos: lamenta, alaba, protesta o mejora lo que observa desde lo textual. También crea alternativas o las desmonta. Una visión irónica bien medida para no caer en el escepticismo paralizante completa las armas de la autora para enfrentarse a lo urbano, a la postmodernidad, a sus (malditos) teóricos y a la propia vivencia a ras de cuerpo y de suelo. Todo ello con un punto de saudade pero sin clichés: hablamos de una poeta plenamente insertada en su contemporaneidad y lúcidamente crítica hacia ella.
Pero la poesía de Filipa Leal es a la vez bella. Decir que sus metáforas hacen trascendente lo cotidiano suena a trending topic de reseñista en apuros, pero lo cierto es que la mirada de esta escritora vecina se detiene en asuntos no comunes en la poesía de este lado de la frontera y eso es un plus para el deslumbramiento. No es sitio este para debatir las razones históricas que nos han configurado como dos países con geografías imaginarias alejadas la una de la otra ni soñar con la Iberia de Saramago. Sólo un apunte para celebrar que la obra de esta autora llegue aquí, por fin y ojalá vengan más.

viernes, mayo 06, 2011

La flor roja, Vsevolod Garshin

Trad. Patricia Gonzalo de Jesús. Nevsky Prospects. Madrid, 2011. 72 pp. 13 €

Recaredo Veredas

Pese a su aparente sencillez y su obvia brevedad, la flor roja simboliza, con el mismo derecho que las grandes diligencias decimonónicas, la tristeza infinita de Rusia. Una mezcla de resignación y de esperanza, alejada del nihilismo, que inunda lo más clásico de su literatura, desde Chéjov a Dostoievski. Una tristeza que, por su inmarcesibilidad y su devoción por los espacios eternos, ha influido de manera decisiva en la narrativa de nuestros tiempos.
Vsévolod Garshin conoce cuál es el medio más adecuado para levantar y moldear su pequeña joya. Para conseguir que su idea previa se corresponda con lo realidad. Es decir, es un auténtico narrador que, como tal, no precisa introducciones ni estruendos, y omite lo que ya conocen los lectores por su propia experiencia vital. Una experiencia al mismo tiempo única y colectiva. Esa es la causa, tal vez inconsciente, de que inicie la narración con una escena y durante el resto de las páginas simplemente exponga los movimientos del protagonista y sus aciagas reflexiones.
Garshin posee un profundo conocimiento de lo que está escribiendo y es capaz de mostrar emociones complejas con una elegancia —matemática— pasmosa. No en vano conoció de primera mano la locura y el internamiento. Por supuesto, no siempre es necesario que el escritor haya vivido, en este caso sufrido, las circunstancias sobre las que escribe. De hecho, en demasiadas ocasiones no sirve de nada. Sin embargo, existen casos excepcionales, como este, en los que, gracias a la coincidencia de sabiduría narrativa y distancia sobre sí mismo, la experiencia resulta enriquecedora. Se percibe, por ejemplo, en breves instantes de total lucidez, que muestran cómo el protagonista es consciente de su demencia.
Además de la narración de una bella historia, la flor roja supone una reflexión sobre las causas y consecuencias de la locura. También sobre su propia existencia. Expone las eternas preguntas: qué es un loco y qué es un cuerdo, de dónde proviene la lucidez de los psicóticos. De hecho los párrafos más lacerantes muestran la contraposición entre la mirada desquiciada –y lírica y brillante- del loco: “la ventana estaba abierta, las estrellas fulguraban en el firmamento azabache” y la realidad —o, mejor dicho, y lo que entendemos por realidad—. La flor roja, presente aunque no omnipresente, aparece como símbolo, como metáfora, del vínculo que existe, siempre existe, entre los dos mundos.
Este libro, además, demuestra la importancia de un buen trabajo editorial, que no solo consiste en la creación de un catálogo, sino en la elección de los mejores profesionales: las ilustraciones de Sara Morante, el diseño de Zuri Negrín y la traducción de Patricia Gonzalo de Jesús son espléndidos.