viernes, abril 28, 2006

Zigzag, José Carlos Somoza

Plaza y Janés, Barcelona 2006, 569 páginas. 19’90 euros.

César Mallorquí

La primera novela de José Carlos Somoza que cayó en mis manos, La caverna de las ideas (Alfaguara, 2000), me deslumbró. Se trataba de un thriller histórico –género en plena efervescencia ya por aquel entonces- ambientado en la Grecia clásica, pero iba mucho más allá de las constantes del género al convertir el relato en una especie de laberinto de espejos deformantes, una intrincada trama, llena de referencias literarias y simbólicas, en la que un supuesto traductor del texto griego se entrometía en el relato mediante una sucesión de notas al pie progresivamente complejas. Creo que no exagero al afirmar que es una de las novelas más inteligentes que he leído.
Su siguiente obra, Clara y la penumbra (premio Fernando Lara 2001), confirmó las expectativas levantadas. Con ella, Somoza regresaba al thriller, pero más como excusa que como eje de la narración, pues el relato se centraba básicamente en el mundo de la «pintura hiperdramática», una imaginaria forma de arte que usa a las personas como lienzos. Siguiendo los pasos de Clara, una modelo, el texto de Somoza, siempre laberíntico, siempre orientado hacia el misterio, nos introducía en un universo sutilmente deformado donde las personas pueden convertirse en objetos y las fronteras del arte se confunden con las de la muerte.
Pero había en Clara y la penumbra un aspecto que no muchos advirtieron: la novela estaba escrita con técnica —aunque no con temática— de ciencia ficción. En efecto, su base argumental partía de la clásica pregunta del género «qué pasaría si...»; en concreto: «qué pasaría si hubiera un arte que convirtiese a los seres humanos en cosas». Es decir, Somoza empleaba sin complejos los recursos de la literatura de género; el thriller, la novela histórica, la ciencia ficción e incluso el relato erótico, como demostró al ganar en 1996 el premio La Sonrisa Vertical con su obra Silencio de Blanca. Pese a esta evidencia, reconozco que me sorprendió su siguiente trabajo, La dama número trece (Mondadori, 2003), porque se trataba de una novela de terror.
Terror, ahí es nada; quizá sea el género menos cultivado en nuestro país y, sin duda, el más denostado. Pese a adentrarse en aguas tan turbulentas, Somoza superó la prueba componiendo una excelente novela de terror donde brujería y creación artística se mezclaban para conformar un mundo irreal, asfixiante y ominoso. Más tarde apareció el —en mi opinión, fallido— thriller La caja de marfil (Mondadori 2004) y así llegamos a su obra más reciente: Zigzag.
Digámoslo desde el principio: aunque ni los editores ni el autor lo confiesen, Zigzag es pura y nítida ciencia ficción. La trama se centra en Elisa Robledo, una joven licenciada en física teórica que es contratada para participar en un proyecto científico cuyo objetivo se centra en capturar imágenes del pasado. Trasladada a unas instalaciones secretas situadas en una isla del Índico, Elisa asiste al éxito del Proyecto Zigzag al contemplar dos filmaciones, una obtenida del periodo jurásico y otra de la Palestina del siglo I. Pero se produce un fallo y la manipulación de las «cuerdas de tiempo» genera por error una entidad implacable, morbosa y maligna que, lentamente, irá acosando y asesinando a todos los miembros que participaron en el proyecto. En ese punto, la trama se escora levemente hacia el género de terror.
Zigzag es una novela muy bien narrada —como todas las de su autor—, con personajes sólidos, diálogos ágiles e inteligentes, un estilo elegante y fluido, y un argumento hábilmente construido que dosifica con sabiduría la información y mantiene en todo momento el interés. En resumen: una novela muy divertida. El problema —si es que se trata de un problema— es que sólo es eso; lo que ya es mucho, ojo, aunque quizá no lo suficiente. Porque las novelas de Somoza antes citadas se adentraban sin complejos en la literatura de género, pero iban más allá, poseían mayor ambición, eran originales y diferentes. Zigzag, por el contrario, despide cierto aroma a déjà vu, a best seller (sea esto lo que sea), incluso diría que recuerda un poco a las novelas de Michael Crichton... sólo que Somoza escribe mucho mejor, por supuesto.
¿Es Zigzag una obra menor? Quizá. ¿Es un error? No lo creo; en mi opinión, nuestro país anda muy necesitado de sólida literatura de género, y eso es precisamente esta novela: una inteligente y amena, aunque también un tanto intrascendente, novela de ciencia ficción. El único pero que cabe ponerle es que, comparada con las mejores obras de Somoza, Zigzag sabe a poco. En cualquier caso, resulta una lectura abiertamente recomendable para cualquiera que disfrute abandonándose en manos de un gran narrador. Y José Carlos Somoza lo es.

jueves, abril 27, 2006

Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen, Jared Diamond

Traducción de Ricardo García Pérez. Debate, Madrid, 2006. 854 páginas. 24 €

Julián Díez

La historia que mi generación estudió en el colegio era la de las batallas y los reyes, y la que vimos en la universidad fue la de los flujos económicos y los movimientos sociales. Jared Diamond nos convence de manera eficaz de que las tendencias económicas, las sociales, las decisiones de los reyes y los resultados de las batallas pueden explicarse a través de cuestiones medioambientales. Parece utópico, algo traído de los pelos o incluso una simple idea de moda, hasta que uno se adentra en las páginas de Colapso y Diamond comienza a sumar argumentos en su favor.
Esta obra del profesor de UCLA que ya consiguió el premio Pulitzer por Armas, gérmenes y acero es un grueso volumen consagrado a exponer, a través de casos concretos —y, como podrían aducir sus adversarios, reduccionistas—, cómo es posible que la supervivencia o el fin de determinadas culturas se haya visto motivado por su capacidad para gestionar bien los recursos naturales de que disponían. En resumen, y para entendernos de manera directa con uno de los ejemplos más claros del volumen: la creativa civilización de la isla de Pascua, capaz de edificar los impresionantes moais, se fue al garete porque, según van demostrando las investigaciones contemporáneas, sus líderes fueron incapaces de ver que la tala indiscriminada de árboles terminaría con todo el armazón económico-social que habían organizado.
Este ejemplo resulta especialmente gráfico y sencillo porque los 20.000 habitantes que la isla pudo tener en su momento de mayor gloria no conocían la existencia de un mundo más allá de sus costas, sino que estaban totalmente aislados. Pero Diamond afronta con igual fortuna la descripción de otras sociedades, tanto victoriosas en un entorno hostil a través de decisiones prudentes, como derrumbadas frente a la escasez de alimentos, de materias primas o de vías de escape externos a través del comercio o la inmigración. Y es capaz de trasladar con igual claridad sus conclusiones a ámbitos más cercanos.
Diamond comienza con un ejemplo aparentemente contrario a sus tesis: describir la tranquila sociedad de Montana, uno de los estados rurales más pobres y con mayor riqueza natural de los Estados Unidos. Sin embargo, en él sabe detectar la génesis de los problemas: el empobrecimiento del suelo, su encarecimiento por ser usado para fines no productivos, la dificultad de tomar decisiones en un medio conservador, lo erróneo de ciertas políticas ecologistas… Con la misma precisión, ofrece explicaciones coherentes a procesos tan dolorosos como los de Ruanda y Haití. Y termina el libro ofreciendo respuestas bastante duras de aceptar —al menos, si uno es o bien un ecologista a machamartillo o un libremercadista a ultranza—. Todo ello con un estilo sencillo, unas argumentaciones perfectamente claras y atención a los argumentos procedentes de todos los ámbitos.
La reseña de la revista Science afirmaba que Colapso puede ser el libro más importante de nuestro tiempo. No soy aficionado a los maximalismos para blurb, pero sí creo que este volumen es una de las más inteligentes y amenas reflexiones que he leído sobre las grandes cuestiones de nuestro tiempo, que trae a nuestro suelo cotidiano reflexiones de auténtica envergadura, y que sería maravilloso que ideas y preocupaciones como las de Diamond encuentren eco en los ámbitos de poder, si es que alguna vez son capaces de mirar más allá del cortoplacismo electoral.

miércoles, abril 26, 2006

El descenso del Monte Morgan, Arthur Miller

Traduc. Carlos Milla Soler. Tusquets, Barcelona, 2006. 132 págs. 12,50 €

Paul M. Viejo

«Quiero dejar de mentir. Así de simple. […] Era un cadáver en aquella cama. Me vestí, subí al coche y me metí en la tormenta.» Una confesión, un resumen de lo ocurrido. «En fin, yo nunca he tenido buen gusto, y los dos lo sabemos. Pero no voy a mentirte […] el buen gusto es eso que a la gente le queda de la vida cuando ya no puede follar.» Otra confesión, una más de las posibles. «Debería estar orgulloso de mí mismo, de este hijo de puta que soy, y lo estoy, lo estoy». Una tercera confesión, de las muchas que pronunciará el señor Felt después de que descienda en su deportivo por la pendiente del Mount Morgan, para caer, atrapado entre la nieve, directamente a una cama del hospital.
Allí encontramos al protagonista de la última obra traducida en España de Arthur Miller (1915-2005) —escrita en 1991, versión definitiva de 1996—, en la cama de un hospital hallamos a Lyman Felt, un rico y triunfador vendedor de seguros, tras sufrir un accidente. A Lyman y también a las visitas que irán a acompañar al paciente: sus dos mujeres. El descenso del Monte Morgan ‘relata’ la historia de un hombre que ha vivido, al menos, dos vidas paralelas, un bígamo que, en el que tal vez sea su último o penúltimo día, ‘sufre’ el infortunio de que las dos mujeres con las que ha contraído matrimonio vayan a encontrarse en la sala de espera del hospital. Es decir, dos mujeres se encuentran en dicha sala y pronto, con una escalada dramática aligerada de tensión, descubrirán la verdad. O una de las verdades.
Porque me temo que nadie en esta obra, incluido el lector, va saber a ciencia cierta qué es la verdad, o cuánto de cierto tiene lo que se nos está contando, y es que el eterno mentiroso —lieman— que es Lyman Felt procederá a dar explicaciones, como las anunciadas al principio de este texto, para explicar el porqué de la mentira, pero también mentirá para explicar la causa de las verdades ocurridas en el pasado. Con una sutileza pasmosa, bien cargada de ironía, la maestría de Miller nos va dando, en dosis medidas, los acontecimientos que tienen lugar a tiempo presente (en la sala de la clínica), en el pasado (las historias de las dos mujeres de Lyman con respecto al propio Lyman), y los pensamientos del accidentado (entre delirios y sueños, adivinaciones y momentos de lúcida realidad). Cuando el protagonista de este descenso trata de calmar a sus alteradas mujeres (le escuchen o no, porque no siempre hablará en el mismo plano que el resto de personajes) recurre, eso dice, a una sinceridad pasmosa («Sé que me he equivocado y me he vuelto a equivocar», página 105), pero también a una cobarde autodefensa («¡En realidad, si tengo el valor de admitir la estúpida verdad, el único que ha sufrido durante estos nueve últimos años he sido yo!», página93) y a una necesidad de verse acusado y juzgado de manera definitiva («Leah, di algo duro y sincero… como tú sabes hacerlo», página 125). Y es que en esto estriba uno de los grandes logros de la obra al completo del dramaturgo americano y de esta en particular: cuando lo que parece que se nos presenta es una crítica a la doble moral (y vida) de la sociedad del autor, puede tornarse según la lectura en una ardua defensa de la sinceridad y de la asunción de los propios actos. Cuando, por el contrario, es el tributo a un bon-vivant lo que parece ensalzarse, no puede el lector evitar reconocer —¡incluso!— cierta asentimiento con la tradicional culpa y redención del cristianismo (desde luego, la elección de las palabras ‘descenso’ y ‘monte’, entre otras, no es casual), para evitar que nadie pueda predefinir una imagen única de Arthur Miller, un cliché, un prejuicio.
De la misma manera que ocurre con su escritura. Porque Miller, que desde luego es uno de los grandes dramaturgos del siglo que terminó, nadie lo duda, y sus obras uno de los mayores ejemplos de textos para ser puestos en escena, como así ha ocurrido, no entra nunca en el debate del teatro para ser visto/teatro para ser leído. No entra porque zanja la cuestión de manera súbita. Tiene El descenso el Monte Morgan una escritura a la que poco podrá objetar un lector que no tenga intención de acudir a un teatro. Junto a —para quien guste— una escenografía simple pero abierta a múltiples posibilidades, un juego de planos y fondos, de sencillo vestirse y desnudarse de los personajes, dispone el dramaturgo una sugerente prosa que hace transitar las escenas ‘a tiempo real’ con los flash-back del argumento de una forma tan sutil que incluso el lector de novela verá con agrado. No es con la disposición de los elementos físicos de la obra (tan solo una cama, apenas, quizá una mesa) sino con el lenguaje, con lo que Miller nos arrastra a lo largo de la pieza para situarnos («Ella ofrecía una imagen muy digna, leyendo en la ventana… parecía un cuadro de Edward Hopper, como hechizada», página 110) o para hacernos avanzar en la acción. Es con la oculta unión de los parlamentos con lo que Miller nos lleva de una escena a otra (no por un cambio de escenario), obligando al lector a imaginar lo que está sucediendo (y no siendo escrito), colocándolo en un lugar activo dentro de una obra que no se ve, o no sólo, sino que se escucha. Es decir, jugando ese papel del autor poco complaciente, alejado desde luego del estereotipo de escritor de un teatro de entretenimiento.
Es decir, una obra para ser leída, y vista, y escuchada e imaginada. Interpretada y reinterpretada, cuestionada y criticada, porque eso es lo que nos ofrece Miller (y nos ofrecerá, al público español al que aún le faltan una cuantas obras por ver traducidas: Broken Glass, Resurrection Blues…): un texto literario sin más clasificaciones: una obra en prosa que se puede colocar sobre un escenario, un texto teatral con los recursos más sugerentes de una novela, de un relato, de una confesión.

martes, abril 25, 2006

Huir de Palermo, José Ovejero

Funambulista, Madrid, 2005. 245 páginas. 15,95 €.

Luis García

La literatura suele, la mayoría de las veces, ser injusta con quienes practican dicha disciplina. Los escritores suelen dormir el sueño de los justos o vivir en el ostracismo hasta que la edición de una de sus obras los convierte en personajes públicos o hasta que se alzan con uno de esos premios de los llamados mayores. Entonces, el autor deja de ser un rara avis para ser arrastrado de ciudad en ciudad promocionando la novela en cuestión, se le entrega a una masa de periodistas que poco o nada saben de literatura y finalmente tiene que responder con la mejor de las sonrisas a preguntas tan estúpidas como «¿cuándo descubrió su vocación de escritor, o que tiene de autobiográfica la misma?.» Son cosas de la parafernalia literaria, del mediático circo que todos, lectores, autores, editores y críticos aceptamos de buen grado, en la esperanza de encontrar algún día esa novela, o de descubrir a ese novelista que justifique tanto escarnio.
José Ovejero pertenece por derecho propio a este grupo. Ganador de reputados premios (el Grandes Viajeros de Ediciones B, el Primavera de Novela....), no nos acaba de entregar sin embargo la historia de su vida, es decir, aquella por la que ser recordado.... literariamente. Siempre he mantenido que lo peor que le puede suceder a un escritor o a alguna obra es que nos olvidemos pronto de ella, que no recordemos de qué trata. Síntoma de que no llegó a cuajar en nuestros corazones. Ahora, la Editorial Funambulista publica con honores de novedad Huir de Palermo, novela de no hace muchos años que editada por Ediciones B ni tan siquiera tuvo el honor de ser reseñada por mas de dos o tres suplementos literarios. Y sin embargo, hay que decir que se trata de una de sus mejores obras, y eso es decir mucho cuando hablamos de José Ovejero, lo que nos llevaría a una segunda reflexión o lectura de la obra que enlazaría directamente con la teoría de su perdurabilidad.
Novela sobre la impostura tratada de forma magistral, como primero hiciera su madre, Luigi Cíngara se dispone a trabajar para Don Alessandro, a la sazón uno de los jefes mafiosos de Palermo, sin tan siquiera preguntarle su cometido. Será contable, que para eso ha estudiado, y como todo contable de película de serie B —demasiado verosímil para mi gusto— morderá la mano que le da de comer, le denunciará y deberá comenzar una nueva vida como testigo protegido, con un nuevo rostro pero no con un nuevo pasado. Ese es a grandes rasgos el tronco de la novela. El resto, que se trata de una historia sobre la imposibilidad de escapar a nuestro destino, por muchos rostros nuevos que tengamos, ya que este, nos guste o no, siempre nos acompañará como una losa.
Una novela, en definitiva, que se lee con gusto y por la que no se aprecia el paso del tiempo. Porque, si una novela no aguanta ni quince años, es poco probable que merezca la pena leerla. ¿Alguien da más?

lunes, abril 24, 2006

Brooklyn Follies, Paul Auster

Traducción de Benito Gómez. Anagrama, Barcelona, 2006. 320 páginas. 18 €

Félix J. Palma

Una pista inequívoca de que un autor tiene todas las papeletas para convertirse en clásico es que su apellido mute en adjetivo. A la excelsa lista de conocidos, entre los que figuran, por ejemplo, «borgiano» o «kafkiano», podemos añadir por derecho propio el vocablo «austeriano», que designa un tipo de historias extraídas del mármol por los cinceles del azar, protagonizadas por seres diezmados y perplejos, siempre inmersos en alguna cruzada delirante e íntima, personajes que el mismo Auster ha bautizado como la Corte de los Hombres Debilitados. El escritor de Brooklyn ha erigido pues un universo único e intransferible, que ha ido trazando con mimo de jardinero zen, y cuya originalidad lo preservará del paso del tiempo.
Pero, ¿con qué puede seguir sorprendiéndonos un autor en cuya bibliografía se incluyen obras tan importantes como La trilogía de Nueva York, La música del azar, El país de las últimas cosas o El palacio de la luna? Basta con echar un vistazo a sus últimas novelas para comprender que Auster, al borde de los sesenta, ha decidido no complicarse demasiado la vida y seguir disfrutando del impulso de narrar, sin pararse demasiado a preguntarse qué. El propio autor ha declarado en una entrevista reciente que sus libros importantes ya están escritos. Y sus lectores más devotos sabemos que eso es cierto, pero que aún así no puede dejar de escribir, ahora con ordenador, aunque lo que produzca no sean ya sino obras menores, pequeños paseos por su jardín encantado, supervisando las rosas que plantó en el pasado. Quizás por eso, porque ya no ha de demostrase nada, una novela tan fallida argumentalmente como La noche del oráculo atesora las mejores páginas que Auster ha escrito nunca.
¿Qué significa Brooklyn Follies en su extensa producción? Poca cosa, si se la compara con sus logros del pasado, y una excelente y amena novela si la comparamos con la mayoría de las que infaman los escaparates. Brooklyn Follies, cuya trama se vertebra sobre el inesperado reencuentro entre el protagonista, Nathan Glass, sobreviviente de un cáncer de pulmón y un divorcio, y su sobrino Tom, un joven prometedor que ahora malvive en Brooklyn, parece estar escrita como el primero escribe El libro de las locuras de los hombres, para entretener la espera de la Parca: «me sentaba a escribir, cerraba los ojos, y dejaba que mis pensamientos vagaran en la dirección que les apeteciese». Ese parece ser el no-plan de Auster, limitarse a dejar vivir a sus personajes, permitir que se relacionen entre ellos mediante los vínculos de la sangre y el azar, invitarles a confesarse sus secretos e ilusiones más recónditas en restaurantes entrañables, y hacerles protagonizar esas modestas peripecias vitales que jalonan la existencia de cada persona. A insuflarles, en fin, una apabullante humanidad. Pues aunque la sustancia argumental no sea otra cosa que un improvisado engarce de anécdotas, algunas de ellas verdaderamente descacharrantes, como la de la maquinilla de afeitar atascada en el inodoro, Auster demuestra nuevamente en Brooklyn Follies que posee una mano maestra para diseñar vidas normales, donde las aspiraciones se derrumban con naturalidad, como la de Tom, el sobrino del protagonista, cuya biografía prometía ser excepcional y que ahora permanece varado en una inesperada mediocridad, hundiéndose más y más en las arenas movedizas de su destino averiado, o su bella y alocada hermana Aurora, juguete a la deriva de su propia belleza. También esta novela, como no podía ser de otro modo, es un tratado sobre cómo el azar incide en nuestras existencias: todo cuanto uno hace en la vida está contaminado por la casualidad, y cada decisión que tomamos, por nimia que sea, despliega ante nosotros un abanico de consecuencias inesperadas.
Brooklyn Follies es, en fin, la novela de un inventor de tramas algo distraído pero un narrador apasionado, deseoso de contarnos lo primero que se le pasa por la cabeza. ¿Y quién puede reprochárselo? Desde luego yo no.

domingo, abril 23, 2006

Aquí estamos: quiénes, qué, por qué



Quiénes: Banda Aparte es un colectivo formado por casi 50 personas, la mayoría escritores, pero también profesores y críticos, dispuestos a recomendar en este sitio un buen libro cada día. Y a mucho más, pero todo se andará.
Porque casi cien ojos ven más que dos.
¿Quieres saber quién es quién en Banda Aparte? Pincha aquí.

Qué: Una cita para lectores inquietos, hambrientos. A diario, un buen libro. A partir de mañana, 24 de abril y de lunes a viernes.
El único criterio: la calidad. Sin olvidar el interesante trabajo de los editores independientes ni dejar fuera ningún género: novela, poesía, relato, ensayo, biografía, epistolarios, cómic, teatro, literatura infantil y juvenil... y todo aquello que puede encontrarse, mejor o peor, al pisar una librería.

Por qué: Porque en un mercado editorial tan saturado como el español, una carta de navegación es necesaria. Para no aburrirse en aguas demasiado mansas, he aquí una tormenta en un vaso.
Disfrutadla, es para vosotros. Feliz (y tormentoso) día del libro.


UNAS POCAS PALABRAS DE ACOMPAÑAMIENTO:

El libro nuestro de cada día y la crítica nuestra de cada día. Literatura y crítica, mal que les pese a algunos, son dos caras de una misma moneda. Estamos en tiempos de inflación en los que puede aplicarse al campo literario la ley económica que dice: «la moneda mala expulsa del mercado la moneda buena». Por eso esta iniciativa me parece «económicamente» necesaria. Que además los responsables sean voces mayoritariamente nuevas es un rasgo pertinente que le añade un plus de evidente atractivo. Habrá que estar atentos a esa tormenta y a ese vaso. Salud, criterio y suerte.
Constantino Bértolo, editor

Compartir la pasión y cultivar el criterio, ¡qué admirable misión la vuestra! Ya de antemano os agradezco vuestra generosa ayuda para construir mi bien más preciado: mi biblioteca.
Alicia Soria, editora

Es una idea muy buena y muy beneficiosa para los lectores y también para las editoriales. Estoy, francamente, contentísima de que se haya podido fraguar este proyecto tan ambicioso, abierto, y al mismo tiempo tan generoso con autores de toda índole.
Alicia Martí, jefa de prensa

Un proyecto interesante, original, divertido, y la verdad es que lo que más deseo es que funcione. Los autores que participan se lo merecen. Es un modo de difundir la buena literatura en boca de autores que saben y la viven.
Sandra Bruna, agente literaria