Julián Díez
Tengo la fortuna de haber seguido la incipiente carrera literaria de Ramón Muñoz desde sus comienzos. Durante lustros, Muñoz fue firmando a ritmo lento una serie de relatos de corte fantástico de calidad incuestionable y aroma reconocible: pausados, de tema enjundioso, prosa un tanto prolija pero siempre precisa. Las mejores cualidades de esos trabajos están presente en su debut novelístico, en el que como muchos autores que arrancaron su carrera en el seno de la ciencia ficción española opta por buscar otro género.
Escoger la novela histórica, como lo hicieran antes siguiendo ese mismo recorrido Javier Negrete, León Arsenal o Juan Miguel Aguilera, no es en absoluto casual. Los pasados que presentan todos ellos son, por momentos, tan alienígenas como los futuros de los relatos con los que debutaron. Las herramientas ya afinadas para describir lo distinto, las mentalidades extrañas, una suerte de parestesia transmitida por la mirada descriptiva de personajes totalmente ajenos a nuestra experiencia, encuentran un acomodo conveniente en el argumento presentado por Muñoz, que da voces a tres personajes de origen totalmente distinto: el monje Fortuno de Monforte, el vikingo Njall Haraldsson y el reyezuelo feudal Musa ibn Musa, el moro Muza de las leyendas.
El escenario es la península ibérica dividida del siglo IX, un periodo poco tratado por la novela histórica española seguramente por la disposición confusa del mapa político de la época. Pero precisamente muy interesante por la misma razón: Muza, musulmán hijo de musulmán y cristiana, hermanastro del rey cristiano de Pamplona, marido de cristiana y vasallo del califa de Córdoba, representa de manera inmejorable el zeitgeist mestizo y salvaje del momento y el lugar. El autor tiene además buen tino a la hora de retratarle desde dentro como un conspirador diestro, una calculador ambicioso que intentará mover las piezas de todo el tablero ibérico en su afán por convertirse en el tercer rey de la península.
Las tramas de los otros protagonistas, también de un noble muy venido a menos que intenta restañar pasadas heridas con un último asalto a la grandeza, confluirán en un final intenso. Entretanto, conoceremos por el camino del monje Fortún los primeros reinos cristianos de la época, en un camino salpicado de picaresca. Con el vikingo Njall nos asomaremos a una mentalidad extraña, en páginas que dan buena muestra del saber hacer del autor para la acción, y en particular su capacidad para resultar brutal con una encomiable economía de recursos.
La tierra dividida viene a reivindicar una época concreta poco conocida de nuestra historia y vuelve a demostrar que en todo el periodo de la Reconquista se encuentra el potencial para crear un género propio, fronterizo y multicultural, una suerte de western de civilizaciones en choque que podría resultar de interés tanto como escenario de aventuras como de reflexiones sobre nuestro propio tiempo. Muñoz, salvado con nota el compromiso del debut en larga distancia, cuenta con el potencial para hacerlo o buscar otros retos.
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