«Más paro, más precariedad, más desempleo, más injusticia, menos protección social. Las desigualdades habrían de radicalizarse. Por un lado los muy ricos; por el otro, los muy pobres, y en el medio, una clase media inane, hundiéndose día a día en la miseria con los ojos abiertos de espanto, mirando resignados, como el perro de Goya, al cielo que se va... Todo se vendría abajo, solo era cuestión de tiempo.» (pag. 365)
Recojo este párrafo porque me parece un retrato lúcido de los que está pasando en este momento. Y, sin embargo, pese a su contenido aciago, la novela es una fiesta de la imaginación y del lenguaje.
No conocía a Fernando Royuela ni por referencias; asustaros por la dimensión de mi ignorancia. De manera que esta novela ha sido la primera incursión en su obra. Todo un descubrimiento. Qué magnetismo el de su prosa, con qué facilidad nos absorbe, qué poderoso su estilo y qué estimulante su capacidad fabuladora con cierta tendencia al esperpento y como en Valle, con un dominio absoluto del lenguaje tanto en las descripciones como en los diálogos que parecen plasmación directa del habla de la calle. Como Valle se inspira en la propia realidad que deforma ligeramente, hasta tal punto que cada uno de los capítulo comienzan glosando una noticia extraída de los periódicos o de los telediarios, una noticia que el lector recuerda ligeramente, aunque al removerla nos resulte sorprendente. Estas noticias son de carácter político, religioso, económicos o de sucesos, como los contenidos de la novela.
Lázaro, el personaje central, como su homónimo bíblico, resucita tras su muerte en un hospital donde ha sido llevado por la ambulancia. Unos meses atrás había sido despedido del banco en el que estuvo trabajando durante más de veinte años. Y ahí comienza el carajal. Lázaro tiene una mujer discreta que no está preparada para un acontecimiento de esta magnitud y cuenta también dos hermanas, Marta y María, una meapilas y otra alcohólica. Para completar el cuadro, y al rebufo de la muerte llega su hija, estudiante en París, acompañada por el novio saxofonista. Royuela hace un despliegue imaginativo con estos personajes que se enriquecen con la aparición de curas, banqueros, médicos, políticos, periodistas que, cada cual a su manera, trata de sacar partido de la resurrección de Lázaro. En definitiva Royuela hace un retrato magnífico de nuestro presente, dando papel a personajes secundarios que entran y salen de escena con el desparpajo corrosivo de su prosa imantada. Todo un alarde de imaginación en una estructura compleja perfectamente ensamblada. Como aquel Valle de las comedias bárbaras. No se lo pierdan.
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