Recaredo Veredas
Vic Morrow fue un actor de carácter, apenas recordado por mitómanos empedernidos. Aparecía en las series bélicas de nuestra infancia (la infancia de los nacidos en los setenta, que soportamos reposición tras reposición de décadas pasadas). Su rol predilecto era el de héroe de la guerra fría. Sin serlo, murió como un auténtico marine, decapitado por un helicóptero en pleno rodaje. Víctima de un cisne negro que, de repente, se cruzó en su camino y le convirtió en un héroe, en uno de esos fantasmas que cimentan la leyenda negra de Hollywood. Este libro contiene el aliento de esos últimos instantes. O, mejor dicho, una suposición plausible de lo que supone el roce de la muerte. Y no solo de eso, también de otros misterios. Y lo hace mediante una insólita libertad formal, que solo un poeta con el control del lenguaje y del ritmo de Jaime Rodríguez puede mantener. Porque nuestro autor utiliza una métrica fracturada, plena de un ritmo propio, autosuficiente, tan misterioso como la propia esencia del libro.
Vic Morrow es un libro en el que, como en toda obra verdaderamente poética, sea lírica o narrativa, no debe buscarse una comprensión absoluta. Ni mucho menos. Incluso esa búsqueda implicaría una lectura fallida. Y en eso estriba también la poesía. En la capacidad para transmitir lo indescifrable, aquello emplazado más allá de las palabras. Y este es un libro que ahonda en ese enorme misterio. En contradicciones que se enroscan, como la actitud frente a la muerte de un padre a quien se odia. O en la indiferencia de los objetos: la hélice siguió girando durante 3 incómodos segundos. En nuestra nimiedad, pese a que creamos lo contrario.
Ser postmoderno —porque este libro, por su mezcla de registros y miradas, por su desacralización y su combinación de narrativa y pura lírica— y ser trivial no es lo mismo. Y no excluye la aparición de arrebatos del más clásico lirismo: Y tú, tu nombre vive dentro de mi como una tarta de cumpleaños encendida en medio de un bosque donde ya no hay nadie.
En Vic Morrow también brillan destellos de surrealismo, y de una extraña humanidad, casi melviliana: definida por los destinos de las manos que llueven sobre una multitud que saluda desde el desconocimiento o por la apelación a The deer hunter, la más entrañable de las películas bélicas, de la que destaca aquella canción entonada por borrachos que intuyen que nunca más volverán a encontrarse. No puede cerrarse esta reseña sin mencionar la extraña luz de Lima, tan vallejiana y, por lo tanto, tan universal.
1 comentario:
Vic Morrow sale en una de mis películas favoritas: "Humanoides del abismo"
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