Juan Pablo Heras
Los mejores narradores orales “no enfatizan, no subrayan, no dramatizan. No recitan, no interpretan, no añaden. Más bien sustraen”. Palabra de Alessandro Portelli, prestigioso experto en historia oral, avalado por años de escuchar a cientos de víctimas de acontecimientos pequeños pero trascendentales, que vuelven a la vida en estremecedoras reconstrucciones de lo que fue vida y ahora es Historia. En el prefacio de este libro, Portelli se refiere a los testimonios espontáneos de sus informantes, pero a la vez a lo que Ascanio Celestini aprendió de ellos para construir sus espectáculos. Celestini es el más conocido entre los impulsores de uno de los fenómenos más interesantes de la escena italiana de los últimos años: el teatro de narración oral. Cuando uno se sienta en la butaca para ver un espectáculo de Ascanio Celestini, se lo encuentra subido en el escenario, caracterizado sólo de sí mismo y dispuesto a contar sus historias sin preocuparse apenas de diferenciar las muchas voces que se asoman en un relato marcadamente polifónico. Celestini empieza a hablar a tal velocidad que uno pensaría que se van a quedar atrás los matices y las inflexiones de voz significativas, que va a desperdiciar el texto y a arruinar lo que pudiera haber de dramático en su narración. Y sin embargo, lo que consigue es rescatar el valor inconmensurable que tiene la palabra, la palabra surgida de aquellos que están acostumbrados a “hacer todo con lo menos posible” y que cuentan lo justo para abrirnos una ventana en nuestra imaginación e invitarnos a vivir de nuevo lo que ya pasó.
Radio clandestina es el título de un espectáculo que Celestini estrenó en 2000, inspirado precisamente en un libro de Alessandro Portelli, La orden ya fue ejecutada, que a su vez trataba de reconstruir por medio de testimonios orales lo que de verdad rodeó al turbio asunto de la matanza de las Fosas Ardeatinas. Lo que sabemos es que, en 1944, en una Roma todavía controlada por los nazis, un grupo de treinta y dos soldados alemanes fue aniquilado por una bomba preparada por un comando partisano. Al poco tiempo, Hitler ordenó que diez prisioneros fueran ejecutados por cada uno de los alemanes muertos. 335 personas (se añadieron más víctimas por los nazis que murieron en el hospital) son entonces fríamente eliminadas, acusadas de judaísmo o de simpatizar con movimientos de resistencia, o porque sí, por sumar y llegar de cualquier manera hasta la cifra arcana ordenada desde Berlín. El acontecimiento es muy conocido en Italia, pero durante mucho tiempo ha estado envuelto por interesadas tinieblas, originadas en la primitiva propaganda filofascista. Lo que hace Celestini es dar vida a las voces de los romanos de aquel tiempo, mezclando la memoria de los informantes de Portelli con la de otros que vivieron en la retaguardia de la ciudad, incluidos sus propios padres. Aparecen así pequeños detalles sepultados por los grandes acontecimientos de la Historia. Por ejemplo, que muchos romanos guardaron consigo hasta el final de la guerra las guías de teléfonos de 1937, para tener así a mano los datos de sus amigos judíos, borrados en las ediciones de los años siguientes. O que los niños no podían soplar las velas de sus cumpleaños por el racionamiento de la cera, que Mussolini justificaba en que los esquimales hacían boicot a Italia y no le vendían grasa de foca.
Lo más curioso es que Ascanio Celestini llevaba ya cuatro años de funciones por todo el país cuando se decidió a poner Radio clandestina por escrito. Como quien cuenta la historia de su propia vida, nunca había necesitado un texto al que ceñirse. Cada noche era así verdaderamente diferente y verdaderamente viva: el calor y la risa y las miradas del público modificaban, alargaban o recortaban el orden y la duración del espectáculo. Como complemento de la publicación de Radio clandestina en Italia, en 2005, Celestini grabó un vídeo en el que reprodujo el espectáculo desde el interior de lo que había sido la cárcel nazi de Vía Tasso, en Roma, actual Museo de la Liberación. En el vídeo, accesible también por internet, se aprecian las paredes tapizadas de una habitación de los años 30, interrumpidas en algunos ángulos por rectángulos de ladrillo visto. Y eso es porque antes de cárcel fue casa, y donde ahora hay ladrillos antes hubo ventanas. Como recuerdo de lo que pasó, los romanos decidieron no volver a abrir lo que los nazis tapiaron. Sin embargo, y a pesar de que apenas un par de bombillas dejan ver su rostro, las palabras de los supervivientes nos iluminan a través de la voz de Ascanio Celestini.
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