Ángeles Prieto
Debo empezar esta vez por comentaros una debilidad emocional que me acontece con muy contados autores. Aquellos que basta con el anuncio de la próxima publicación de un título suyo, para que ya se altere mi estado de ánimo y acoja la noticia con entusiasmo, alegría y alborozo. Con los escritores actuales, he de confesar que esta ilusión me la proporcionan señores contadísimos como Amis, McEwan, Coetzee, Houllebecq o Seth. Pero el caso es que me ocurre también con este autor canadiense, al que yo le hubiera concedido muchos más años de vida, y no tener que esperar a sus sucesivas (y magníficas) traducciones, a fin de que hubiera seguido escribiendo bastante más: Robertson Davies. Aunque Davies no sea moderno, complicado ni incisivo. No sea rabioso, ni intelectual. Fue simplemente genial y basta con abrir cualquiera de sus libros, leer una simple paginita llena de mordaces, pero compasivas aseveraciones, para pasártelo en grande. Porque Davies, lúcido observador, sobre todo era moral. Lo que dota de charming o encanto a todo escritor.
Levadura de malicia hace referencia a una frase bíblica: “Líbranos, Señor, de la levadura de malicia para poder servirte siempre en esta vida con sinceridad y verdad”. Y levadura de malicia es lo que siembra un personaje retorcido y ambicioso, el británico Higgin, en la tranquila, pacífica, pequeña y provinciana comunidad canadiense de Salterton a la que acaba de recalar, produciendo no pocos sobresaltos, de los que nos libraremos mucho de revelar sus resultados porque será el hilo que nos conduzca hasta el final.
Pero el argumento quizá, sea lo de menos ante los magníficos e incomparables retratos que nos proporciona de personajes que sentimos muy actuales, conocidos y cercanos a nosotros, quizá por el profundo conocimiento del ser humano que guardaba Davies, agudo observador como ya he dicho, gracias al ejercicio de su profesión como actor, antes de convertirse en escritor.
Eso, y un desbordante, pero también compasivo, sentido del humor hacia sus semejantes, alegría que se despliega desde la primera hasta la última página. Y así, al principio de esta novela nos aguarda un retrato del mundo periodístico absolutamente cierto y totalmente hilarante, propio de películas inolvidables como Primera plana de Billy Wilder o Luna de papel. Pero también con esa jovialidad, propia de otras épocas y de otros momentos menos críticos que este, y que a veces necesitamos con desespero encontrar en una literatura que no sólo debe servir de fuste a la realidad, sino que también se agradece que nos reconcilie con ella.
Así, diversión, conocimiento, pasión y alegría nos aguardan bien cocidos en el atanor de esta novela, de nuevo magnífica novela de Robertson Davies, que no podemos perdérnosla.
1 comentario:
Un buen libro. Ya estoy buscando más cosillas de Davies. Gracias por la reseña. :-)
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